El presente perfecto

de CARLOS OLMOS

parte 6

ALBA: (Grave) Si su mujer supiera la clase de hombre que tiene por marido...
GABRIEL: Cuando conozca a Yolanda se dará cuenta que ella vive feliz con el mundo que tiene.
ALBA: Sí, ya me di cuenta que hay seres que consiguen la felicidad cerrando los ojos.
GABRIEL: Y otros que la destruyen imaginando cosas que nunca han visto.
ALBA: ¿Imaginando?
GABRIEL: ¡Nadie podría comprobar si es cierto o no lo que vio en la alberca!
ALBA: ¿Teme que hable con ella del asunto de su amigo?
GABRIEL: Hablar de él también es hablar de usted. ¿Por qué tendría que tener miedo? ¡Sólo eso me faltaba!
ALBA: ¿Y entonces por qué no entró? ¿No quería presentármela?
GABRIEL: Se fue porque se lo pedí. Estamos en un hotel, y nos urge encontrar una casa. Yolanda la está buscando y además...
ALBA: Mire, Gabriel. No me interesa hablar de ella.
GABRIEL: ¿Aunque tenga relación con la escuela?
ALBA: Dudo mucho que su esposa tenga algo que ver conmigo.
GABRIEL: ¿Así que usted y la escuela son lo mismo?
ALBA: Aunque le parezca cursi... así es. He trabajada ahí muchos años, Gabriel. Podría decir que ahí dejé lo mejor de mi vida.
GABRIEL: ¿Y si quiere tanto a la escuela, por qué le ha hecho tanto daño?

(Alba se sorprende. Lo ve y Gabriel va hacia ella con decisión.)

Sé que detrás de la huelga estás tú.
ALBA: ¡Eso no puede comprobarlo!
GABRIEL: Porque te has cuidado muy bien. Ya me di cuenta de cómo influyes sobre tus alumnos.
ALBA: ¡No lo hago! ¡Pero sé que es más grave manejar a esa pobre mujer que es tu esposa!
GABRIEL: Ni tan pobre.

(Gabriel saca un telegrama del bolsillo.)

GABRIEL: Un telegrama. ¿Quieres leerlo?
ALBA: ¿Para qué?
GABRIEL: Te podría interesar. Es del Gobernador y Yolanda me lo trajo. Léelo. Me da cita para mañana.
ALBA: (Sin tomarlo) Muy bien. Los alumnos defenderán su posición.
GABRIEL: ¿La de ellos o la tuya...?
ALBA: (Estallando) ¿Por qué supone que yo...?
GABRIEL: (Más alto) ¡Tú sugeriste al maestro Borraz!
ALBA: ¡Porque no sabía que usted es el director que nos quieren imponer!
GABRIEL: ¿Y cuando recibiste el oficio?
ALBA: Cuando supe su nombre... ya no pude hacer nada. La huelga había estallado.
GABRIEL: ¿Alegando que nadie me conocía?
ALBA: Y es verdad. La única que lo recordaba... era yo.
GABRIEL: Por eso no era conveniente que regresara, ¿verdad?
ALBA: (Después de una pausa) No podía defenderlo. Comprometía demasiadas cosas...
GABRIEL: Pero siempre decías, y lo recuerdo bien, que cuando no se puede defender algo no se ataca.
ALBA: ¡Nunca lo he atacado!
GABRIEL: ¡La huelga comenzó en época de exámenes!
ALBA: ¿Y eso qué?
GABRIEL: Era una manera de utilizar a los alumnos. Regalando calificaciones los tendrías de tu parte.
ALBA: ¡Yo no pretendo la dirección!
GABRIEL: ¡Pero tratas de evitar que yo la tome! Como director, Borraz podría hacer ciertas concesiones.
ALBA: ¡Por Dios! ¡Usted no conoce a ese maestro! ¡Es un hombre honesto!
GABRIEL: ¿A pesar de lo que dijo Cisneros?

(Alba calla. Hay una pausa. Gabriel la ve sonriente.)

A ése le conviene abandonar la escuela. Según Marín es todo un fósil.
ALBA: ¿Y todo eso... lo averiguaste en la alberca?
GABRIEL: También fui joven, Alba. Y cuando los vi...
ALBA: Lo sé. Te acordaste de todo. Del jardín, de las revistas... y de aquel muchacho que, según tú, se parece a Arturo.

(Ahora es Gabriel quien se turba. Intenta decir algo pero Alba agrega con cierta tristeza.)

ALBA: ¿Ves por qué te decía que en nuestro idioma no existe el presente perfecto?
GABRIEL: (Estallando) ¿De qué pendejadas me estás hablando, carajo?
ALBA: Quería hablarte de un idioma del que sólo pareces recordar sus peores palabras. Y te ruego, te suplico que delante de mí no vuelvas a usarlas nunca.
GABRIEL: ¡Estoy harto! ¿No te puedes olvidar de la gramática y hablarme claro?
ALBA: Si me olvidara de ella hablaría mal y tal vez no me entenderías.
GABRIEL: ¡No veo qué relación hay entre una cosa y otra!
ALBA: ¿Recuerdas aquella tarde? ¿Cuando te hablé de los tiempos? Tenías dudas que...
GABRIEL: ¡Ahora no me interesan!
ALBA: Haces mal. Porque precisamente por esas dudas comenzaron las mías. Y te aseguro que eran más graves.
GABRIEL: ¿Pero no entiendes? ¡Te pedí que vinieras para demostrarte que ya no soy aquel muchacho imbécil!
ALBA: ¿Y tenías que demostrármelo dentro del jardín?
GABRIEL: ¡El lugar es lo de menos!
ALBA: Quién sabe... Para nosotros este sitio significa demasiado.
GABRIEL: ¿Para nosotros? ¡Yo nunca te quise!
ALBA: ¡Porque no quieres reconocer lo que fui para ti en un momento dado!
GABRIEL: Nada, no fuiste nada.
ALBA: ¿No puedes mirar hacia atrás sin odios, sin resentimientos?
GABRIEL: ¡Atrás hay demasiada porquería que adornas con frases huecas!
ALBA: ¡Te afirmé! ¡Te acerqué a un mundo más natural para que no te hicieras daño!
GABRIEL: ¡Pero no tomas en cuenta el daño que hiciste con tus citas en el jardín, con las invitaciones a tu casa pretextando darme libros, libros que tú misma subrayabas para manipularme!
ALBA: ¡Sólo te estaba proponiendo una pareja natural!
GABRIEL: ¡Lo que pasa es que disfrutas las relaciones complicadas! ¡Y eso no es natural!
ALBA: Puede ser...

(Breve pausa. Alba se sienta con actitud derrotada.)

ALBA: Porque antes de conocerte vivía tranquila. Hasta llegué a pensar que mis deseos se habían extinguido en la tranquilidad de mi hogar.
GABRIEL: ¿Llamas hogar a una casa compartida con un hombre a quien no quieres?
ALBA: Después de ti... yo no pude compartir ya nada con él. La vida en común me parecía tan pálida que hice de tu recuerdo el refugio más brillante, Gabriel.
GABRIEL: ¿Y por qué no te separaste entonces? ¡Por que ese cuento de tu hija no te lo crees ni tú!
ALBA: Lo creí durante mucho tiempo. El miedo nos lleva a encontrar excusas con cierta facilidad. Pero en el fondo yo sabía que no me separaba de él por la misma razón que te unió a Yolanda: la apariencia.
GABRIEL: A ella la deseo.
ALBA: Pero no la amas.
GABRIEL: Para algunas mujeres, la demostración del amor está en el placer.
ALBA: No digas tonterías. El placer, el verdadero, sólo se encuentra en la persona que amas.
GABRIEL: (Burlón) Se oye bonito.
ALBA: Al menos yo... lo encontré contigo.
GABRIEL: Tú nunca me quisiste. Lo que te gustó de mí fue lo que llamas "perversidad"...
ALBA: Bueno, en una pareja normal...
GABRIEL: ¡yo te mostraba las revistas! ¡Y no eran precisamente de parejas normales!

(Alba, iracunda, intenta darle una bofetada pero Gabriel le detiene el brazo.)

GABRIEL: Tú misma me dijiste que esa cuestión de la alberca te había excitado mucho. Y si conmigo te entregabas a todas las fantasías que se te ocurrían...
ALBA: ¡Cállate, por lo que más quieras, cállate!
GABRIEL: Ahora
ya no quiero a nadie. Pero quise... una vez. Y si para ti la amistad no puede darse entre mujeres, te puedo asegurar que entre hombres existe.
ALBA: ¡Lo de ustedes fue otra cosa!
GABRIEL: ¿Y lo nuestro qué? ¡Tú le llamas amor! ¡Pero yo me sentí usado, ¿entiendes? ¡Usado para hacer en la cama lo que no pudiste hacer con un marido decente!
ALBA: ¿Pero quién te metió esas ideas en la cabeza?
GABRIEL: El tiempo. Y me da gusto comprobar que no estaba equivocado.
ALBA: ¿En qué?
GABRIEL: ¡En lo que pienso sobre ti! ¿No es cierto que usas a todos? ¡En la huelga, por ejemplo! ¡Sólo hay que ver a Cisneros para darse cuenta!
ALBA: ¡Él no está enamorado de su mejor amigo!
GABRIEL: ¡Yo tampoco lo estuve!
ALBA: ¿Y lo que ví en la alberca?
GABRIEL: Después de estar en la caseta, después de ver las revistas por primera vez, ¿no era lógico imaginar algo así?
ALBA: ¡Yo los vi! ¿Por qué no quieres confesarlo? ¡Desde el principio supe que ambos disfrutaban con...!
GABRIEL: ¿Y si así fuera? ¿Con qué derecho censuras el placer de los demás?
ALBA: ¡Tú sólo estabas alimentando tus miedos, tu terrible inseguridad con las mujeres!
GABRIEL: ¿Y por qué pensaste que contigo iba a superarla?


Parte siete
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