Revista Quevedo, Ofrendas al Conde

OFRENDAS AL CONDE

 

"NO IMPORTA DÓNDE ME PONÍA A ESCARBAR EL SUELO ESPERANDO QUE TÚ SALIESES"

 

No importa dónde me ponía a escarbar el suelo esperando que tú salieses

Yo apartaba las casas y las florestas para ver detrás

Y era capaz de quedar toda una noche a esperarte, puertas y ventanas abiertas,

Frente a dos vasos de alcohol que no quería tocar.

Pero tú no venías,

Lautrèamont.

En torno mío morían vacas de hambre ante los precipicios

Y volvían obstinadamente el lomo a las más herbosas praderas,

Los perros desertaban América mirando tras sí

Porque ellos hubieran querido hablar antes de partir

Librado a mi soledad sobre el continente,

Yo te buscaba en el suelo, donde los encuentros son más fáciles.

Uno se para en la esquina de una calle, el otro llega rápidamente.

Pero aun así tú no venías,

Lautrèamont.

Con tu rostro de hombre.

Detrás de mis ojos cerrados.

Yo te encontré un día a la altura de Fernando de Noronha,

Tú tenías la forma de una ola, pero más verídica, más circunspecta,

Y enfilabas hacia el Uruguay en pequeñas jornadas.

Las otras olas se apartaban para mejor saludar tus desgracias.

Ellas no viven sino doce segundos y no marchan sino a la muerte

Se te daban por entero,

Y tú fingías desaparecer como ellas,

Porque ellas te creían en la muerte su camarada de promoción.

Tú eras de esos que eligen el océano por domicilio como otros duermen bajo los puentes

Y yo, yo ocultaba tus ojos detrás de unas gafas negras

Sobre un paquebote en que flotaba un olor a mujer y a cocina.

La música subía a los mástiles, furiosos de verse mezclados a los toqueteos del tango,

Tenía vergüenza de mi corazón donde brotaba la sangre de los vivos

Mientras que tú estás muerto desde 1870 y privado del líquido seminal

Tomas la forma de una ola para hacer creer que esto te es igual.

El día mismo de mi muerte yo te veo venir a mí.

Tú deambulas favorablemente los pies desnudos en los altos terrones del cielo.

Pero apenas llegado a una distancia conveniente

Tú me arrojabas uno a la cara,

Lautrèamont.

 

JulesSupervielle

(Uruguay, 1884-1969)

 

EL GRAN SOCORRO MORTIFERO

La estatua de Lautrèamont

Con zócalos de sellos de quinina

En campo raso

El autor de las Poesías está acostado boca abajo

Y cerca de él vela el helodermo sospechoso

Su oreja izquierda pegada al suelo es una caja con vidrieras

Ocupada por un relámpago el artista no ha olvidado de hacer figurar por encima de él

El globo azul cielo en forma de cabeza de Turco

El cisne de Montevideo cuyas alas están desplegadas y siempre prontas a agitarse

Cuando se trata de atraer del horizonte a los otros cisnes

Abre sobre el falso universo dos ojos de colores diferentes

El uno de sulfato de hierro sobre el enrejado de pestañas el otro de barro diamantino

Contempla el gran hexágono en forma de embudo en el que se crisparán bien pronto las máquinas

Que el hombre se encarniza en cubrir de vendajes

Reaviva con su bujía de radio los fondos del crisol humano

El sexo de plumas el cerebro de papel aceitado

Preside en las ceremonias dos veces nocturnas que tienen por fin sustracción hecha del fuego

intervenir los corazones del hombre y del pájaro

Yo tengo acceso a él en calidad de convulsionario

Las mujeres arrobadoras que me introducen en el vagón acolchado de rosas

Donde una hamaca que cuidaron de hacerme con sus cabelleras me está reservada

De otra eternidad

Me recomiendan antes de partir no resfriarme en la lectura del periódico

Parece que la estatua cerca de la cual la grama de mis terminaciones nerviosas

Llega a destino es afinada cada noche como un piano

 

Andre Breton

(Francia, 1896-1966)

Traducción: César Moro

 

 

ACERCA DE LAUTRÈAMONT

Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba

Como despejándose del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no

Con peces. Los peces se habían ido. Estaba acostado en el mar. Yo

Caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautrèamont, Lautrèamont, le

dije, soy Fijman.

Y él me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el

Mar, porque los dos habíamos sufrido en la tierra. Pero no lloramos.

Nos abrazamos. Después quedamos en silencio.

 

Jacobo Fijman

(Argentina, 1898-1971)

 

ODYSSEAS ELYTIS CUENTA A LAUTRÈAMONT

"Me aterra aún ese adolescente, con el rostro desconocido para siempre, que un día partió de las costas de Montevideo atravesando los mares como a sus grandes sueños, llenando su alma, insaciada de nacimiento, con viento oceánico, para dar fin a su corta vida en París, entre las cuatro paredes de una habitación pobre, donde era su destino enfrentar la eternidad. ¿Quién, aun el paseante más imaginativo del Faubourg Montmartre, podría alguna vez sospechar que allí arriba, en la buhardilla que tiembla y rechina a causa de los años, entre una cama eternamente desordenada y un piano viejísimo, vive y pasa terribles noches de insomnio un joven alto, encorvado, pálido, flaco, pero colmado de miles de visiones que arroja sobre el papel con embriaguez desenfrenada? ¿Quién podría, digo, imaginar alguna vez que allí en lo alto, en la pequeña buhardilla, vio de pronto la luz de las hazañas más singulares del espíritu humano, que señalaría definitivamente el comienzo de una nueva Época de la sensibilidad?…"

 

(Fragmento traducido por

Nina Anghelidis)

 

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