El presente perfecto
de CARLOS OLMOS
parte
3
(Aparece Gabriel. Es un hombre de tipo atlético,
más alto que Alba y de tez apiñonada. Usa gafas y
guayabera. En su manera de caminar y de hablar se
advierte un amaneramiento masculino y una gran tensión
reflejada en su rostro. Podría decirse que es un hombre
con seguridad en sí mismo aunque, en ocasiones, no logre
ocultar el desagrado que le produce encontrarse con
Alba.)
ALBA: ¡Gabriel Castillo! ¡Qué formidable sorpresa!
(Gabriel sonríe y ve a Ismael. Alba se vuelve al
joven y le da la bolsa con las camisas)
ALBA: Lléveselas a don Chano. (Ismael la toma)
Le estaba diciendo a Cisneros que alumnos como usted...
ya no se encuentran tan fácilmente.
ISMAEL: (A Gabriel) Te confundí. Creí que eras
un...
ALBA: Eso no importa ahora, Cisneros.
GABRIEL: (A Ismael) ¿Cómo te llamas?
ALBA: Ismael.
ISMAEL: Y también soy alumno de...
GABRIEL: (Sonriendo) ¡De la formidable maestra
Alba! (A Alba) ¿Sigue en la cátedra de
Literatura?
ISMAEL: Y es rete exigente. ¿A ti nunca te reprobó?
ALBA: Cisneros... por favor... no lo tutée.
(Ismael se desconcierta pero Gabriel sonríe
burlonamente aunque Alba no lo percibe. Hay una pausa.)
ALBA: No hay que darles tanta confianza.
GABRIEL: Me hizo una pregunta.
ALBA: Lo sé, Pero no es la forma.
GABRIEL: Las cosa cambiaron...
ALBA: ¡Para mí no!
GABRIEL: Ya lo veo. Todavía hay sorpresas que le siguen
pareciendo formidables.
ALBA: ¿Se burla de mí?
GABRIEL: De ninguna manera.
ALBA: ¿Por qué no se sienta, Castillo?
GABRIEL: ¿Tiene tiempo?
ALBA: Tratándose de usted...
(Alba lo ve fijamente. Ahora es Gabriel quien rodea
su cinturta acercándose hacia él. Lo besa. Alba, en
principio, parece reticente pero después es ella quien
lo abraza febrilmente.)
GABRIEL: La estoy esperando desde las cuatro... como
habíamos quedado.
ALBA: No podía salir.
GABRIEL: ¿Por él?
ALBA: No... no quería... esto.
GABRIEL: No hay nada peligroso en...
ALBA: ¿Peligroso?
GABRIEL: Está muy nerviosa, ¿no?
ALBA: Sí, pero no es por usted.
GABRIEL: Me interesa saber qué está pasando en la
escuela. Sé que está en huelga.
ALBA: Creo que de eso podríamos hablar después.
Siéntese.
GABRIEL: ¿No le gustaría dar una vuelta por la alberca?
ALBA: ¿Qué me quiere insinuar?
GABRIEL: Nada.
ALBA: ¿Quiere hablar de la escuela, no es así?
GABRIEL: Estoy preocupado.
ALBA: Pero no veo por qué ir a la alberca.
GABRIEL: Me gustaría caminar.
ALBA: (Burlona) ¿Sigue haciendo ejercicio?
GABRIEL: Bastante.
(Toma una mano de Alba y, sonriendo, la lleva hacia
sus pectorales. Alba reacciona nerviosamente y se
levanta.)
ALBA: Creo que es mejor que salgamos de aquí. Mi coche
está allá afuera. Podríamos ir a otro lugar y...
GABRIEL: No puedo. Van a pasar por mí.
ALBA: ¿Quién?
GABRIEL: Mi mujer.
(Alba parece no sorprenderse pero desvía la mirada.
Gabriel saca una cajetilla de cigarros.)
GABRIEL: Quedamos de vernos aquí. (Le ofrece un
cigarro.)
ALBA: Me extraña, Castillo. Sabe muy bien que no fumo.
GABRIEL: Ah, es cierto. Se me olvidó.
ALBA: ¿Realmente?
(Se ven a los ojos. Para Alba es muy difícil hablar.
Ahora su voz se hace más grave pero intenta matizarla
con tonos naturales , fáciles.)
ALBA: Me gustaría saber si nunca... volvió a pensar en
mí. ¡Ha pasado tanto tiempo!
GABRIEL: Doce años, ¿no?
ALBA: Trece... y todo me imaginé menos que usted...
¿Quién es ella?
GABRIEL: ¿Por qué mejor no hablamos de la escuela?
ALBA: (Para sí) Casado...
GABRIEL: Dicen que a cada santo se le llega su día.
ALBA: Usted no es un santo.
GABRIEL: Nunca lo he negado. Además, no me gustaría
hablar de eso...
ALBA: A mí sí.
GABRIEL: ¡No me interesa, entiéndalo!
ALBA: ¿Después de todo lo que pasó?
GABRIEL: Yo lo olvidé. Era preferible.
ALBA: Yo... no podría decir lo mismo.
GABRIEL: ¡Es una lástima! ¡Porque sólo quiero aclarar
qué hay detrás de la huelga!
ALBA: Debería preguntárselo a mis alumnos. Ya conoció
a uno de ellos.
GABRIEL: También al otro. En la alberca.
ALBA: ¿A Marín? ¿Y habló con él?
GABRIEL: Poco. Pero me dió a entender cosas que
realmente no me explico.
ALBA: ¿No se explica que no quieran a un desconocido
como director?
GABRIEL: Tal vez si usted interviniera...
ALBA: ¿Intervenir en la decisión del alumnado? Mire,
Gabriel, desde que me llamó por teléfono...
GABRIEL: ¿Quién contestó?
ALBA: Mi marido.
GABRIEL: Me lo imaginé
ALBA: ¿Por eso dió un nombre falso?
GABRIEL: No podía exponerla. ¿Nunca le dijo la verdad?
(Alba niega con tristeza.)
GABRIEL: ¿Ni le pidió el divorcio?
ALBA: (Después de una pausa) La niña fue
creciendo. Y yo no tenía ningún derecho para alejarla
de su padre.
GABRIEL: Ya debe ser una muchacha, ¿no?
ALBA: Dentro de un mes cumplirá quince años.
GABRIEL: ¿Me invitará a la fiesta?
ALBA: (Dolida) No se burle, por favor...
GABRIEL: (Ríe) Supongo que le harán una fiesta
para presentarla en sociedad. Usted cree mucho en eso.
ALBA: Así me educaron. Nunca tuve valor para vivir de
otra manera. Creo que soy honesta al reconocerlo y eso es
algo muy respetable, ¿no?
GABRIEL: Siempre le he respetado.
ALBA: ¿A pesar de lo que hice?
GABRIEL: Fue por mi bien, según me dijo.
ALBA: Téngalo por seguro.
GABRIEL: La prueba es que estoy casado.
ALBA: ¿Y la quiere?
GABRIEL: No.
(Alba lo ve sorprendida.)
GABRIEL: Usted tampoco quiere a su marido.
ALBA: Es muy distinto. ¡Es el padre de mi hija! Y cuando
hay un hijo de por medio, no se puede ser tan egoísta.
GABRIEL: Yolanda también está esperando un hijo mío.
ALBA: (Esquivando la mirada de Gabriel) Me
gustaría conocerla.
GABRIEL: Se la voy a presentar. Podrían ser buenas
amigas.
ALBA: ¿Usted cree?
GABRIEL: Es una mujer inteligente.
ALBA: Entre mujeres la amistad es muy difícil. Y para
las inteligentes más todavía. siempre están
compitiendo. Y la que triunfa por lo regular se queda
sola.
GABRIEL: ¿Cree que eso sólo pasa entre mujeres?
ALBA: Se lo dice una mujer. Pero me gustaría saber cómo
piensa un hombre.
GABRIEL: Sólo estaba proponiéndole una amistad con
Yolanda. Y no veo por qué plantearla como una
competencia.
ALBA: Surgiría. Y usted sabe por qué.
GABRIEL: ¡Otra vez la formidable maestra Alba con sus
terribles complicaciones!
(Alba calla conteniendo su rabia. Gabriel enciende
otro cigarro.)
GABRIEL: Yolanda no es lo que usted cree. Y tiene un
mundo distinto del que usted se imagina.
ALBA: Tal vez.
GABRIEL: Para empezar... es joven. Aquí no conoce a
nadie. su familia vive en México y si vino conmigo fue
por... por no dejarme solo.
ALBA: Siendo su esposa tiene la obligación de...
GABRIEL: No, no. Ella no quería vivir en la provincia.
Su padre tiene dinero... y poder.
ALBA: ¿Poder?
GABRIEL: Político, sobre todo. Pero eso no es lo más
importante. lo que cuenta es que me quiere. Está muy
enamorada y me lo demuestra a cada rato.
ALBA: Sigue pensando como un muchacho.
GABRIEL: Ya no.
ALBA: El amor no tiene nada que ver con la vanidad.
GABRIEL: Y mucho menos con el sacrificio. porque no
entiendo cómo puede vivir junto a un hombre a quien no
quiere sólo para evitarle un sufrimiento a su hijita.
ALBA: ¡Usted tampoco quiere a su esposa!
GABRIEL: ¡Ella me da otras cosas!
ALBA: El poder, ya lo dijo.
GABRIEL: Y el placer... antes que nada. Ese placer que
usted me enseñó a descubrir alejándome de...
ALBA: ¡Por favor, Gabriel!
GABRIEL: ¿Prefiere hablar de la escuela?
ALBA: Hablar de la escuela es recordar... recordar a
aquel muchacho que estuvo a punto de hundirlo en esa
extraña y terrible amistad que yo...
GABRIEL: Que usted deshizo
ALBA: ¡Era mi deber! ¡Él estaba confundido! ¡A esa
edad los sentimientos son tan desordenados, tan
desconocidos...!
GABRIEL: Si para él eran desconocidos, ¿se imagina lo
que debieron pensar sus padres?
ALBA: ¡Ellos tenían que saberlo!
GABRIEL: ¡Pero no por usted!
(Alba hace una pausa. Ahora Gabriel la ve con
desprecio.)
ALBA: Tal vez... pero eran los únicos que podían
ayudarlo. Créame, Castillo. Por eso lo hice.
GABRIEL: ¡Y ya ve lo que consiguió!
ALBA: No tuve la culpa. Nunca pensé que lo sacarían de
la escuela.
GABRIEL: Eso no fue lo más grave. lo sacaron de la
ciudad como si fuera un leproso.
ALBA: ¿Lo volvió a ver?
GABRIEL: Nunca. La última vez fue aquí... antes de que
él se fuera. Y cuando supe lo que usted hizo...
ALBA: ¿Me despreció?
GABRIEL: ¡No tenía ningún derecho a intervenir! ¡No
tenía ningún derecho!
ALBA: ¡Estaban de por medio muchas cosas!
GABRIEL: ¿Y por qué no me dijo la verdad?
ALBA: Traté. pero se negaba a hablar conmigo, me
esquivaba... y luego... un día... desapareció, no supe
más.
GABRIEL: Tenía miedo de que repitiera la misma historia
contándole todo a mi familia.
ALBA: ¡Usted es un hombre normal!
GABRIEL: Curioso... ésas fueron sus palabras cuando me
trajo aquí para hacerme preguntas, ¿se acuerda?
ALBA: Estaba horrorizada. La relación entre ustedes
era...
GABRIEL: ¡Amistosa!
ALBA: ¡Se querían como...!
GABRIEL: ¡no como pensaba!
ALBA: ¡No me mienta, Castillo, no me mienta!
GABRIEL: ¡nos comportábamos igual que esos muchachos!
¡Sus alumnos! ¡no había nada especial en...!
ALBA: ¡Eso creí al principio! ¡Pero una tarde...! (Se
interrumpe.)
GABRIEL: ¿Si?
ALBA: ¿Qué caso tiene ahora una aclaración?
GABRIEL: Nadie se la está pidiendo. No acostumbro
recordar las cosas que me duelen.
ALBA: ¿Y entonces por qué me llamó?
GABRIEL: ¿Cree que todavía me sigue preocupando lo que
pasó?
ALBA: De otro modo no entiendo por qué me citó aquí,
precisamente aquí.
GABRIEL: ¿No hice bien? Don Chano me dijo que sigue
viniendo al jardín.
ALBA: No vengo yo sino mis recuerdos disfrazados con la
ropa vieja que va dejando mi marido.
GABRIEL: No tenía por qué buscar pretextos. Don Chano
nunca se dio cuenta de nada.
ALBA: ¿Y las revistas?
GABRIEL: ¿Me estás hablando de lo nuestro?
ALBA: ¡Le estoy hablando de su amigo!
GABRIEL: Nos gustaba encerrarnos en la caseta, ver esas
revistas...
ALBA: Y bañarse.
GABRIEL: ¿Nos vio alguna vez?
ALBA: Vi algo peor, Castillo.
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