EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA
Robert Fisher

Un libro que me hizo entender la vida de forma diferente, que le dió a mi vida un rumbo distinto y me enseño que el Arco Iris del Amor y la Vida tenía unos colores diferentes a los que yo creía.

  1. El dilema del caballero
  2. En los bosques de Merlín
  3. El sendero de la Verdad
  4. El Castillo del Silencio
  5. El Castillo del Conocimiento
  6. El Castillo de la Voluntad y de la Osadía
  7. La Cima de la Verdad






Capítulo 1

El dilema del caballero

Hace ya mucho tiempo, en una tierra muy lejana, vivía un caballero que pensaba que era bueno, generoso y amoroso.

Hacía todo lo que suelen hacer los caballeros buenos, generosos y amorosos:

Luchaba contra sus enemigos, que eran malos mezquinos y odiosos.

Mataba dragones y rescataba damiselas en apuros.

Cuando en el asunto de la caballería había crisis, tenía la mala costumbre de rescatar damiselas incluso cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban furiosas con el caballero.

Él lo aceptaba con filosofía. Después de todo, no se puede contentar a todo el mundo.

Nuestro caballero era famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de luz tan
brillantes que la gente del pueblo juraba haber visto el sol salir en el norte o ponerse en el este cuando el caballero partía a la batalla. Y partía a la
batalla con bastante frecuencia.

Ante la mera mención de una cruzada, el caballero se ponía la armadura
entusiasmado, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección.

Su entusiasmo era tal que a veces partía en varias direcciones a la vez, lo
cual no es nada fácil.

Durante años, el caballero se esforzó en ser el número uno del reino. Siempre
había otra batalla que ganar, otro dragón que matar u otra damisela que
rescatar.

El caballero tenía una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que escribía
hermosos poemas, decía cosas inteligentes y tenía debilidad por el vino.

También tenía un joven hijo de cabellos dorados, Cristóbal, al que esperaba
ver, algún día, convertido en un valiente caballero.

Julieta y Cristóbal veían poco al caballero porque, cuando no estaba luchando
en una batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba ocupado
probándose su armadura y admirando su brillo.

Con el tiempo, el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se
la empezó a poner para cenar, y a menudo para dormir. Después de un tiempo, ya
no se tomaba la molestia de quitársela para nada.

Poco a poco, su familia fue olvidando qué aspecto tenía sin ella.

Ocasionalmente, Cristóbal le preguntaba a su madre qué aspecto tenía su padre.
Cuando esto sucedía, Julieta llevaba al chico hasta la chimenea y señalaba el
retrato del caballero.

He ahí a tu padre, decía con un suspiro.

Una tarde, mientras contemplaba el retrato, Cristóbal le dijo a su madre:

!Ojalá pudiera ver a padre en persona!

!No puedes tenerlo todo! respondió bruscamente Julieta.

Estaba cada vez más harta de tener tan sólo una pintura como recuerdo del
rostro de su marido y estaba cansada de dormir mal por culpa del ruido
metálico de la armadura.

Cuando paraba en casa y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, el
caballero solía recitar monólogos sobre sus hazañas.

Julieta y Cristóbal casi nunca podían decir una palabra. Cuando lo hacían, el
caballero las acallaba, ya sea cerrando su visera o quedándose repentinamente
dormido.

Un día, Julieta se enfrentó a su marido:

Creo que amas más a tu armadura de lo que me amas a mí.

!Eso no es verdad!, respondió el caballero, Acaso no te amé lo suficiente como
para rescatarte de aquel dragón e instalarte en este elegante castillo con
paredes empedradas?

Lo que tu amabas, dijo Julieta, espiando a través de la visera para poder ver
sus ojos, era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces y tampoco
me amas realmente ahora.

Sí que te amo, insistió el caballero, abrazándola torpemente con su fría y
rígida armadura, casi rompiéndole las costillas.

!Entonces, quítate esa armadura para que pueda ver quien eres en realidad!, le
exigió.

!No puedo quitármela! !Tengo que estar preparado para montar en mi caballo y
partir en cualquier dirección!, explico el caballero.

!Si no te quitas esa armadura, cogeré a Cristóbal, subiré en mi caballo y me
marcharé de tu vida!

Bueno, esto si que fue un golpe para el caballero. No quería que Julieta se
fuera. Amaba a su esposa y a su hijo y a su elegante castillo, pero también
amaba a su armadura porque les mostraba a todos quien era él: un caballero
bueno, generoso y amoroso. Por qué no se daba cuenta Julieta de ninguna de
estas cualidades?

El caballero estaba inquieto. Finalmente, tomó una decisión. Continuar
llevando la armadura no valía la pena si por ello había de perder a Julieta y
a Cristóbal.

De mala gana, el caballero intentó quitarse el yelmo pero, !no se movió! Tiró
con más fuerza. Estaba muy enganchado. Desesperado, intentó levantar la visera
pero, por desgracia, también estaba atascada. Aunque tiró de la visera una y
otra vez, no consiguió nada.

El caballero caminó de arriba abajo con gran agitación. Cómo podía haber
sucedido esto? Quizá no era tan sorprendente encontrar el yelmo atascado, ya
que no se lo había quitado en años, pero la visera era otro asunto. La había
abierto con regularidad para comer y beber. Pero bueno !si la había abierto
esta misma mañana para desayunar huevos revueltos y cerdo en su salsa!

Repentinamente, el caballero tuvo una idea. Sin decir adónde iba, salió
corriendo hacia la tienda del herrero, en el patio del castillo.

Cuando llegó, el herrero estaba dándole forma a una herradura con sus manos.

!Herrero, dijo el caballero, tengo un problema!

Sois un problema, señor, dijo socarronamente el herrero, con su tacto
habitual.

El caballero, que normalmente gustaba de bromear, arrugó el entrecejo.

!No estoy de humor para tus bromas en estos momentos. Estoy atrapado en esta
armadura, vociferó, al tiempo que golpeaba el suelo con el pie revestido de
acero, dejándolo caer accidentalmente sobre el dedo gordo del pie del herrero.

El herrero dejó escapar un aullido y, olvidando por un momento que el
caballero era su señor, le propino un brutal golpe en el yelmo. El caballero
sintió tan sólo una ligera molestia. El yelmo ni se movió.

!Inténtalo otra vez! ordenó el caballero, sin darse cuenta de que el herrero
le había golpeado porque estaba enfadado.

!Con gusto!, dijo el herrero, dijo balanceando un martillo en venganza y
dejándolo caer con fuerza sobre el yelmo del caballero.

El yelmo ni siquiera se abolló.

El caballero se sintió muy turbado. El herrero, era con mucho, el hombre más
fuerte del reino. Si él no podía sacar al caballero de su armadura, quién
podría?

Como era un buen hombre, excepto cuando le aplastaban el dedo gordo del pie,
el herrero percibió el pánico del caballero y sintió lástima.

!Estáis en una situación difícil, caballero, pero no os deis por vencido!
!Regresad mañana cuando yo haya descansado! Me habéis cogido al final de un
día muy duro.

Aquella noche, la cena fue difícil. Julieta se enfadaba cada vez más a medida
que iba introduciendo por los orificios de la visera del caballero la comida
que había tenido que triturar previamente.

A mitad de la cena, el caballero le contó a Julieta que el herrero había
intentado abrir la armadura, pero que había fracasado.

!No te creo, bestia ruidosa! gritó al tiempo que estrellaba el plato de puré
de estofado de paloma contra su yelmo.

El caballero no sintió nada. Sólo, cuando la salsa comenzó a chorrear por los
orificios de la visera, se dio cuenta de que le habían dado en la cabeza.

Tampoco había sentido el martillo del herrero aquella tarde.

De hecho, ahora que lo pensaba, su armadura no le dejaba sentir apenas nada, y
la había llevado durante tanto tiempo que había olvidado cómo se sentían las
cosas sin ella.

El caballero se entristeció mucho porque Julieta no creía que estaba intentado
quitarse la armadura. El herrero y él lo habían intentado, y lo siguieron
intentando durante días, sin éxito.

Cada día el caballero se deprimía más y Julieta estaba cada día más fría.

Finalmente, el caballero admitió que los esfuerzos del herrero eran vanos.

!Vaya con el hombre más fuerte del reino! !Ni siquiera puedes abrir este
montón de lata! gritó con frustración.

Cuando el caballero regresó a casa, Julieta le chilló:

!Tu hijo no tiene más que un retrato de su padre, y estoy harta de hablar con
una visera cerrada. No pienso volver a pasar comida por los agujeros de esa
horrible cosa nunca más! !Éste es el último puré de cordero que te preparo!

!No es mi culpa si estoy atrapado en esta armadura! Tenía que llevarla para
estar siempre listo para la batalla. De qué otra manera, si no, hubiera podido
comprar bonitos castillos y caballos para ti y para Cristóbal?

!No lo hacías por nosotros!, argumento Julieta, !Lo hacías por ti!

Al caballero le dolió en el alma que su mujer pareciera no amarlo más. También
temía que, si no se quitaba la armadura pronto, Julieta y Cristóbal realmente
se marcharían. Tenía que quitarse la armadura, pero no sabía cómo.

El caballero descartó una idea tras otra por considerarlas poco viables.
Algunos planes eran realmente peligrosos. Sabía que cualquier caballero que se
plantease fundir su armadura con la antorcha del castillo, o congelarla
saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un cañón, estaba seriamente
necesitado de ayuda.

Incapaz de encontrar ayuda en su propio reino, el caballero decidió buscar en
otras tierras.

!En algún lugar debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta
armadura! pensó.

Desde luego echaría de menos a Julieta, Cristóbal, y el elegante castillo.
También temía que, en su ausencia, Julieta encontrara el amor en brazos de
otro caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura y de ser un
buen padre para Cristóbal.

Sin embargo, el caballero tenía que irse, así que, una mañana, muy temprano,
montó en su caballo y se alejó cabalgando. No osó mirar atrás por miedo a
cambiar de idea.

Al salir de la provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey, que
había sido muy bueno con él.

El rey vivía en un grandioso castillo en la cima de una colina del barrio
elegante. Al cruzar el puente levadizo y entrar en el patio, el caballero vio
al bufón sentado con las piernas cruzadas, tocando la flauta.

El bufón se llamaba Bolsalegre porque llevaba sobre su hombro una bolsa con
los colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír o sonreír a la
gente. Había extrañas cartas que utilizaba para adivinar el futuro de las
personas, cuentas de vivos colores que hacía aparecer y desaparecer y
graciosas marionetas que usaba para divertir a su audiencia.

!Hola, Bolsalegre!, dijo el caballero, !He venido a decirle adiós al rey!

El bufón miró hacia arriba.

!El rey se acaba de ir!
!No hay nada que él os pueda decir!

Adónde ha ido? preguntó el caballero.

!A una nueva cruzada ha partido!
!Si lo esperáis,
vuestro tiempo habréis perdido!

El caballero quedó decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado
por no poder unirse a él en la cruzada.

!Oh! suspiró. Podría morir de inanición dentro de esta armadura antes de que
el rey llegara. Quizá no le vuelva a ver nunca más.

El caballero sintió ganas de dejarse caer de su montura pero, por supuesto, la
armadura se lo impedía.

Sois una imagen triste de ver.
Ni con todo vuestro poder
vuestra situación podéis resolver.

!No estoy de humor para tus insultantes rimas, ladró el caballero, tenso
dentro de su armadura. No puedes tomarte los problemas de alguien seriamente
por una vez?

Con una clara y lírica voz, Bolsalegre cantó:

!A mí los problemas no me han de afectar,
Son oportunidades para criticar.

Otra canción cantarías si fueras tú el que aquí estuviera, gruñó el caballero.

A todos alguna armadura nos tiene atrapados
Sólo que la vuestra ya la habéis encontrado.

No tengo tiempo de quedarme y oír tus tonterías. Tengo que encontrar la manera
de salir de esta armadura.

Y dicho esto, el caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre lo llamó:

Hay alguien que puede ayudaros, caballero
a sacar a la luz a vuestro yo verdadero.

El caballero detuvo su caballo bruscamente y, emocionado, regresó hacia
Bolsalegre.

Conoces a alguien que me pueda sacar de esta armadura? Quién es?

Tenéis que ver al mago Merlín,
así lograréis ser libre al fin.

Merlín? El único Merlín del que he oído hablar es el gran sabio, el maestro
del rey Arturo.

Sí, sí, el mismo es.
Merlín, sólo hay uno,
ni dos ni tres.

Pero no puede ser, exclamó el caballero. Merlín y el rey Arturo vivieron hace
muchos años.

Bolsalegre replicó:

Es verdad, pero aún vive ahora.
En los bosques, el sabio mora.

Pero esos bosques son tan grandes... Cómo lo encontraré ahí?

Bolsalegre sonrió.
Aunque muy difícil ahora os parece,
cuando el alumno esté preparado,
el maestro aparece.

!Ojalá Merlín apareciera pronto! Voy a buscarlo a él, dijo el caballero.

Estiró el brazo y le dio la mano a Bolsalegre en señal de gratitud, y por poco
tritura los dedos del bufón con el guantelete.

Bolsalegre dio un grito. El caballero soltó rápidamente la mano del bufón.

Lo siento.

Bolsalegre se frotó los magullados dedos.

Cuando la armadura desaparezca y estéis bien
sentiréis el dolor de los otros también.

Me voy, dijo el caballero.

Hizo girar a su caballo y, abrigando nuevas esperanzas en su corazón, se alejó
galopando.


Capítulo 2

En los bosques de Merlín

No fue tarea fácil encontrar al astuto mago. Había muchos bosques en los que
buscar, pero sólo un Merlín. Así que el pobre caballero cabalgó día tras día,
noche tras noche, debilitándose cada vez más.

Mientras cabalgaba en solitario a través de los bosques, el caballero se dio
cuenta de que había muchas cosas que no sabía. Siempre había pensado que era
muy listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando sobrevivir en los
bosques.

De mala gana, se reconoció a sí mismo que no podía distinguir una baya
venenosa de una comestible. Esto hacía del acto de comer una ruleta rusa.
Beber no era menos complicado. El caballero intentó meter la cabeza en un
arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga dos veces. Por si eso
fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en el bosque. No sabía
distinguir el norte del sur, ni el este del oeste. Por fortuna, su caballo sí
lo sabía.

Después de meses de buscar en vano, el caballero estaba bastante desanimado.
Aún no había encontrado a Merlín, a pesar de haber viajado muchas leguas. Lo
que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera sabía cuanto era una legua.

Una mañana, se despertó sintiéndose más débil de lo normal y un tanto
peculiar. Aquella misma mañana encontró a Merlín. El caballero reconoció al
mago enseguida. Estaba sentado bajo un árbol, vestido con una larga túnica
blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pájaros
descansaban en sus hombros y brazos.

El caballero movió la cabeza sombríamente de un lado a otro, haciendo que
rechinase su armadura. Cómo podían todos estos animales encontrar a Merlín con
tanta facilidad cuando había sido tan difícil para él?

Cansinamente, el caballero descendió de su caballo.

!Os he estado buscando! le dijo al mago. !He estado perdido durante meses!

!Toda vuestra vida! le corrigió Merlín, mordiendo una zanahoria y
compartiéndola con el conejo más cercano.

El caballero se enfureció.

!No he venido aquí para ser insultado!

!Quizás siempre os habéis tomado la verdad como un insulto!, dijo Merlín
compartiendo la zanahoria con alguno de los otros animales.

Al caballero tampoco le gustó mucho este comentario, pero estaba demasiado
débil de hambre y sed como para subir a su caballo, y marcharse. En lugar de
eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba. Merlín lo miró con
compasión.

!Sois muy afortunado!, comentó, !Estáis demasiado débil para correr!

Y eso que quiere decir? preguntó con brusquedad el caballero.

Merlín sonrió por respuesta.

Una persona no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar
durante un tiempo.

Sólo me quedaré aquí el tiempo necesario para aprender cómo salir de esta
armadura, dijo el caballero.

Cuando hayáis aprendido eso, afirmó Merlín, nunca más tendréis que subir a
vuestro caballo y partir en todas direcciones.

El caballero estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna
manera, se sentía consolado y se quedó dormido enseguida.

Cuando el caballero despertó, vio a Merlín y a los animales a su alrededor.
Intentó sentarse, pero estaba demasiado débil. Merlín le tendió una copa de
planta que contenía un extraño líquido.

!Bebed esto! le ordenó.

Qué es? preguntó, mirando la copa receloso.

!Estáis tan asustado! dijo Merlín. Por supuesto, por eso os pusisteis la
armadura desde el principio.

El caballero no se molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.

Está bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera.

No lo haré. Es demasiado valioso para desperdiciarlo.

Rompió una caña, puso un extremo en la copa y deslizó el otro por uno de los
orificios de la visera del caballero.

!Esta es una gran idea!, dijo el caballero.

Yo lo llamo una pajita, replicó Merlín.

Por qué?

Y por qué no?

El caballero se encogió de hombros y sorbió el líquido por la caña. Los
primeros sorbos le parecieron amargos, los siguientes más agradables, y los
últimos tragos fueron bastante deliciosos.

Agradecido, el caballero, le devolvió la copa a Merlín.

Deberíais lanzarlo al mercado. Os haréis rico. Merlín se limitó a sonreír.

Qué es? preguntó el caballero.

Vida.

Vida?

Sí, dijo el sabio mago. No os pareció amarga al principio y, luego, a medida
que la degustabais, no la encontrabais cada vez más apetecible?

El caballero asintió.

Sí, los últimos sorbos resultaron deliciosos.

Eso fue cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.

Estáis diciendo que la vida es buena cuando uno la acepta?, preguntó el
caballero.

Acaso no es así?, replicó Merlín, levantando una ceja divertido.

Esperáis que acepte toda esta pesada armadura?

!Ah!, dijo Merlín, no nacisteis con esa armadura. Os la pusisteis vos mismo.
Os habéis preguntado por qué?

Y por qué no? replicó el caballero. irritado. En ese momento, le estaba
empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera.

Seréis capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas, dijo
Merlín.

Dicho esto, el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces
entre los dientes, se alinearon delante del caballero. Una por una, cada
ardilla trepó al hombro del caballero, rompió y masticó una nuez, y luego
empujó los pequeños trozos a través de la visera del caballero. Las liebres
hicieron lo mismo con zanahorias, y los ciervos trituraron raíces y bayas para
que el caballero comiera. Este método de alimentación nunca sería aprobado por
el Ministerio de Sanidad, pero qué otra cosa podía hacer un caballero atrapado
en su armadura en medio del bosque?

Los animales alimentaban al caballero con regularidad, y Merlín le daba a
beber enormes copas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero se fue
fortaleciendo, y comenzó a sentirse esperanzado.

Cada día le hacía la misma pregunta a Merlín:

Cuando podré salir de esta armadura?

Cada día Merlín replicaba:

!Paciencia! Habéis llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis salir
de ella así como así.

Una noche, los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con su
laúd los últimos éxitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlín
acabara de tocar: añoro los viejos tiempos, en que los caballeros eran
valientes y las damiselas eran frías, el caballero hizo una pregunta que tenía
en mente desde hacía tiempo.

Fuisteis en verdad el maestro del rey Arturo?

El rostro del mago se encendió.

Sí, yo le enseñé a Arturo, dijo.

Pero, cómo podéis seguir vivo? !Arturo vivió hace mucho tiempo!, exclamó el
caballero.

Pasado, presente y futuro son uno cuando estás conectado a la Fuente, replicó
Merlín.

Qué es la fuente?, pregunto el caballero.

Es el poder misterioso e invisible que es el origen de todo.

No entiendo, dijo el caballero.

Eso se debe a que intentáis comprender con la mente, pero vuestra mente es
limitada.

Tengo una mente muy buena, le discutió el caballero.

E inteligente, añadió Merlín. Ella te atrapó en esa armadura.

El caballero no pudo refutar esto, Luego recordó algo que Merlín le había
dicho nada más llegar.

Una vez dijisteis que me había puesto esta armadura porque tenía miedo.

No es eso verdad? respondió Merlín.

No, la llevaba para protegerme cuando iba a la batalla.

Y temíais que os hirieran de gravedad o que os mataran, añadió Merlín.

Acaso no lo teme todo el mundo?

Merlín negó con la cabeza.

Y quién os dijo que teníais que ir a la batalla?

Tenía que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso.

Si realmente erais bueno, generoso y amoroso, por qué teníais que demostrarlo?
preguntó Merlín.

El caballero eludió tener que pensar en eso de la misma manera que solía
eludir todas las cosas; se puso a dormir.

A la mañana siguiente, despertó con un pensamiento clavado en su mente: era
posible que no fuese bueno, generoso y amoroso? Decidió preguntárselo a
Merlín.

Qué pensáis vos? replicó Merlín.

Por qué respondéis siempre a una pregunta con otra pregunta?

Y por qué siempre buscáis que otros os respondan vuestras preguntas?

El caballero se marchó enfadado, maldiciendo a Merlín entre dientes.

!Ese Merlín!, masculló. !Hay veces que realmente me saca de mi armadura!

Con un ruido seco, el caballero dejó caer su pesado cuerpo bajo un árbol para
reflexionar sobre las preguntas del mago.

Qué pensaba en realidad?

Podría ser, dijo en voz alta a nadie en particular, que yo no fuera bueno,
generoso y amoroso?

Podría ser, dijo una vocecita. Si no, por qué estáis sentado sobre mi cola?

Eh? El caballero miró hacia abajo y vio una pequeña ardilla sentada a su lado.
Es decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida.

!Oh, perdona! dijo el caballero, moviendo rápidamente la pierna para que la
ardilla pudiera recuperar su cola. Espero no haberte hecho daño. No veo muy
bien con esta visera en mi camino.

No lo dudo, replicó la ardilla sin ningún resentimiento de voz. Por eso
siempre estáis pidiendo disculpas a la gente por haberles hecho daño.

La única cosa que me irrita más que un mago sabelotodo es una ardilla
sabelotodo, gruñó el caballero. No tengo por qué quedarme aquí y hablar
contigo.

Luchó contra el peso de la armadura en un intento por ponerse de pie. De
repente, sorprendido, balbuceó...

!Eh..., tú y yo estamos hablando!

Un tributo a mi buena fe, replicó la ardilla, teniendo en cuenta que os habéis
sentado sobre mi cola.

Pero si los animales no pueden hablar, dijo el caballero.

!Oh, claro que pueden! dijo la ardilla. Lo que sucede es que la gente no
escucha.

El caballero movió la cabeza perplejo.

Me has hablado antes?

Claro, cada vez que rompía una nuez y la empujaba por vuestra visera.

Admiro una mente inquisitiva, comentó la ardilla, pero, nunca aceptáis nada
tal como es, simplemente porque es?

Estas respondiendo a mis preguntas con preguntas, dijo el caballero. Has
pasado demasiado tiempo con Merlín.

!Y vos no habéis pasado el tiempo suficiente con él!

La ardilla le dio un ligero golpe al caballero con su cola y trepó a un árbol
corriendo. El caballero la llamó:

!Espera! Cómo te llamas?

Ardilla, replicó ella simplemente, y desapareció en la copa del árbol.

Aturdido el caballero movió la cabeza. Se había imaginado todo eso? En ese
precio instante, vio a Merlín acercarse.

Merlín, dijo. Tengo ganas de salir de aquí. He empezado a hablar con ardillas.

Espléndido, replicó el mago.

El caballero le miró preocupado.

Cómo que espléndido? Qué queréis decir?

Simplemente eso. Os estáis volviendo lo suficientemente sensible como para
sentir las vibraciones de otros.

El caballero estaba obviamente confundido, así que Merlín continuó explicando.

No hablasteis con la ardilla con palabras, sino que sentisteis sus
vibraciones, y tradujisteis estas vibraciones en palabras. Estoy esperando el
día en que empecéis a hablar con las flores.

Eso será el día que las plantéis en mi tumba. Tengo que salir de estos
bosques.

Adónde iríais?

Regresaría con Julieta y Cristóbal. Han estado solos durante mucho tiempo.
Tengo que volver y cuidar de ellos.

Cómo podéis cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismos?,
preguntó Merlín.

Pero les echo de menos, se quejó el caballero. Quiero regresar con ellos. Aún
en el peor de los casos.

Y es exactamente así como regresaréis si vais con vuestra armadura, le previno
Merlín.

El caballero miró a Merlín con tristeza.

No quiero esperar a quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un marido
bueno, generoso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristóbal.

Merlín asintió comprensivo. Le dijo al caballero que regresara para dar de sí
mismo era un maravillosos regalo.

Sin embargo, añadió, un don, para ser un don, debe ser aceptado. De no ser así
es como una carga para las personas.

Queréis decir que quizá no quieran que regrese?, preguntó el caballero
sorprendido. Seguramente me darían otra oportunidad. Después de todo, yo soy
uno de los mejores caballeros del reino.

Quizás esa armadura sea más gruesa de lo que parece, dijo Merlín con suavidad.

El caballero reflexionó sobre esto. Recordó las eternas quejas de Julieta
porque él se iba a la batalla tan a menudo, por la atención que le prestaba a
su armadura, y por su visor cerrado y su costumbre de quedarse dormido para no
oír sus palabras. Quizá Julieta no quisiera que él volviera, pero Cristóbal si
querría.

Por qué no mandarle una nota a Cristóbal y preguntárselo?, sugirió Merlín.

El caballero estuvo de acuerdo en que era una buena idea, pero cómo podía
hacerle llegar una nota a Cristóbal?

Merlín señaló a la paloma que estaba posada sobre su hombro.

Rebeca la llevará.

El caballero estaba perplejo.

Ella no sabe dónde vivo. Es sólo un estúpido pájaro.

Puedo distinguir el norte del sur, y el este del oeste, respondió secamente
Rebeca, lo cual es más de lo que se podría decir de vos.

El caballero se disculpó rápidamente. Estaba completamente pasmado. No sólo
había hablado con una paloma y una ardilla, sino que además las había hecho
enfadar a las dos en el mismo día.

Como era un pájaro de gran corazón, Rebeca aceptó las disculpas del caballero
y partió con la nota para Cristóbal en el pico.

No arrulles con palomas extrañas o dejarás caer mi nota, le gritó el caballero.

Rebeca ignoró este comentario desconsiderado, pues se daba cuenta de que el
caballero tenía mucho que aprender.

Pasó una semana, y Rebeca aún no había regresado. El caballero estaba cada vez
más impaciente, temiendo que hubiera caído presa de alguno de los halcones de
caza que él y otros caballeros habían entrenado. Se estremeció, preguntándose
cómo había podido participar en un deporte tan sucio, y se arrepintió otra vez
de su horrible equivocación.

Cuando Merlín terminó de tocar su laúd y de cantar: !Tendrás un largo y frío
invierno, si tienes un corto y frío corazón!, el caballero le expresó sus
preocupaciones con respecto a Rebeca.

Merlín le dio confianza con un alegre verso:

La paloma más lista que jamás haya volado
no puede ir a parar a ningún guisado.

En ese momento, un gran parloteo se levantó entre los animales. Todos miraban
al cielo, así que Merlín y el caballero, miraron también. Muy alto, sobre sus
cabezas, dando círculos para aterrizar, estaba Rebeca.

El caballero se puso de pie con gran esfuerzo, al tiempo que Rebeca se posaba
en el hombro de Merlín. Cogiendo la nota de su pico. El mago la miró y le dijo
con gravedad que era de Cristóbal.

!Dejádmela ver!, dijo el caballero, quitándole el papel con impaciencia.

Dejó caer la mandíbula con un ruido al tiempo que miraba, incrédulo, el papel.
!Está en blanco!, exclamó. Qué quiere decir esto?

Quiere decir, dijo Merlín suavemente, que vuestro hijo no os conoce lo
suficiente como para daros una respuesta.

El caballero permaneció quieto un momento, pasmado, luego lanzó un gemido y
lentamente cayó al suelo. Intentó retener las lágrimas, pues los caballeros de
brillante armadura simplemente no lloran. Sin embargo, pronto su pena le
venció. Luego, exhausto, y medio ahogado en su yelmo por las lágrimas, el
caballero se quedó dormido.


Capítulo 3

El sendero de la Verdad

Cuando el caballero despertó, Merlín estaba sentado silenciosamente a su lado.

Siento no haber actuado como un caballero, dijo, mi barba está hecha una sopa,
añadió disgustado.

No os excuséis, dijo Merlín. Acabáis de dar el primer paso para liberaros de
vuestra armadura.

Qué queréis decir?

Ya lo veréis, replicó el mago. Se puso de pie. Es hora de que os vayáis.

Esto molestó al caballero. Estaba empezando a disfrutar de estar en el bosque
con Merlín y los animales. De cualquier manera, le parecía que no tenía adónde
ir. Aparentemente, Julieta y Cristóbal no le querían en casa. Es verdad que
podía volver al asunto de la caballería e ir a alguna cruzada. Tenía una buena
reputación en batalla, y había muchos reyes que se sentirían felices
teniéndolo a su lado, pero ya no le parecía que luchar pudiese tener sentido.

Merlín le recordó al caballero su nuevo propósito: liberarse de su armadura.

Por qué molestarse? preguntó el caballero ásperamente. A Julieta y a Cristóbal
les daba igual si me la quito o no.

Hacedlo por vos mismo, sugirió Merlín. El estar atrapado entre todo ese acero
os ha causado muchos problemas, y las cosas empeorarán con el paso del tiempo.
Incluso podríais morir a causa de una neumonía por culpa de una barba
empapada.

Supongo que sí, mi barba se ha convertido en un fastidio, replicó el
caballero. Estoy cansado de cargar con ella y estoy harto de comer papillas.
Ahora que lo pienso, ni siquiera me puedo rascar las espalda cuando me pica.

Y cuándo fue la última vez que sentisteis el calor de un beso, olisteis la
fragancia de una flor, o escuchasteis una hermosa melodía sin que vuestra
armadura se interpusiera entre vosotros?

Ya ni me acuerdo, murmuró el caballero con tristeza. Tenéis razón, Merlín.
Tengo que liberarme de esta armadura por mí mismo.

No podéis continuar viviendo y pensando cómo lo habéis hecho hasta ahora, dijo
Merlín. Fue así cómo os quedasteis atrapado en ese montón de acero al
principio.

Pero cómo puedo cambiar todo eso? preguntó el caballero intranquilo.

No es tan difícil como parece, explicó Merlín, conduciendo al caballero hacia
un sendero. Éste es el sendero que seguisteis para llegar a estos bosques.

Yo no seguí ningún sendero, dijo el caballero. !Estuve perdido durante meses!

La gente no suele percibir el sendero por el que transita, replicó Merlín.

Queréis decir que el sendero estaba ahí pero yo no lo podía ver?

Sí, y podéis regresar por el mismo, si así lo deseáis; pero conduce a la
deshonestidad, la avaricia, el odio, los celos, el miedo y la ignorancia.

Estáis diciendo que yo soy todo eso? preguntó el caballero indignado.

En algunos momentos, sois alguna de esas cosas, admitió Merlín en voz baja.

El mago señaló hacia otro sendero. Era más estrecho que el primero y muy
empinado.

Parece una escalada difícil, observó el caballero.

Ése, dijo Merlín asintiendo, es el Sendero de la Verdad. Se vuelve más
empinado a medida que se acerca a la cima de una lejana montaña.

El caballero contempló el empinado camino sin entusiasmo.

No estoy seguro de que valga la pena. Qué conseguiré cuando llegue a la cima?

Se trata de lo que no tendréis, explicó Merlín. !Vuestra armadura!

El caballero reflexionó sobre esto. Si regresaba por el camino por el que
había venido, no tendría esperanzas de liberarse de su armadura, y
probablemente moriría de soledad y fatiga. La única manera de quitarse la
armadura era, por lo visto, seguir el Sendero de la Verdad, aunque pudiese, en
tal caso, morir intentando trepar hacia la empinada montaña.

El caballero observó el difícil sendero que tenía delante. Luego miró hacia
abajo, y contempló el acero que cubría su cuerpo.

Está bien, dijo con resignación. Probaré el Sendero de la Verdad.

Merlín asintió.

Vuestra decisión de transitar un sendero desconocido, teniendo que cargar con
una pesada armadura, requiere mucho coraje.

El caballero sabía que tenía que comenzar de inmediato, porque si no podría
cambiar de opinión.

Iré a buscar a mi fiel caballo, dijo.

!Oh, no! rebatió Merlín, moviendo la cabeza de lado a lado. El camino tiene
partes demasiado estrechas como para que un caballo pueda pasar. Tendréis que
ir a pie.

Horrorizado, el caballero se dejó caer sobre una roca.

Creo que prefiero morir por culpa de una barba empapada, dijo, perdiendo todo
el coraje con una rapidez impresionante.

No tendréis que viajar solo, le dijo Merlín. Ardilla os acompañará.

Qué pretendéis, que cabalgue sobre una ardilla? preguntó el caballero asustado
ante la idea de tener por compañera en tan arduo viaje a un animal sabelotodo.

Puede que no me podáis montar, dijo la ardilla, pero me necesitaréis para que
os ayude a comer. Quién, sino, masticará las nueces para vos y las pasará por
vuestra visera?

Cuando Rebeca oyó la conversación, voló desde un árbol cercano y se posó en el
hombro del caballero.

Yo también os acompañaré. He estado en la cima de la montaña y conozco el
camino, dijo.

La buena disposición que mostraban los dos animales para ayudarle, proporcionó
al caballero el coraje que necesitaba.

Bueno, bueno, se dijo, !Uno de los principales caballeros del reino
necesitando que una ardilla y un pájaro le den coraje!

 

Se puso de pie con gran esfuerzo, indicándole a Merlín que estaba lista para
comenzar el viaje.

Mientras caminaban por el sendero, el mago sacó una exquisita llave dorada de
su cuello y se la dio al caballero.

Esta llave abrirá las puertas de los tres castillos que bloquearán vuestro
camino.

!Lo sé! gritó el caballero. Habrá una princesa en cada castillo, y mataré al
dragón que la retiene y la rescataré...

!Basta! le interrumpió Merlín. No habrá princesas en ninguno de estos
castillos. E, incluso si las hubiese, en esos momentos no estáis capacitado
para rescatar a ninguna. Tenéis que aprender a salvaros vos primero.

Tras la reprimenda, el caballero permaneció en silencio, mientras Merlín
continuaba:

El primer castillo se llama Silencio; el segundo Conocimiento y el tercero
Voluntad y Osadía. Una vez hayáis entrado en ellos, encontraréis la salida
sólo cuando hayáis aprendido lo que habéis ido a aprender.

Desde el punto de vista del caballero, esto no parecía tan divertido como
rescatar princesas. Además, en aquel momento, visitar castillos no era lo que
más le apetecía.

Por qué no puedo simplemente rodear los castillos? preguntó malhumorado.

Si lo hacéis, os extraviaréis del sendero y seguramente os perderéis. La única
manera de llegar a la cima de la montaña es atravesando los castillos, dijo
Merlín firmemente.

El caballero suspiró profundamente mientras contemplaba la empinada y estrecha
senda. Desaparecía entre los altos árboles que sobresalían hacia unas nubes
bajas. Presintió que este viaje sería mucho más difícil que una cruzada.

Merlín sabía lo que el caballero estaba pensando.

Sí, afirmó, es una batalla diferente la que tendréis que librar en el Sendero
de la Verdad. La lucha será aprender a amaros.

Cómo haré eso? preguntó el caballero.

Empezaréis por aprender a conoceros, respondió Merlín. Esta batalla no se
puede ganar con la espada, así que la tendréis que dejar aquí, la tierna
mirada de Merlín descansó en el caballero por un momento. Luego añadió: Si os
encontráis con algo con lo que no podáis lidiar, llamadme y yo acudiré.

Queréis decir que podéis aparecer dondequiera que yo me encuentre?

Cualquier mago que se precie lo puede hacer, replicó Merlín. Dicho esto,
desapareció.

El caballero quedó asombrado.

!Pero bueno... si ha desaparecido!

Ardilla asintió.

A veces realmente la hace buena.

Gastaréis toda vuestra energía hablando, les riñó Rebeca. Pongámonos en
marcha.

El yelmo del caballero emitió un chirrido cuando éste asintió. Partieron con
Ardilla al frente y, detrás, el caballero con Rebeca sobre su hombro. De tanto
en tanto, Rebeca volaba en misión exploratoria y volvía para informarles de lo
que les esperaba más adelante.

Después de una horas, el caballero se derrumbó, exhausto y dolorido. No estaba
acostumbrado a viajar sin caballo y con la armadura puesta. Como de todas
maneras era casi de noche Rebeca y Ardilla decidieron parar para dormir.

Rebeca voló entre los arbustos y regresó con algunas bayas, que empujó a
través de los orificios de la visera del caballero. Ardilla fue a un arroyo
cercano y llenó algunas cáscaras de nuez con agua, que el caballero bebió con
la pajita que Merlín le había proporcionado. Demasiado agotado como para
esperar a que Ardilla le preparara más nueces, se quedó dormido.

A la mañana siguiente le despertó el sol cayendo sobre sus ojos. La
luminosidad le molestaba. Su visera nunca había dejado pasar tanta luz.
Mientras intentaba entender este fenómeno, se dio cuenta de que Ardilla y
Rebeca le estaban observando, al tiempo que parloteaban y arrullaban con
excitación. Hizo un esfuerzo por sentarse y, de repente, se dio cuenta de que
podía ver mucho más que el día anterior y que podía sentir la fresca brisa en
sus mejillas.

Una parte de su visera se había roto y se había caído.

Cómo habrá sucedido?, se preguntó.

Ardilla contestó a la pregunta que él no había formulado en voz alta.

Se ha oxidado y se ha caído.

Pero cómo?, preguntó el caballero.

Por las lágrimas que derramasteis después de ver la carta en blanco de vuestro
hijo, dijo Rebeca.

El caballero meditó sobre esto. La pena que había sentido era tan profunda que
su armadura no había podido protegerle. Al contrario, sus lágrimas habían
comenzado a deshacer el acero que le rodeaba.

!Eso es!, gritó. Las lágrimas de auténticos sentimientos me liberarán de la
armadura.

Se puso de pie más rápido de lo que había hecho en años.

!Ardilla! !Rebeca!, gritó. !Espabilad! Vamos al Sendero e la Verdad.

Rebeca y Ardilla estaban tan llenas de alegría con lo que estaba sucediéndole
al caballero que no le dijeron que su rima era malísima. Los tres continuaron
la ascensión de la montaña. Era un día muy especial para el caballero. Notó
las diminutas partículas iluminadas por el sol que flotaban en el aire,
filtrándose a través de las ramas de los árboles. Miró con detenimiento las
caras de algunos petirrojos y vio que no eran todas iguales. Le comentó esto a
Rebeca, que dio pequeños saltitos, arrullando alegremente.

Estáis empezando a ver las diferencias en otras formas de vida porque estáis
empezando a ver las diferencias en vuestro interior.

El, caballero intentó comprender qué quería decir Rebeca exactamente. Era
demasiado orgulloso para preguntar, pues todavía pensaba que un caballero
tenía que ser más listo que una paloma.

En ese preciso momento, Ardilla, que había ido a explorar, regresaba
alborotada.

El castillo del Silencio está justo detrás de la próxima subida.

Emocionado ante la idea de ver el castillo, el caballero apuró el paso. Llegó
a la cima del monte sin aliento. Era verdad, el castillo se veía a lo lejos,
bloqueando el sendero por completo. El caballero les confesó a Ardilla y
Rebeca que estaba decepcionado. Había esperado una estructura más elegante. En
lugar de eso, el castillo del Silencio parecía uno más.

Rebeca rió y dijo:

Cuando aprendáis a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones.

El caballero asintió ante la sabiduría de estas palabras.

He pasado casi toda mi vida decepcionándome. Recuerdo que estando en la cuna,
pensaba que era el bebé más bonito del mundo. Entonces mi niñera me miró y
dijo: "Tenéis una cara que sólo una madre podría amar". Me sentí decepcionado
por ser feo en lugar de hermoso, y me decepcionó que la niñera fuera tan poco
amable.

Si realmente os hubierais sentido hermoso, no os hubiera importado lo que ella
dijo. No os hubierais sentido decepcionado, explico Ardilla.

Esto tenía sentido para el caballero.

Estoy empezando a pensar que los animales son más listos que las personas.

El hecho de que podáis decir eso os hace tan listo como nosotros, replicó
Ardilla.

No creo que todo esto tenga nada que ver con ser listo, dijo Rebeca. Los
animales aceptan y los humanos esperan. Nunca oiréis a un conejo decir:
"Espero que el sol salga esta mañana para poder ir al lago a jugar". Si el sol
no sale, no le estropeará el día al conejo. Es feliz siendo un conejo.

El caballero pensó en esto. No recordaba a ninguna persona que fuera feliz
simplemente por ser una persona.

Al poco rato llegaron a la puerta del enorme castillo. El caballero cogió la
llave dorada de su cuello y la introdujo en la cerradura. Y mientras abría la
puerta, Rebeca le dijo:

Nosotras no iremos contigo.

El caballero, que estaba empezando a amar y a confiar en los animales, se
sintió decepcionado por que no le acompañaran. Estaba a punto de decirlo,
cuando se dio cuenta. Estaba esperando otra vez.

Los animales sabían que el caballero dudaba entre entrar o no en el castillo.

Os podemos mostrar, la puerta, dijo Ardilla, pero tendréis que entrar solo.

Al alejarse volando, Rebeca lo llamó alegremente.

!Nos encontraremos al otro lado!


Capítulo 4

El Castillo del Silencio

Abandonado a su suerte, el caballero asomó la cabeza con precaución por la
puerta del castillo. Las rodillas le temblaban ligeramente, por lo que
producía un ruido metálico a causa de su armadura. Como no quería parecer una
gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca pudiera verle, reunió
fuerzas y entró valientemente, cerrando la puerta a sus espaldas.

Por un momento deseó no haber dejado atrás su espada, pero Merlín le había
prometido que no tendría que matar dragones, y el caballero confiaba en el
mago.

Entró en la enorme antesala del castillo y miró a su alrededor. Sólo vio el
fuego que ardía en una enorme chimenea de piedra en uno de los muros y tres
alfombras en el suelo. Se sentó en la alfombra más cercana al fuego.

El caballero pronto se dio cuenta de dos cosas: primero, parecía no haber
ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitación, hacia otras áreas del
castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador silencio. Se sobresaltó
al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba.

El caballero pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en las
épocas en que Julieta no le hablaba durante días, pero aquello no era nada
comparada con esto. El Castillo del Silencio hacía honor a su nombre, pensó.
Jamás en su vida se había sentido tan solo.

De repente, el caballero se sobresaltó por el sonido de una voz familiar a sus
espaldas.

!Hola caballero!

El caballero se giró y se sorprendió al ver al rey aproximarse desde una
esquina lejana de la habitación.

!Rey!, dijo con coz entrecortada. Ni siquiera os había visto. Qué hacéis aquí?

Lo mismo que vos, caballero, buscando la puerta.

El caballero miró a su alrededor otra vez.

!No veo ninguna puerta.

Uno no puede ver realmente hasta que no comprende, dijo el rey. Cuando
comprendáis lo que hay en esta habitación, podréis ver la puerta que conduce a
la siguiente.

Definitivamente, eso espero, rey, dijo el caballero. Me sorprende veros aquí.
Había oído que estabais en una cruzada.

Eso es lo que dicen siempre que viajo por el Sendero de la Verdad, replicó el
rey. Mis súbditos lo entienden mejor así.

El caballero parecía perplejo.

Todo el mundo entiende las cruzadas, dijo el rey, pero muy pocos comprenden la
verdad.

Si, asintió el caballero. Yo mismo no estaría en este sendero si no estuviera
atrapado en esta armadura.

La mayoría de la gente está atrapada en su armadura, declaró el rey.

Qué queréis decir?, preguntó el caballero.

Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego, un día,
quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir.

Nunca pensé que vos estuvierais atrapados, rey. Sois tan sabio..., dijo el
caballero.

El rey soltó una carcajada.

Soy lo suficientemente sabio como para saber cuando estoy atrapado, y también
para regresar aquí para aprender más de mí mismo.

El caballero estaba entusiasmado, pensando que quizás el rey podría mostrarle
el camino.

Decidme, dijo el caballero, su rostro iluminado, podríamos atravesar el
castillo juntos? Así no sería tan solitario.

El rey negó con la cabeza.

Una vez lo intenté. Es verdad que mis compañeros y yo no nos sentíamos solos
porque hablábamos constantemente, pero cuando uno no habla es imposible ver la
puerta de salida de esta habitación.

Quizás podríamos limitarnos a caminar juntos, sin hablar, sugirió el
caballero. No le apetecía mucho tener que caminar solo por el Castillo del
Silencio.

El rey volvió a negar con la cabeza, esta vez con más fuerza.

No, también lo intenté. Hizo que el vacío fuera menos doloroso, pero tampoco
pude ver la puerta de salida.

El caballero protestó.

Pero si no estabais hablando...

Permanecer en silencio es algo más que no hablar, dijo el rey. Descubrí que,
cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen. No dejaba caer mis
barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos ver lo que yo
intentaba esconder.

No lo capto, dijo el caballero.

Lo comprenderéis, replicó el rey, cuando hayáis permanecido aquí el tiempo
suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura.

El caballero estaba desesperado.

!No quiero quedarme aquí solo!, exclamó, golpeando el suelo con el pie, y
dejándolo caer involuntariamente sobre el pie del rey.

El rey gritó de dolor y comenzó a dar saltos.

El caballero estaba horrorizado. Primero el herrero, ahora el rey.

!Perdonad, señor!, dijo disculpándose.

El rey se acarició el pie con suavidad.

!Oh, bueno!, esa armadura os hace más daño a vos que a mí, luego, miró al
caballero con expresión sabia. Comprendo que no queráis quedaros solos en el
castillo. Yo tampoco lo deseaba las primeras veces que estuve aquí, pro ahora
me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aquí, lo ha de hacer todo solo.
Dicho esto, se alejó, cojeando al tiempo que decía: Ahora debo irme.

Perplejo, el caballero pregunto:

Adónde vais? La puerta está por aquí.

Esa puerta es sólo de entrada. La puerta que da a la siguiente habitación está
en la pared más lejana. La vi, por fin, cuando vos entrabais, dijo el rey.

Qué queréis decir con que por fin la visteis? No recordabais dónde estaba, de
las otras veces que estuvisteis aquí?, preguntó el caballero, sin comprender
por qué el rey continuaba viniendo.

Uno nunca acaba de viajar por el Sendero de la Verdad. Cada vez que vengo, a
medida que voy comprendiendo cada vez más, encuentro nuevas puertas. El rey se
despidió con la mano. !Trataos bien, amigo mío!

!Aguardad, por favor! le suplicó el caballero.

El rey se volvió y le miró con compasión

Sí?

El caballero, que no podía hacer que tambalease la resolución del rey, pidió:

Hay algún consejo que me podáis dar antes de iros?

El rey lo pensó un momento, luego respondió:

Esto es un nuevo tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que requiere
más coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes. Si lográis
reunir las fuerzas necesarias y quedaros a hacer lo que tenéis que hacer aquí
será vuestra mayor victoria.

Dicho esto, el rey se giró y, estirando el brazo como para abrir una puerta,
desapareció en la pared, dejando al caballero mirando con incredulidad.

El caballero corrió al sitio donde había estado el rey, esperando que, de
cerca, también podría ver la puerta.

Al encontrar tan sólo lo que parecía ser una pared sólida, comenzó a caminar
por toda la habitación. Lo único que el caballero podía oír era el sonido de
su armadura resonando por todo el castillo.

Después de un rato se sentía más deprimido que nunca. Para animarse, cantó un
par de canciones de batalla: Estaré contigo para llevarte a una cruzada,
cariño y dondequiera que deje mi yelmo, será mi casa. Las cantó una y otra
vez.

A medida que su voz se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar su canto,
envolviéndolo en el silencio más absoluto. Sólo entonces pudo el caballero
admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo de estar solo.

En ese momento, vio una puerta en la pared más lejana de la habitación. Fue
hasta ella, la abrió lentamente y entró en otra habitación.

Esta otra sala se parecía mucho a la anterior, sólo que era más pequeña.
También ésta estaba vacía de todo sonido.

Para pasar el tiempo, el caballero comenzó a hablar consigo mismo. Decía
cualquier cosa que le venía a la mente. Habló de cómo era de pequeño y de qué
manera era diferente de los otros niños que conocía.

Mientras cazaban codornices y jugaban a "Ponle la cola al burro", él se
quedaba en casa y leía. Como en aquel entonces los libros eran manuscritos de
los monjes, había pocos, y muy pronto los hubo leído todos. Fue entonces
cuando comenzó a hablar con todo aquel que pasaba delante de él. Cuando no
había con quién hablar, hablaba consigo mismo, igual que ahora. Se encontró
diciendo que había hablado tanto durante toda su vida para evitar sentirse
solo.

El caballero pensó profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia
voz rompió el aterrador silencio.

Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo.

Mientras pronunciaba estas palabras, otra puerta se hizo visible. El caballero
la abrió y entró en la siguiente habitación. Era más pequeña aún que la
anterior.

Se sentó en el suelo y continuó pensando. Al poco rato, le vino el pensamiento
de que toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y
de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento.
Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación aún más pequeña que
las anteriores.

Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho.
Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor
parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido
del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, habían
estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído. Tampoco había oído
a Julieta, cuando ella intentaba decirle cómo se sentía; especialmente cuando
estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De hecho, una
de las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el
tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía que
hacer era bajar la visera y ya no la oía.

Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en
acero; tan sola como él se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio
dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la soledad de
Julieta también. Durante años, la había obligado a vivir en un castillo de
silencio. Se puso a llorar.

El caballero lloró tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la
visera y empaparon la alfombra que había debajo de él. Las lágrimas fluyeron
hacia la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la habitación había
empezado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no fuera porque en
ese preciso instante apareció otra puerta.

Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta, la abrió y
entró en una habitación que no era mucho más grande que el establo de su
caballo.

Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas, dijo en voz
alta.

Una voz replicó:

Porque os estáis acercando a vos mismo.

Sobresaltado el caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había
creído. Quién había hablado?

!Tú has hablado! dijo la voz como respuesta a su pensamiento.

La voz parecía venir de dentro de sí mismo. Era eso imposible?

Sí, es posible, respondió la voz. Soy tu yo verdadero.

Pero si yo soy mi yo verdadero, protestó el caballero.

!Mírate!, pronunció la voz con ligera aversión, ahí sentado, medio muerto,
dentro de ese montón de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa.
Si tú eres tu verdadero yo, !los dos estamos en problemas!

!Ahora, óyeme tú a mí!, dijo el caballero. He vivido todos estos años sin oír
ni una sola palabra sobre ti. Ahora que oigo, lo primero que me dices es que
tú eres mi yo verdadero. Por qué no me habías hablado antes?

He estado aquí durante años, replico la voz, pero ésta es la primera vez que
estás lo suficientemente silencioso como para oírme.

El caballero dudó.

Si tú eres mi verdadero yo, entonces, por favor, dime quién soy yo?

La voz replicó amablemente:

No puedes pretender aprender todo de golpe. Por qué no te vas a dormir?

Está bien, dijo el caballero, pero antes quiero saber cómo debo llamarte.

Llamarme? pregunto la voz perpleja. Pero si yo soy tú.

No puedo llamarme yo. Me confunde.

Esta bien, llámame Sam.

Por qué Sam?

Y por qué no?, fue la respuesta.

Tienes que conocer a Merlín, dijo el caballero, empezando a cabecear de
cansancio. Luego se le cerraron los ojos mientras se sumergía en un profundo y
dulce sueño.

Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Tan sólo era consciente de sí mismo.
El resto del mundo parecía haberse desvanecido. A medida que se fue
despertando, el caballero se fue dando cuenta de que Ardilla y Rebeca estaban
sentadas sobre su pecho.

Cómo habéis entrado aquí?, preguntó.

Ardilla rió. No estamos ahí.

Vos estáis aquí, arrullo Rebeca.

El caballero abrió más los ojos y se sentó. Miró a su alrededor sorprendido.
Sin lugar a dudas, se encontraba sentado sobre el Sendero de la Verdad, al
otro lado del Castillo del Silencio.

Cómo salí de allí?, preguntó

Rebeca le respondió: De la única manera posible: pensando.

Lo último que recuerdo, dijo el caballero, es que estaba hablando con... Aquí
se detuvo. Quería contarles a Rebeca y Ardilla acerca de Sam, pero no era
fácil de explicar. Además podía habérselo imaginado todo. Tenía mucho que
pensar. El caballero se rascó la cabeza, pero no tardó un momento en darse
cuenta de que en realidad estaba rascando su propia piel. Se llevó las dos
manos envueltas en acero a la cabeza. !Su yelmo había desaparecido! Se tocó la
cara y la larga barba. !Ardilla! !Rebeca!, gritó.

Ya lo sabemos, dijeron en un alegre unísono. Habéis debido llorar otra vez en
el Castillo del Silencio.

Lo hice, replicó el caballero. Pero, cómo puede haberse oxidado todo un yelmo
en una noche?

Los animales rieron con estrépito. Rebeca, yacía sin aliento, dando aletazos
contra el suelo. Al caballero le pareció que estaba fuera de sus pajarillos.
Exigió que le hicieran saber qué era tan gracioso.

Ardilla fue la primera en recuperar el aliento.

!No estuvisteis sólo una noche en el castillo!

Entonces, durante cuánto tiempo?

Y si os dijera que mientras estabais ahí dentro pude haber recogido fácilmente
más de cinco mil nueces?

!Diría que estáis loca!, exclamó el caballero.

Pues permanecisteis en el castillo durante mucho, muchísimo tiempo, afirmó
Rebeca.

El caballero dejó caer la mandíbula incrédulo. Miró hacia el cielo y, con una
resonante voz, dijo:

Merlín, debo hablar con vos.

Como había prometido, el mago apareció inmediatamente. Iba desnudo, a
excepción de su larga barba, y estaba completamente mojado. Parecía que el
caballero lo había cogido mientras tomaba un baño.

Lamento la intrusión, dijo el caballero, pero era una emergencia. Yo...

No hay problema, dijo Merlín, interrumpiéndolo. Los magos somos molestados a
menudo. Se sacudió el agua de la barba. Respondiendo a vuestra pregunta, he de
deciros que es verdad. Permanecisteis en el Castillo del Silencio por un largo
tiempo.

Merlín so dejaba de sorprender al caballero.

Cómo sabíais lo que quería preguntaros?

Como me conozco, puedo conoceros. Somos todos parte el uno del otro.

El caballero pensó un momento.

Estoy empezando a entender. He podido comprender el dolor de Julieta porque
soy parte de ella?

Sí, respondió Merlín. Por eso pudisteis llorar por ella y por vos mismo. Fue
la primera vez que derramasteis lágrimas por otra persona.

El caballero le dijo a Merlín que se sentía orgulloso. El mago sonrió
indulgente.

Uno no debe sentirse orgulloso por ser humano. Tiene tan poco sentido como que
Rebeca se sintiera orgullosa por poder volar. Rebeca nació con alas. Vos
nacisteis con un corazón, y ahora lo estáis utilizando, como es natural.

Realmente sabéis cómo desanimar a un amigo, Merlín.

No era mi intención ser duro con vos. Lo estáis haciendo bien, de no ser así,
no hubierais conocido a Sam.

El caballero se sintió aliviado.

Entonces, lo oí realmente? No fue sólo mi imaginación?

Merlín soltó una risita ahogada.

No, Sam es real. De hecho, es un yo más real que el que habéis estado llamando
yo durante todos estos años. No os estáis volviendo loco. Simplemente, estáis
empezando a oír a vuestro yo verdadero. Por esta razón el tiempo transcurrió
sin que os dierais cuenta.

No lo comprendo, dijo el caballero.

Comprenderéis cuando hayáis pasado por el Castillo del Conocimiento.

Antes de que el caballero pudiera hacer más preguntas, Merlín desapareció.


   

SIGUE

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