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Nota publicada en el diario La Nación el sábado 15 de febrero de 1986.

El séptimo hijo varón, signado por una curiosa costumbre.

Historia de lobizones, padrinazgos y un párroco que se llamaba Alfonsín.

El tiempo ha hecho que el padrinazgo presidencial del séptimo hijo varón se convirtiera en una institución tradicional. Pocos conocen, sin embargo, su origen y sus razones. Menos aún se sabe que la Argentina es el único país que mantiene esa tradición y que el primer padrinazgo se produjo en la ciudad de Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires.

Según la leyenda extendida por todo el mundo, el séptimo varón de una familia lleva el estigma del lobizón en las noches de luna llena sufre su pilosa metamorfosis y sale a depredar como un lobo solitario, hasta que una bala de plata -y sólo eso- pone fin a sus andanzas y a sus sufrimientos.

La litaratura y el cine de terror han fatigado el tema hasta la saciedad: Lon Chaney hijo fue lobizón en más filmes de los que la memoria puede acumular.

En la Rusia de los zares, el tema del lobizón por un lado y el hecho de que algún súbdito diera a la patria siete hijos varones originó, ya en época de Catalina La Grande, el padrinazgo imperial. Se otorgaba así mágica protección y un premio de reconocimiento. Logicamente, la revolución bolchevique arrasó con la institución.

Años antes de la caída del imperio zarista, muchos miembros de una comunidad de alemanes radicados en Rusia -los llamados Alemanes del Volga- emigraron hacia la Argentina. Casi todos trabajadores de la tierra, se asentaron en colonias agrícolas con epicentro en Coronel Suárez. Aunque predominaban los protestantes, había también muchos católicos y prueba de ello es que el obispo de Quilmes Monseñor Jorge Novak, desciende de ellos.

Entre aquellos inmigrantes se encontraba Enrique Brost, casado con Apolonia Holmann, quien se estableció como agricultor en Coronel Pringles. Allí nació, el 8 de octubre de 1907, José Brost, séptimo hijo varón de Enrique y Apolonia, quienes se dirigieron por carta al entonces presidente de la República, doctor José Figueroa Alcorta, explicándole las costumbres de su lugar de origen y solicitándole que apadrinara al recién nacido.

Con sencillez no burocrática el primer mandatario estudió la cuestión la aceptó y designó al comisionado municipal Manuel Gascón para que lo representara en la ceremonia.

Con José Brost nacía también en la Argentina la institución del padrinazgo presidencial. El bautismo se cumplió en la Iglesia de Santa Rosa el 20 de octubre de 1907 y para que la anécdota resulte más sabrosa baste saber que quien impuso los óleos fue un párroco de apellido Alfonsín.

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Mi agradecimiento a "Der Große Himmel's-Ring" por acercarme esta nota.

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