e todas las ranas que vivian en la charca del bosque, sin duda, Rosamunda era la más particular. No sólo ya por su bonito color verde, ni por sus preciosos ojos saltones, sino por sus inquietudes musicales.Ya en su infancia,cuando sólo era un renacuajo, a diferencia de sus trescientos hermanos y hermanas, que pasaban la horas nadando, charca arriba, charca abajo, ella preferia quedarse muy quieta, junto a un nenúfar, escuchando la música del bosque.Amaba el sonido del aire a través de las cañas, el ruido de la lluvia golpeando las hojas de los árboles que rodeaban su entorno y el "ploc-ploc" de las gotas que, resbalando por las hojas más grandes, caían a la charca.
Pasaron los meses y por fin Rosamunda era una rana hecha y derecha.¡Cómo había deseado que llegara este momento! El ser adulta no le hacía mucha ilusión, la vida de renacuajo era mucho más descansada, pero al fin tenía una voz, podía croar con el resto de la familia e incluso formar parte del coro de ranas que, cada noche, resonaba en la charca.
Rosamunda tenía una voz... ¡Y que voz! Su elegante manera de croar, su timbre, su forma de modular, su coloratura ágil... Era la envidia de las demas ranas del coro y el orgullo de su madre quien, escuchándola embelesada decía a las otras madres:"Esa es mi Rosamunda".
Asi, tranquilamente, cantando con sus compañeras, transcurria la vida de Rosamunda. Hasta que un día del maravilloso mes de mayo...

  
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