Tu cabeza era el retiro y el ceremonial de todas las flores.

Esa boca amenazadora me remitía al espejo humeante.

Esa boca soltaba oráculos como quien sentencia la vida o la muerte.

Esa boca no arrojaba lilas a mis días y a mis noches, no.

Se iba con el viento como una muchacha pálida con su vestido de

   nomeolvides...

 

Tu cabeza lloraba a contra reloj.

Tal vez fuera hora de que esa lengua se lamentara para que se agiten

   de una vez por todas,

las alas de los contentamientos,

ante un pedido de luminosidad, como quien dice yo soy un santo,

y expone al desnudo sus plumas de ave del paraíso.

Esa boca me anunciaba que eran formidables aquellas candilejas

que te hacían esclava de un escenario triste,

de mediaslunas de circo pobre.

De cerraduras muertas por la edad.

De aldabas mudas por el olvido.

De escaleras que daban a ninguna parte...

Eras el ritual de todas las flores y estabas perdida en mí desde

   las vísperas.

Estabas perdida para siempre en mí,

como un silabario de luminosidad.

Pero ya es tarde para encontrarte y está cerrada la función...

 

Giacomo Manzoni

(Italia, 1902-1947)

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