La amazona pasaba ante mis ojos con su cabellera sonámbula.
Porque afuera del circo las ánimas volaban
en sentido contrario a su soledad.
Con boca de carmín, la amazona hacía piruetas
sobre los caballos que corrían en círculo,
con ojos en los que palidecía un clamor de secreto sufrimiento.
La amazona gritaba como una donna herida.
Hacía restallar el látigo sobre esas bestias desesperadas.
Y aquellos ojos se perdían en la noche.
Aquella mujer era la amazona de Chagall,
con sus senos desnudos y un vestido cubierto de flores,
entre azules cobalto y violines gitanos...
¿Qué esperaban los del público?
¡Esos caballos eran la huída indetenible hacia la nada,
bajo la lona de las ilusiones perdidas!
Pero la musiquilla atravesaba mi corazón y esa donna,
relampagueaba ante mí como un ángel de la fatalidad.

Sergio de Carneiro

(Portugal, 1900-1955)

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