De entre carnestolendas y guerras imperiales, Quevedo vio al mundo de hoy
como una gran urdimbre de mercaderes y usureros,
que se atragantan con lo poco que
queda a pobres y necesitados de la tierra.
Como tiene la mirada larga y el olfato agudo, a Quevedo todo le pareció el Gran
Circo del Mundo. Se rió de todos y de sí mismo.
De ahí que los poderes públicos
como la Libertad, la Justicia y la Democracia,
fueran enjambre de su misma
carcajada. La Libertad,
por parecerle un fraude
sin fronteras;
La Justicia, un opio para
los pueblos que ejercen
frailes y otros payasos
del sistema económico;
y la Democracia, la gran
prostituta universal, que, por una consonante,
de absoluta se hizo puta.
Por eso pensó que la Democracia no debía ser
de unos pocos, sino de todos...
En medio de eso, lloró por Argentina y por otros países
Hispanohablantes,
que luchan por su idioma e identidad Nacional...
Y demandó a los medios de comunicación,
como la gran trampa del neoliberalismo, que miente a diestra
y siniestra
con todas sus luces y colores, por hacer hermosa a la
mujer barbuda de
los monopolios trasnacionales...
Laus Deo.
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