TALAVERA DE LA REINA.
HISTORIA DE UNA PLAZA DE TOROS. LA MUERTE DE JOSELITO. PARTE 2

Los felices años veinte. Parte 2

Sean cuales fueran las verdaderas causas, ya tenemos a Joselito atrapado en la tela de araña de su destino, como un hombre de la tragedia griega.

Y los carteles salen a la calle; vea usted uno de ellos, amigo lector, y deléitese. Contemple con emoción esos dos nombres enlazados y reflexione sobre la confluencia de sus destinos. José, el sublime, a pocos pasos ya de su tránsito. Ignacio, el de la cabeza de patricio romano, caminando fatalmente hacia la plaza de Manzanares, en aquellas terribles cinco de la tarde, en las que había "una espuerta de cal, ya prevenida", como tan espeluznantemente cantara el también trágicamente predestinado Federico García Lorca.

Sánchez Mejías, derrumbado en el dolor sin creer todavía en la fatalidad, veía el cuerpo de José en la enfermería de la Plaza de Toros.
Pero aún tuvo José una remota esperanza de salvación. Fue en la mañana misma de la corrida, cuando el tren se detuvo en la estación de Torrijos, José y su cuadrilla venían bromeando, lo de Talavera era una corrida sin excesiva responsabilidad, y desde la ventanilla del vagón le dijeron unas cuantas impertinencias a un pobre paleto. El hombre replicó malhumorado y se cruzaron insultos. Jaleo, intentos de borfetada, intervención final de la autoridad, José quiso terciar con excesiva arrogancia y estuvo a punto de ser detenido. ¿Qué hubiera acontecido si la detención se consuma, y se suspende la corrida de Talavera?.

La plaza estaba abarrotada. A las seis de la tarde termina el tercio de baras de "Bailaor". Joselito se aproxima a la barrera y charla con don Gregorio Corrochano. "Ese toro es burriciego, José". "Ese toro ha perdido la vista en los caballos, don Gregorio". No se ponen de acuerdo.

Los clarines cambian el estoque. El toro está bronco y se defiende tirando tarascadas. Trabajosos pases de tirón. El maestro decide cambiarle los terrenos. Cuando se separa unos pasos hay una arrancada descompuesta. José espera tranquilo y mete seguro la muleta para darle salida; pero el toro no le ve, precisamente por su defecto visual, y larga una cornada a ciegas. El pitón penetra en el muslo del torero y cuando su cuerpo está en el aire le tira otra con el pitón contrario que penetra, como una puñalada en la cavidad abdominal. Todo en un segundo. Todo sin que nadie pueda intervenir. Todo ante los asombrados ojos de aquellas buenas gentes.

Los doctores Muñoz Urra, Fernández Sanguino y D. Antonio Leyva, ante el cuerpo sin vida de Joselito a quien inutilmente trataron de salvar con todos los medios a su alcance

A través de la ventana de la enfermería, en la vela de la larga noche del 16 de mayo, vemos el cadáver de Joselito y los cuatro hachones encendidos que alumbran su eterno sueño
Inmediatemente, después del alarido colectivo. Porque José, palidez de muerte en la cara, no puede ni incorporarse del suelo. "Me ha echao las tripas fuera, Blanquet", apenas puede pronunciar; y se desmaya. Y camino de la enfermería, ya con los estertores de la puerte: "Mascarell, que venga Mascarell". Y jamás pronunció una palabra más.

El personal de la enfermería intenta librar una batalla que saben perdida: cafeina, sueros, analépticos. Para nada, porque José está ya muerto. Llega el forense para confirmar la defunción y se emite el reglamentario parte: "Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en esta enfermería...". Conmoción. Ignacio llora en silencio, mientras la cuadrilla, aterrorizada, no sabe ni llorar. Algo muy profundo pesa sobre su corazón, por que si José, el sabio, ha terminado así qué va a ser de ellos, pobres ignorantes.

Talavera se viste de luto con urgencia y se convierte en el epicentro de la nación. Comienzan a llegar gentes. Juan Belmonte recibe la noticia en su puso de Madrid y llora casi histéricamente. Rafael "El Gallo" es acompañado hasta Talavera por unos amigos muy entrada la noche; pero cuando está llegando a la plaza le entra una especie de repeluzno gitano y retorna a Madrid sin querer ver el cadáver.

Muy de mañana ya en lunes 17 de mayo, la autopsia y el embalsamamiento. Al mediodía el entierro hasta la estación del ferrocarril con toda Talavera, apesadumbrada y perpleja, acompañando en silencio este último paseo de José. Después la feria más negra y más triste de toda la historia talaverana.

Los incómodos cuarenta

Talavera, como todo el país, convalece lentamente de las heridas de la guerra civil. Vivimos tiempos de privaciones y nuestros automóviles renquean lentamente, llenando las polvorientas carreteras con los montoncitos de carbonilla de los gasógenos. Ha explotado una bomba taurina Morenito de Talavera, que se come a los toros. Su campaña, a nivel macional, es realmente espectacular y se codea, en olor de triunfo, con las figuras del momento. Hay que darle paso allí donde lo pide. Domingo Ortega, Manolete, Pepe Luis... nadie puede con él. Talavera vive euforias taurinas y la gente llena nuestra plaza de toros.

Triunfa también la otra cara del toreo: los bufos. Esa extraña gente que parece tomar a broma la sacrosanta liturgia de la corrida, y que recorre las ferias siempre en el último vagón. En el fondo tienen más afición que nadie y solo Dios sabe a costa de qué sacrificios han cambiado los caireles por el traje de payaso. Talavera monta su propio espectáculo: "Los Talaveranos", que recorre medio país. Van a las órdenes de un torero local, el Tío Caracas, cómico genial y lidiador con más recursos que muchos maestros. El inventó eso de poner banderillas sentado en el suelo. El inventó el número del botijo y centenares de trucos más. Su figura apaletada, su largo blusón, su boina, su garrota, llenan el coso talaverano una y otra vez.

A media década se celebra en nuestra plaza una corrida inacabada. Es un septiembre dorado y apacible que huele a trigo recién limpio. Es la feria y la plaza se abarrota. Toros de Arranz para Rafaelillo, Paquito Casado y Manolo Martín Vázquez.

Emiliano de la Casa. MORENITO DE TALAVERA
El primer animal se vence por el derecho y empitona de salida a Rafaelillo. En la primera vara manda para la enfermería a Paquito Casado, Manolo, solo en el ruedo suda con sudores de agonía y mara como puede a este burel destemplado. Al segundo se lo quita de encima con un cierto alivio. Al tercero, con los nervios ya a punto de estallar, se lo deja vivo en la plaza. Un golpe contra el burladero y se marcha a la enfermería para no reaparecer. El parte facultatuvio habla de un fuerte ataque de nervios. La corrida ha terminado, por falta de matadores, a los cuarenta minutos de su iniciación, quedando, para mejor ocasión, cuatro toros vivos.

La gente, con el rabo entre las piernas, corre hacia las taquillas de los circos para deleitarse ocn las emociones del trapecio.

Los febriles cincuenta

Talavera ha cambiado de color casi bruscamente y un verde, fértil y generoso, sustituye a los antiguos secanos. Milagros del regadío gracias al Canal Bajo del Alberche. El dinero corre con alegría por que los nuevos cultivos: el pimentón, el tabaco, el algodón, resultan mucho más rentables. Hay inmigración y los bares están continuamente llenos de gente. Se establece una especie de nueva religión en la que los Directores de Banco y los Ingenieros de Colonización son respetuosamente venerados. Talavera crece a ojos vistas y ya no se conforma con sus corridas de feria. Se montan novilladas, casi siempre sin picadores, durante los domingos, del verano. Una de ellas va a tener, a la larga una importancia clave en la historia del toreo contemporaneo.

Cartel de corrida de toros de las ferias de mayo de 1980
Fue justamente el 18 de agosto de 1959, porque en ella va a torear por primera vez, dentro de la legalidad, un muchacho mugriento y melenudo, de largos brazos y una sonrisa un poco triste de dentífroco americano. Se llama Manuel Benítez y no viene precedido de ninguna publicidad.

Regular entrada, a 25 pesetas un tendido de sombra. El espectáculo resultó alucinante porque Manolo, rabia de muchas cosas dentro del cuerpo, estuvo más tiempo en el aire que con los pies en la arena. "Me mareaba de tanto verle volar", comentó después un espectador. Pero hizo de todo: banderillas cortísimas citando de rodillas, saltos inverosímiles, muletazos iconoclastas, muletazos puros de jugarse la tripa. Manolo se había vestido de torero en la misma plaza y, naturalmente, no cobró ni un céntimo por su actuación. Su empresario, Luis López López. perdió en aquella aventura 50.000 ptas. y aquella misma noche se cortó, para siempre, su puro habano y sus gafas negras de apoderado.

Años después Talavera recordó emocionada aquel debut cuando el diestro, ya a nivel de fenómeno mundial suprataurino, volvió a nuestra plaza en una feria de mayo. Aquello fue una explosión colectiva de histeria y la ciudad se paralizó mientras "El Cordobés" estuvo en ella. Cerró el comercio, se colapsó el tráfico frente al hotel, y hubo anécdotas enternecedoras sobre la capacidad de identificación de nuestro pueblo. Naturalmente se agotaron las entradas y nada tuvo importancia, fuera de la hechizante figura de Manuel Benítez.

Epílogo: Los novisimos sesenta

Talavera, serenada en aires de ciudad importante, sigue creciendo aunque más apaciblemente. El papel del regadío bajó un poco de cotización y en la actualidad busca nuevos horizontes por los caminos de la industria. Puede decirse que ha cambiado de fisonomía, como cuando un chico se convierte en hombre. Pero su plaza de toros sigue ahí, con toda su historia dentro.

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