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LIBROS PUBLICADOS
Los gestos interiores (Losada, Bs.As.,1969);
Según las reglas (Losada, Bs.As., 1972);
Son esas piedras vivientes (AEV, Caracas, 1982);
Yo creía en el Adivinador orfebre (Edic. El Gallinazo, Quito, 1983);
Mirada de Brueghel (F.C.E., México, 1990);
Hypnos (Gabrielle Editores, Lima, 1995);
Poesía Nueva Latinoamericana (Ed. El Gallinazo, Lima, 1981);
"Y la espiga será por fin espiga" (Ed. de la Presidencia del Perú, 1987);
Poesía amorosa latinoamericana (Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1995);
Cantos Australes (Monte Avila Editores, Caracas, 1995);
Crónicas de Poeta (sobre César Vallejo, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1996).
PARA CONFIARME A TU CUERPO
Para confiarme a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo, tampoco un adicto que te regala versos, o finge la locura más extraña; ni un ángel fumador de opio en los arrabales de Alejandría, que se refleja cada tanto en tus sueños... Para confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad, fui contador de perlas en Macao, transmisor de sífilis en Estambul, cantor de tugurios como algo, creo, venerable; acaso, un bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira más hermosa y sus velos sensuales. Para confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador en Rímini, divulgador de historias en Bogotá que anduviera por carne semejante... Fui buscador como el que más del metal sagrado que hay en la apestosa muerte. Nada más que para confiarme a tu cuerpo. |
(De Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990) |
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Reportaje a Manuel Ruano por Winston Orrillo |
¿En qué medida la reciente desaparición de Olga Orozco deja un vacío en la poesía argentina?
-Tengo la impresión de que con Olga Orozco ha muerto la poetisa más importante en la historia de este país. Es imperiosa la fuerza de esa escritura en el paisaje de las letras nacionales. La poesía argentina no tuvo nunca antecedentes de esa virtud milagrosa. Ella fue hija de una estirpe lírica conmovedora. El panorama de las letras y, específicamente el de la poesía, después de la autora de Los juegos peligrosos, es aterrador. Hay mucho de plagio, de pose, de falso lenguaje… Salen al mercado cuasi textos, cuasi libros, cuasi poemas, cuasi talleristas de lo que metafóricamente podríamos llamar "corte y confección" de un oficio extraño. Hay una multitud de balbuceadores asmáticos que dan lecciones de poesía y rock and roll. Y te dicen que, esa "cosa", es hacer el verso…
En una palabra, la verdadera poesía es siempre un acontecimiento raro, que no se hereda ni se aprende. En todo caso se "asimila" como una lección de literatura. Porque el escenario es otro. Se autoconvocan los aprendices y enseguida, se mueven por los andariveles de la pose y la publicidad de una pasarela abominable.
¿Estamos en la época de los iconos?
-Yo creo que sí. Inclusive se trata de abordar el lenguaje desde una óptica del dibujo animado. Y el resultado es la caricatura, por supuesto, no el poema. Mucho me temo que los modelos son otros. Sin embargo, la poesía es incomparable: no será jamás deporte ni publicidad, ni periodismo… Sospecho que la poesía sigue siendo el número primo dentro de cualquier actividad humana.
No, no ha existido nunca una poetisa del calibre de Olga Orozco en el país. Creo que la poesía es eso, una permanente pregunta. Ella decía siempre que al escribir se contestaba preguntas. Siempre se formulaba preguntas. Su lenguaje estaba estructurado en una visión genuinamente metafísica del mundo. Podría decirse que los temas que tocaba, con seguridad se cifraban y convertían en poemas. Una vez dijo: "mis poemas de amor son siempre de ausencia".
Ya ves, empecé hablando de Olga Orozco y forzosamente concluí hablando de la esencia misma de la poesía y del cuadro desolador que tenemos delante en cuanto a la poesía que se escribe en este país…
¿Cuál fue tu relación poética y personal con ella?
-Creo que desde que descubrí su poesía o desde que su poesía me la descubrió a ella, espiritualmente la "conocí" antes. Para mí siempre fue la sacerdotisa de un Eleusis interior. Y siempre temí, en el fondo, encontrarme a solas con su presencia.
Podría argumentar que siempre la consideré, por la época en que apareció mi primer libro, como una rara avis de un templo al que se acude llevando todo un bagaje de rituales y formularios mágicos.
"La poesía es una actividad perversa y malsana", decía. Y era verdad. Uno se templaba en eso. Yo trataba de ser un iniciado en lo esotérico. Vivía dentro del asombro como en una mansión de las presencias. La palabra tenía un significado de conjuro, de paisaje místico, de espectáculo secreto que hoy, lo confieso, tiene el efecto de una disposición de los arcanos en una baraja de tarot.
Lo cierto es que la conocí inesperadamente, en una reunión de intelectuales convocada por un poeta venezolano que se hallaba de visita en el país. Y para mi sorpresa, ella ya había leído mis dos libros aparecidos en el mismo sello editorial que el de La oscuridad es otro sol. A partir de ahí, mi admiración siguió creciendo. Te confieso que tuve la sensación de haber continuado el diálogo que ya había empezado con la lectura de sus poemas.
Sin embargo, por mi salida del país en el setenta y cinco, la dictadura y todo lo demás, el diálogo se convirtió en epístola y en notas que he ido publicando en la prensa venezolana y portorriqueña a raíz de un librito suyo, Veintinueve poemas, que había publicado Monte Avila Editores. Y fue más bien en los noventa, que volví a reencontrarme, ahora sí, con ella. Y el reencuentro fue con la misma naturalidad de siempre. Me obsesionaban las presencias y me siguen impresionando en cada paso que doy. Y cada vez que venía al país, tenía por misión verla en su departamento de la calle Arenales, en ese noveno piso poblado de recuerdos y de cálidas remembranzas. Yo no la interrumpía jamás, porque después de todo tenía el privilegio de estar allí, escuchándola, admirándola, aprendiendo. Así que la llevé en mis maletas, en mis conferencias por el mundo y, últimamente, en la recopilación de su Obra completa que preparé para Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Creo que parte de mi relación con ella está en sus cartas y en un poema que hice meses después de su partida…
¿Y con otros poetas como Borges, Marechal, Raúl González Tuñón, Francisco Luis Bernárdez, entre otros?
-Quiero decirte que obtuve mi primer premio literario cuando era muy joven. Y después hubo una seguidilla de premios. Cuando me llamaron de El escarabajo de oro y Abelardo Castillo, su director, publicó un poema con una palabras muy lindas: "Anda por los veintitrés años y vino premiado. El poema que publicamos a continuación obtuvo el primer premio entre 650 poemas...", eso me dio una especie de carisma rimbaudiano que tuvo, lo sé, sus repercusiones en el exterior. En España aquel poema se reprodujo en una revista de poesía llamada Aldonza de Alcalá de Henares. Y La Gaceta Literaria de Madrid, me incluyó en una antología entre los grandes de la literatura argentina. Yo todavía no salgo del asombro. Era una época impactante la de 1968. La poesía se vivía en serio.
Leopoldo Marechal, uno de los integrantes del grupo Florida, escribió un pórtico para Los Gestos interiores que hablaba de la quintaesencia de mi poesía. Y don Gonzalo Losada me habló de haber leído el libro en varias oportunidades: "Se imaginará que por mis manos han pasado varios originales…" , me decía. Era muy generoso. Se atrevió a sacar mi primer libro en una colección muy bonita que se llamó Poetas de Ayer y de Hoy. Claro, el libro traía bajo el brazo un premio muy importante: el Primer Gran Premio Internacional de Poesía de Habla Hispana, lo que ya le daba un cierto relieve en las letras nacionales. Y hasta se atrevió a reincidir conmigo, cuando publicó Según las reglas, distinguido en 1970 junto al poeta surrealista chileno Braulio Arenas, en el Inciba de Venezuela. Era una época mágica. Porque a Arenas lo conocí después, cuando viajé a Chile y me introdujo en el desaparecido grupo de la Mandrágora. Tuve la suerte de conocer por boca de él la historia de varios de sus integrantes, especialmente la poesía de Jorge Cáceres, un magnífico poeta, alabado por Bretón, que había muerto a los veintiseis años…
A Francisco Luis Bernárdez me lo presentó Losada en la misma editorial. Y a Raúl González Tuñón me lo presentaron en la Sociedad de Escritores. Más tarde lo veía casi siempre en la redacción del diario Clarín o caminando por las inmediaciones de la estación Constitución. Era la época de la revista La Rosa Blindada. A Leónidas Barletta integrante del legendario grupo Boedo, lo conocí por carta. En las páginas de Propósitos, me publicó en varias oportunidades y hasta me envió unas líneas muy halagadoras.
¿Y en cuanto a Jorge Luis Borges?
-En cuanto a Borges, es un capítulo aparte. Muchas veces lo veía caminando solo por la calle Florida o Maipú. Yo que por ese entonces era tímido en extremo, le preguntaba cosas acerca de Macedonio, por ejemplo. En una oportunidad quise entrevistarlo y hablé con su madre. La señora estaba muy enojada con él porque se había casado con una mujer que había sido novia de él en su juventud. Y me dijo que esa, no era la casa del escritor Jorge Luis Borges; sino la casa de los Borges…
Después de transcurridos muchos años, en el diario Ultimas Noticias de Venezuela me preguntaron si podría reportearlo. Y eso hice. Lo llamé a su casa y él mismo me contestó. Quería que lo entrevistara en ese mismo instante. Yo tenía el problema de no contar con un fotógrafo y tuve que contratar uno. Así que le dije que lo llamaría luego para concretar el encuentro. Y así fue. Le conté lo que sólo podía contarle a él y él me abrió su corazón y me confesó sus anécdotas y travesuras de escritor joven, sus temores, y hasta lo que suponía eran fracasos. En un momento dado, cuando ya habían pasado más de dos horas, llegó la señora de servicio y le anunció la llegada de toda una legión de chicos del colegio con su maestra. Noté una cierta vacilación en el escritor. Yo improvisé un gesto de despedida y él me tranquilizó, poniendo su mano derecha sobre la mía para que me quedara. Después de un silencio, dijo, entre la disculpa y la sorpresa: "¡Caramba, pero yo nunca aprendí a jugar a la rayuela!…" Y después de un tenso silencio, todo culminó en risas.
Tu poesía (ha dicho más de un crítico), no se clasifica dentro de los gustos, las ambiciones, ni las desesperanzas o folclorismos característicos de la escritura de una generación de la poesía argentina: ¿a qué se debe esa apreciación?
-Siempre estuve fuera de la palabra generación. Aun en contra de mi voluntad. No tenía nada en común. Mis gustos nunca coincidieron con los de la mayoría. La aparición de mi primer libro es en 1969. Es un puente: no pertenece ni a la generación de los sesenta, ni a la de los setenta, ni a ninguna otra. Me han incluido en antologías generacionales; pero fue inútil… Los benditos tópicos no aparecían. Siempre lo he advertido. Los críticos lo habían advertido. Me vinieron a ver quienes publicaron Los que siguen y el problema subsistía. En una nota de Horacio Salas aparecida en Clarín, decía justamente eso. Yo les agradecí; pero con el tiempo empezaron a negarme. Hoy viven en su casita de la denominada por ellos "poesía nacional"… Muy pocos saben lo que es Latinoamérica.
Olga Orozco me repetía justamente eso: "Tú eres un poeta errante que va de país en país como una nube viajera. Tu lenguaje es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de otros poetas."
Octavio Paz dijo en 1969 a raíz de la aparición de tu libro Los gestos interiores (editado por Losada): "…él es su propia técnica inventada y concluida en el poema. Y también su sueño y su esperanza". ¿Cómo interpretarías hoy esas palabras? ¿Se ajustan a un libro que apareciera veinte años después, Mirada de Brueghel, precisamente en una editorial mexicana?
-A mí me llama la atención esa pregunta. Cuando Octavio Paz dijo esas palabras, no habían transcurrido todavía los veinte años que debían pasar para la aparición de Mirada de Brueghel, un poemario que nació de un país a otro. Yo viajaba mucho por ese entonces entre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y hasta Europa. Tengo la sensación que se trató de una experiencia de doble vista, de preanuncio, de mirada en el tiempo, la que me poseía. Algunos lo denominaron "temporada en el infierno" y creo que tenían algo de razón. Olga decía que la poesía era una tentativa perversa y malsana. Y el lenguaje para mí, es precisamente eso. Una experiencia que llega hasta la flagelación interior. Un estar desahuciado cuando todo parece estar normal. Si no fuera así no escribiría. Es más, me dedicaría a la publicidad, a jugar a las cartas o hacer pronósticos para el fútbol.
Si tuvieras que definir tu concepción actual de la poesía ¿cómo la definirías?
-La poesía es para mí un metalenguaje. Es un encuentro con lo inhabitual. Yo jamás he leído poemas: ellos me leyeron a mí.
¿Qué poetas del pasado te han maravillado?
-Entre mis poetas preferidos, está Quevedo; pero lo medular está en Rimbaud. No obstante, el temperamento más inquietante sigue siendo Verlaine, Lautréamont; su lado trágico, Vallejo, Artaud, Breton; pero su consistencia es casi siempre Borges, Baudelaire, Poe… En cuanto a la pasión, inevitablemente serán Hörderlin, Bandeira, Pound, Eliot, Thomas… Su estado de ánimo a través de los siglos: Dante, Homero, Marcial, Propercio, Li Po. Pero el gran delirio, ¡ah el delirio!, está presente en Nerval, Pessoa, San Francisco de Asis, Basho, Calímaco, Yeats. Sin embargo, mi estremecimiento total, fue la muchacha aquella que me hizo comprender los primeros versos…
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Winston Orrillo, Poeta y periodista peruano |
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