Y los dinosaurios, ¿cómo aparecen en una historia de 1912? La
idea de traer a estas criaturas a la literatura se le ocurrió a Conan Doyle cuando su
vista se detuvo en uno de los adornos que tenía en su sala de billar, dice el biógrafo
John Dickson Carr. Se trataba de las huellas fosilizadas de un iguanodonte que habían
sido encontradas muy cerca del lugar donde tenía su estudio, en Sussex.
El tema no le era ajeno
a una persona culta con inclinaciones científicas en la Inglaterra de principios de
siglo, pues desde hacía algunas décadas los paleontólogos de ese país habían
comenzado a desenterrar y clasificar huesos, mientras ilustradores especializados trazaban
dibujos con los cuales sugerían cuál podía haber sido la forma de esos seres enormes,
entre los más famosos figuraban los de Charles Knight.
Gideon Mantell, quien vivía cerca de Londres, descubrió el
primer iguanodonte en 1925, mientras que Mary Anning desenterró los huesos de otros
dinosaurios mencionados en la novela, como el ichthyosaurio, una especie de pez con
mandíbulas temibles.
Una de las personalidades que protagonizó varias contiendas entre
los sabios de la Inglaterra del siglo XIX fue el extravagante Richard Owen. Pero los
comentarios sobre su carácter quedaron relegados para siempre después que saltó a la
fama con la creación de la palabra dinosaurio. Saurio, por los lagartos, mientras que
dino lo tomo prestado del griego para sugerir algo terrible. Así pues, eran los terribles
lagartos. Y la dinosauria era una especialidad en auge.
Al iniciarse el siglo XX los hallazgos se multiplicaban, y se
sumaban los de Estados Unidos. Megalosaurio, iguanodonte, hylaeosaurio, paleosaurio,
mesasaurio, ichthyosaurio, brontosaurio, estegosaurio, eran nombres que comenzaban a sonar
por ese entonces.
'¿Acaso estos huesos secos pueden vivir? Sí, responderíamos
nosotros, pueden volver a la vida... la razón y la imaginación nos darán poder, si les
dejamos actuar, para restaurar estas creaciones perdidas', anotaba el reverendo H.N.
Hutchinson en un artículo sobre 'Monstruos Prehistóricos' publicado por la Pearson's
Magazine en 1900, con una descripción de varios tipos de dinosaurios, un texto que se
considera como una influencia importante.
Pero el acceso
definitivo de Conan Doyle hacia el mundo de los dinosaurios se produjo a través del libro
ilustrado 'Extinct Animals', publicado por Edwin Ray Lankester en 1905. Para que no queden
dudas sobre su influencia, el propio Profesor Challenger se refiere a Lankester al
comienzo de 'El Mundo Perdido' y lo califica como 'mi querido amigo'. Antes de partir de
Londres, le muestra a Malone uno de los dibujos de esta obra: 'posible apariencia de un
dinosaurio del Jurásico, el estegosaurio'.
Lankester, por su parte, estuvo encantado de aparecer en la novela
y le escribió una carta a Conan Doyle en la cual calificaba como 'espléndida' la
aventura descrita en la obra, y advertía sobre la existencia de detalles que le daban
consistencia y verosimilitud a la trama. 'Me siento orgulloso de haber tenido algún grado
de influencia', advertía el naturalista.
Claro que también aportaba ideas sobre nuevos seres, no tan
verosímiles: una bestia enorme similar a un conejo, un pterodáctilo vegetariano
domesticable, culebras de una longitud inconcebible...
No sólo Lankester había sido cautivado. La fantasía, por
suerte, no tiene fronteras y suele transpirar hacia la realidad así que poco después de
la publicación de la primera novela sobre dinosaurios de la historia, un diario inglés
informó que el yate 'Delaware' había partido de Filadelfia, Estados Unidos, con rumbo
hacia el río Amazonas.
Llevaba una tripulación compuesta por 'un osado grupo de
exploradores' que pretendían recorrer a fondo ese cauce y sus tributarios, pues 'en
interés de la ciencia y de la humanidad buscan el mundo perdido de Conan Doyle, o alguna
evidencia física sobre su existencia'.
La expedición fue patrocinada por la Universidad de Pennsylvania
y estaba encabezada por un capitán Rowan, mientras que la parte científica estaba a
cargo de un profesor Farrable.
'Déjalos que vayan, si no encuentran la meseta con seguridad van
a encontrar alguna otra cosa de interés', le comentó el escritor a su preocupada mujer,
según se narra en una de sus biografías.