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Una breve historia  de la contra cubana

Michael Moore

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los documentalistas: Una raza que no se extingue 
Video Documental del Noroeste argentino 


Claudio Gabriel Salgado* 

El documentalista nos permite ingresar,a una realidad carente de adornos. Su cámara remueve tejidos, sacude los sentidos del espectador desprevenido. Pertenece, en cierta forma, a una raza de creadores cuya fortuna es la plenitud de su discurso. Lo cuál en éste presente que vivimos, ya es decir mucho.
El documentalista, que para colmo cruce nuestros sentidos y después permanezca íntegro, francamente nos asombra. 

No son muchos los casos. Recordemos por un momento a Nicolas Sarquis en “Palo y hueso”,de la década del’60. A Jorge Prelorán en “Hermógenes Cayo, imaginero de la puna”, allá por los ’60. Carmen Guarini y Marcelo Céspedes con “Los Totos”. Miguel Pereira y Federico Urioste en “Eco sobre los Andes’. Osvaldo Bayer y su ‘Panteón Militar’. Además de algunos reconocidos cineastas ‘de culto”, que hicieron sus primeros pasos en el documental como género: Martín Scorsese (“Woodstock”), Wim Wenders (“A Ten Years After’s document”), Werner Herzog (“Fata Morgana”).


Pero estamos en Argentina de fín de siglo, y para colmo, en Jujuy. Es la realidad a la que ingresamos de la mano de Ariel Ogando. 

Sea que hablemos de “Fiesta de nuestro Señor de Quillacas” (1992), “Apuntes de Lucha 1 y 2 “ (1994), “Los Hijos del Ajuste” (1995) o “Un día en la vida de la familia Vilte” (1999), estaremos atisbando aquél mensaje de plenitud. Una asombrosa integridad. Quienes le conocen saben de su esfuerzo por lograrlo. 

Ser documentalista en Jujuy equivale a decir bajo presupuesto, apoyatura logística dificultosa, tribulaciones de todo tipo. Si aún con ello, el objetivo es logrado, será solamente a golpes de audacia y voluntad. Carta de presentación y pasaporte de pocos creadores.


“Ni olvido ni perdón” (2000) - http://www.wayrurocom.ar - es la última carta que Ariel Ogando ha sacado de su mazo. La saga de Madres de Plaza de Mayo nos dejó ver antes a “La revolución de los pañuelos” (1997). El tejido abierto y doliente de la sociedad argentina.


Con muchas mañas y ningún adorno, Ogando y su equipo de voluntades ha querido hallar lo que está siempre ante nosotros y rara vez se nombra: la verdad. 

“Ni olvido ni perdón” es la síntesis que se debía a sí mismo. Como obra documental, tiene un atributo imprescindible. Estar en el momento preciso y dar testimonio de ello.


Convengamos que Las Madres proporcionan un formidable andamiaje alrededor del cuál construír. “Ni olvido ni perdón” lo hace con prudencia y con utensilios sencillos, pero manejados por la fresca osadía del obrero competente. 

Un poco así se gestó éste documental. Imagen consigna, discurso sin omisión. De respiración entrecortada auque yendo a los más hondo. Lo que es indudable que está y hay que nombrar sin amagues. De recursos trabajados casi con delectación (banda sonora) y algunos estiletazos certeros (empleo de material de archivo). La obra nos ha captado y es difícil oponer resistencia. Otro potente manifiesto alentador, insolente atajo hacia la verdad. Y la aguda congoja, casi una advertencia: nuestro olvido no tendrá perdón.


No sabemos qué caminos atraparán a Ariel Ogando de ahora en más. Es magnífico sospechar que del mazo en su mano no tardará en llegarnos otra aseveración, algún nuevo indicio.


Los documentalistas son raza que no se extingue. Mutan la piel, migran sin resuello, tenazmente soportan vendavales y atraviesan estepas con los dientes apretados.


Puedo decir que conozco a uno de ellos.


* Guionista, productor independiente de video, escritor. 


 

 

 

 

 

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