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Crazy

VIDA DE PERRO

Sp

ID

por A. León y León          
(En homenaje a lo que no me permite desvincularme totalmente de la realidad...)
       

        Mi nombre es Crazy. Soy un pointer de cinco años y medio y llevo una vida de perro.

        Mi primera infancia fue verdaderamente traumática. Nací como parte de una numerosa camada. Milagrosamente salvé el pellejo al realizarse la primera selección de sobrevivientes, ya que éramos demasiados hermanos como para que nos pudiéramos criar saludables y sin maltratar a nuestra madre.

        Por supuesto que tengo pedigree. Mi padre es un campeón sudamericano. Claro que yo salí más parecido a mi madre, incluso en el color y estatura, pero así me adora mi "mami".

        Poco a poco vi cómo se iban mis hermanos, una vez que fueron destetados, hasta que me quedé solito con mis padres. Pero ellos no me querían mucho. Me mordían las orejas y me quitaban la comida. Para protegerme tuvieron que encerrarme en una jaulita donde apenas tenía espacio para moverme, que arrumaron en el rincón más remoto de la azotea de la casa. Y así fui creciendo agobiado por la soledad, acomplejado, mal alimentado y totalmente carente de afecto.

        Por fin un día vinieron por mí. Me metieron en una caja y me subieron al carro. "¿Dónde me llevarán?", pensaba yo. Debo confesar que no tenía mucho temor pues nada podía ser peor que la vida que llevaba...

        Al llegar a mi destino entregaron la caja que me contenía a una ridícula mujer (de esas que "se mueren de miedo de los perros") que me dejó caer al piso. ¡Qué podía hacerle yo, tan flaco y desvalido como estaba? Me recogieron, volvieron a acomodarme en la caja y me acicalaron para que estuviera presentable.

        ¡Riiiiiiiing!!!!! (este no era un timbre de ding-dong). Me abrieron la puerta a mi nueva vida. Salió una mujer con cara sonriente, la misma que se convirtió en aterrada cuando me miró. "¡Oh, Dios!", pensé, "no le gusté". Ya les dije que en ese entonces era acomplejado. Hoy no me explico como pude pensar algo tan absurdo, si soy verdaderamente hermoso... Me depositaron en la mesita de la sala y me alzaron en vilo por el pellejo para ponerme en el suelo. La aterrada mujer, cuando logró articular palabra, preguntó si no me iba a morir... Hasta ese momento no fui consciente de lo flaco que estaba.

        El veterinario dijo que estaba desnutrido y descalcificado y que tenía algunas otras deficiencias. Nada que una buena alimentación y todo tipo de vitaminas y medicamentos no pudieran arreglar. Tenía ya cinco meses, y me recomendaron sobrealimentación hasta que cumpliera un año. Yo no podía creer en tanta felicidad...

        Mi "mami" - a ella le gusta llamarse así y yo la dejo porque es mi forma de consentirla y su forma de superar sus frustraciones maternales- se dedicó a cuidarme y sobrealimentarme desde ese entonces. Me daba religiosamente toda la tonelada de remedios que me habían recetado, algunos de los cuales eran francamente asquerosos. Pero siempre me recompensaba con mi deliciosa leche caliente, que me hacía olvidar cualquier mal sabor... Aun ahora me encanta la leche, y la tomo cada vez que puedo... Claro, yo no tengo intolerancia a la lactosa como mi mami, así que puedo despacharme tranquilamente un litro de leche como si nada.

        Debo confesar que también me encanta el agua con detergente, y a ella debo mi nombre. Cierto. Cuando recién llegué a mi casa, mami me depositó en el jardín interior mientras iba a llamar por teléfono. Al verme solito dejé de tiritar y me aventuré a inspeccionar los alrededores. Encontré una enorme batea conteniendo un delicioso líquido y empecé a beber a mis anchas. Fue entonces cuando reapareció mami, acompañada por una amiga suya que se proclamó mi madrina, y al verme beber me gritó: "¡Pero qué haces! ¿Acaso estás crazy???" (parece que le salió la tan peruana huachafería en ese momento...). Así fue como me bauticé en agua con detergente. Recuerdo que cuando recién llegué casi no podía caminar por el piso de parquet pues estaba acostumbrado a la porosidad del cemento de las azoteas de Lima. Era un espectáculo verme intentar caminar por mi nueva casa. Me depositaban en el piso y me iba abriendo de patas sin poder evitarlo, como si estuviera parado sobre jabón. Y me daba unos reverendos porrazos. Sin embargo, a la semana corría por toda la casa como si siempre hubiera vivido en ella. Y al mes estaba gordo, tanto, que casi resultaba irreconocible, lo que constituía el delirio de mami. Mucho después aprenderíamos que gordura no era sinónimo de salud ni propio de un perro de raza como yo.

        Cuando llegué al barrio solamente vivía por aquí Rasta, una perrita chusca color negro un poco mayor que yo. Básicamente no tengo prejuicios raciales ni sociales, así que nos hicimos amigos muy rápidamente y pasábamos buena parte del día corriendo de cabo a rabo por el parquecito que está frente a la casa. Fue así como comencé a conquistar a los vecinos. Era muy travieso y sociable, me encantaba que me halagaran y me acariciaran, y los vecinos disfrutaban viéndome correr como loco. Es que siempre le he hecho honor a mi nombre.

        Lo único que oscurecía mi panorama era ese hombre malvado que vivía con mi mami, y que me odiaba en la medida en que ella me quería. Nunca pudo sobreponerse a los celos que yo le producía. ¿Qué culpa tenía yo de que ella me prefiriera? - lo que no era de extrañar pues era yo quien la suplía del cariño y atención que ella necesitaba. Además, cuando yo llegué a vivir a mi casa, él no estaba allí. Llegó después que yo, pero sin respetar que "antigüedad es clase". Luego vendría a enterarme de que era el esposo de mami y que estaban intentando una reconciliación. Pero él me trataba muy mal y me pegaba siempre a espaldas de mami. El día que él se fue para siempre me convertí en el perro más feliz del universo. Ahora sí tenía a mi mami solo para mí... Cuando el cretino ese le dio a escoger entre él y yo, mami hizo lo correcto: me eligió a mí.

        Mi niñez transcurrió como la de cualquier otro perro, rodeado de cariño, atenciones y engreimientos. No volví a saber lo que era el hambre. Casi siempre tenía alguien con quien jugar, o alguien que me quisiera engreir, o alguien que me fuera a alimentar. Al principio comía de todo (quien ha pasado hambre no suele hacerle ascos a la comida) pero luego me fui volviendo sibarita y comencé a seleccionar mejor lo que iba a engullir.

        Olvidé también lo que era soledad puesto que en la casa había montones de gatos. Cierto que algunos (los mayores) no congeniaron conmigo, pero con otros hice tan buenas migas que hasta nos acurrucábamos juntos para dormir e incluso les permitía comer de mi plato (claro que cuando a mí no me gustaba la comida...).

        Luego llegó Kayser al barrio, un hermoso cachorro de pastor alemán que se instaló a vivir en la casa vecina a la mía. Yo ya tenía más de un año. Inmediatamente lo adopté y nos hicimos grandes amigos.

        Esperen... oigo las campanitas del microondas. Debe ser mi comida, así que corro desesperado a avalanzarme sobre mi plato especial para perro. La verdad, parece que nunca hubiera superado el trauma de no haberme alimentado bien en mi más tierna infancia.

        ¡Ah! Esos pescuezos de pollo estuvieron deliciosos. Aproveché para enterrar unos cuantos en el jardín para la hora del lonche. Me fascina llenar el jardín de huecos. De cachorro logré convertirlo todo en un gran terral pero ahora han vuelto a sembrar césped y plantas. Así es más difícil escarbar. Sin embargo, me doy maña para enterrar mi comida. Claro que mami siempre me descubre porque olvido ir a tomar agua para limpiarme la narizota llena de tierra. Y cuando me va a regañar le pongo la mirada triste de perrito desamparado y desnutrido, aquella que le puse la primera vez que me vio y con la que le robé el corazón... Nunca falla. Y volviendo al asunto de mis amigos del barrio, luego vino Run. Resultó ser medio hermano mío por parte de padre, ya que yo provengo de la última camada de mi madre... ¡Oooops! Mami está protestando. Dice que madre es la que cría y no la que pare, así que la única madre que tengo es ella...

        Párrafo aparte merece Siegfried, mi amigo predilecto. Lo conocí cuando era apenas un bebé, un hermoso cachorro de Weimaraner, que venía a visitar el parque en una de sus primeras salidas. Inmediatamente nos hicimos amigos y le enseñé a jugar, a defenderse, a mordisquear tronquitos, a regresar cuando lo llamaba su ama... Nos hicimos tan amigos que nuestras mamis no tuvieron más opción que entablar a su vez una relación de amistad, ya que nosotros estábamos juntos jugando varias veces al día.

        Hay unos odiosos yorkshire en el barrio... Grrrrrr, los oigo venir con sus horrendos ladridos que más parecen aullidos. Con permiso, que voy a gruñir y ladrar furiosamente por la ventana a ver si escarmientan.

        Ya se fueron. Estoy carraspeando para aclarar mi garganta, después de tanto ladrido. Delante de la ventana de la sala hay un sillón del que yo me he apropiado y he convertido en mi cama, pues está en el lugar ideal. Con solo incorporarme saco la cara y veo todo lo que sucede en la calle. Me emociono cuando veo llegar a mis amigos, a mami o a sus amigos, o a mi tío (el hermano de mami). Claro que tuve que mudarme a esta cama después de que mi tío me desalojó de mi cama, digo, la suya... Yo esperaba que él se durmiera y me trepaba sigilosamente. Y como él tiene un sueño de piedra, yo me acomodaba a voluntad y él no se daba cuenta hasta el día siguiente, en que me encontraba durmiendo encima de él, o se despertaba cayéndose de la cama porque yo lo había empujado hasta el mismo filo para echarme cómodamente.

        Cuando mi tío empezó a botarme de mi cama, decidí tener dos: una diurna, que era la suya - ni bien se iba a trabajar me trepaba y dormía allí plácidamente hasta que escuchaba llegar a alguien (no en vano tengo oído de perro)- y una nocturna, que es el mencionado sillón. Además, tengo mi frazada portátil para acomodarme donde me plazca sin tener frío.

        Ahora tengo muchos más amigos con los que me gusta jugar. Porque ahora somos una patota, la patota del barrio. Nos reunimos en el parque frente a mi casa. Incluso mis amigos vienen a buscarme a la casa. Se sientan delante de la reja y lloran para avisarme que llegaron (los más hábiles han adiestrado a sus amos para que toquen el timbre a fin de avisarle a mi mami que es hora de abrirme la puerta), y yo hago lo propio. Cuando mami se hace la desentendida con los llantos, corro a buscarla: ni bien la encuentro le hago el baile de "quiero salir", que consiste en brincar como un resorte sobre mis cuatro patas, cada vez más alto, mientras gimo y lloro y levanto mis orejas poniendo cara de excitación... Y si ella mueve siquiera un pelo, corro desesperado hacia la puerta y espero unos segundos para ver si me sigue. Las pocas veces que eso no funciona repito la operación y ya: consigo que mami se mueva, recoja su llavero para abrir la reja, y salgo raudo y veloz a jugar con mis amigos. Todo es cuestión de aprender a manipular al amo. No hay nada comparable a un buen llanto, un bailecito, o la mirada de desamparado - desnutrido...

        A veces mami pretende rebelarse y me dice que está trabajando y que no la interrumpa porque ella trabaja para alimentarme; me dice cosas que no entiendo ni deseo entender, pues para eso está ella: para preocuparse por mi alimentación y mi bienestar. Yo, mientras, estoy demasiado preocupado por ir a jugar con mis amigos que vienen a buscarme, o ir a marcar territorio porque ya va siendo hora del paseo de las "chicas" del barrio, o por tratar de tragarme a uno de esos bullangueros yorkshire que hay en el barrio... Tengo cosas demasiado importantes en mente como para preocuparme por el trabajo de mami.

        Como ven, llevo una verdadera vida de perro.

Lima, 1994        

Asegurese que la cama de su perro este en un lugar tibio,
limpio y libre de corrientes de aire.

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