ORACIÓN A MI PADRE

¡Oh, mi padre!, te imploro y no respondes
cuando siempre acudiste a mi reclamo;
y en la lóbrega fosa en que te escondes
me imagino que vives, y te llamo.
¡Surge!, ¡escúchame!, ¡cura mi tristeza!.
Con tu voz elocuente dame brillo.
Vuelve a ungir con tus besos mi cabeza,
y estréchame en tus brazos padre mío.

Con un destino adverso, siempre en guerra,
ya zozobra la barca en que navego;
y sin fe ni esperanzas en la tierra
buscando amor a tu sepulcro llego.
Quiero tu bendición y tu consejo.
Me faltan tu ternura y tu cariño.
Y yo, que para los jóvenes soy viejo,
sigo, para llorarte, siendo un niño.

Extiende y dame la sagrada mano
que fuera mi sostén, mi sol, mi vida.
Que tras los años de orfandad no queda nada
en la fosa que te guarda muda.
¿Por qué tu voz me finge la arbolada
en esta gran soledad desnuda?

Y el cielo azul con esplendente brillo
me finge tus miradas, y te veo,
y me conmuevo, y lloro, y me arrodillo.
Es que tú vives en mí, nada ha borrado
tu recuerdo en el fondo de mi mente.
Tu cuerpo huyó, tu espíritu ha quedado
a mi espíritu unido eternamente.

Me apartas de la senda peligrosa.
Me encaminas al bien, firme y sereno.
Y como fue tu muerte tan hermosa,
para que muera así me tornas bueno.
En mis noches de insomnio y amargura
con invisibles alas has venido,
y en el ambiente de mi alcoba obscura
te he mirado pasar sin ser sentido.

He soñado feliz en esos días
de la ardorosa juventud pasada,
cuando el hogar completo presidías
llenándolo de luz con tu mirada.
Hoy, nada queda en pie.  Ya está desierto
el nido antes alegre y envidiado.
Miro a mi alrededor y ya está muerto
cuanto fue más amante y más amado.

Los que aun aquí para luchar seguimos,
vemos en ti el amor de los amores.
Y a tu sepulcro con afán venimos
a dejar nuestro llanto y nuestras flores.
Sin mancha esta la sacrosanta herencia
que nos legaste ayer;  y nuestro anhelo
es cruzar como tú por la existencia,
no mirando al barro, sino al cielo.

Y si al fondo de la fosa que te encierra
esta mezclado el polvo de tus huesos,
¡déjame pegar mis labios a esta tierra,
y cubrirla de lágrimas y besos!,
¡déjame reclinar la frente herida
es este blanco mármol de llamarte,
y sonar otro mundo y otra vida
en la que pueda verte y abrazarte!.

¡Déjame delirar! y a nadie asombre
esta santa locura del cariño,
porque son sagradas las lagrimas del hombre
cuando las derrama con la fe de un niño.


Cuando el Amor Vence al Odio Inicio Mi Papá
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