Los estudiosos de Leibniz difieren acerca de cuál es su pensamiento habitual aplicable en el juicio acerca de la bondad de los mundos. Varios estudiosos han defendido uno o más entre los siguientes:
1) El mejor mundo es aquél que maximiza la felicidad (esto es, la virtud) de los seres racionales.2) El mejor mundo es aquél que maximiza la "cantidad de esencia".
3) El mejor mundo es aquél que ofrece la más grande variedad de fenómenos gobernados por el conjunto más simple de leyes.
Es un tema abierto a la discusión si realmente Leibniz creía o nó que uno de los puntos por los que Dios juzgaba la bondad de los mundos, lo era valorando la maximización de la felicidad o de la virtud de los seres racionales. (Opinan que sí Rutherford, c.3; Blumenfeld, Brown; que nó Russell, p.199, Gale]. Es poco creíble que para Leibniz 1) fuese el único criterio para valorar la bondad del mundo ya que él mismo señala, al comentar un argumento de Bayle, que:
el autor está aún presuponiendo la afirmación falsa...que indica que la felicidad de las creaturas racionales es el único objetivo de Dios (Teodicea 120 (H192; G VI 172)]
En parte, la disputa sobre este criterio 1) responde a que él sea o no compatible con los criterios más metafísicos incorporados en 2) o en 3). Estos últimos son los que Leibniz parece respaldar con mayor asiduidad. En algunos casos, Leibniz escribe como si el criterio de felicidad fuese compatible con los criterios más metafísicos. Por ejemplo, dentro del mismo trabajo, el Discurso sobre Metafísica, Leibniz le puso como título a la sección 5: "¿En qué consisten las reglas para la perfección de la conducta divina, y que la simplicidad de las vías esté en balance con la riqueza de los efectos?", así como tituló la sección 36: "Dios es el monarca de la república más perfecta, compuesta por todas las mentes, y que la felicidad de esta ciudad de Dios es su principal propósito." Aquí Leibniz parece avanzar hacia ambos criterios 1) y 3) en una misma obra. (Para otro ejemplo, ver Riley, p.105 (K X pp.9-10)]. En otros sitios, empero, escribe como si los criterios compitieran entre sí [Ver Teodicea, 124 (H197-8;G VI 178-9)].
Cualquiera que fuese la posición que uno adopte al respecto, Leibniz frecuentemente apunta hacia los criterios más metafísicos como los que Dios utiliza para asegurar la bondad del mundo. Pero subsiste la controversia acerca de los criterios 2) y 3) más en detalle: ¿cuál de ambos es el que respalda Leibniz? En general, afirma que Dios crea el mundo para participar su bondad con las cosas creadas de la mejor manera posible (Grua 355-6]. Ya que las cosas creadas, limitadas como son, solamente pueden espejar la bondad divina en aspectos limitados, Dios crea una variedad de cosas, cada una de las cuales refleja diferentes facetas de la perfección divina en algunas formas características y únicas. Ya que ésta es la meta de Dios al crear, es razonable pensar que dicha meta es maximizar lo que Dios pueda espejar de su bondad divina en los actos de creación.
Y éste es, realmente, uno de los criterios que Leibniz parece respaldar. Es el criterio 2), que se ha denominado "maximización de la cantidad de esencia". Leibniz parece convencido que el mundo real satisface dicho criterio y que nosotros podríamos encontrar creaturas que espejaran las divinas perfecciones en toda la variedad de formas como las creaturas pueden hacerlo. Por consiguiente, aparecen creaturas con cuerpo y sin él, creaturas con libertad e inteligencia y creaturas sin ellas, criaturas con conciencia y atención y creaturas sin ellas, etc. (Ver, por ejemplo, MP pp.75-6 y 138 (G VII 303-4 y 310)].
En algunos textos, sin embargo, Leibniz enmarca el criterio de bondad en lo que algunos toman como la nítida tercera vía. Argumenta en ellos que la bondad del mundo se mide con un cociente entre la variedad de fenómenos manifestados en el mundo (por un lado) y la simplicidad de las leyes que lo gobiernan (por el otro). Aquí Leibniz enfatiza que la perfección del mundo que maximiza la variedad de fenómenos es resaltada por la economía en sus leyes simples. Ese cociente pone de manifiesto la inteligencia del creador que creó las leyes.
Varios estudiosos (Gale, por ejemplo) concluyen que Leibniz terminó teniendo una visión sedimentada acerca de los dos criterios más metafísicos: tanto uno como el otro, son el mejor criterio de bondad. Otros estudiosos (ver Rutherford, cc.2-3 y Rescher, c.1) han argumentado que los dos criterios no se excluyen uno al otro sino que 2) y 3) pueden armonizar de muy diferentes maneras.
Si estos son los criterios con los que Dios juzga la bondad del mundo, con ellos resulta más difícil defender la posición contraria, referida a que el actual no es el mejor de los mundos. Para ilustrar esta postura, selecciónese el criterio 3). Si Dios fuese a impedir una destrucción de edificios por terroristas, ¿cómo lo haría? La forma más obvia es la de prevenir milagrosamente que los explosivos detonen o que el automotor-bomba no aparezca. Pero cualquier intervención milagrosa transformaría en más complejas las leyes simples que gobiernan los fenómenos. Como resultado, Leibniz o sus seguidores en el optimismo filosófico (uno de los cuales es Malebranche), afirman que la apelación a la intervención milagrosa es en general repugnante y requeriría, para ser permisible, que los bienes resultantes del milagro pesaran fuertemente frente al aumento de la complejidad de las leyes. Ver Teodicea 129 (H192-3; G VI 182)].
En cualquier caso. Leibniz afirma que los observadores neutrales están incapacitados de apreciar cómo el cambio de ciertos eventos forzaría a cambios en este mundo que entrarían en conflicto con los criterios de bondad descriptos en 2) y en 3). Como resultado, nunca un observador puede, con alguna confianza, afirmar que este mundo no es tan bueno (tomando en consideración todos los efectos) que otro mundo que ese observador trate de imaginar. El "problema de conseguir menos de lo esperado" (segun Leibniz) no puede ser desbalanceado, salvo que el observador fuese capaz de defender la postura de que este mundo no es el mejor mundo posible. Parece que esa defensa es fácil de ser armada. Pero el observador es inhábil en conocer por adelantado las consecuencias inesperadamente favorables, por un lado, y no deseadas, por otro, de cambiar eventos en este mundo que afectan a una cascada de futuros eventos. Dichos cambios han de afectar, sin duda, la bondad general del mundo. La defensa se torna imposible.
Michael J. Murray - Leibnitz on the Problem of Evil, tal como aparece on line, http://plato.stanford.edu/entries/leibniz
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Actualizado 6.ene.1999