Poesía Latinoamericana Femenina |
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Niño de Soledad / Soneto al Muchacho Campesino / El Molino / Tríptico al Arbol / Mi Calle / Camina la Raza / Poema de la Reforma Agraria / Cuando Yo Sea Hombre / Canto a la Mujer del Pueblo / Tiempo de Aroma / Adiós / Retorno / Sin Palabras / Ruego / Ausencia / Canción de Primavera / Antonio José de Sucre / Poema al Cálculo de Rafael Urdaneta / Romance de mi Tierra Clara / Quiero Sembrar mi Corazón / Mi Infancia / Vendedor de Helados / Mis Manos / Al Pasar / Gracias
Así como la estrella es de todos los cielos y todos los anhelos; este niño de soledad y frío, es también mío.
Su nombre en cualquier idioma- me sabe a fruta de banano, esponjosa de aroma, porque es hijo de un hermano. Puede ser negro, blanco o amarillo, la raza ¿qué importa? si todos volveremos a ser con nuestra tierra amasijo sencillo.
Este niño a quien yo canto, encarna la forma y el color de todos los niños: buenos o traviesos de leche o carbón... Es el mismo que en Ziruma anda descalzo, y en el Norte juega con un balón.
A veces es delgado como un junco, que eleva en el silencio su clamor. !Tan pequeño y es paria de la vida, sin lumbre, sin hogar, todo dolor!
!Oh, si yo pudiera inventar un cuento con ángeles de rocío, y estrellas musicales que sonrían, a este niño de hambre, de soledad y frío. Si pudiera decir con la suave mixtura: de tan negro este niño se me ha vuelto de albura! Ese grito tremendo de los odios raciales, se haría en su boquita susurro de panales.
!Quizás por cuánto tiempo con voz quebrada y pura, irá este niño mío, pidiéndole a los hombres cobijas de ternura. Quizás por cuanto tiempo: desnudo como el viento, descalzo como el río, traficará los mares salobres del hastío!
Zapatitos de sangre le darán las espinas, al niño que debiera ser de breve durazno o de cosa muy fina, con alma para el canto y risa cristalina
Zapatitos de espuma calzarán otros niños; pero el niño de angustia que reposa en mi canto, lleva zapatos rojos claveteados de llanto.
Pastor de nubes en la tarde fina: sobre esta tierra de crecida espera, tú eres el dueño de la primavera y dueño del rocío que se empina.
No abandones el agro por la mina de oro negro: es garra traicionera que absorbe vida y sangre. Es cordillera de falso brillo que el dolor trajina.
Tú eres sobre el campo y bajo el cielo, fértil signo del tiempo que en desvelo arrojará en los surcos nueva lumbre.
Tú eres con la tierra y la semilla, el pacto de unidad que abrirá trilla, desde el llano sumiso hasta la cumbre.
El molino se perfila en lontananza como un signo de esperanza. Muele el trigo, muele el viento, muele la estrella y la palma, molerá el rencor del indio y la tristeza del alma.
Niño indígena: me abruma el dolor de tu Ziruma, tierra caldeada que llora como la piedra en el silencio. !Tan cerca y tan olvidada, tan angustiada y tan sola, en medio de tanta gente!
En las aguas de mi lago estoy mirando tus ojos sepultados hace siglos. !Nadie te regresa nada de tan inmenso despojo! Tenemos el corazón negro y duro, duro y negro, como el hierro y el petróleo de esta tierra.
Tu voz perdida en la sombra de aquellos tiempos pasados, aún nos llega en el grito de los arboles talados.
Tus manos: manos tristes y desiertas, manos de tierra y hollín; manos tendidas y abiertas donde nunca jamás cayó un jazmín.
Mas, nada importa, si un ángel negro recorta la estrella de tu destino: lo que un día te quitamos emigra siempre hacia el Norte.
El molino molerá sombra y tristeza para ensanchar tu camino. En tu fogón habrá pan, y tortas de harina y miel en tus sueños de cristal. !Ya se acerca: hacia tierras de esperanza, el molino avanza... avanza!
Mención honorífica en certamen promovido por el Ejecutivo del Estado Zulia.
I
(Simiente)
Un ansia vegetal que burla al lodo, y la apretada tierra del presente; te transforma gozosa en el recodo de tu celda sencilla y providente.
Imposible creer que guardas todo un aromado mundo en tu simiente; y que tendrás, por tu apacible modo, alfabeto de arrullos en la frente.
¿Qué imponderable fuerza te levanta, en plenitud de savia y llama santa, hasta rozar el cielo con los brazos?
!Oh, arcano de Dios, lección primera de la vida! al rasgarte prisionera- cabe trocar tu angustia en verdes lazos.
II
(Arbol de Mayo)
Amaneció mi canto en tu frescura como signo de luz que nadie toca. Aromado, en tu regia vestidura, se detiene la brisa, -niña loca-.
Por tu savia risueña que murmura, asciende en alma, corazón y boca: tú y yo, dominando la llanura, los pájaros, las nubes y la roca.
!Qué dulce la fusión, árbol amigo! Siento en mis manos palpitar el trigo y mi sangre en tu savia me enardece.
Sí siempre en amorosa transparencia, vivir pudiera en la cautiva esencia de la flor que tan breve languidece.
III
(Arbol tronchado)
De tu jubilo verde nada queda, ni savia, ni pasión, ni trino al viento; tu cuerpo seco en la amplitud remeda, la maraña fantástica de un cuento.
Urna, cruz, o bajel sobre agua leda simbolizan tu enhiesto pensamiento; y cuando no, concluye en humareda, tu corazón de aroma y claro acento.
Por la savia vencida, yo levanto esta canción de nardo hasta tu llanto que en silenciosa herida me conmueve.
!Jamás permita Dios, pase mi mano, más allá de la flor, o el fruto enano, a tronchar tu vigor, con gesto aleve!
Despuntaba Mayo Cuando yo nací; En una casita, humilde y alegre Como un cascabel. Casa sin mosaicos, sin regios Tapices Ni rico dosel. Nada de azulejos en sus ventanales, Nada de mastines nerviosos y alertas Cuidando en sus puertas.
Calle de mi casa bullanguera y clara, calle con apodos por vieja y por rara. I aunque ella presuma de Nueva Venecia Solo por capricho de la gente necia; Yo evoco la antigua calle con apodos, Bordeada de piedras, Con muchachos sucios y hombres beodos.
Ebria de alegría, paso riendo alto por la calle mía. Al verme la gente dice con orgullo: aquí en esta larga calleja olvidada, nació esa Rosa Virginia que ahora es poeta.
Para mi no es triste, ni oscura, ni fea; la enjoyo de ensueños, y como no existe tesoro más grande que la inspiración; le doy cuando paso, en derroche claro, !todo el corazón!
!Oh, pobre de las calles que nacer no han visto, un loco poeta, o poeta artista, que de alguna extraña leyenda las vista.
La ambición de todos los negros es llegar hasta el Lincoln Memorial, la colosal estatua del Libertador de la raza. Las grandes letras doradas al fuego están allí, en el muro, a la izquierda de la estatua: "Una nación nueva concebida en la libertad i consagrada al principio de que todos los hombres nacen iguales..."
A. Lleras Camargo
Del norte de leche, de la tierra rubia, nos llegan las voces de los hombres negros. Caminan las madres de las Carolinas de Florida y Tejas... Son las madres negras, que apenas si tienen muy blanca la leche, la risa y el canto de dormir al niño.
Caminan las madres en pos de la aurora; porque el barrio es negro, y negra la prensa, y negros los cines. Hasta las iglesias: unas para negros y otras para blancos. ¿Es que el Dios de negros no escucha a los blancos, o el Dios de los blancos es sordo a los negros? ¿No proclamo Lincoln que todos los hombres nacían iguales?
Avanzan los hombres, y al lado las madres, rompiendo los vientos con sus recias manos cual negras banderas. Van por los caminos, con la risa blanca de tanta amargura: llevan a sus hijos al Lincoln Memorial por ver si despierta de la piedra dura.
Mas, yo os lo digo, hermanos: Lincoln no regresa, sus ojos quedaron -un lejano día- ciegos de tristeza. Sus manos sangraron rompiendo cadenas, y ahora las tiene en la estatua inmensa por siempre serenas. No esperéis en vano: !horadad las rocas, romped las montañas, sembrad la protesta en todos los pechos y en todas las bocas. Clavad por doquiera las nuevas banderas, y gritad muy alto: !es la primavera! Triunfen nuestras voces como un mar de olas, y la tierra rubia vestirá de fiesta, con la inmensa gloria de las amapolas.
Mujer campesina: !Abre la puerta de tu rancho! vengo a decirte de un horizonte ancho, de una esperanza cierta para tus hijos, tu hombre, y la mísera cosecha de tu huerta.
Ábreme la puerta: está amaneciendo en Venezuela, en la rosa que trepa sobre el muro en el corazón oscuro de la gleba, en la brisa que llega hasta el brocal lejano del pozo triste que seco el verano.
Vengo a decirte que tendrás caminos hacia un nuevo destino. Obras de regadío para elevar al cielo tu plantío. Que tendrás semillas en la parcela propia y moderna escuela. Que habrá pan en tu hogar, que habrá lumbre en tu mente y lumbre en tu fogón: !lumbre sagrada y alta, para atizar el fuego de la revolución!
Bien sé que no me crees... Yo también tuve una infancia signada de dolorosas huellas; una infancia sin escuela ni juguetes. I también como tú, aprendí el abecedario en el canto mañanero de los pájaros; y bebí muchas veces, el agua sucia de la cacimba oscura; del jagüey turbio y del claro río pregonero de estrellas.
Mas, yo me fui a la ciudad un día, y tu quedaste doblada sobre el surco, esperando que amaneciera, acaso... o no esperando nada. Por eso vuelvo, mujer simple y callada: a traerte mi lluvia de alegría y una promesa cierta de alborada en el remanso de mi poesía.
Cuando yo sea hombre, tendré una casa limpia en cualquier lugar del mundo. Una casa con su huerto... I partiré la cosecha con el hermano que pase.
!Oh, sí todos los hombres tuviesen una casa con su huerto...! Entonces, no hubiera guerras, ni hambre, ni pequeños descalzos por el mundo.
Hay tierras que desde el Norte hasta el Sur son de un solo hombre. I millares de hombres, que desde Oriente a Occidente no tienen ni un puñado de arena para sembrar sus sueños.
Cuando yo sea hombre, me uniré a todos los que luchan por Tierra, Pan y Paz para los hombres.
Mujer del pueblo: !aquí estoy a tu lado para darte mi canto de esperanza! Yo se que vienes, de todas las injusticias y todos los dolores de la vida. I te sientes herida de esperar en vano, que el rosal floreciera en el pantano.
Mas, ¿cómo vas a tener sitio para el aroma, sí aún no tienes pan, ni techo que recoja el azulado viento de la loma?
En vano has pedido la plenitud radiante de una estrella, para seguir la huella menudita del hijo. I, ¿cómo quieres poblar de lumbre la desierta vía, sino has alcanzado todavía un mísero candil para tu puerta?
Yo sé que hay en tus manos rudas y oscuras, pulso de raíz y fuerza de montaña; yo sé que puedes caminar por la tierra como una cordillera y levantar tu hijo hasta el futuro, con el canto del mar en la garganta.
Yo sé que puedes eso !y mucho más! Pero el hambre, la sombra y el desolado viento del olvido se llevaron la savia de tu vida. Por eso, aquí estoy a tu lado: con tu grito en mi boca, con tu herida de angustia en mi costado y tu anhelo de luz que me sofoca. Aquí estoy, para luchar contigo: por tu techo, tu pan y tu alegría; para velar el sueño de tu hijo, hasta que llegue el día.
Aquí estoy, con mi cartilla nueva de horizontes; mi libro de paisajes y caminos que sustancia la luz de una doctrina.
Mujer: es la hora precisa, de rescatar tu pan y tu sonrisa.
Del Rosal de Ayer
Soy la mujer raíz: vengo del tiempo en la forma secreta del aroma. Soy palabra del viento Sin idioma. Soy clamor vegetal que por el mundo, descubrirá tu voz de esfinge y sombra, en el sueño ligero de la alondra.
Presentí tantas veces en mi sangre, tus islas de corales y tus besos; que abandoné campiñas y rosales, para llamarte por extraños mares y en las rutas azules de los vagos espacios siderales.
Alguien dijo tu nombre una mañana, y no había más que el viento en mi presencia. Otro día, mientras todo era lumbre en el paisaje; vi tu cuerpo de fina transparencia, en la breve comarca de un celaje: era contorno de jazmín que huye, e inusitado acento de colina.
Por alcanzarte, Amor, alcé las manos a la luz y solo, la inmensa soledad habitó en ellas... Después, mil veces te llamé de tierra a cielo, y el eco resonaba en el vacío.
Sin embargo, yo sé que estas unido a mi destino; y que algún día la brisa del camino me traerá tu nombre... Yo sé que algún día, el sueño llegará cálido, excelso, a mi espera de siglos que reclama: hombre de estrella y de terrena llama.
Será de aroma el tiempo para amarte en el oro radiante de los trigos; en el vuelo sereno de los pájaros, y en la savia amorosa de los higos.
I yo estaré en la luz que el alba inicia: en todo lo que es paz, ternura y verso: !para poblar tus manos de caricias, para llenar tu vida de Universo!
Aunque te diga !adiós! dejo contigo: el canto de mi boca enamorada, y el clamor de mi sangre, desatada, hacia tu campo de dorado trigo.
Lejos de ti, ignoro si persigo el gozo de una estrella rescatada; o el dolor de una aldea abandonada sin estación floral ni viento amigo.
Buena o mala la ruta, !ya no importa! Soñé tan honda la ventura corta, que mi vida fue río desbordado.
Hoja al viento, velero sin destino: Va ciego el corazón por el camino, Y en un recodo, morirá cansado.
No sé si volverás. Pero te espero con la misma alegría de los arboles que esperan a la lluvia.
Será una mansa tarde de jazmines sonámbulos, y nubes detenidas en el aire. Ni un signo, ni el aroma de una rosa turbarán el momento prodigioso.
Nunca supe que hubiera un silencio más claro, que este de adivinarte las palabras, el día que regreses.
!Oh, imagen del retorno: dulce y profunda como el fruto, que sube desde la raíz hasta la rama, por la fuerza secreta del milagro!
Quizás, intentarás hablarme de distancias remotas y de sombras falaces obstruyéndote el paso.
Un gesto mío, y la inmensa ternura del encuentro suspendida en la brisa para decirte apenas: No sueñes, porque nunca te has ido de mi lado.
¿No ves el mismo parque derramado de esencias, y la canción redonda de las hojas que caen? La misma lluvia fina olvidada en la hiedra, por un ángel de espuma que alentó mi esperanza?
Entonces, me mirarás perplejo o con la gran certeza, de haber tenido un sueño de barco que regresa.
Una noche Yo tuve el Universo entre mis manos. I fuiste mi verdad simplificada en un trémulo río de caricias. I nos amamos sin palabras lo mismo que los arboles; lo mismo que las nubes que se encuentran por el cielo infinito.
La sombra nos cubría... I allá arriba, mil estrellas sin nombres. Comprendimos entonces lo inútil del sonido: la brisa, la voz de los insectos, el susurro tenaz de la espesura y de todos los seres el latido.
Solamente la sangre en nuestras venas con su canto de pájaro embriagado; solamente la gran voz del silencio en júbilo de nardo rescatado.
Nuestra ternura iba derramándose al viento sin fronteras, con ese impulso de las cosas pequeñas, que sin crecer se elevan como el ala.
Tu me besabas la risa al sabernos desnudos de palabras. I yo, con la misma tibieza de una lágrima, en la noche de marzo poblé tu soledad de llamas altas.
!Ah, si fuera eterno, ese dulce naufragio de palabras que tanto nos acerca! Pero algún día las voces surgirán a medirnos el tiempo, a traernos el nombre de un camino olvidado, a llamarnos muy hondo desde el propio silencio... Si siempre fuera este amor tan callado, como esas nubes blancas que pasan por el cielo sin saber que han pasado.
!No te vayas! A través de los cristales empañados, te llamará el sendero, y el agua dócil que lame las raíces, te pedirá que vuelvas. Pero yo te suplico: !Quédate a mi lado, hasta que cese de caer la lluvia, y concluya la infancia del jazmín. Espera que el rocío se evapore, que la rosa sonámbula de frío pierda su aroma; que se apaguen los trinos, y mueran en la noche los caminos.
!Quédate! Yo inventaré una estrella pequeñita, para alumbrar la inmensidad del ruego. Quédate a mi lado, simplemente, !sin pensar en nada! Como un niño pequeño que desata, su risa entre mis manos de alborada. I así: espera que pasen soles y tormentas; que regresen los ríos a sus cauces y se mueran de sed todos los mares... Quédate para siempre en la torre sonora de mis versos; hasta que Dios resuma su Universo, en el mundo secreto de los dos.
Se fue el sueño fugaz y alucinante tras la encendida carne de un lucero; el sueño que tuviera prisionero en el raro espejismo de un instante.
!Cuánto luché por verlo aquí constante, cerca del corazón: fragante alero! Pero agitó las alas y el sendero palideció de ausencia, calcinante.
!Conmigo ya no estás ni estarás nunca! El cielo sigue azul. La rosa trunca y en delirio tenaz porque te pierdo.
Mas, no importa que el astro arda lejano, si en el agua lo alcanzo con mi mano como tengo tu amor en mi recuerdo.
En Ritmo de Laurel, Jazmín i Llama
Para Ana María Campos
Heroína del alba y de la rosa: entre espadas y sangre, Tu corazón de fuego en fuego arde. ¡Cómo pasa tu nombre por la historia, en ritmo de jazmín, laurel y gloria. Cómo te rompe el viento los cabellos por llevarse un recuerdo de tu frente!
¿De qué roble es tu sangre, que viene caminando por el tiempo hasta la azul mañana de mi sangre callada y transitoria?
¿De qué piedra tus manos, y tu voz, de qué mar sin orillas que aún repite: "Si no capitula, monda". ¡Ay, Morales: tú te hundiste, y en claveles de sangre, repetida, cien veces va la voz de la heroína. Cien veces va desde el aroma al sueño; desde el látigo cruel hasta la aurora de los niños que juegan en los parques, con mariposas breves perdidas en el viento.
Cien veces que su voz parte del Lago hasta las aguas rotas de Hiroshima y Bikini. Después fue en Corea. -tierra del estrago- que con voz de niña cantó su amenaza sobre las cenizas. ¡Ay, Morales! I quién sabe mañana, por sobre cuántas islas destrozadas, y sobre cuantos ojos soterrados caminará su voz...
Heroína del viento y de la espiga: vendrá un día de paz y de pan para los hombres, las piedras se harán blandas para dormir la sombra, nuevas rutas azules descubrirán los pájaros; no habrá monedas viejas pudriéndose en los Bancos, el humo de las fábricas dibujará en las nubes tus lejanos cabellos.
Habrá un temblor de ríos nombrándote en las venas al levantar la brisa las alas de mi canto. I vendrás en la tarde con el primer lucero, hasta el júbilo suelto del Lago y cocotero. Contemplarán tus ojos los barcos en el puerto, y extenderás las manos sobre todas las cosas olvidando que has muerto. ¡Oh, recia Ana María: en esa tarde sola, con la sola presencia de los pájaros, del Lago y Primavera, dialogará la brisa con tu largo silencio de mujer imprecisa. ¡Oh, suave Ana María: la sombra de tu sombra soñando en la bahía!
El Héroe
El héroe era de fuego como un sol que se inflama. El héroe era de seda, de carne y de jazmín. Gallardo como un lirio que a los vientos proclama: ¡sus pétalos de espada, su cinto de frescura y su cielo de añil!
El héroe era de sangre, de tempestad y de gloria. Era de miel y espuma, de bronce y de laurel. Su alma toda era un canto de victoria, una ofrenda viviente a la patria doliente y a la hermosa mujer. Su alma toda era un flamear de banderas; y en las noches de insomnio y de azules quimeras, por su frente guerrera se paseaba un clavel.
Pichincha
Yo vi pasar al héroe con los ojos del tiempo: por campos de magnolias, por abruptos caminos, en corceles de espumas de sombra y de coral; a conquistar la lumbre de un astro peregrino, los ojos de una hermosa y la gloria inmortal.
Yo vi cómo fulgían los luceros de mayo en el alto de Pichincha, y encendían la sangre del joven Mariscal. I fue su arrojo inmenso, su estrategia fue un reto, una campana viva repicando en lo azul...
I, en el acerbo giro del polvo en los senderos, las huestes ya vencidas del incauto enemigo, -dispersas como alas por un viento fatal- caían y caían ante el asombro inmenso, de la nieve que viera cual un albo testigo: romperse mil espadas, y morirse mil brazos, y rodar muchas formas, hasta la sombra espesa de una noche total.
Ayacucho
Con los ojos del tiempo yo vi pasar al héroe; con su encendido ramo de espadas fulgurantes, su peto de bravura, su brida y su broquel. Cual panteras aladas vi pasar los caballos, rugiendo contra el viento las crines azuzadas por la aguerrida mano del bravo General. I los cascos volaban sobre las piedras duras y sobre los despojos de aquel sitio infernal. I las flores del campo suspendían los ojos, para ver más de cerca al joven Mariscal.
¡Diciembre, era Diciembre en la luz de Ayacucho, suspendido en un sueño de amor y libertad! Fue la vibrante hazaña que estremeció la entraña, y resonó en el alma de la patria querida cual límpido cristal! Fue el clarín de la gloria, que retumbo en la selva y en la América hispana de un modo colosal.
¡Diciembre, era Diciembre que mecía en sus brazos un sol de libertad!
Berruecos
Berruecos fue la sombra que cobijó su angustia, y arcángeles de brisa llorando ante su Abel. Al filo de las hojas la herida parecía: una rosa bermeja derramando en la tierra, su esencia de virtudes, su heroísmo y su amor.
Por la tristeza honda de aquel rumor agreste, y la raíz nutrida con su sangre y su vida: que venga de Berruecos un aroma celeste, a embriagarnos a todos de plácida emoción. Que venga, sí, en la copa de alguna flor silvestre, el rubí de su sangre transformado en canción
¡Que venga de Berruecos un pájaro que cante, la inmarcesible gloria de Sucre el inmortal; que bata sobre el Lago sus alas de diamante, y en esta noche clara, de evocación y gloria: ¡un astro en su pico aquí deje caer!
I nuestros corazones tendidos como alfombras: reciban el mensaje de paz y libertad; como en aquel Diciembre que se plasmó en la historia; con símbolos eternos de un eterno homenaje, a la gloriosa gesta del "Digno General".
De Rafael Urdaneta
"No dejo nada más en el mundo que una viuda y once hijos en la peor miseria". I algo más, "brillante General": una piedra infinita, como ninguna piedra de la tierra; porque es piedra vigente en nuestra historia, que escuchaba en silencio el rumor de tu sangre, el trajín de tus huesos, y la llama de tu carne crepitando de heroísmo en tus veinte batallas victoriosas.
"Brillante General": tus triunfos y tus sueños, tus rondeles de amor y tus hazañas vivirán con orgullo en muchos libros que la mano del tiempo romperá; pero tu piedra augusta estará para siempre en el Museo, custodiada en silencio por la sombra de Marte y de Belona. I no será más valioso a nuestra patria; el brillante más fino, o las piedras de Marte y de la Luna, que la piedra compañera de tu cuerpo. Piedra que fuera Tu sombra y tu dolor: con sabor de carne, con rumor de sangre, con fuego de héroe y llanto de hombre muy pobre y muy triste; por dejar sin techo, sin pan y sin lumbre, a tu gran Dolores y tus once hijos.
¡Maracaibo, Maracaibo, tierra de sol y de miel: en mis labios yo te traigo un romance de pasión! Déjame besar tu frente de palmeras susurrantes, déjame tocar tu veste de brisa leda y fugaz.
¡Qué lindas tus zapatillas de agua, de espuma y zafir; zapatillas cantarinas de las ondas al pasar! ¡Vamos de la mano, vamos, nuestro joropo a bailar; llévate el rumor del Lago y la gracia del palmar! ¡Verás! con ese donaire ¿Quién te podrá aventajar? ¡Qué baile dirán- qué baile, la bailarina del sol!
Doquiera yo iré contigo para contarles tu historia: Alonso de Ojeda, altivo conquistador español, se enamoró de una india piel canela, media noche su pelo, en constante lidia con la sombra del manglar.
El indio Mara y la Campos, esa heroína sin par; desnuda como los nardos, con claveles en la espalda sangrando a cada protesta. ¡Rompe el látigo su carne!
Mas, ¿qué importa? ¡Sol de fiesta finge un brillo de rubíes! I los ojos del jumento, van bebiéndose la pena, del camino largo y recto a la meta del suplicio. I Rafael Urdaneta, el gallardo Rafael, héroe de tantas batallas, alma de acero y de miel.
Tiene mi tierra de almendra, un relámpago en la frente, para alumbrar a los nautas en las noches de tormenta.
Maracaibo, siempre clara, con olor de madrugada; enciende el sol cuando pasa la llama de tus acacias. Pero sin querer lo digo: ¡tienes herido el costado, ay, Ziruma, muy adentro me está doliendo tu grito! Tu grito me esta doliendo Por el indio sin amparo, ¡que vuelva el Fray de las Casas con su ternura de hermano!
Un nudo de aves marinas estrangulan esa pena sobre los barcos del puerto. I siento que no me queda para cantar tu belleza, más que miel de la colmena lírica del bardo de Udón. ¡Mi Zulia, tierra querida, tierra de amor y de sol!
Del Huerto Inefable
Quiero sembrar mi corazón a la orilla del barranco, para que nazca una alegre y florida enredadera. Para que diga la gente que pasaba indiferente: ¡qué bello luce el barranco con su verde cabellera!
Quiero sembrar mi corazón a la orilla del camino, para que nazca una flauta con la apariencia de un pino. Para que abra en la tarde un jazmín de resonancias. Para que despierte el agua dormida de los esteros, y haga olvidar las distancias a los cansados viajeros.
Quiero sembrar mi corazón en el patio de la escuela, para que nazca una mata de esmeraldas y rubíes: ¡Verdes, verdes las ciruelas... Rojas, rojas las ciruelas! ¡Esmeraldas y rubíes en el patio de la escuela; para que todos los niños alcancen mi corazón, y beban mi sangre viva en el jugo agridulzón de las redondas ciruelas!
Mi infancia fue una infancia de caminos al Lago, de veredas al campo, a la paz de los días y a las noches plateadas por la magia lunar.
Mi infancia fue una orilla de conchas nacaradas; de menudos castillos en la arena dorada, que las olas borraban... borraban al pasar.
Recuerdo que la brisa subía por mis hombros, y hurgaba en mis cabellos con misterioso afán. Tal vez era prendiendo las luces del ensueño, de ensueños que más tarde se van sin retornar.
Yo conversaba entonces con las piedras y el viento, no sé de que simplezas que creía muy ciertas: del barco en lontananza de Simbad el Marino, de las rosas despiertas, de la estrella perdida en el fondo del Lago, de las hadas y el búho que canta en el palmar: porque cuando uno es niño todas las aves cantan, todas las cosas ríen y hay lobos en el mar.
Recuerdo las palmeras cual ronda de gigantes, meciéndose en un arco de lumbre matinal... Yo me empinaba toda en un esfuerzo inútil, y sus brazos alegres jamás logré alcanzar.
Desgreñada y descalza corría por las playas, sin pensar que algún día llegaría a crecer; sin pensar que los duendes, los magos y las hadas, se alejan en silencio cuando uno es mujer.
Tilín... tilín... Bajo la gracia de una nube mate, helados de vainilla y chocolate.
¡Qué cosa tan sencilla: niño y miel en el aire más cercano y un canto de cigarra entre las manos!
Parvada de muchachos en la vía, haciendo morisquetas a la dama que pasa, con ruidosos tacones y rizada peluca donde el sol se arrebuja en breves tonos. Mas, la escuela no abre todavía; pues la linda maestra con esmero retoca, sus dedos claros de lánguido jazmín. I siembra en cada uña media luna, y un grano de rubí que no retoña al riego de su risa carmesí.
Tilín... tilín... Se va en la brisa, de la joven maestra la sonrisa que abre la puerta y dice: ¡Buenos días, muchachos! Pasen, pasen a prisa. Abran todos el libro de lenguaje. Concluyan rapidito las tareas, pues vendrán otros ojos que las vean; porque voy a casarme y voy de viaje.
Todo pasa en un vuelo. Una gota de miel que cae al suelo, es delicioso mar para la hormiga.
Tilín... tilín... En el ruedo fugaz de la mañana, se borra en la distancia la campana.
No sé si tengo en las manos el corazón de la lluvia, el aroma de una rosa o la mirada de Dios.
Casi siento que en un vuelo se van mis manos pequeñas, por los lindes infinitos de una infinita ilusión.
Quisiera tocar con ellas todas las aves dormidas, para el milagro del canto en las gargantas sin luz.
¡Qué no se rompan mis manos cuando en ellas nazca el día, porque las siento más finas que los cristales del río!
He de tenerlas muy puras para jugar con los niños. He de tenerlas muy altas para el mensaje de Dios.
¡Quien se hubiera quedado, en aquella comarca medio oculta en la sombra de los pinos! En aquella comarca, donde el agua del río transparenta las penas, porque todas las gentes son sencillas y buenas.
¡Ese mundo pequeño, donde no llega la prensa ni se ven los fusiles, el petróleo, Corea, ni los muertos por miles!
Quien se hubiera quedado en aquella comarca, donde el maíz de oro su júbilo da al viento en apretado coro.
Apenas rompe el aire un vuelo de trupiales, y el canto de los hombres en los cañaverales.
¡Quien se hubiera quedado como una simple hermana, haciendo el pan de trigo al lado de es gente que en mis cantos bendigo! Pero soy una brizna a quien la vida empuja. I prosigo... prosigo contra todas mis ansias, hacia el torpe bullicio de la ciudad insana.
Estrella mía: yo sé que estás lejana, que nos separan mundos y más mundos pero Dios nos hermana.
Con serena constancia, venciste lo imposible y la distancia, para darme el camino, el paisaje y la risa; para darle a mis sueños transparencias de brisa, una altitud de nube y la gloria del trino.
Te quedaste vacía por darme tu ternura, y por darme tu lumbre también quedaste oscura.
¡Qué altiva y poderosa, y por mí tan sumisa: que renunciaste a todo por una simple Rosa!
Hoy no tengo ya nada que pedirle a la vida, si fuiste en mi destino la promesa cumplida.
¡Gracias, estrella mía, gracias, mi estrella buena: por hacerme la vida tan grata y tan serena, y por llenarme el alma de tanta poesía!
¡Gracias, mil veces gracias! |
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