Estaba
solo el mar
y solo el cielo
y era todo
un espacio
gris y frío
y yo no oía
nada
ni veía
más que ese
gris
monótono
y sin vida.
Y a mi costado
el perro
contra el viento
aullaba; y
sus ladridos
sacudían las
olas muertas;
y en el aire
de plomo
su quejido
abría rumbo;
y las orejas
tensas
parecían alzarse
como antenas
hacia desmanteladas
gargantas.
¿Había
nidos
de ratones
vivos
donde mis ojos
secos
no veían?
¿Fantasmas
acunábanse
en los picos
lejanos
de las aguas?
¿Y
caras
subterráneas
en la pared
del viento
aparecían?
¿Y
alguien
vestía el mar
y lo rayaba
de parques
policromos,
los del fondo
en su rostro
de sombras?
Esta
vez
un aullido
interminable
se levantó
de su cabeza
erguida
y se lanzó
a correr
hacia el poblado
huyendo de
aquel mar
como si alguno
le ordenara
partir.
Y
a su abandono
mi corazón
sin causa enloquecido
echó a volar
campana de
tinieblas.
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