TALAVERA
DE LA REINA.
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La Colegial
La Plaza del Pan es un exterior emblemático de Talavera y en él La Colegial continua su floreado homenaje a la piedra con el cuadrado mágico de su rosetón, tras el que se adivina escondido, el recio sonido de sus viejas campanas. Le falta ahora a la torre a la rosa, a la piedra y a la plaza el "Torta y Pan - D. Simón" de las solemnidades. Sin el rotundo dorado sonar de su badajada parece esta Plaza del Pan, un campo de batallas perdidas, donde el pendón local desmoharrado, quisiera timbrar papeles de paz y bajar el Tajo cercano a enjugar el sudor de la pelea. Plaza del Pan es un espacioso jardín quizá nostálgico, sediento de toro encohetado o de saltarinas mascaradas con las que lisonjear a la roseta, recien acicalada, que parece pedirnos un espejo. Popular, bullanguera, con cantos de metal que brotaban vigorosos de fundido de sus gruesas campanas, la Plaza del |
en palabras de poeta. La Colegial es tierra madre con pilas de bautismo. Es señora, planta, parcela nobmle que de nuevo se viste con galas restauradas, como ya lo hizo con Alonso Carrillo a costa de "Palabanegas" y "El Quejigoso" dehesas que dejaron dineros cedidas por desconocidos arosdianos. La Colegial que, nacida del Arzobispo D. Bernardo, sigue, continua en el rincón de la talaverana plaza de los panes siendo vergel para culturas y purezas; peces con que alimentar el alma popular. La Colegial, que no
Colegiata, sabe bien cómo es ese pueblo talaverano que
ella aguarda bajo su sombra, y conoce y ama a sus gentes
de las que siempre espera la sencilla guirnalda del amor
y del bien. Junto a ella estallaron tracas de fuegos de
artificio, toros y cañas se corrieron y las banderas
tremolaron vencidas o en victoria. |
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Pan escribió y escribe historia cada día junto
a su vecino, el Padre Juan de Mariana. La Colegial es testigo, símbolo, majeza y forma al frente de la nomenclatura monumental de la ciudad, cuadro el piedras de honor. La Colegial es música en líneas, arquitectura que hace luz, ocre que se goza en el rezo y arcadas que se convierten armoniosas |
Del secano al regadio...
Los
olivos cerraban antes en Talavera el campo abierto. La
ciudad no se veía, se suponía allí, se adivinaba; solo
los cerros de Cervera y los altos de la elevada labranza sobre el
río, podían ver definidas las cruces de las talaveranas
veletas. Eran las olivas talaveranas un manto de verdes dominados por el sol; un manto que guardaba las huertas, vergeles donde artesanos de la tierra cincelaban frutos y verduras. Eran los olivos desaparecidos telón campero para el teatro de la fertilidad. Se fueron los olivares con las técnicas que impuso el regadío y se llevaron parte del alma vegetal de Talavera. Vinieron a la ciudad nuevos campesinos y dejaron sus jardines de coles los hortelanos, los maestros creadores de riqueza. |
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Los que
llegaban aspiraban haches extremeñas y se afincaron
bruñendo la peseta, que no la tierra. Traían brillos de
conquista y papeles viejos señalados de cruces y caminos
y alguna carta de amigos de Cortés. Vinieron para abrir terrenos redondos y enfilar los arados roturando, para ensemillar con tabacos de marrones renegridos y algodones de flores delicadas. Se fueron los antiguos hortelanos ahogados por un viento de mesas de despacho, y se quedaron sin jilgueros las jaulas pintadas de oro purpurina. No quisieron ellos, los grandes y viejos talaveranos de la huerta, llenar odres con oro que no fuera el llegado del esfuerzo maestro, y rindieron haciendas y librillos en su despedida. Los que llegaron ni amaban ni dejaba de hacerlo, olfateaban nada más, buscando sobre el cauce dúctil de las tierras de Talavera las amarillas refungencias que ansiaban. Los que se fueron para siempre, aquellos doctos labrados, grandes hortelanos, dejaron parcelas dormidas por las caricias de sus manos. Las olivas, los ciruelos, los higuerales, al marcharse les rindieron escolta. Las zafras de las calles del Sol y Trinidad, de Mesones y de la Cerería, de Puerta de Cuartos o El Tamujal no volvieron a tomar para el año sus aceites; y Londres y Madrid, Lyon, París o Barcelona perdieron los néctares agridulces exquisitos de las blandas ciruelas claudias de la vega aeburense. El tractor duro y frío, inanimado. cruzó brutal sobre las tierras, y los surcos segaron en flor años y años de vida y de trabajo. Era la hora de un nuevo alborear y llegó fácil, sin gracia, sin alma, un ganacial que más que oro era engañoso brillo de oropel. Subió, creció el
entorno, se nos fue el hortelano y Talavera dejó de ser
oliva, fruto de paz. |
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