Pseudopoesía para tiempos de incertidumbre

Para ver el árbol del que salió esta hoja, te invito a ir al Refugio de Lazarus.

En esta sección hay algunos... caramba, no puedo llamarles poemas. Mira, se parecen a los poemas, pero los hice sin ninguna técnica, sin conocimiento. Descubrí hace pocos años que me gusta leer poesía, algunos tipos de verdadera poesía (Nicanor Parra, Jaime Sabines y cosas ocasionales de otros autores). Después descubrí que escribir pseudopoesías como las que están en esta página aliviaban mis sentimientos de amor, tristeza, alegría, y algunas veces me servían para fijar en mi mente "paisajes", o para explicarme alguna idea. Me gustó hacerlos. Hoy comparto algunos contigo, si quieres. También te invito a que me mandes un mensaje por correo electrónico a:  aesm@servidor.unam.mx, con un pseudopoema tuyo para ponerlo en esta página.

Si te gusta más la prosa que la poesía, te invito a ver Prosas para ratos muertos.
 

Pseudopoesías:

(Pseudo) Poema sencillo
Obra completa en la carretera
Filoginia
Puentes rotos, mensajes urgentes
Resucita, o me muero
Mesié le guillotín.
La cama de la risa.
El juego mecánico.

 Por el momento, no hay mas. Mi intención será aumentar el número de cosas que coloque aquí con otras cosas mías que por el momento no he puesto y con cosas tuyas (si quieres).



(Pseudo) Poema sencillo
Miguel Vizcarra

Me gustan las cosas sencillas,
las puestas de sol, las tardes de lluvia,
la mano de mi madre sobre mi cabeza,
hacer el amor con una desconocida,
caminar descalzo sobre el pasto mojado,
dormir hasta muy tarde en un dia de invierno,
enterrarme en la arena de la playa,
jugar con los niños, platicar con los amigos,
toma una coca-cola muy fria
en una azul y despejada mañana,
cantar mientras me baño, escuchar el viento pasar
entre las ramas de los arboles... y morir pensando que
esto es la felicidad.



Obra completa en la carretera
Faehin
Para Duende
No me podría quejar:
tuve un espíritu
tuve un duende
y virtudes
que supe dejar a tiempo
en su mohosa caja
antes que naufragaran.

Así que estos huesos
-patrimonio de la nación-
no significan
mi columna rota
100 kilómetros de velocidad
un trailer
un borracho
reflejos lentos
ni llantas derrapando.

Sólo el círculo que se cerró
alrededor
de mi obra magna
mi única pintura
hecha de rojo violento.



Filoginia
        Andrés Sánchez Moguel

Vale mucho la pena
morir por una mujer,
cualquier mujer.

La vieja,
habladora,
mentirosa,
fea,
sucia,
infiel,
desestimada.

Es siempre mucho más que aquello por lo que siempre estamos muriendo.



Puentes rotos, mensajes urgentes.
Faehin
                                       Para Kibaliy

Este es un mensaje urgente
que después de todo
tal vez nunca llegue.

Este es un mensaje
que quiere
decir lo que no he dicho,
explicar lo suficiente.

Este mensaje no es de luz
lo he ideado
en las horas oscuras
del laberinto de mi mente.

Cuando hablamos
las palabras
se me enredan
se me atoran
no me sirven.

¿Es que tal vez
ya rompimos
-sin querer
o con queriendo-
el puente?

¿O es una pequeña
serie
de inicios
un poco extraños,
un poco tristes?



Resucita, o me muero.
Faehin
                                                Para la Reina de la Lluvia

En la noche de los tiempos
un aparato
que reproduce sonido
y este cassette
conjuraron el puño
en forma de tu voz
que ahora me golpea
la corteza cerebral
porque refresca sinapsis
que se parecen a ti.

Y quedó tachado
el siguiente párrafo
que la grabación magnética
me obligó a escribir
porque no alcanzó a explicar
las lágrimas
que no se han derramado
por tu falta de existencia.

Si no vas a resucitar
si la panadería no vuelve
a hacer conchas que se nos antojen
si no volveré a tomar
el agua de jamaica que ya estaba
preparada
esperándome
en tu casa,
si los ojos esos
que el explorador submarino
no se atrevería
a descender
no chispean
explicando
para qué vivo

Entonces
lo gris del cielo que no alumbra,
el tictac silencioso del reloj digital
hacen inútiles
mis síntesis protéicas
porque (¿sabes?)
esta madrugada
-de los tiempos-
me está matando.



Mesié le guillotín.
Andrés Sánchez Moguel
Para Sor Juanita, Miss México 1966,
 Albert Einstein y Brad Pitt
Así como todos vemos
las monjas se pretenden sin cuerpo
las putas se pretenden sin alma.
Pero no vayas por ahí creyendo
que es gracioso
negar tan grandes partes
del ente propio.

Así como todos oímos
hay científicos que -se dice-
no tienen sentimientos
y grandes estrellas
* C I N E M A T O G R A F I C A S *
en tecnicolor
que -se cree-
no tienen pensamientos.

Qué política conciliatoria seguir:
el que no quiera tenerlo todo
que deje en esta mesa
 lo que desprecie
y se lo mandamos
a alguna sociedad
que proteja seres inverosímiles,
ya que allí
seguramente
 se sabrá aprovechar
prácticamente cualquier cosa.

No lo propone un premio Nobel
(o si lo dijo alguna vez
algún gran hombre bien peinado
seguramente será
pura coincidencia).



La cama de la risa.
Appolonius


Ahh!... Ahh!... Mordiscos, pellizcones, saliva derramada, pechos temblorosos. La almohada, sartén de dos nucas empapadas. Ahh!... Ahh!... Dolor o placer, sangre y semen. Diosa de cuatro extremidades, cuerpo de dos cabezas. Olor a tinte, barniz, colonia barata, pared de hotel. Crujir de resortes y de espaldas. Gritos que son notas de violín desafinado. La intimidad justifica la locura, mientras la vida se escurre por los pliegues de las sábanas recién lavadas.


Un cigarro se enciende tras otro. Sus cuerpos también se encienden primero uno, luego el otro. Los pezones dos tortugas que se asoman. Badajos que retruenan en sus bóvedas óseas. El colchón cruje en un acto reflejo del sexo hirviente. Volcanes en erupción; el magma se desliza.


Caricias o lágrimas. Palabras o gruñidos. Risas o hijos. La espada en la piedra. El clavo en la cruz. El balero. Tren de arterias y venas punzantes. Boomerang nietezchiano. Setenta y cinco por ciento del cuerpo es fuego. Noventa y dos por ciento de la cama es agua. Lengua y lengua, lengua y cuello, lengua y vientre. Hambre. Mucha hambre. Dientes que rechinan a contratiempo. Bocas ansiosas que murmuran y exploran. Manos mariposas vuelan en texturas. Vagina marsupial. La piel se eriza y los vellos se enredan bajo el viento de tracción. Dos autos que aceleran. Dos autos en neutral. Edén sin frutas y con todas ellas. Infierno entre las nubes.


Ahh!... Ahh!... Risa de nervios, risa pasional, risa entrecortada por el hálito entrecortado. Vapor. Pantalón. Brassier. Sueños. Colillas. Espermatozoides. Una toalla femenina ensangrentada. Ahh!... Ahh!... Gemidos. Todo esparcido por aquel pequeño mundo, cuarto de dos amantes que piensan en otros amantes mientras lo hacen. Pocilga y pantano. Arco iris blanco y negro. Gotas temporales de pasión inmersas en el océano titiritero de pupilas dilatadas.



El juego mecánico.
Appolonius


Ahí estaba yo,
metido en aquel agujero
guango y mojado
lleno de semen imaginario.
Ella me decía “bésame”
y yo la besaba;
ponía mis manos,
que parecían guantes de béisbol,
en sus gordas tetas,
y me sorprendía
lo mucho que se excitaba con eso.
“Tú arriba, ahora yo, otra vez tú”;
parecía insaciable.
El teléfono sonaba,
tocaban la puerta,
su lengua me rasguñaba las anginas
mientras yo me movía sin talento,
montado en ese cuerpo
como en un juego mecánico.
De cualquier modo
era lo mejor que podía obtener
en la semana.


Aquella mujer gritaba mucho.
Exageraba. Fingía.
Y yo le decía:
“no tienes que fingir conmigo,
para mí es igual: mete y saca”,
y entonces ella contestaba el teléfono,
hablaba con su novio,
prendía un cigarrillo
y ponía una hermosa cara de aburrimiento.
Tapaba el auricular:“¿Ya vas a acabar?”,
y yo le apretaba con fuerza las tetas
y aceleraba el ritmo.


Cada viernes era lo mismo,
y cada viernes las palabras se repetían,
los gestos se actuaban,
la cama envejecía;
los nombres cambiaban.




Para ver el árbol del que salió esta hoja, te invito a ir al Refugio de Lazarus. 1