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EL BLANCO INVISIBLE Un día que el Maestro Kenzo Awa explicaba que el Arte del Tiro con arco consiste en dejar partir la fecha sin intención de triunfar, en tirar sin apuntar, su discípulo europeo Herrigel no pudo impedirse decir: -En ese caso, ¿usted sería capaz de tirar con los ojos vendados? El Maestro posó largamente su mirada sobre él... antes de darle una cita para esa misma noche. Ya habia oscurecido cuando Herrigel fue introducido en el dojo. El Maestro Awa le invitó primero a un "cha no yu", una ceremonia de té que él mismo ejecutó. Sin decir una palabra, el anciano Maestro preparó cuidadosamente el té y lo sirvió con un infinita delicadeza. Cada uno de sus gestos se desenvolvía con la precisión y la belleza que sólo una gran concentración pude dar. Los dos hombres guardaron silencio para saborear cada instante de este armonioso ritual. Un instante de eternidad, como dicen los japoneses. El Maestro atravesó a continuación el dojo, seguido de su visitante, para situarse frente al recinto en el que se encontraban los blancos, a 60 metros de allí. El recinto de los blancos apenas estaba iluminado, sus contornos casi no se divisaban. Siguiendo las instrucciones del Maestro, Herrigel fijó allí un blanco sin encender la luz. A su vuelta, vio que el anciano arquero estaba preparado para la ceremonia del tiro cn arco. Después de haber saludado en dirección al blanco invisible, el Maestro se deslizó como si resbalara sobre el suelo. Sus movimientos se sucedían con una lentitud y la fluidez del humo que evoluciona suavemente en el viento. Los brazos se levantaron, después bajaron. El arco se tensó tranquilamente hasta que la flecha partió bruscamente, hundiéndose en la oscuridad. El Maestro permaneció inmóvil, con los brazos suspendidos, como si acompañara la flecha hacia su destino desconocido, como si el tiro continuara en otro plano. Después, de nuevo, el arco y la flecha danzaron en sus manos. La segunda flecha zumbó a su vez, y fue tragada por la noche. Herrigel se precipitó a alumbrar el recinto, impacientemente por ver dónde se habían clavado las flechas. La primera estaba en el corazón del blanco. La segunda estaba justo al lado, ligeramente desviada porla primera a la que había tocado y arrancado varios centímetros de bambú. Al volver con el arco, Herrigel felicitó al Maestro por su proeza. Pero éste replicó: -El mérito no me pertenece. Esto ha sucedido porque he dejado que "algo" actúe en mí. Es este "algo" lo que ha permitico que las flechas se sirvan del arco para unirse al blanco. Esta pasmosa proeza es contada por el profesor
Herrigel en su libro "El Zen y el arte de los arqueros japoneses", en el
que relata también su difícil aprendizaje de Kyudo durante
los seis años que pasó en el Japón.
Nota de la Redacción:
En algunos de los números de "EL BUDOKA" del año 98 trataremos
este libro con un poco mas de profundidad.
EL OJO DEL GUERRERO Gran amante dle teatro NO, Tajima no Kami, profesor de sable del Shogun, asistía a un espectáculo en el que estaba reunida la Corte. El actor más famoso de la época actuaba ese día. Tajima observaba atentamente su actuación que manifestaba un gran domininio de sí. Su concentración parecía sin fallo, sus gestos no dejaban ninguna abertura, exactamente igual que un guerrero experimentado. Desde el comienzo de la representación Tajima no le quitó el ojo de encima ni un solo instante. De pronto, el Maestro Tajima lanzó un kiai en dirección al actor, un grito discreto, pero que no pasó desapercibido... Un murmullo recorrió la asistencia. Todo el mundo se intercambiaba las miradas. El Shogun mismo se volvió para conocer la procedencia del grito. Cuando el espectáculo hubo acabado, el Shogun convocó a Tajima y el preguntó la razón de su extraña conducta. El Maestro se contentó con declarar: -Pregunte al actor, él lo sabe. El actor confesó efectivamente: -El kiai surgió en el mismo momento en el que tuve un segundo
de distracción producido por un cambio en el decorado.
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