Vitrales: arquitectura de luz
por Dino Rozenberg
Los vitrales emplomados, un arte que se remonta a la Edad Media y que ha tenido en México ricas manifestaciones, resurge con nuevos bríos para ocupar un destacado lugar en la arquitectura y la decoración contemporáneas.
Todos hemos disfrutado alguna vez de la fiesta de luz de un vitral artístico:
la mayoría de ellos están instalados en templos y antiguos
edificios religiosos, pero muchos otros adornan construcciones públicas,
hoteles, museos, restaurantes y residencias particulares.
Las primeras vidrieras coloreadas fueron hechas en Europa en el siglo
XI, para la catedral de Augsburgo, per las más célebres,
inigualadas todavía a pesar de los años transcurridos, datan
de los siglos XII y XIII: son las que iluminan las catedrales francesas
de Chartres y Saint Denis, y la Sainte Chapelle de París. Se trata
de vitrales de una belleza sin par, construidos con decenas de miles de
pequeños fragmentos de vidrios de colores, en los que se representan
escenas bíblicas y pasajes de la vida de Cristo o los santos
de la Iglesia. En aquellos tiempos, cuando la lectura era privilegio de
los nobles y los libros verdaderas rarezas, estos vitrales tenían
no sólo un fin decorativo sino también educativo: era la
forma en que los fieles podían rememora, una y otra vez, los momentos
culminantes de la historia cristiana.
Antes y ahora, los vitrales se construyen con piezas de vidrio pintado
o coloreado, a veces de formas regulares, otras asimétricas, unidas
entre sí por una cañuela de plomo en forma de "H",, que sujeta
los vidrios por ambos lados. De ahí el origen del término
"emplomado".
En tiempos pasados, los trozos de vidrio eran pequeños y la
gama de colores limitada, debido a los escasos conocimientos técnicos.
Muchas veces, para superar estas restricciones, los vitralistas completaban
las imágenes pintando con óleo sobre el vidrio, con lo que
podían detallar los rostros, los ropajes y otros rasgos de los personajes
o paisajes representados.
Aunque la mayoría de los vitrales de antaño se colocaron
en las iglesias, otros adornaron edificios públicos y casas palaciegas,
y en estos casos los motivos eran civiles: dibujos heráldicos, escenas
de leyendas, pinturas bucólicas, motivos guerreros o temas de caballería.
Con el andar del tiempo y los progresos técnicos, los vitrales
europeos, y también los que luego se instalaron en América,
se pudieron hacer con planos de vidrio más grandes, gruesos y traslúcidos,
y en una mayor variedad de colores, que incluía los muy buscados
tonos rojo rubí y amarillo de plata. Así, el vitralismo ganó
en brillo y variedad, lo que se puede observar, por ejemplo, en la catedral
de Milán, que data del siglo XV, donde aparecen todavía enriquecidos
por los pinceles de talentosos pintores renacentistas.
Una vez que las grandes catedrales góticas estuvieron terminadas,
tanto la arquitectura civil como la religiosa buscaron otros caminos y
los vitrales fueron relegados a un segundo plano. Así, los vitralistas
perdieron terreno ante los pintores y los grandes ventanales de iglesias
y palacios se cubrieron ya no con emplomados artísticos sino con
sencillas cristalerías planas, cuando mucho adornadas con alguna
guarda o dibujo geométrico. La historia sagrada, por su parte, pasó
a representarse sobre los muros, en las bóvedas, y sobre telas o
tablas que luego se colgaban en los altares y retablos.
Los años del esplendor de los vitrales nunca regresaron, pese
a que hubo varias iniciativas interesantes. En el siglo pasado, la fábrica
de porcelanas de Sévres abrió un taller de vitrales y contrató
a pintores de la talla de Ingres y Dellacroix para que diseñaran
los cartones. En Inglaterra, un poco más tarde, William Morris realizó
vitrales para uso eclesiástico y doméstico con dibujos de
los pintores Rossetti y Burne Jones, pero estos intentos no pasaron de
ser flamazos aislados que no hicieron escuela.
Quizá el resurgimiento más notable del vitralismo tuvo
lugar a fines del siglo XIX y plrincip8ios del XX, cuando el movimiento
artístico denominado art nouveau encontró en los vitrales
un medio que se prestaba estupendamente para su s estilizadas representaciones
de figuras femeninas, flores y motivos de ramas y hojas envolventes.
Louis Comfort Tiffany, un diseñador y decorador norteamericano,
hizo probablemente el mayor aporte, al introducir un nuevo tipo de vidrio
iridiscente, de bellos colores y acabado satinado. Diseñó
y produjo muchas lámparas de mesa, famosas por sus motivos de nenúfares
y magnolias, donde el vidrio empleado cobra aún más vida
gracias a la luz eléctrica. También creó obras, que
incluye tanto objetos de uso cotidiano como piezas de gran tamaño.
Una magnífica prueba de estas últimas es el maravilloso
telón de vidrio que todavía decora y cubre la boca del escenario
del teatro del Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México,
que es uno de los más grandes del mundo y fue regalado a nuestro
país. El diseño del telón, que reproduce el valle
de México con los volcanes al fondo, se debe al talento del pintor
mexicano Gerardo Murillo, el Dr. Atl.
La técnica del vidrio llegó a estas tierras mucho antes,
tal como lo demuestran los documentos coloniales: en 1542, un español
llamado Rodrigo Espinosa instaló en Puebla el primer taller para
fabricar vidrio soplado. Después siguieron otras fábricas,
principalmente las que los artesanos europeos abrieron en Texcoco y Guadalajara,
varias de las cuales todavía subsisten.
A pesar de que el vidrio mexicano era de muy buena calidad, muy pocos
vitrales se hicieron durante la época colonial, y los pocos que
se instalaron fueron traídos de Europa.
A mediados del siglo pasado, y sobre todo después de 1870 mejoró
el panorama. Claudio Palandini, dueño de una tienda de muebles y
accesorios de decoración en la ciudad de México, abrió
un taller de vitrales, del cual salieron muchos de los mejores que se hicieron
durante el Porfiriato, como los del antiguo edificio de la Tesorería
(hoy desaparecido), el Salón de Embajadores del Palacio Nacional,
el Castillo de Chapultepec, el Palacio de Gobierno de Guanajuato, la antigua
escuela normal de Xalapa y el famoso Casino de Mérida. También
de esos años data el monumental plafón de lo que fuera el
Centro Mercantil, ahora convertido en el Gran Hotel de la ciudad de México,
de la cadena Howard Johnson.
Esta cubierta es de estilo art nouveau y fue diseñada en Nancy
por Jacques Gruber: las piezas se armaron en México en 1908, y ahí
está todavía para asombro de los visitantes, con sus tres
óvalos y su prodigiosa geometría de formas florales. También
en ese edificio son dignos de verse los elevadores, cubiertos con hermosos
vitrales y que producen la impresión de entrar en un espacio mágico
o en el fondo del mar.
Otros vitrales salieron de los talleres de la familia Derflingher,
sitos en la ciudad de México. Oriundos de Alemania, donde se dedicaron
a la fabricación de vidrio soplado durante generaciones, los Derflingher
bien pronto hicieron fortuna en Texcoco, donde llegaron a mediados del
siglo pasado y adquirieron la fábrica El Crisol, la más antigua
de todas y que aún sigue trabajando.
Los trabajos de Palandini y los Derflingher, sin embargo, no alcanzaron
a crear una verdadera escuela y , con el estallido de la Revolución
de 1910, toda la experiencia adquirida estuvo a punto de perderse completamente.
Pasaron muchos años antes de que la familia Marco volviera a encender
el interés. Víctor Marco, uno de los más talentosos
vitralistas mexicanos de este siglo, diseño los ventanales de la
antigua basílica de Guadalupe, y su hijo, del mismo nombre, heredó
sus conocimientos y su destreza en la fabricación del vidrio y la
creación y composición de vitrales emplomados.
Todos estos intentos alentaron la supervivencia de este arte a pesar
de los obstáculos, y justo es admitir que prepararon el camino para
una nueva generación de vitralistas, jóvenes creativos y
apasionados, que descubrieron las inmensas posibilidades estéticas
del vitral y que han enriquecido su arte con la tecnología moderna.
Armonía Ocaña, aunque nació en Francia y se crió
en España, llegó a México con la emigración
española de la posguerra y durante más de 20 años
se dedicó a la pintura y la danza. "Nací al arte a través
de la pintura –dice--, pero me enamoré de los vitrales cuando vi
los de la catedral de Notre Dame, en París". En 1977, durante un
viaje a los Angeles, asistió a una exposición de vitrales
y lámparas de Tiffany, y se impresionó tanto que decidió
que eso era lo que quería hacer en el futuro.
"Regresé a México con la idea de que, habiendo aquí
una gran tradición vidriera, como la de Texcoco o Guadalajara, también
tendrá que haber vitralistas con quienes aprender el oficio". La
realidad fue que los vitralistas eran bien escasos. Finalmente dio con
Víctor Marco hijo y durante dos años estudió a su
lado la técnica del manejo del vidrio, los esmaltes, las grisallas,
la forma de diseñar y elaborar un vitral emplomado. Más tarde,
en la Universidad del Vidrio, en Seattle, profundizó en otras técnicas
contemporáneas, como el arenado o sand blast.
Por su arte, Salvador Pinoncelly, arquitecto, pintor y dibujante mexicano,
también se acercó al atractivo mundo del vitral y ha realizado
con esta técnica numerosas obras, principalmente en restaurantes,
edificios públicos y de oficinas y en casas particulares. Su exposición
en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, y la más reciente en
la Galería Metropolitana de la UAM, han servido para llamar la atención
sobre las posibilidades que el arte moderno puede encontrar en este viejo
oficio medieval.
Armonía Ocaña y el arquitecto Pinoncelly coinciden en
que para ser vitralista primero hay que se dibujante y pintor. "Me pregunto
cómo puede alguien crear algo bello en vidrio si no es capaz primero
de ponerlo sobre papel o tela –señala Armonía Ocaña--.
Unicamente puede hacerlo quien se dedica a ser copista, es decir, quien
copia los diseños de otro".
El arquitecto Pinoncelly es un dedicado artista del vitral, que admite
cuidar personalmente cada detalle en la realización de sus obras:
"Casi siempre se hacen sobre pedido y tienen un espacio predeterminado.
Los vitrales emplomados -afirma—se hermanan con la arquitectura precisamente
porque ella es la que les fija su lugar, su dimensión, el tipo de
luz que deberán filtrar a lo largo del día. No es igual que
un ventanal esté orientado al sur que al norte, que reciba más
luz durante la mañana que por la tarde".
Armonía Ocaña coincide: "Siempre estudio el sitio donde
se va a instalar el vitral, porque lo más importante, su esencia,
es el reflejo del color y la luz. No hay nada más bello que el movimiento
y los cambios de tonalidad de un vitral a lo largo del día y conforme
cambian las estaciones, la altura del sol o el color de la luz".
Un vitral es una obra de arte cambiante, casi cinética, que
varía según la luz que recibe y puede reflejar, como dice
la señora Ocaña, distintas emociones: "Hay ciertas horas
del día en que el vitral encuentra su plenitud, cuando la luz le
extrae los mejores destellos, toda su vitalidad y colorido. Cuando está
nublado, en cambio, el vitral puede ponerse triste, nostálgico.
La luz es un alimento muy rico".
Un paseo a través de la luz
Vitrales mexicanos
Además de los vitrales mencionados en el texto, que pueden visitarse
fácilmente, a continuación ofrecemos una lista de otros que
también son dignos de verse.
De estilo art nouveau puede ver ejemplos domésticos en el Museo
de Cera de la ciudad de México (Londres 6 esquina Berlín),
y en Mérida 98 esquina Tabasco.
Si le interesan vitrales contemporáneos, puede visitar el Jardín
Botánico de la ciudad de Toluca, donde Leopoldo Flores Valdez realizó
una inmensa obra llamada Cosmovitral. El conocido artista Mathias Goeritz
es autor de los vitrales de la catedral metropolitana, de los de la iglesia
de San Lorenzo (Belisario Domínguez y Allende) y de los que cubren
las pequeñas ventanas de la catedral de la ciudad de Cuernavaca,
magníficamente restaurada.
Además, dos iglesias en Polanco ostentan grandes vitrales: la
Capilla Francés (Homero casi equina Periférico) y la iglesia
de San Ignacio de Loyola., en Horacio y Moliere. Hay vitrales atribuidos
a Vasarely en la iglesia de Bosques de las Lomas, también en la
ciudad de México.
Armonía Ocaña realizó el vitral del bar en el
Hotel Monte Taxco, en esa ciudad, así como los que se encontraban
en Plaza Pali, y cuyo destino se desconoce.
Salvador Pinoncellly, por su parte, es autor de los que adornan la
Dirección de Arqueología del INAH, Licenciado Verdad 3, Centro
Histórico, las oficinas de Editorial Trillas, en Río Churubusco
385, y el Museo Nacional de la Estampa, en Plaza de la Santa Veracruz,
también en el Centro Histórico y frente a la Alameda Central.
Este artículo se publicó en la revista Mundo Plus, en la ciudad de México, en noviembre de 1990, y se acompañó con extraordinarias fotografías de nuestro buen amigo, el fotógrafo Jorge Contreras Chacel.