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sustentarse amor sin esperanza
es fineza tan rara, que quisiera
saber si en algún pecho se ha hallado,
que las más veces la desconfianza
amortigua la llama que pudiera
obligar con amar lo deseado;
mas nunca tuve por dichoso estado
amar bienes posibles,
sino aquéllos que son más imposibles.
A éstos ha de amar un alma osada;
pues para más alteza fue criada
que la que el mundo enseña,
y así quiero hacer una reseña
de amor dificultoso,
que sin pensar desvela mi reposo,
amando a quien no veo y me lastima:
ved que extraños contrarios,
venidos de otro mundo y de otro clima.
Al fin en éste, donde el sur me esconde,
oí Belardo, tus conceptos bellos,
tu dulzura y estilo milagroso;
vi con cuánto favor te corresponde
el que vio de tu Dafne los cabellos
trocados de su daño en lauro umbroso
y admirando tu ingenio portentoso,
no puedo reportarme
de descubrirme a ti, y a mí dañarme.
Mas, ¿qué daño podrá nadie hacerme
que tu valer no pueda defenderme?
Y tendré gran disculpa,
y si el amarme sin verte, fuere culpa,
que el mismo, que lo hace,
probó primero el lazo en que me enlace,
durando para siempre las memorias
de los sucesos tristes,
que en sus vergüenzas cuentan las historias.
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Perú,
siglo XVII. Tras la máscara de Amarilis, se halla el retrato de una
de las más finas poetisas del período colonial. Muchas especulaciones
acerca de su existencia hacen su biografía oscura. Al parecer, fue
descendiente de adelantados españoles.
Mantuvo un amor en la distancia con el
célebre poeta y dramaturgo Lope de Vega,
Belardo, quien recogió la silva en La Filomena (1621) y más tarde
en Laurel de Apolo (1630). Por lo que se desprende de esta delicada
Epístola a Belardo, la joven estuvo
recluida como religiosa en un convento.
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