El espectáculo consiste – señores del público- , en llevar esta pesadilla

           de mujer barbuda para alguna parte.

De mujer que a veces saca sus conclusiones poéticas de un armario,

como quien saca un vestido y un sombrero para los días de fiesta.

Como la mujer barbuda del circo que soy,

les aseguro que no puedo dormir con una niña gibosa,

que tiene una muñeca a la que llama “Mujer barbuda”.

Ella - señores del público-, me va dictando los entresueños y las clarividencias

          que los ángeles le dicen.

Por eso sé de los trágicos momentos del circo.

Del triste destino de la cabeza metida en la boca de los leones.

En mi barba de salón se resguardan los maleficios,

las aves migratorias me hicieron anunciadora trágica.

Y así pasan las épocas. No los equinoccios de la memoria,

que transcurren como los amores en una borrasca menguante.

 

Ya lo saben: en cuestión de segundos, el enano es rey.

Cualquier payaso asume como dueño de circo,

aduciendo una razón semántica de prosperidad.

Y ya veréis cómo la soga se aprecia de cuchillo.

 

Señores míos: en mi barba roja de salón se escamotean los maleficios.

He vencido a serpientes que han mancillado mi piel.

A crueles reptiles que se enroscaban en mi cuello como extraños collares.

Les he complacido a todos con el fuego de mi garganta,

como una centella en la oscuridad marina...

Debo confesaros, que también yo hacía mis falsas acrobacias.

Engullía niños en lugar de ganar su corazón.

Y la niña gibosa duerme ahora en mis brazos, con una muñeca llamada

        “Mujer barbuda”.

Con toda seguridad ella creía que en mi barba de salón,

se impostaban los maleficios y las apostasías.

Ya que estaba convencida  del malquerer...

Y se entregaba como yo al canibalismo y a la desaprobación de los dioses...

 

Encarnación de la Fuente

(Argentina, 1870-1920)

 

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