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El
espectáculo consiste – señores del público- , en llevar esta pesadilla de mujer barbuda para alguna
parte. De
mujer que a veces saca sus conclusiones poéticas de un armario, como
quien saca un vestido y un sombrero para los días de fiesta. Como
la mujer barbuda del circo que soy, les
aseguro que no puedo dormir con una niña gibosa, que
tiene una muñeca a la que llama “Mujer barbuda”. Ella - señores del
público-, me va dictando los entresueños y las clarividencias que los ángeles le dicen. Por
eso sé de los trágicos momentos del circo. Del triste destino de la cabeza metida en la boca de los leones. En
mi barba de salón se resguardan los maleficios, las
aves migratorias me hicieron anunciadora trágica. Y
así pasan las épocas. No los equinoccios de la memoria, que
transcurren como los amores en una borrasca menguante.
Ya
lo saben: en cuestión de segundos, el enano es rey. Cualquier
payaso asume como dueño de circo, aduciendo
una razón semántica de prosperidad. Y
ya veréis cómo la soga se aprecia de cuchillo.
Señores
míos: en mi barba roja de salón se escamotean los maleficios. He
vencido a serpientes que han mancillado mi piel. A
crueles reptiles que se enroscaban en mi cuello como extraños collares. Les
he complacido a todos con el fuego de mi garganta, como
una centella en la oscuridad marina... Debo
confesaros, que también yo hacía mis falsas acrobacias. Engullía
niños en lugar de ganar su corazón. Y
la niña gibosa duerme ahora en mis brazos, con una muñeca llamada “Mujer barbuda”. Con
toda seguridad ella creía que en mi barba de salón, se
impostaban los maleficios y las apostasías. Ya
que estaba convencida del
malquerer... Y
se entregaba como yo al canibalismo y a la desaprobación de los dioses...
Encarnación de la Fuente
(Argentina,
1870-1920) |
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