- El dilema
del caballero
- En los bosques
de Merlín
- El sendero
de la Verdad
- El Castillo
del Silencio
- El
Castillo del Conocimiento
- El
Castillo de la Voluntad y de la Osadía
- La
Cima de la Verdad
Capítulo
1
El dilema
del caballero
Hace ya mucho tiempo,
en una tierra muy lejana, vivía un caballero que pensaba
que era bueno, generoso y amoroso.
Hacía todo lo que suelen hacer los caballeros buenos,
generosos y amorosos:
Luchaba contra sus enemigos, que eran malos mezquinos y odiosos.
Mataba dragones y rescataba damiselas en apuros.
Cuando en el asunto de la caballería había crisis,
tenía la mala costumbre de rescatar damiselas incluso
cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque
muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban
furiosas con el caballero.
Él lo aceptaba con filosofía. Después de
todo, no se puede contentar a todo el mundo.
Nuestro
caballero era famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de
luz tan
brillantes que la gente del pueblo juraba haber visto el sol
salir en el norte o ponerse en el este cuando el caballero partía
a la batalla. Y partía a la
batalla con bastante frecuencia.
Ante la
mera mención de una cruzada, el caballero se ponía
la armadura
entusiasmado, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección.
Su entusiasmo
era tal que a veces partía en varias direcciones a la
vez, lo
cual no es nada fácil.
Durante
años, el caballero se esforzó en ser el número
uno del reino. Siempre
había otra batalla que ganar, otro dragón que matar
u otra damisela que
rescatar.
El caballero
tenía una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que
escribía
hermosos poemas, decía cosas inteligentes y tenía
debilidad por el vino.
También
tenía un joven hijo de cabellos dorados, Cristóbal,
al que esperaba
ver, algún día, convertido en un valiente caballero.
Julieta
y Cristóbal veían poco al caballero porque, cuando
no estaba luchando
en una batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba
ocupado
probándose su armadura y admirando su brillo.
Con el tiempo,
el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura
que se
la empezó a poner para cenar, y a menudo para dormir.
Después de un tiempo, ya
no se tomaba la molestia de quitársela para nada.
Poco a poco,
su familia fue olvidando qué aspecto tenía sin
ella.
Ocasionalmente,
Cristóbal le preguntaba a su madre qué aspecto
tenía su padre.
Cuando esto sucedía, Julieta llevaba al chico hasta la
chimenea y señalaba el
retrato del caballero.
He ahí
a tu padre, decía con un suspiro.
Una tarde,
mientras contemplaba el retrato, Cristóbal le dijo a su
madre:
!Ojalá
pudiera ver a padre en persona!
!No puedes
tenerlo todo! respondió bruscamente Julieta.
Estaba cada
vez más harta de tener tan sólo una pintura como
recuerdo del
rostro de su marido y estaba cansada de dormir mal por culpa
del ruido
metálico de la armadura.
Cuando paraba
en casa y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, el
caballero solía recitar monólogos sobre sus hazañas.
Julieta
y Cristóbal casi nunca podían decir una palabra.
Cuando lo hacían, el
caballero las acallaba, ya sea cerrando su visera o quedándose
repentinamente
dormido.
Un día,
Julieta se enfrentó a su marido:
Creo que
amas más a tu armadura de lo que me amas a mí.
!Eso no
es verdad!, respondió el caballero, Acaso no te amé
lo suficiente como
para rescatarte de aquel dragón e instalarte en este elegante
castillo con
paredes empedradas?
Lo que tu
amabas, dijo Julieta, espiando a través de la visera para
poder ver
sus ojos, era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces
y tampoco
me amas realmente ahora.
Sí
que te amo, insistió el caballero, abrazándola
torpemente con su fría y
rígida armadura, casi rompiéndole las costillas.
!Entonces,
quítate esa armadura para que pueda ver quien eres en
realidad!, le
exigió.
!No puedo
quitármela! !Tengo que estar preparado para montar en
mi caballo y
partir en cualquier dirección!, explico el caballero.
!Si no te
quitas esa armadura, cogeré a Cristóbal, subiré
en mi caballo y me
marcharé de tu vida!
Bueno, esto
si que fue un golpe para el caballero. No quería que Julieta
se
fuera. Amaba a su esposa y a su hijo y a su elegante castillo,
pero también
amaba a su armadura porque les mostraba a todos quien era él:
un caballero
bueno, generoso y amoroso. Por qué no se daba cuenta Julieta
de ninguna de
estas cualidades?
El caballero
estaba inquieto. Finalmente, tomó una decisión.
Continuar
llevando la armadura no valía la pena si por ello había
de perder a Julieta y
a Cristóbal.
De mala
gana, el caballero intentó quitarse el yelmo pero, !no
se movió! Tiró
con más fuerza. Estaba muy enganchado. Desesperado, intentó
levantar la visera
pero, por desgracia, también estaba atascada. Aunque tiró
de la visera una y
otra vez, no consiguió nada.
El caballero
caminó de arriba abajo con gran agitación. Cómo
podía haber
sucedido esto? Quizá no era tan sorprendente encontrar
el yelmo atascado, ya
que no se lo había quitado en años, pero la visera
era otro asunto. La había
abierto con regularidad para comer y beber. Pero bueno !si la
había abierto
esta misma mañana para desayunar huevos revueltos y cerdo
en su salsa!
Repentinamente,
el caballero tuvo una idea. Sin decir adónde iba, salió
corriendo hacia la tienda del herrero, en el patio del castillo.
Cuando llegó,
el herrero estaba dándole forma a una herradura con sus
manos.
!Herrero,
dijo el caballero, tengo un problema!
Sois un
problema, señor, dijo socarronamente el herrero, con su
tacto
habitual.
El caballero,
que normalmente gustaba de bromear, arrugó el entrecejo.
!No estoy
de humor para tus bromas en estos momentos. Estoy atrapado en
esta
armadura, vociferó, al tiempo que golpeaba el suelo con
el pie revestido de
acero, dejándolo caer accidentalmente sobre el dedo gordo
del pie del herrero.
El herrero
dejó escapar un aullido y, olvidando por un momento que
el
caballero era su señor, le propino un brutal golpe en
el yelmo. El caballero
sintió tan sólo una ligera molestia. El yelmo ni
se movió.
!Inténtalo
otra vez! ordenó el caballero, sin darse cuenta de que
el herrero
le había golpeado porque estaba enfadado.
!Con gusto!,
dijo el herrero, dijo balanceando un martillo en venganza y
dejándolo caer con fuerza sobre el yelmo del caballero.
El yelmo
ni siquiera se abolló.
El caballero
se sintió muy turbado. El herrero, era con mucho, el hombre
más
fuerte del reino. Si él no podía sacar al caballero
de su armadura, quién
podría?
Como era
un buen hombre, excepto cuando le aplastaban el dedo gordo del
pie,
el herrero percibió el pánico del caballero y sintió
lástima.
!Estáis
en una situación difícil, caballero, pero no os
deis por vencido!
!Regresad mañana cuando yo haya descansado! Me habéis
cogido al final de un
día muy duro.
Aquella
noche, la cena fue difícil. Julieta se enfadaba cada vez
más a medida
que iba introduciendo por los orificios de la visera del caballero
la comida
que había tenido que triturar previamente.
A mitad
de la cena, el caballero le contó a Julieta que el herrero
había
intentado abrir la armadura, pero que había fracasado.
!No te creo,
bestia ruidosa! gritó al tiempo que estrellaba el plato
de puré
de estofado de paloma contra su yelmo.
El caballero
no sintió nada. Sólo, cuando la salsa comenzó
a chorrear por los
orificios de la visera, se dio cuenta de que le habían
dado en la cabeza.
Tampoco
había sentido el martillo del herrero aquella tarde.
De hecho,
ahora que lo pensaba, su armadura no le dejaba sentir apenas
nada, y
la había llevado durante tanto tiempo que había
olvidado cómo se sentían las
cosas sin ella.
El caballero
se entristeció mucho porque Julieta no creía que
estaba intentado
quitarse la armadura. El herrero y él lo habían
intentado, y lo siguieron
intentando durante días, sin éxito.
Cada día
el caballero se deprimía más y Julieta estaba cada
día más fría.
Finalmente,
el caballero admitió que los esfuerzos del herrero eran
vanos.
!Vaya con
el hombre más fuerte del reino! !Ni siquiera puedes abrir
este
montón de lata! gritó con frustración.
Cuando el
caballero regresó a casa, Julieta le chilló:
!Tu hijo
no tiene más que un retrato de su padre, y estoy harta
de hablar con
una visera cerrada. No pienso volver a pasar comida por los agujeros
de esa
horrible cosa nunca más! !Éste es el último
puré de cordero que te preparo!
!No es mi
culpa si estoy atrapado en esta armadura! Tenía que llevarla
para
estar siempre listo para la batalla. De qué otra manera,
si no, hubiera podido
comprar bonitos castillos y caballos para ti y para Cristóbal?
!No lo hacías
por nosotros!, argumento Julieta, !Lo hacías por ti!
Al caballero
le dolió en el alma que su mujer pareciera no amarlo más.
También
temía que, si no se quitaba la armadura pronto, Julieta
y Cristóbal realmente
se marcharían. Tenía que quitarse la armadura,
pero no sabía cómo.
El caballero
descartó una idea tras otra por considerarlas poco viables.
Algunos planes eran realmente peligrosos. Sabía que cualquier
caballero que se
plantease fundir su armadura con la antorcha del castillo, o
congelarla
saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un cañón,
estaba seriamente
necesitado de ayuda.
Incapaz
de encontrar ayuda en su propio reino, el caballero decidió
buscar en
otras tierras.
!En algún
lugar debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta
armadura! pensó.
Desde luego
echaría de menos a Julieta, Cristóbal, y el elegante
castillo.
También temía que, en su ausencia, Julieta encontrara
el amor en brazos de
otro caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura
y de ser un
buen padre para Cristóbal.
Sin embargo,
el caballero tenía que irse, así que, una mañana,
muy temprano,
montó en su caballo y se alejó cabalgando. No osó
mirar atrás por miedo a
cambiar de idea.
Al salir
de la provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey,
que
había sido muy bueno con él.
El rey vivía
en un grandioso castillo en la cima de una colina del barrio
elegante. Al cruzar el puente levadizo y entrar en el patio,
el caballero vio
al bufón sentado con las piernas cruzadas, tocando la
flauta.
El bufón
se llamaba Bolsalegre porque llevaba sobre su hombro una bolsa
con
los colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír
o sonreír a la
gente. Había extrañas cartas que utilizaba para
adivinar el futuro de las
personas, cuentas de vivos colores que hacía aparecer
y desaparecer y
graciosas marionetas que usaba para divertir a su audiencia.
!Hola, Bolsalegre!,
dijo el caballero, !He venido a decirle adiós al rey!
El bufón
miró hacia arriba.
!El rey
se acaba de ir!
!No hay nada que él os pueda decir!
Adónde
ha ido? preguntó el caballero.
!A una nueva
cruzada ha partido!
!Si lo esperáis,
vuestro tiempo habréis perdido!
El caballero
quedó decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado
por no poder unirse a él en la cruzada.
!Oh! suspiró.
Podría morir de inanición dentro de esta armadura
antes de que
el rey llegara. Quizá no le vuelva a ver nunca más.
El caballero
sintió ganas de dejarse caer de su montura pero, por supuesto,
la
armadura se lo impedía.
Sois una
imagen triste de ver.
Ni con todo vuestro poder
vuestra situación podéis resolver.
!No estoy
de humor para tus insultantes rimas, ladró el caballero,
tenso
dentro de su armadura. No puedes tomarte los problemas de alguien
seriamente
por una vez?
Con una
clara y lírica voz, Bolsalegre cantó:
!A mí
los problemas no me han de afectar,
Son oportunidades para criticar.
Otra canción
cantarías si fueras tú el que aquí estuviera,
gruñó el caballero.
A todos
alguna armadura nos tiene atrapados
Sólo que la vuestra ya la habéis encontrado.
No tengo
tiempo de quedarme y oír tus tonterías. Tengo que
encontrar la manera
de salir de esta armadura.
Y dicho
esto, el caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre lo llamó:
Hay alguien
que puede ayudaros, caballero
a sacar a la luz a vuestro yo verdadero.
El caballero
detuvo su caballo bruscamente y, emocionado, regresó hacia
Bolsalegre.
Conoces
a alguien que me pueda sacar de esta armadura? Quién es?
Tenéis
que ver al mago Merlín,
así lograréis ser libre al fin.
Merlín?
El único Merlín del que he oído hablar es
el gran sabio, el maestro
del rey Arturo.
Sí,
sí, el mismo es.
Merlín, sólo hay uno,
ni dos ni tres.
Pero no
puede ser, exclamó el caballero. Merlín y el rey
Arturo vivieron hace
muchos años.
Bolsalegre
replicó:
Es verdad,
pero aún vive ahora.
En los bosques, el sabio mora.
Pero esos
bosques son tan grandes... Cómo lo encontraré ahí?
Bolsalegre
sonrió.
Aunque muy difícil ahora os parece,
cuando el alumno esté preparado,
el maestro aparece.
!Ojalá
Merlín apareciera pronto! Voy a buscarlo a él,
dijo el caballero.
Estiró
el brazo y le dio la mano a Bolsalegre en señal de gratitud,
y por poco
tritura los dedos del bufón con el guantelete.
Bolsalegre
dio un grito. El caballero soltó rápidamente la
mano del bufón.
Lo siento.
Bolsalegre
se frotó los magullados dedos.
Cuando la
armadura desaparezca y estéis bien
sentiréis el dolor de los otros también.
Me voy,
dijo el caballero.
Hizo girar
a su caballo y, abrigando nuevas esperanzas en su corazón,
se alejó
galopando.
Capítulo
2
En los bosques
de Merlín
No fue tarea fácil
encontrar al astuto mago. Había muchos bosques en los
que
buscar, pero sólo un Merlín. Así que el
pobre caballero cabalgó día tras día,
noche tras noche, debilitándose cada vez más.
Mientras
cabalgaba en solitario a través de los bosques, el caballero
se dio
cuenta de que había muchas cosas que no sabía.
Siempre había pensado que era
muy listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando
sobrevivir en los
bosques.
De mala
gana, se reconoció a sí mismo que no podía
distinguir una baya
venenosa de una comestible. Esto hacía del acto de comer
una ruleta rusa.
Beber no era menos complicado. El caballero intentó meter
la cabeza en un
arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga
dos veces. Por si eso
fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en
el bosque. No sabía
distinguir el norte del sur, ni el este del oeste. Por fortuna,
su caballo sí
lo sabía.
Después
de meses de buscar en vano, el caballero estaba bastante desanimado.
Aún no había encontrado a Merlín, a pesar
de haber viajado muchas leguas. Lo
que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera
sabía cuanto era una legua.
Una mañana,
se despertó sintiéndose más débil
de lo normal y un tanto
peculiar. Aquella misma mañana encontró a Merlín.
El caballero reconoció al
mago enseguida. Estaba sentado bajo un árbol, vestido
con una larga túnica
blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor,
y los pájaros
descansaban en sus hombros y brazos.
El caballero
movió la cabeza sombríamente de un lado a otro,
haciendo que
rechinase su armadura. Cómo podían todos estos
animales encontrar a Merlín con
tanta facilidad cuando había sido tan difícil para
él?
Cansinamente,
el caballero descendió de su caballo.
!Os he estado
buscando! le dijo al mago. !He estado perdido durante meses!
!Toda vuestra
vida! le corrigió Merlín, mordiendo una zanahoria
y
compartiéndola con el conejo más cercano.
El caballero
se enfureció.
!No he venido
aquí para ser insultado!
!Quizás
siempre os habéis tomado la verdad como un insulto!, dijo
Merlín
compartiendo la zanahoria con alguno de los otros animales.
Al caballero
tampoco le gustó mucho este comentario, pero estaba demasiado
débil de hambre y sed como para subir a su caballo, y
marcharse. En lugar de
eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba.
Merlín lo miró con
compasión.
!Sois muy
afortunado!, comentó, !Estáis demasiado débil
para correr!
Y eso que
quiere decir? preguntó con brusquedad el caballero.
Merlín
sonrió por respuesta.
Una persona
no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar
durante un tiempo.
Sólo
me quedaré aquí el tiempo necesario para aprender
cómo salir de esta
armadura, dijo el caballero.
Cuando hayáis
aprendido eso, afirmó Merlín, nunca más
tendréis que subir a
vuestro caballo y partir en todas direcciones.
El caballero
estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna
manera, se sentía consolado y se quedó dormido
enseguida.
Cuando el
caballero despertó, vio a Merlín y a los animales
a su alrededor.
Intentó sentarse, pero estaba demasiado débil.
Merlín le tendió una copa de
planta que contenía un extraño líquido.
!Bebed esto!
le ordenó.
Qué
es? preguntó, mirando la copa receloso.
!Estáis
tan asustado! dijo Merlín. Por supuesto, por eso os pusisteis
la
armadura desde el principio.
El caballero
no se molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.
Está
bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera.
No lo haré.
Es demasiado valioso para desperdiciarlo.
Rompió
una caña, puso un extremo en la copa y deslizó
el otro por uno de los
orificios de la visera del caballero.
!Esta es
una gran idea!, dijo el caballero.
Yo lo llamo
una pajita, replicó Merlín.
Por qué?
Y por qué
no?
El caballero
se encogió de hombros y sorbió el líquido
por la caña. Los
primeros sorbos le parecieron amargos, los siguientes más
agradables, y los
últimos tragos fueron bastante deliciosos.
Agradecido,
el caballero, le devolvió la copa a Merlín.
Deberíais
lanzarlo al mercado. Os haréis rico. Merlín se
limitó a sonreír.
Qué
es? preguntó el caballero.
Vida.
Vida?
Sí,
dijo el sabio mago. No os pareció amarga al principio
y, luego, a medida
que la degustabais, no la encontrabais cada vez más apetecible?
El caballero
asintió.
Sí,
los últimos sorbos resultaron deliciosos.
Eso fue
cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.
Estáis
diciendo que la vida es buena cuando uno la acepta?, preguntó
el
caballero.
Acaso no
es así?, replicó Merlín, levantando una
ceja divertido.
Esperáis
que acepte toda esta pesada armadura?
!Ah!, dijo
Merlín, no nacisteis con esa armadura. Os la pusisteis
vos mismo.
Os habéis preguntado por qué?
Y por qué
no? replicó el caballero. irritado. En ese momento, le
estaba
empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar
de esa manera.
Seréis
capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas,
dijo
Merlín.
Dicho esto,
el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces
entre los dientes, se alinearon delante del caballero. Una por
una, cada
ardilla trepó al hombro del caballero, rompió y
masticó una nuez, y luego
empujó los pequeños trozos a través de la
visera del caballero. Las liebres
hicieron lo mismo con zanahorias, y los ciervos trituraron raíces
y bayas para
que el caballero comiera. Este método de alimentación
nunca sería aprobado por
el Ministerio de Sanidad, pero qué otra cosa podía
hacer un caballero atrapado
en su armadura en medio del bosque?
Los animales
alimentaban al caballero con regularidad, y Merlín le
daba a
beber enormes copas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero
se fue
fortaleciendo, y comenzó a sentirse esperanzado.
Cada día
le hacía la misma pregunta a Merlín:
Cuando podré
salir de esta armadura?
Cada día
Merlín replicaba:
!Paciencia!
Habéis llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis
salir
de ella así como así.
Una noche,
los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con
su
laúd los últimos éxitos de los trovadores.
Mientras esperaba que Merlín
acabara de tocar: añoro los viejos tiempos, en que los
caballeros eran
valientes y las damiselas eran frías, el caballero hizo
una pregunta que tenía
en mente desde hacía tiempo.
Fuisteis
en verdad el maestro del rey Arturo?
El rostro
del mago se encendió.
Sí,
yo le enseñé a Arturo, dijo.
Pero, cómo
podéis seguir vivo? !Arturo vivió hace mucho tiempo!,
exclamó el
caballero.
Pasado,
presente y futuro son uno cuando estás conectado a la
Fuente, replicó
Merlín.
Qué
es la fuente?, pregunto el caballero.
Es el poder
misterioso e invisible que es el origen de todo.
No entiendo,
dijo el caballero.
Eso se debe
a que intentáis comprender con la mente, pero vuestra
mente es
limitada.
Tengo una
mente muy buena, le discutió el caballero.
E inteligente,
añadió Merlín. Ella te atrapó en
esa armadura.
El caballero
no pudo refutar esto, Luego recordó algo que Merlín
le había
dicho nada más llegar.
Una vez
dijisteis que me había puesto esta armadura porque tenía
miedo.
No es eso
verdad? respondió Merlín.
No, la llevaba
para protegerme cuando iba a la batalla.
Y temíais
que os hirieran de gravedad o que os mataran, añadió
Merlín.
Acaso no
lo teme todo el mundo?
Merlín
negó con la cabeza.
Y quién
os dijo que teníais que ir a la batalla?
Tenía
que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso.
Si realmente
erais bueno, generoso y amoroso, por qué teníais
que demostrarlo?
preguntó Merlín.
El caballero
eludió tener que pensar en eso de la misma manera que
solía
eludir todas las cosas; se puso a dormir.
A la mañana
siguiente, despertó con un pensamiento clavado en su mente:
era
posible que no fuese bueno, generoso y amoroso? Decidió
preguntárselo a
Merlín.
Qué
pensáis vos? replicó Merlín.
Por qué
respondéis siempre a una pregunta con otra pregunta?
Y por qué
siempre buscáis que otros os respondan vuestras preguntas?
El caballero
se marchó enfadado, maldiciendo a Merlín entre
dientes.
!Ese Merlín!,
masculló. !Hay veces que realmente me saca de mi armadura!
Con un ruido
seco, el caballero dejó caer su pesado cuerpo bajo un
árbol para
reflexionar sobre las preguntas del mago.
Qué
pensaba en realidad?
Podría
ser, dijo en voz alta a nadie en particular, que yo no fuera
bueno,
generoso y amoroso?
Podría
ser, dijo una vocecita. Si no, por qué estáis sentado
sobre mi cola?
Eh? El caballero
miró hacia abajo y vio una pequeña ardilla sentada
a su lado.
Es decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida.
!Oh, perdona!
dijo el caballero, moviendo rápidamente la pierna para
que la
ardilla pudiera recuperar su cola. Espero no haberte hecho daño.
No veo muy
bien con esta visera en mi camino.
No lo dudo,
replicó la ardilla sin ningún resentimiento de
voz. Por eso
siempre estáis pidiendo disculpas a la gente por haberles
hecho daño.
La única
cosa que me irrita más que un mago sabelotodo es una ardilla
sabelotodo, gruñó el caballero. No tengo por qué
quedarme aquí y hablar
contigo.
Luchó
contra el peso de la armadura en un intento por ponerse de pie.
De
repente, sorprendido, balbuceó...
!Eh...,
tú y yo estamos hablando!
Un tributo
a mi buena fe, replicó la ardilla, teniendo en cuenta
que os habéis
sentado sobre mi cola.
Pero si
los animales no pueden hablar, dijo el caballero.
!Oh, claro
que pueden! dijo la ardilla. Lo que sucede es que la gente no
escucha.
El caballero
movió la cabeza perplejo.
Me has hablado
antes?
Claro, cada
vez que rompía una nuez y la empujaba por vuestra visera.
Admiro una
mente inquisitiva, comentó la ardilla, pero, nunca aceptáis
nada
tal como es, simplemente porque es?
Estas respondiendo
a mis preguntas con preguntas, dijo el caballero. Has
pasado demasiado tiempo con Merlín.
!Y vos no
habéis pasado el tiempo suficiente con él!
La ardilla
le dio un ligero golpe al caballero con su cola y trepó
a un árbol
corriendo. El caballero la llamó:
!Espera!
Cómo te llamas?
Ardilla,
replicó ella simplemente, y desapareció en la copa
del árbol.
Aturdido
el caballero movió la cabeza. Se había imaginado
todo eso? En ese
precio instante, vio a Merlín acercarse.
Merlín,
dijo. Tengo ganas de salir de aquí. He empezado a hablar
con ardillas.
Espléndido,
replicó el mago.
El caballero
le miró preocupado.
Cómo
que espléndido? Qué queréis decir?
Simplemente
eso. Os estáis volviendo lo suficientemente sensible como
para
sentir las vibraciones de otros.
El caballero
estaba obviamente confundido, así que Merlín continuó
explicando.
No hablasteis
con la ardilla con palabras, sino que sentisteis sus
vibraciones, y tradujisteis estas vibraciones en palabras. Estoy
esperando el
día en que empecéis a hablar con las flores.
Eso será
el día que las plantéis en mi tumba. Tengo que
salir de estos
bosques.
Adónde
iríais?
Regresaría
con Julieta y Cristóbal. Han estado solos durante mucho
tiempo.
Tengo que volver y cuidar de ellos.
Cómo
podéis cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar
de vos mismos?,
preguntó Merlín.
Pero les
echo de menos, se quejó el caballero. Quiero regresar
con ellos. Aún
en el peor de los casos.
Y es exactamente
así como regresaréis si vais con vuestra armadura,
le previno
Merlín.
El caballero
miró a Merlín con tristeza.
No quiero
esperar a quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un
marido
bueno, generoso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristóbal.
Merlín
asintió comprensivo. Le dijo al caballero que regresara
para dar de sí
mismo era un maravillosos regalo.
Sin embargo,
añadió, un don, para ser un don, debe ser aceptado.
De no ser así
es como una carga para las personas.
Queréis
decir que quizá no quieran que regrese?, preguntó
el caballero
sorprendido. Seguramente me darían otra oportunidad. Después
de todo, yo soy
uno de los mejores caballeros del reino.
Quizás
esa armadura sea más gruesa de lo que parece, dijo Merlín
con suavidad.
El caballero
reflexionó sobre esto. Recordó las eternas quejas
de Julieta
porque él se iba a la batalla tan a menudo, por la atención
que le prestaba a
su armadura, y por su visor cerrado y su costumbre de quedarse
dormido para no
oír sus palabras. Quizá Julieta no quisiera que
él volviera, pero Cristóbal si
querría.
Por qué
no mandarle una nota a Cristóbal y preguntárselo?,
sugirió Merlín.
El caballero
estuvo de acuerdo en que era una buena idea, pero cómo
podía
hacerle llegar una nota a Cristóbal?
Merlín
señaló a la paloma que estaba posada sobre su hombro.
Rebeca la
llevará.
El caballero
estaba perplejo.
Ella no
sabe dónde vivo. Es sólo un estúpido pájaro.
Puedo distinguir
el norte del sur, y el este del oeste, respondió secamente
Rebeca, lo cual es más de lo que se podría decir
de vos.
El caballero
se disculpó rápidamente. Estaba completamente pasmado.
No sólo
había hablado con una paloma y una ardilla, sino que además
las había hecho
enfadar a las dos en el mismo día.
Como era
un pájaro de gran corazón, Rebeca aceptó
las disculpas del caballero
y partió con la nota para Cristóbal en el pico.
No arrulles
con palomas extrañas o dejarás caer mi nota, le
gritó el caballero.
Rebeca ignoró
este comentario desconsiderado, pues se daba cuenta de que el
caballero tenía mucho que aprender.
Pasó
una semana, y Rebeca aún no había regresado. El
caballero estaba cada vez
más impaciente, temiendo que hubiera caído presa
de alguno de los halcones de
caza que él y otros caballeros habían entrenado.
Se estremeció, preguntándose
cómo había podido participar en un deporte tan
sucio, y se arrepintió otra vez
de su horrible equivocación.
Cuando Merlín
terminó de tocar su laúd y de cantar: !Tendrás
un largo y frío
invierno, si tienes un corto y frío corazón!, el
caballero le expresó sus
preocupaciones con respecto a Rebeca.
Merlín
le dio confianza con un alegre verso:
La paloma
más lista que jamás haya volado
no puede ir a parar a ningún guisado.
En ese momento,
un gran parloteo se levantó entre los animales. Todos
miraban
al cielo, así que Merlín y el caballero, miraron
también. Muy alto, sobre sus
cabezas, dando círculos para aterrizar, estaba Rebeca.
El caballero
se puso de pie con gran esfuerzo, al tiempo que Rebeca se posaba
en el hombro de Merlín. Cogiendo la nota de su pico. El
mago la miró y le dijo
con gravedad que era de Cristóbal.
!Dejádmela
ver!, dijo el caballero, quitándole el papel con impaciencia.
Dejó
caer la mandíbula con un ruido al tiempo que miraba, incrédulo,
el papel.
!Está en blanco!, exclamó. Qué quiere decir
esto?
Quiere decir,
dijo Merlín suavemente, que vuestro hijo no os conoce
lo
suficiente como para daros una respuesta.
El caballero
permaneció quieto un momento, pasmado, luego lanzó
un gemido y
lentamente cayó al suelo. Intentó retener las lágrimas,
pues los caballeros de
brillante armadura simplemente no lloran. Sin embargo, pronto
su pena le
venció. Luego, exhausto, y medio ahogado en su yelmo por
las lágrimas, el
caballero se quedó dormido.
Capítulo
3
El sendero
de la Verdad
Cuando el caballero
despertó, Merlín estaba sentado silenciosamente
a su lado.
Siento no
haber actuado como un caballero, dijo, mi barba está hecha
una sopa,
añadió disgustado.
No os excuséis,
dijo Merlín. Acabáis de dar el primer paso para
liberaros de
vuestra armadura.
Qué
queréis decir?
Ya lo veréis,
replicó el mago. Se puso de pie. Es hora de que os vayáis.
Esto molestó
al caballero. Estaba empezando a disfrutar de estar en el bosque
con Merlín y los animales. De cualquier manera, le parecía
que no tenía adónde
ir. Aparentemente, Julieta y Cristóbal no le querían
en casa. Es verdad que
podía volver al asunto de la caballería e ir a
alguna cruzada. Tenía una buena
reputación en batalla, y había muchos reyes que
se sentirían felices
teniéndolo a su lado, pero ya no le parecía que
luchar pudiese tener sentido.
Merlín
le recordó al caballero su nuevo propósito: liberarse
de su armadura.
Por qué
molestarse? preguntó el caballero ásperamente.
A Julieta y a Cristóbal
les daba igual si me la quito o no.
Hacedlo
por vos mismo, sugirió Merlín. El estar atrapado
entre todo ese acero
os ha causado muchos problemas, y las cosas empeorarán
con el paso del tiempo.
Incluso podríais morir a causa de una neumonía
por culpa de una barba
empapada.
Supongo
que sí, mi barba se ha convertido en un fastidio, replicó
el
caballero. Estoy cansado de cargar con ella y estoy harto de
comer papillas.
Ahora que lo pienso, ni siquiera me puedo rascar las espalda
cuando me pica.
Y cuándo
fue la última vez que sentisteis el calor de un beso,
olisteis la
fragancia de una flor, o escuchasteis una hermosa melodía
sin que vuestra
armadura se interpusiera entre vosotros?
Ya ni me
acuerdo, murmuró el caballero con tristeza. Tenéis
razón, Merlín.
Tengo que liberarme de esta armadura por mí mismo.
No podéis
continuar viviendo y pensando cómo lo habéis hecho
hasta ahora, dijo
Merlín. Fue así cómo os quedasteis atrapado
en ese montón de acero al
principio.
Pero cómo
puedo cambiar todo eso? preguntó el caballero intranquilo.
No es tan
difícil como parece, explicó Merlín, conduciendo
al caballero hacia
un sendero. Éste es el sendero que seguisteis para llegar
a estos bosques.
Yo no seguí
ningún sendero, dijo el caballero. !Estuve perdido durante
meses!
La gente
no suele percibir el sendero por el que transita, replicó
Merlín.
Queréis
decir que el sendero estaba ahí pero yo no lo podía
ver?
Sí,
y podéis regresar por el mismo, si así lo deseáis;
pero conduce a la
deshonestidad, la avaricia, el odio, los celos, el miedo y la
ignorancia.
Estáis
diciendo que yo soy todo eso? preguntó el caballero indignado.
En algunos
momentos, sois alguna de esas cosas, admitió Merlín
en voz baja.
El mago
señaló hacia otro sendero. Era más estrecho
que el primero y muy
empinado.
Parece una
escalada difícil, observó el caballero.
Ése,
dijo Merlín asintiendo, es el Sendero de la Verdad. Se
vuelve más
empinado a medida que se acerca a la cima de una lejana montaña.
El caballero
contempló el empinado camino sin entusiasmo.
No estoy
seguro de que valga la pena. Qué conseguiré cuando
llegue a la cima?
Se trata
de lo que no tendréis, explicó Merlín. !Vuestra
armadura!
El caballero
reflexionó sobre esto. Si regresaba por el camino por
el que
había venido, no tendría esperanzas de liberarse
de su armadura, y
probablemente moriría de soledad y fatiga. La única
manera de quitarse la
armadura era, por lo visto, seguir el Sendero de la Verdad, aunque
pudiese, en
tal caso, morir intentando trepar hacia la empinada montaña.
El caballero
observó el difícil sendero que tenía delante.
Luego miró hacia
abajo, y contempló el acero que cubría su cuerpo.
Está
bien, dijo con resignación. Probaré el Sendero
de la Verdad.
Merlín
asintió.
Vuestra
decisión de transitar un sendero desconocido, teniendo
que cargar con
una pesada armadura, requiere mucho coraje.
El caballero
sabía que tenía que comenzar de inmediato, porque
si no podría
cambiar de opinión.
Iré
a buscar a mi fiel caballo, dijo.
!Oh, no!
rebatió Merlín, moviendo la cabeza de lado a lado.
El camino tiene
partes demasiado estrechas como para que un caballo pueda pasar.
Tendréis que
ir a pie.
Horrorizado,
el caballero se dejó caer sobre una roca.
Creo que
prefiero morir por culpa de una barba empapada, dijo, perdiendo
todo
el coraje con una rapidez impresionante.
No tendréis
que viajar solo, le dijo Merlín. Ardilla os acompañará.
Qué
pretendéis, que cabalgue sobre una ardilla? preguntó
el caballero asustado
ante la idea de tener por compañera en tan arduo viaje
a un animal sabelotodo.
Puede que
no me podáis montar, dijo la ardilla, pero me necesitaréis
para que
os ayude a comer. Quién, sino, masticará las nueces
para vos y las pasará por
vuestra visera?
Cuando Rebeca
oyó la conversación, voló desde un árbol
cercano y se posó en el
hombro del caballero.
Yo también
os acompañaré. He estado en la cima de la montaña
y conozco el
camino, dijo.
La buena
disposición que mostraban los dos animales para ayudarle,
proporcionó
al caballero el coraje que necesitaba.
Bueno, bueno,
se dijo, !Uno de los principales caballeros del reino
necesitando que una ardilla y un pájaro le den coraje!
Se puso
de pie con gran esfuerzo, indicándole a Merlín
que estaba lista para
comenzar el viaje.
Mientras
caminaban por el sendero, el mago sacó una exquisita llave
dorada de
su cuello y se la dio al caballero.
Esta llave
abrirá las puertas de los tres castillos que bloquearán
vuestro
camino.
!Lo sé!
gritó el caballero. Habrá una princesa en cada
castillo, y mataré al
dragón que la retiene y la rescataré...
!Basta!
le interrumpió Merlín. No habrá princesas
en ninguno de estos
castillos. E, incluso si las hubiese, en esos momentos no estáis
capacitado
para rescatar a ninguna. Tenéis que aprender a salvaros
vos primero.
Tras la
reprimenda, el caballero permaneció en silencio, mientras
Merlín
continuaba:
El primer
castillo se llama Silencio; el segundo Conocimiento y el tercero
Voluntad y Osadía. Una vez hayáis entrado en ellos,
encontraréis la salida
sólo cuando hayáis aprendido lo que habéis
ido a aprender.
Desde el
punto de vista del caballero, esto no parecía tan divertido
como
rescatar princesas. Además, en aquel momento, visitar
castillos no era lo que
más le apetecía.
Por qué
no puedo simplemente rodear los castillos? preguntó malhumorado.
Si lo hacéis,
os extraviaréis del sendero y seguramente os perderéis.
La única
manera de llegar a la cima de la montaña es atravesando
los castillos, dijo
Merlín firmemente.
El caballero
suspiró profundamente mientras contemplaba la empinada
y estrecha
senda. Desaparecía entre los altos árboles que
sobresalían hacia unas nubes
bajas. Presintió que este viaje sería mucho más
difícil que una cruzada.
Merlín
sabía lo que el caballero estaba pensando.
Sí,
afirmó, es una batalla diferente la que tendréis
que librar en el Sendero
de la Verdad. La lucha será aprender a amaros.
Cómo
haré eso? preguntó el caballero.
Empezaréis
por aprender a conoceros, respondió Merlín. Esta
batalla no se
puede ganar con la espada, así que la tendréis
que dejar aquí, la tierna
mirada de Merlín descansó en el caballero por un
momento. Luego añadió: Si os
encontráis con algo con lo que no podáis lidiar,
llamadme y yo acudiré.
Queréis
decir que podéis aparecer dondequiera que yo me encuentre?
Cualquier
mago que se precie lo puede hacer, replicó Merlín.
Dicho esto,
desapareció.
El caballero
quedó asombrado.
!Pero bueno...
si ha desaparecido!
Ardilla
asintió.
A veces
realmente la hace buena.
Gastaréis
toda vuestra energía hablando, les riñó
Rebeca. Pongámonos en
marcha.
El yelmo
del caballero emitió un chirrido cuando éste asintió.
Partieron con
Ardilla al frente y, detrás, el caballero con Rebeca sobre
su hombro. De tanto
en tanto, Rebeca volaba en misión exploratoria y volvía
para informarles de lo
que les esperaba más adelante.
Después
de una horas, el caballero se derrumbó, exhausto y dolorido.
No estaba
acostumbrado a viajar sin caballo y con la armadura puesta. Como
de todas
maneras era casi de noche Rebeca y Ardilla decidieron parar para
dormir.
Rebeca voló
entre los arbustos y regresó con algunas bayas, que empujó
a
través de los orificios de la visera del caballero. Ardilla
fue a un arroyo
cercano y llenó algunas cáscaras de nuez con agua,
que el caballero bebió con
la pajita que Merlín le había proporcionado. Demasiado
agotado como para
esperar a que Ardilla le preparara más nueces, se quedó
dormido.
A la mañana
siguiente le despertó el sol cayendo sobre sus ojos. La
luminosidad le molestaba. Su visera nunca había dejado
pasar tanta luz.
Mientras intentaba entender este fenómeno, se dio cuenta
de que Ardilla y
Rebeca le estaban observando, al tiempo que parloteaban y arrullaban
con
excitación. Hizo un esfuerzo por sentarse y, de repente,
se dio cuenta de que
podía ver mucho más que el día anterior
y que podía sentir la fresca brisa en
sus mejillas.
Una parte
de su visera se había roto y se había caído.
Cómo
habrá sucedido?, se preguntó.
Ardilla
contestó a la pregunta que él no había formulado
en voz alta.
Se ha oxidado
y se ha caído.
Pero cómo?,
preguntó el caballero.
Por las
lágrimas que derramasteis después de ver la carta
en blanco de vuestro
hijo, dijo Rebeca.
El caballero
meditó sobre esto. La pena que había sentido era
tan profunda que
su armadura no había podido protegerle. Al contrario,
sus lágrimas habían
comenzado a deshacer el acero que le rodeaba.
!Eso es!,
gritó. Las lágrimas de auténticos sentimientos
me liberarán de la
armadura.
Se puso
de pie más rápido de lo que había hecho
en años.
!Ardilla!
!Rebeca!, gritó. !Espabilad! Vamos al Sendero e la Verdad.
Rebeca y
Ardilla estaban tan llenas de alegría con lo que estaba
sucediéndole
al caballero que no le dijeron que su rima era malísima.
Los tres continuaron
la ascensión de la montaña. Era un día muy
especial para el caballero. Notó
las diminutas partículas iluminadas por el sol que flotaban
en el aire,
filtrándose a través de las ramas de los árboles.
Miró con detenimiento las
caras de algunos petirrojos y vio que no eran todas iguales.
Le comentó esto a
Rebeca, que dio pequeños saltitos, arrullando alegremente.
Estáis
empezando a ver las diferencias en otras formas de vida porque
estáis
empezando a ver las diferencias en vuestro interior.
El, caballero
intentó comprender qué quería decir Rebeca
exactamente. Era
demasiado orgulloso para preguntar, pues todavía pensaba
que un caballero
tenía que ser más listo que una paloma.
En ese preciso
momento, Ardilla, que había ido a explorar, regresaba
alborotada.
El castillo
del Silencio está justo detrás de la próxima
subida.
Emocionado
ante la idea de ver el castillo, el caballero apuró el
paso. Llegó
a la cima del monte sin aliento. Era verdad, el castillo se veía
a lo lejos,
bloqueando el sendero por completo. El caballero les confesó
a Ardilla y
Rebeca que estaba decepcionado. Había esperado una estructura
más elegante. En
lugar de eso, el castillo del Silencio parecía uno más.
Rebeca rió
y dijo:
Cuando aprendáis
a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones.
El caballero
asintió ante la sabiduría de estas palabras.
He pasado
casi toda mi vida decepcionándome. Recuerdo que estando
en la cuna,
pensaba que era el bebé más bonito del mundo. Entonces
mi niñera me miró y
dijo: "Tenéis una cara que sólo una madre
podría amar". Me sentí decepcionado
por ser feo en lugar de hermoso, y me decepcionó que la
niñera fuera tan poco
amable.
Si realmente
os hubierais sentido hermoso, no os hubiera importado lo que
ella
dijo. No os hubierais sentido decepcionado, explico Ardilla.
Esto tenía
sentido para el caballero.
Estoy empezando
a pensar que los animales son más listos que las personas.
El hecho
de que podáis decir eso os hace tan listo como nosotros,
replicó
Ardilla.
No creo
que todo esto tenga nada que ver con ser listo, dijo Rebeca.
Los
animales aceptan y los humanos esperan. Nunca oiréis a
un conejo decir:
"Espero que el sol salga esta mañana para poder ir
al lago a jugar". Si el sol
no sale, no le estropeará el día al conejo. Es
feliz siendo un conejo.
El caballero
pensó en esto. No recordaba a ninguna persona que fuera
feliz
simplemente por ser una persona.
Al poco
rato llegaron a la puerta del enorme castillo. El caballero cogió
la
llave dorada de su cuello y la introdujo en la cerradura. Y mientras
abría la
puerta, Rebeca le dijo:
Nosotras
no iremos contigo.
El caballero,
que estaba empezando a amar y a confiar en los animales, se
sintió decepcionado por que no le acompañaran.
Estaba a punto de decirlo,
cuando se dio cuenta. Estaba esperando otra vez.
Los animales
sabían que el caballero dudaba entre entrar o no en el
castillo.
Os podemos
mostrar, la puerta, dijo Ardilla, pero tendréis que entrar
solo.
Al alejarse
volando, Rebeca lo llamó alegremente.
!Nos encontraremos
al otro lado!
Capítulo
4
El Castillo
del Silencio
Abandonado a su suerte,
el caballero asomó la cabeza con precaución por
la
puerta del castillo. Las rodillas le temblaban ligeramente, por
lo que
producía un ruido metálico a causa de su armadura.
Como no quería parecer una
gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca pudiera verle,
reunió
fuerzas y entró valientemente, cerrando la puerta a sus
espaldas.
Por un momento
deseó no haber dejado atrás su espada, pero Merlín
le había
prometido que no tendría que matar dragones, y el caballero
confiaba en el
mago.
Entró
en la enorme antesala del castillo y miró a su alrededor.
Sólo vio el
fuego que ardía en una enorme chimenea de piedra en uno
de los muros y tres
alfombras en el suelo. Se sentó en la alfombra más
cercana al fuego.
El caballero
pronto se dio cuenta de dos cosas: primero, parecía no
haber
ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitación,
hacia otras áreas del
castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador
silencio. Se sobresaltó
al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba.
El caballero
pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en las
épocas en que Julieta no le hablaba durante días,
pero aquello no era nada
comparada con esto. El Castillo del Silencio hacía honor
a su nombre, pensó.
Jamás en su vida se había sentido tan solo.
De repente,
el caballero se sobresaltó por el sonido de una voz familiar
a sus
espaldas.
!Hola caballero!
El caballero
se giró y se sorprendió al ver al rey aproximarse
desde una
esquina lejana de la habitación.
!Rey!, dijo
con coz entrecortada. Ni siquiera os había visto. Qué
hacéis aquí?
Lo mismo
que vos, caballero, buscando la puerta.
El caballero
miró a su alrededor otra vez.
!No veo
ninguna puerta.
Uno no puede
ver realmente hasta que no comprende, dijo el rey. Cuando
comprendáis lo que hay en esta habitación, podréis
ver la puerta que conduce a
la siguiente.
Definitivamente,
eso espero, rey, dijo el caballero. Me sorprende veros aquí.
Había oído que estabais en una cruzada.
Eso es lo
que dicen siempre que viajo por el Sendero de la Verdad, replicó
el
rey. Mis súbditos lo entienden mejor así.
El caballero
parecía perplejo.
Todo el
mundo entiende las cruzadas, dijo el rey, pero muy pocos comprenden
la
verdad.
Si, asintió
el caballero. Yo mismo no estaría en este sendero si no
estuviera
atrapado en esta armadura.
La mayoría
de la gente está atrapada en su armadura, declaró
el rey.
Qué
queréis decir?, preguntó el caballero.
Ponemos
barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego,
un día,
quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir.
Nunca pensé
que vos estuvierais atrapados, rey. Sois tan sabio..., dijo el
caballero.
El rey soltó
una carcajada.
Soy lo suficientemente
sabio como para saber cuando estoy atrapado, y también
para regresar aquí para aprender más de mí
mismo.
El caballero
estaba entusiasmado, pensando que quizás el rey podría
mostrarle
el camino.
Decidme,
dijo el caballero, su rostro iluminado, podríamos atravesar
el
castillo juntos? Así no sería tan solitario.
El rey negó
con la cabeza.
Una vez
lo intenté. Es verdad que mis compañeros y yo no
nos sentíamos solos
porque hablábamos constantemente, pero cuando uno no habla
es imposible ver la
puerta de salida de esta habitación.
Quizás
podríamos limitarnos a caminar juntos, sin hablar, sugirió
el
caballero. No le apetecía mucho tener que caminar solo
por el Castillo del
Silencio.
El rey volvió
a negar con la cabeza, esta vez con más fuerza.
No, también
lo intenté. Hizo que el vacío fuera menos doloroso,
pero tampoco
pude ver la puerta de salida.
El caballero
protestó.
Pero si
no estabais hablando...
Permanecer
en silencio es algo más que no hablar, dijo el rey. Descubrí
que,
cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen.
No dejaba caer mis
barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos
ver lo que yo
intentaba esconder.
No lo capto,
dijo el caballero.
Lo comprenderéis,
replicó el rey, cuando hayáis permanecido aquí
el tiempo
suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura.
El caballero
estaba desesperado.
!No quiero
quedarme aquí solo!, exclamó, golpeando el suelo
con el pie, y
dejándolo caer involuntariamente sobre el pie del rey.
El rey gritó
de dolor y comenzó a dar saltos.
El caballero
estaba horrorizado. Primero el herrero, ahora el rey.
!Perdonad,
señor!, dijo disculpándose.
El rey se
acarició el pie con suavidad.
!Oh, bueno!,
esa armadura os hace más daño a vos que a mí,
luego, miró al
caballero con expresión sabia. Comprendo que no queráis
quedaros solos en el
castillo. Yo tampoco lo deseaba las primeras veces que estuve
aquí, pro ahora
me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aquí, lo ha
de hacer todo solo.
Dicho esto, se alejó, cojeando al tiempo que decía:
Ahora debo irme.
Perplejo,
el caballero pregunto:
Adónde
vais? La puerta está por aquí.
Esa puerta
es sólo de entrada. La puerta que da a la siguiente habitación
está
en la pared más lejana. La vi, por fin, cuando vos entrabais,
dijo el rey.
Qué
queréis decir con que por fin la visteis? No recordabais
dónde estaba, de
las otras veces que estuvisteis aquí?, preguntó
el caballero, sin comprender
por qué el rey continuaba viniendo.
Uno nunca
acaba de viajar por el Sendero de la Verdad. Cada vez que vengo,
a
medida que voy comprendiendo cada vez más, encuentro nuevas
puertas. El rey se
despidió con la mano. !Trataos bien, amigo mío!
!Aguardad,
por favor! le suplicó el caballero.
El rey se
volvió y le miró con compasión
Sí?
El caballero,
que no podía hacer que tambalease la resolución
del rey, pidió:
Hay algún
consejo que me podáis dar antes de iros?
El rey lo
pensó un momento, luego respondió:
Esto es
un nuevo tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que
requiere
más coraje que todas las otras batallas que habéis
conocido antes. Si lográis
reunir las fuerzas necesarias y quedaros a hacer lo que tenéis
que hacer aquí
será vuestra mayor victoria.
Dicho esto,
el rey se giró y, estirando el brazo como para abrir una
puerta,
desapareció en la pared, dejando al caballero mirando
con incredulidad.
El caballero
corrió al sitio donde había estado el rey, esperando
que, de
cerca, también podría ver la puerta.
Al encontrar
tan sólo lo que parecía ser una pared sólida,
comenzó a caminar
por toda la habitación. Lo único que el caballero
podía oír era el sonido de
su armadura resonando por todo el castillo.
Después
de un rato se sentía más deprimido que nunca. Para
animarse, cantó un
par de canciones de batalla: Estaré contigo para llevarte
a una cruzada,
cariño y dondequiera que deje mi yelmo, será mi
casa. Las cantó una y otra
vez.
A medida
que su voz se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar
su canto,
envolviéndolo en el silencio más absoluto. Sólo
entonces pudo el caballero
admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo
de estar solo.
En ese momento,
vio una puerta en la pared más lejana de la habitación.
Fue
hasta ella, la abrió lentamente y entró en otra
habitación.
Esta otra
sala se parecía mucho a la anterior, sólo que era
más pequeña.
También ésta estaba vacía de todo sonido.
Para pasar
el tiempo, el caballero comenzó a hablar consigo mismo.
Decía
cualquier cosa que le venía a la mente. Habló de
cómo era de pequeño y de qué
manera era diferente de los otros niños que conocía.
Mientras
cazaban codornices y jugaban a "Ponle la cola al burro",
él se
quedaba en casa y leía. Como en aquel entonces los libros
eran manuscritos de
los monjes, había pocos, y muy pronto los hubo leído
todos. Fue entonces
cuando comenzó a hablar con todo aquel que pasaba delante
de él. Cuando no
había con quién hablar, hablaba consigo mismo,
igual que ahora. Se encontró
diciendo que había hablado tanto durante toda su vida
para evitar sentirse
solo.
El caballero
pensó profundamente sobre esto hasta que el sonido de
su propia
voz rompió el aterrador silencio.
Supongo
que siempre he tenido miedo de estar solo.
Mientras
pronunciaba estas palabras, otra puerta se hizo visible. El caballero
la abrió y entró en la siguiente habitación.
Era más pequeña aún que la
anterior.
Se sentó
en el suelo y continuó pensando. Al poco rato, le vino
el pensamiento
de que toda su vida había perdido el tiempo hablando de
lo que había hecho y
de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que
pasaba en el momento.
Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación
aún más pequeña que
las anteriores.
Animado
por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había
hecho.
Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dio cuenta
de que, durante la mayor
parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie
ni a nada. El sonido
del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los
arroyos, habían
estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había
oído. Tampoco había oído
a Julieta, cuando ella intentaba decirle cómo se sentía;
especialmente cuando
estaba triste. Le hacía recordar que él también
estaba triste. De hecho, una
de las razones por las que había decidido dejarse la armadura
puesta todo el
tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta.
Todo lo que tenía que
hacer era bajar la visera y ya no la oía.
Julieta
debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre
envuelto en
acero; tan sola como él se había sentido en esta
lúgubre habitación. Su propio
dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor
y la soledad de
Julieta también. Durante años, la había
obligado a vivir en un castillo de
silencio. Se puso a llorar.
El caballero
lloró tanto que las lágrimas se derramaron por
los agujeros de la
visera y empaparon la alfombra que había debajo de él.
Las lágrimas fluyeron
hacia la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la habitación
había
empezado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no
fuera porque en
ese preciso instante apareció otra puerta.
Aunque estaba
exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta,
la abrió y
entró en una habitación que no era mucho más
grande que el establo de su
caballo.
Me pregunto
por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas,
dijo en voz
alta.
Una voz
replicó:
Porque os
estáis acercando a vos mismo.
Sobresaltado
el caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había
creído. Quién había hablado?
!Tú
has hablado! dijo la voz como respuesta a su pensamiento.
La voz parecía
venir de dentro de sí mismo. Era eso imposible?
Sí,
es posible, respondió la voz. Soy tu yo verdadero.
Pero si
yo soy mi yo verdadero, protestó el caballero.
!Mírate!,
pronunció la voz con ligera aversión, ahí
sentado, medio muerto,
dentro de ese montón de lata, con la visera oxidada y
la barba hecha una sopa.
Si tú eres tu verdadero yo, !los dos estamos en problemas!
!Ahora,
óyeme tú a mí!, dijo el caballero. He vivido
todos estos años sin oír
ni una sola palabra sobre ti. Ahora que oigo, lo primero que
me dices es que
tú eres mi yo verdadero. Por qué no me habías
hablado antes?
He estado
aquí durante años, replico la voz, pero ésta
es la primera vez que
estás lo suficientemente silencioso como para oírme.
El caballero
dudó.
Si tú
eres mi verdadero yo, entonces, por favor, dime quién
soy yo?
La voz replicó
amablemente:
No puedes
pretender aprender todo de golpe. Por qué no te vas a
dormir?
Está
bien, dijo el caballero, pero antes quiero saber cómo
debo llamarte.
Llamarme?
pregunto la voz perpleja. Pero si yo soy tú.
No puedo
llamarme yo. Me confunde.
Esta bien,
llámame Sam.
Por qué
Sam?
Y por qué
no?, fue la respuesta.
Tienes que
conocer a Merlín, dijo el caballero, empezando a cabecear
de
cansancio. Luego se le cerraron los ojos mientras se sumergía
en un profundo y
dulce sueño.
Cuando despertó,
no sabía dónde estaba. Tan sólo era consciente
de sí mismo.
El resto del mundo parecía haberse desvanecido. A medida
que se fue
despertando, el caballero se fue dando cuenta de que Ardilla
y Rebeca estaban
sentadas sobre su pecho.
Cómo
habéis entrado aquí?, preguntó.
Ardilla
rió. No estamos ahí.
Vos estáis
aquí, arrullo Rebeca.
El caballero
abrió más los ojos y se sentó. Miró
a su alrededor sorprendido.
Sin lugar a dudas, se encontraba sentado sobre el Sendero de
la Verdad, al
otro lado del Castillo del Silencio.
Cómo
salí de allí?, preguntó
Rebeca le
respondió: De la única manera posible: pensando.
Lo último
que recuerdo, dijo el caballero, es que estaba hablando con...
Aquí
se detuvo. Quería contarles a Rebeca y Ardilla acerca
de Sam, pero no era
fácil de explicar. Además podía habérselo
imaginado todo. Tenía mucho que
pensar. El caballero se rascó la cabeza, pero no tardó
un momento en darse
cuenta de que en realidad estaba rascando su propia piel. Se
llevó las dos
manos envueltas en acero a la cabeza. !Su yelmo había
desaparecido! Se tocó la
cara y la larga barba. !Ardilla! !Rebeca!, gritó.
Ya lo sabemos,
dijeron en un alegre unísono. Habéis debido llorar
otra vez en
el Castillo del Silencio.
Lo hice,
replicó el caballero. Pero, cómo puede haberse
oxidado todo un yelmo
en una noche?
Los animales
rieron con estrépito. Rebeca, yacía sin aliento,
dando aletazos
contra el suelo. Al caballero le pareció que estaba fuera
de sus pajarillos.
Exigió que le hicieran saber qué era tan gracioso.
Ardilla
fue la primera en recuperar el aliento.
!No estuvisteis
sólo una noche en el castillo!
Entonces,
durante cuánto tiempo?
Y si os
dijera que mientras estabais ahí dentro pude haber recogido
fácilmente
más de cinco mil nueces?
!Diría
que estáis loca!, exclamó el caballero.
Pues permanecisteis
en el castillo durante mucho, muchísimo tiempo, afirmó
Rebeca.
El caballero
dejó caer la mandíbula incrédulo. Miró
hacia el cielo y, con una
resonante voz, dijo:
Merlín,
debo hablar con vos.
Como había
prometido, el mago apareció inmediatamente. Iba desnudo,
a
excepción de su larga barba, y estaba completamente mojado.
Parecía que el
caballero lo había cogido mientras tomaba un baño.
Lamento
la intrusión, dijo el caballero, pero era una emergencia.
Yo...
No hay problema,
dijo Merlín, interrumpiéndolo. Los magos somos
molestados a
menudo. Se sacudió el agua de la barba. Respondiendo a
vuestra pregunta, he de
deciros que es verdad. Permanecisteis en el Castillo del Silencio
por un largo
tiempo.
Merlín
so dejaba de sorprender al caballero.
Cómo
sabíais lo que quería preguntaros?
Como me
conozco, puedo conoceros. Somos todos parte el uno del otro.
El caballero
pensó un momento.
Estoy empezando
a entender. He podido comprender el dolor de Julieta porque
soy parte de ella?
Sí,
respondió Merlín. Por eso pudisteis llorar por
ella y por vos mismo. Fue
la primera vez que derramasteis lágrimas por otra persona.
El caballero
le dijo a Merlín que se sentía orgulloso. El mago
sonrió
indulgente.
Uno no debe
sentirse orgulloso por ser humano. Tiene tan poco sentido como
que
Rebeca se sintiera orgullosa por poder volar. Rebeca nació
con alas. Vos
nacisteis con un corazón, y ahora lo estáis utilizando,
como es natural.
Realmente
sabéis cómo desanimar a un amigo, Merlín.
No era mi
intención ser duro con vos. Lo estáis haciendo
bien, de no ser así,
no hubierais conocido a Sam.
El caballero
se sintió aliviado.
Entonces,
lo oí realmente? No fue sólo mi imaginación?
Merlín
soltó una risita ahogada.
No, Sam
es real. De hecho, es un yo más real que el que habéis
estado llamando
yo durante todos estos años. No os estáis volviendo
loco. Simplemente, estáis
empezando a oír a vuestro yo verdadero. Por esta razón
el tiempo transcurrió
sin que os dierais cuenta.
No lo comprendo,
dijo el caballero.
Comprenderéis
cuando hayáis pasado por el Castillo del Conocimiento.
Antes de
que el caballero pudiera hacer más preguntas, Merlín
desapareció.