en su tinta

 

 

YO NO ERA POE, NI RILKE, NI BAUDELAIRE...

(O de cómo el  comandante Apollinaire se afantasmó 
con el Mono Gatica en el Unione e Benevolenza)

 

 

 

Yo no era Poe, ni Rilke, ni Baudelaire,

ni mucho menos un santo que se aparece un sábado en la madrugada

      en el Salón Unione e Benevolenza;

pero te vi, lo sé, con un sobretodo gastado y la mirada de ojos verdes

      y chiquitos;

de haber sido golpeado por debajo del vientre en el ringside urbano,

donde se desentienden las peleas más reñidas del corazón y la locura...

-"En  esta noche memorable, amigos, en esta desilusión de los

 abandonados a su propia suerte, de los que sin misericordia

se golpean  en el quinto asalto..."

 

Y yo te veía pegar, Mono, te veía pegar con los puños sin guantes

     en el vacío,

donde resuenan las campanadas de la adversidad y hay sangre en la lona,

de esas peleas que dejan cicatrices brutales,

es decir, costurones de la calle principal,

que nada tienen que ver con el Luna Park

y mucho menos con el Madison Square Garden.

¿En qué cuaderno escolar habrá quedado aquella contienda

que dividía la clase como dos zonas terribles de la noche?

 

Para que todavía jugaras en el cuadrilátero de las luces y las sombras.

En aquella pudorosa revancha de la existencia,

que quedara como un lamparón en pleno rostro del barrio Congreso,

donde cada áperca, o un jab a jab,

describía al campeón de la noche que derribaba contra la soga,

    uno a uno sus fantasmas...

 

Yo no era ni Poe, ni Rilke, ni Baudelaire;

pero te vi con mis ojos de diecinueve años entrar en el Unione e

    Benevolenza,

con el pelo al rape, y una barba de tres días, peleándote con tu soledad.

Convertido en el knock-out técnico de la desesperanza.

 

Yo te vi hacer fintas, rodeado de un público atroz

que te descubría en la madrugada como un farolito de andén destartalado,

con el ritmo de una orquesta con bandoneón y violín de fondo.

 

Yo tenía diecinueve años y ya había ganado mi propia soledad

como el mejor premio a la poesía.

Y no podía caerme todavía del simulacro cotidiano en mi coraza tornasol.

 

Tampoco (ahora lo sé) podía ser Apollinaire,

para que te oliera aquel Alcohols  de los perdidos,

como si fuera tu vino triste.

Como desvelados fantasmas de seráficas iridiscencias,

acaso atrapados en la celda de una desconsolada visión,

donde se repartía en rodajas la miseria del mundo.

Como si el mundo mismo fuera el protagonista de tu desconsuelo.

 

Eras el Mono Gatica, el Campeón,

el que encendía sus habanos con billetes de cien dólares

y más tarde, cuando llegó el ocaso, te hizo caer de rodillas,

y te encaramabas a los trenes sin boleto para mirar con tus ojos verdes

    y achicharrados por el odio,

haciendo fintas y lanzando golpes al aire,

maldiciéndolos a todos,

para fulminarlos con un directo "cross" en los siete dolores

de la remembranza.

 

Yo te veía pegar, Mono, dar de puñetazos en el vacío como un loco

    y nadie te tiraba la toalla.

Después te fuiste peleando con la muerte, atropellado por un colectivo,

    según los diarios.

 

Y yo que no era Poe, ni Rilke, ni Baudelaire,

para que me hicieras pasar cuarenta años en escribir estos versos;

supe que tenías un sobretodo gastado y ojos chiquitos de haber sido

     vencido por la edad.

Sin embargo, yo leía por aquellos días Alcohols del comandante

     Apollinaire,

y me golpeaba el corazón al verte como ídolo atrapado en un escenario

     triste...

 

"Y bebes este alcohol quemante como tu vida

Tu vida que bebes como un aguardiente..."

 

Con el tiempo, también caí en el orgullo de perseguir sin paz un Dorado 

     imposible.

¡Y recibí  soberana paliza por la angustia!

Fui un prófugo del adiós en primavera.

Y hube de palpar la muerte para encontrar el sueño.

Y tuve ese recuerdo como una pantalla prohibida.

Me imaginaba, lo sé, noqueado con los brazos abiertos en el décimo

    round de la memoria.

 

 

-Como ves, Mono, yo también tenía los ojos anclados en esas

    florescencias

que se ramificaban de azules cromos e ilusiones temibles ...

 

 

 

Enero del 2003
( De
Concertina de los rústicos y los esplendorosos)

 

 

José María Gatica (Mono) nació en el día de la patria: un 25 de mayo de l925. Subió por primera vez a un cuadrilátero en 1945. Conoció la gloria y con el tiempo, el fracaso.  Llegó a ser un excéntrico aplaudido y homenajeado por presidentes y gente de cierto renombre. Pero a los treinta y ocho años ya estaba viejo. Se hizo alcohólico y de la mañana a la noche, se convirtió en un trágico. Se cuenta de él, que destruía los cajoncitos de lustrabotas de los chicos del barrio Constitución, precisamente adonde él mismo lustraba, a cambio de un billete de mil pesos... Era una recompensa que les hacía por el dolor que llevaba dentro al verse reflejado en su pasado. Y también, compraba todos los diarios a los canillitas, por una cantidad similar. Eso sí: nunca pudo ser domado. Y en 1963 murió atropellado por un colectivo. La gente hizo una colecta para comprarle una corona que decía: "El Pueblo: a su ídolo".

 

 

 

Manuel Ruano (Buenos Aires, Argentina)

Libros publicados:

Los gestos interiores (Losada, Bs.As.,1969)

Según las reglas (Losada, Bs.As., 1972)

Son esas Piedras vivientes (A.E.V., Caracas, 1982)

Yo creía en el Adivinador orfebre (El Gallinazo, Quito, 1983)

Mirada de Brueghel (Fondo de Cultura Económica, México, 1990)

Hypnos ( Gabrielle Editores, Lima, 1995),

etcétera, etc.

 

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