El nuevo y espectacular Museo de Antropología de la Universidad Veracruzana, en Jalapa, guarda en amplias salas y luminosos patios el enigma y la grandeza de las antiguas culturas del Golfo de México. Las colosales cabezas olmecas o la finísima cerámica totonaca justifica, por sí solas, una visita a este magnífico centro cultural.
Apenas traspone las puertas de cristal del Museo de Antropología
de Jalapa, el visitante se encuentra frente a una de las monumentales cabezas
olmecas, quizá el más acabado testimonio de grandeza de esta
cultura, considerada la madre de todas las que luego poblaron Mesoamérica,
y cuyos orígenes y formas de vida se pierden en los laberintos de
la historia.
Envueltas en el misterio, estas colosales esculturas están
ligadas al centro ceremonial de La Venta, en Tabasco, y fueron localizadas
en San Lorenzo Tenochtitlan, Veracruz, abandonadas en una barranca donde
permanecieron durante siglos, a merced de la intemperie y los saqueadores
de tesoros.
Nadie puede asegurar qué personajes representan: quizá
retratan a gobernantes de aquellas primeras pero refinadas poblaciones
costeras, o tal vez son testimonio de los jugadores vencidos en el juego
de pelota, originario del pueblo que habitó en La Venta.
Poseedores de una cultura muy desarrollada, los olmecas fueron pioneros
en muchos campos: idearon las primeras formas de escritura, consistente
en glifos, y realizaron las más antiguas anotaciones astronómicas
y calendáricas, por lo que se ha podido fechar buena parte de sus
estelas y esculturas; también instituyeron el símbolo del
jaguar, cuya imagen plasmaron en cientos de sus obras, y pasó luego
a otras regiones de México.
Las culturas del Golfo, sin embargo, no se reducen a la olmeca, y el
director del Museo de Antropología, maestro José Luis Melgarejo
Vivanco, es el primero en señalarlo. Apasionado investigador desde
hace más de cincuenta años, este pionero de la arqueología
y la antropología mexicanas pertenece al reducido grupo de hombres
que, como Alfonso Caso, Ignacio Marquina Barrera y Eduardo Noguera Auza,
abrieron a punta de machete los primeros caminos para el conocimiento de
las culturas prehispánicas.
"Cuando Cortés llegó, vivían en estas tierras
cuatro grandes naciones –explica: la huasteca (desde Tampico hasta el río
Cazones), la totonaca (desde ahí hasta el río de la Antigua),
la pinome (asentada en la margen izquierda del Papaloapan) y la olmeca
o popoloca (desde esa zona hasta el río Coatzacoalcos)."
Tal variedad de culturas, algunas de las cuales se remontan a 1,500
años antes de nuestra era, está vívidamente expuesta
en este museo, inaugurado hace poco más de tres años [1986]
en el mismo sitio donde funcionó el viejo y extinto edificio de
salas circulares y en cuyos jardines se exhibía, a la intemperie,
la mayor parte de la colección, incluyendo las cabezas olmecas.
El museo está dividido en salas dedicadas a los olmecas, Remojadas,
EL Tajín, totonacas, Higueras y El Zapotal, y en breve se habilitarán
las de antropología física y etnografía, que enriquecerán
aún más la exhibición.
Las salas están comunicadas entre sí por una larga y
luminosa galería que enlaza el conjunto y le da continuidad mientras
desciende siguiendo la pendiente del terreno. La museografía es
austera y my didáctica, lo que permite al público no especialista
tener contacto directo con las obras de arte expuestas. Esculturas de piedra,
máscaras de jade, figuras de terracota, vasijas de cerámica
policroma, ofrendas funerarias, instrumentos musicales, altares y motivos
religiosos se orden en los amplios salones para desplegar las peculiaridades
de cada cultura a lo largo de su historia.
Pese a lo que conmúnmente se cree, las culturas del Golfo alcanzaron,
en aquellos tiempos remotos, altos niveles de sofisticación y un
sentido artístico comparable, y a veces superior, al que más
tarde habrían de alcanzar los pueblos del Altiplano mexicano. Tal
es el caso de la cultura Remojadas (800-200 a.C), o la de Tajín
(600-900 d.C.), cuyas manifestaciones muestran una gran dedicación
y cuidado, como en el caso de las figuras de terracota coloreadas con toques
de chapopote o las famosas "caritas sonrientes", una colección de
pequeñas imágenes en las que la risa y la alegría
de vivir hablan de un mundo casi idílico.
"Las culturas del Golfo son muy distintas de las del Altiplano –señala
el maestro Melgarejo Vivanco--, porque las geografías son distintas
y el hombre es un producto de su medio. En el Altiplano el paisaje es más
árido y seco, así que promueve pueblos más vigorosos,
más solemnes e imponentes. Los totonacas, en cambio, instalados
en el cálido centro de Veracruz, con una gran riqueza en todos los
órdenes, se permitieron el lujo de la alegría de vivir, de
la risa, de la música. Pudieron concederse el placer de un arte
preciosista y barroco. Los olmecas, sobre todo con sus grandes esculturas,
también se han hecho perdurables por la delicadeza de su arte".
Quizá el huasteco fue el pueblo que alcanzó el menor
desarrollo de la región, porque, asentado en la zona norte de la
costa, tuvo que cumplir un papel especial. "Es que allí se encontraban
pueblos de baja cultura, recolectores y cazadores –explica el especialista
veracruzano--, que irrumpían constantemente desde lo que llamamos
la Aridoamérica. Los huastecas, por lo tanto, dedicaron muchas energías
a rechazar esas presiones, tal como una guardia fronteriza, y eso les dio
una menor oportunidad de dedicarse a las actividades culturales".
A pesar de ello, tanto los huastecas como los demás pueblos
del Golfo influyeron grandemente en el Altiplano y más allá,
hasta Guatemala y el estado de Guerrero, en el Pacífico, donde numerosos
restos arqueológicos muestran los motivos clásicos de los
olmecas más antiguos, como el culto al jaguar y el juego de pelota.
"Los huastecas fueron los primeros en irrumpir en la Meseta Central
–apunta el maestro Melgarejo Vivanco--, y a ellos les pertenece el centro
ceremonial de Cuicuilco. Cuando este asentamiento decae, los totonacas,
otro grupo de la costa, se aposentan en el valle de México y fincan
en Teotihuacan, cerca del año 40 a.C.".
Desafortunadamente, así como el clima benigno fue el alimento
que nutrió el desarrollo de estos pueblos, también fue inmisericorde
con sus ciudades y su arquitectura. Hasta donde se sabe, los edificios
olmecas fueron levantados con lodo y madera sobre cimientos de piedra,
y pocos testimonios quedan de aquellas construcciones. De los totonacas,
por fortuna, sobrevivió el bellísimo centro de El Tajín,
cerca de Papantla, Veracruz, con su pirámide de 365 nichos rituales
que, representando cada uno de los días del año, hablan de
un conocimiento astronómico y matemático avanzado. En el
Museo de Antropología de Jalapa, junto a la sala totonaca, se exhibe
una maqueta de El Tajín, que permite advertir no sólo la
habilidad y la estética de este pueblo, sino el terrible esfuerzo
que significó desplazar grandes volúmenes e piedra, a través
de ríos y pantanos, desde considerables distancias.
Esta misma naturaleza, fértil y exuberante, también sirve
de marco a la obra del hombre antiguo. El recorrido por el museo comprende
el acceso a tres grandes y coloridos patios cubiertos, donde se exhiben
varias piezas de la colección junto a la rica vegetación
tropical, que incluye una amplia variedad de plantas y flores autóctonas,
identificadas con cédulas para que el público conozca sus
nombres.
Considerado por los especialistas como el segundo museo de antropología
más importante del país después del de Chapultepec,
el de la Universidad Veracruzana es un modelo de incomparable interés
no sólo por las riquezas que exhibe, sino también por el
edificio que las alberga y la cuidada museografía que las valora
y destaca.
Fornidos olmecas, habitantes primitivos de La Venta, Tres Zapotes,
Cerro de Las Meses y San Lorenzo Tenochtitlan; totonacas refinados, constructores
de El Tajín y consumados ceramistas; hombres de la cultura Remojadas,
minuciosos escultores y creadores de una estética incomparable;
aguerridos huastecas, rústicos defensores de fronteras: disímiles
manifestaciones viven, reunidas bajo un mismo techo, como testimonio de
todas las culturas que habitaron estas vastas tierras costeras.
Desde lo alto de la galería que da continuidad a las salas del
Museo de Antropología de Jalapa, construido según el diseño
de Edward Durell Stone, de un despacho neoyorquino, la vista es emocionante.
Ahora, mudos e impasibles se alinean los ídolos y las esculturas
que un día fueron motivo de veneración, los cántaros
que contuvieron el agua, los yugos que protegieron a los jugadores de pelota,
las ofrendas que acompañaron el viaje de los muertos y los instrumentos
musicales que alegraron el tránsito de los vivos.
El Museo de Antropología de la Universidad Veracruzana, en Jalapa,
es un sitio de visita obligatoria para todos aquellos que se interesan
por la historia y la cultura de México, o simplemente para quienes
aman el arte y la vida.
Dino Rozenberg
Este artículo se publicó en la revista Mundo Plus, en
octubre de 1989, con excelentes fotografías de Jorge Contreras Chacel.
El motivo de publicar este texto aquí, aparte del interés
por la cultura de México, se explica por las maravillosas cerámicas
que produjeron estas culturas costeras en tiempos remotos. Las piezas no
son monumentales, al contrario, son de formato pequeño. Están
hechas con la técnica de pastillaje, es decir aplicación
de piezas y accesorios, modelado con pequeñas herramientas, barbotina,
lo que todos sabemos sobre este recurso. Aunque las cabezotas olmecas impresionan
mucho, las cerámicas son preciosas, íntimas, personales.
Las piezas de Remojadas son increíbles, de una gran belleza plástica,
y las figuras humanas están modeladas con gran detalle, hasta dejar
traslucir cierto "carácter" o personalidad del modelo.
Un aspecto curioso no se publicó en el artículo, pero
aquí podemos incluirlo. En la colección totonaca hay una
serie de pequeñas piezas en barro rojo-amarillo, con retoques y
adornos pintados con chapopote, es decir petróleo nativo.
Esto no tiene nada de raro: Veracruz es una rica zona petrolera, y en muchas
partes del estado hubo charcos o afloramientos naturales de aceites y chapopote
(es un aceite espeso y oscuro, como para impermeabilizar techos o embarcaciones).
La verdaderamente curioso es que estas piezas retratan a hombres muy
diferentes a los de las culturas mexicanas: narices aguileñas, frentes
despejadas, bigotes. Si uno ve al llamado "hombre de la diadema" diría
que es un señor español o italiano, serio y hasta un poco
cómico, con una especie de diadema o arco sobre su cabeza, una aplicación
en la frente y un abundante bigote debajo de la nariz aguileña,
fina y triangular. Melgarejo Vivanco nos dijo que estos retratos pertenecen
a una forma racial que no existe ni existió nunca en esa zona de
México, y que la única explicación que podía
dar era que se trataba de sujetos de origen semita o europeo que habrían
llegado a América antes que los españoles, incluso antes
que los vikingos, que tomaron contacto con estos pueblos y luego desaparecieron.
Como la teoría nos pareció un poco arriesgada, consultamos
a nuestros amigos en el Instituto Nacional de Antropología. Nos
dijeron que la hipótesis era descabellada, que podía tener
otras explicaciones (pero que no nos las dieron) y que en esta materia
no había que creerle mucho al viejo maestro veracruzano. Por eso
preferimos eliminar el comentario. Ahora lo dejamos al aire, a ver qué
opinan ustedes.
Para abundamiento, aquí un extracto de lo que dijo Melgarejo
Vivanco, y que no publicamos entonces:
"Sin querer, la arqueología veracruzana ha venido encontrando
elementos extraños, y por verdadera honradez científica,
los investigadores lo anotaron aunque chocaba con el conocimiento aceptado
que se tiene de las culturas mexicanas. En Acayucan, Catemaco y otros sitios
se encontraron los llamados graneros olmecas, que luego resultaron
exactamente iguales a otros que se construyeron en Africa Occidental. Otro
caso es la danza "del malilo", que tiene su origen en la guerra de Mali
y Dahomey, en Africa, y que podría ser el origen del carnaval jarocho
(los hombres se disfrazan de mujeres y representan a las amazonas).
Hacia 1,200 a.C. los huastecas, que eran mayas, parecen haber recibido
un impacto semita, quizá del reino de Saba, porque su religión
y otros aspectos resultan derivadas de un grupo semita. Esto es lo que
puede explicar estos retratos tan especiales."