Introducción
No obstante los esfuerzos de los mensajeros de Motecuhzoma con el fin de impedir que los españoles trataran de acercarse a México-Tenochtitlan, la gente de Cortés decidió ponerse en marcha. Los dos textos indígenas que se transcriben en este capítulo, el primero de los informantes indígenas de Sahagún y el segundo de la Historia de Tlaxcala de Muñoz Camargo, nos relatan la llegada de los españoles a Tlaxcala y Cholula.
La sección de los informantes indígenas da cuenta del primer combate tenido por los españoles con un grupo de otomíes procedentes de Tecoac. Se refiere en seguida como decidieron los tlaxcaltecas recibir en son de paz a los
extranjeros. Llegados ya los españoles, muy pronto empezaron los
tlaxcaltecas a intrigar en contra de la gente de Cholula y de los mexicas.
Es interesante ver la doble versión que acerca de los motivos de la matanza perpetrada por los españoles en Cholula nos dan, por una parte los informantes de Sahagún y por otra el autor de la Historia de Tlaxcala.
Según los primeros, todo se debió a intrigas de los tlaxcaltecas "cuya alma ardía contra los de Cholula". La versión de la Historia de Tlaxcala es en cambio distinta: se dice que los cholultecas dieron ocasión a s
u
propia destrucción, al no haberse sometido a los españoles y al asesinar traidoramente a Patlahuatzin, embajador tlaxcalteca, que incitaba a los cholultecas a aliarse con los españoles. Esta versión, inventada tal vez por los t
laxcaltecas, para excusar su participación en la matanza de Cholula, no encuentra corroboración, ni en la Historia de Bernal Díaz del Castillo, ni en las Cartas de relación de Cortés.
Pues al fin vienen, los españoles ya se pusieron en marcha hacia acá .
Un hombre de Cempoalla, llamado el Tlacochcálcatl
también primero lo habían hallado cuando vinieron a ver
tierras y ciudades, también venía hablando náhuatl.
Este les viene preparando el camino, éste les viene
haciendo cortar caminos, este les viene dando el verdadero camino. Los guiaba, los traía, viniendo por delante.
Y cuando a Tecoac llegaron, fue en tierra de tlaxcaltecas, en donde estaban poblando sus otomíes. Pues esos otomíes les salieron al encuentro en son de guerra; con escudos les dieron la bienvenida.
Pero a los otomíes de Tecoac muy bien los arruinaron,
totalmente los vencieron. Los dividieron en bandas, hubo división
de grupos. Los cañonearon, los asediaron con la espada, los flecharon
con sus arcos. Y no unos pocos sólo, sino todos perecieron.
Y cuando Tecoac fue derrotado, los tlaxcaltecas lo oyeron, lo supieron: se les dijo. Mucho se amedrentaron, sintieron ansias de muerte. Les sobre vino gran miedo, y de temor se llenaron.
Entonces se congregaron, en asamblea se reunieron. Se reunieron los caudillos, los capitanes se juntaron. Unos a otros se decían el hecho, y dijeron:
-"¿Cómo seremos? ¿Iremos a su encuentro? ¿Muy
macho y muy
guerrero es el otomí: en nada lo tuvieron, como nada lo miraron! ..."
¡Todo con una mirada, todo con un volver de ojos acabaron con el infeliz macehual! . . .
Pues ahora, entremos a su lado; hagámonos sus amigos, seamos
amigos suyos. ¡Los de abajo están arruinados! ...
Pues en seguida van a darles encuentro, los señores de Tlaxcala. Llevaron consigo comida: gallinas de la tierra, huevos, tortillas blancas, tortillas finas.
Les dijeron:
-Os habéis fatigado, señores nuestros.
Respondieron ellos:
- ¿Dónde es su casa? ¿De dónde han venido?
Dijeron:
-Somos de Tlaxcala. Os habéis fatigado; habéis llegado y habéis entrado a vuestra tierra: es vuestra casa Tlaxcala. Es vuestra casa la Ciudad del Aguila, Tlaxcala.
Pues allá en la antiguedad se llamaba Texcala:sus
habitantes se designaban texcaltecas.1
Los condujeron, los llevaron, los fueron guiando. Los fueron a dejar, los hicieron entrar a su casa real.
Mucho los honraron, les proporcionaron todo lo que les era menester, con ellos estuvieron en unión y luego les dieron sus hijas.
Luego ellos preguntaron:
- ¿Dónde es México? ¿Qué tan lejos es?
Les respondieron:
- Ya no es lejos. Tal vez en tres días se llegará es muy
buen
lugar. Y muy valientes, muy guerreros, conquistadores. Por todo lugar andan
conquistando.
Pero los de Tlaxcala ha tiempo están en guerra, ven con enojo, ven con mala alma, están en disgusto, se les arde el alma contra los de Cholula. Esta fue la razón de que le dieran hablillas (al conquistador) para que acabara con ellos.
Le dijeron:
- Es un gran perverso nuestro enemigo el de Cholula. Tan valiente como el mexicano. Es amigo del mexicano.
Pues cuando esto oyeron los españoles, luego se fueron a Cholula. Los fueron llevando los de Tlaxcala, y los de Cempoala. Estaban todos en son de
guerra.
Cuando se hubo llegado, se dieron gritos, se hizo pregón: los guías, y también los hombres del pueblo.
Hubo reunión en el atrio del dios.
Pues cuando todos se hubieron reunido, luego se cerraron las entradas: por todos los sitios donde había entrada.
En el momento hay acuchillamiento, hay muertes, hay golpes. -
¡Nada en su corazón temían los de Cholula!
No con espadas, no con escudos hicieron frente a los españoles.
No más con perfidia fueron muertos, no más como ciegos murieron, no más sin saberlo murieron.
No fue más que con insidias se les echaron encima los de Tlaxcala.
Y en tanto que todo esto se hacía, todo se le hacía llegar, se le decía, se le hacía oír a Motecuhzoma.
En cuanto a los enviados, vienen hasta acá, y se van; están dando vueltas de allá a acá. Ya no como quiera se oye, se percibe el relato.
Por su parte, la gente humilde no más está llena de espanto. No hace más que sentirse azorada. Es como si la tierra temblara, como si la tierra girara en torno de los ojos. Tal como si le diera vueltas a uno cuando hace ruedos. To
do era na admiración.
Y después de sucedidas las matanzas de Cholula, ya se pusieron en marcha, ya van hacia México. Van en círculo, van en son de conquista. Van alzando en torbellino el polvo de los caminos. Sus lanzas, sus astiles,
que murciélagos semejan, van como resplandeciendo. Así hacen también estruendo. Sus cotas de malla, sus cascos de hierro; haciendo van estruendo.
Algunos van llevando puesto hierro, van ataviados de hierro, van relumbrando. Por esto se les vio con gran temor, van infundiendo espanto en todo: son muy espantosos, son horrendos.
Y sus perros van por delante, los van precediendo; llevan
sus narices en alto, llevan tendidas sus narices: van de carrera: les va cayendo la saliva.
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Hecha su gente comenzaron a marchar y mover sus ejércitos españoles y tlaxcaltecas con mucho orden de
su milicia, número y copia de gentes y bastimentos
bastantes para tan grande empresa, con muy principales
y famosos capitanes ejercitados en la guerra según su
uso y manera antigua. Fueron por capitanes Piltecuhtli,
Acxoxéatl, Tecpanécatl, Cahuecahua,
Cocomitecuhtli, Quauhtotohua, Textlipitl, y otros muchos que por ser tantos y tanta la variedad de sus nombres, no se ponen, sino los más señalados que siempre tuvieron fidelidad con Cortés hasta el cabo de su conquista.
La primera entrada que se hizo fue por la parte de Cholula, donde gobernaban y reinaban dos Señores que se llamaban Tlaquiach y Tlalchiac, que siempre los que en este mando sucedían eran llamados de este nombre, que quiere decir
el mayor de lo alto y el mayor de lo bajo del suelo.
Entrados pues por la provincia de Cholula, en muy breve tiempo fue destruida por muy grandes ocasiones
que para ello dieron y causaron los naturales de
aquella ciudad. La cual destruida y muerta en esta
entrada gran muchedumbre de cholultecas, corrió la
fama por toda la tierra hasta México, donde puso horrible espanto, y más en ver y entender que los tlaxcaltecas se habían confederado con los "dioses",
que así generalmente eran llamados los nuestros (los
españoles) en toda la tierra de este nuevo Mundo, sin poderles dar otro nombre.
Tenían tanta confianza los cholultecas en su ídolo
Quetzalcohuatl, que entendieron que no había poder
humano que los pudiese conquistar ni ofender, antes
acabar a los nuestros en breve tiempo, lo uno porque
eran pocos, y lo otro porque los tlaxcaltecas los habían
traído allí por engaño a que ellos los acabaran, pues
confiaban tanto en su ídolo, que creían que con rayo y
fuego del cielo los habían de consumir y acabar y
anegar con aguas.
Decíanlo así, y lo publicaban a grandes voces
diciendo: dejad llegar a estos advenedizos extranjeros,
veamos que poder es el suyo, porque nuestro dios
Quetzalcohuatl está aquí con nosotros, que en un
improviso los ha de acabar; dejadlos, lleguen esos miserables, veámoslos ahora, gocemos de sus devaneos
y engaños que traen, son locos de quienes se fían
aquellos sométicos (sodomitas) mujeriles, que no son
más que mujeres bardajas de sus hombres barbudos, que se han rendido a ellos de miedo. Dejadlos lleguen
a los alquilados, que bien les han pagado la vida a los
miserables. Mirad a los ruines tlaxcaltecas, cobardes,
merecedores de castigo: como se ven vencidos de los
mexicanos, andan a buscar gentes advenedizas para su
defensa. ¿Cómo os habéis trocado en tan breve tiempo,
y os habéis sometido a gente tan bárbara y advenediza,
extranjera y en el mundo no conocida? Decidnos de
dónde los habéis traído alquilados para vuestra
venganza. íOh miserables de vosotros que habéis
perdido la fama inmortal que teníais de vuestros
varones ascendientes de la muy clara sangre de los
antiguos teochichimecas, pobladores de estas tierras inhabitables!
¿Que ha de ser de vosotros gente perdida?
Mas aguardad que muy presto veréis el
castigo sobre vosotros que hace nuestro dios Quetzalcohuatl.
Estas y otras cosas semejantes decían, porque tenían
entendido que en efecto se habían de abrasar con
rayos de fuego que del cielo habían de caer sobre
ellos, y que de los mismos templos de sus ídolos
habían de salir y manar ríos caudalosos de agua para
los anegar, así a los de Tlaxcala como a los nuestros,
que no poco temor y espanto causaban a los amigos
tlaxcaltecas creyendo que sucediese así como decían
los cholultecas. Decían, especialmente los pregoneros
del templo de Quetzalcohuatl, todo esto que así lo publicaban.
Mas, visto por nuestros tlaxcaltecas que nuestros
españoles apellidaban a Santiago, y comenzaban a
quemar los españoles los templos de los ídolos y a
derribarlos por los suelos, profanándolos con gran
determinación, y como no veían que hacían nada, ni
caían rayos, ni salían ríos de agua, entendieron la
burlería y cayeron en la cuenta de cómo era todo
falsedad y mentira.
Tornaron así cobrando tanto ánimo, que como dejamos referido hubo en esta ciudad tan gran
matanza y estrago, que no se puede imaginar; de
donde nuestros amigos quedaron muy enterados del
valor de nuestros españoles, y desde allí en adelante
no estimaban acometer mayores crímenes, todo guiado
por orden divina, que era Nuestro Señor servido que
esta tierra se ganase y rescatase y saliese del poder del demonio.
Antes que esta guerra se comenzara, fueron enviados mensajeros y embajadores de la ciudad de Tlaxcala a los cholultecas, a rogarles y requerirlos por
la paz, enviándoles a decir que no venían a buscar a ellos, sino a los de Culhua, culhuacanenses
mexicanos, que como está dicho, éste era el nombre y
apellido Culhuaque porque habían venido de las partes de Culhuacan de hacia la parte del
poniente, y mexicanos porque así se llamaba la ciudad
de México donde estaban poblados con supremo
poder: fueles enviado decir por los de Tlaxcala que se
vinieran y de parte de Cortés, que se viniesen y diesen
de paz, y no tuviesen temor que los hombres blancos y
barbudos les hiciesen daño, porque era muy principal
gente y muy noble, que querían su amistad, y así les
rogaban como amigos los recibiesen de paz, pues
haciéndolo así serían bien tratados de ellos y que no
les harían ningún mal tratamiento, porque de otra manera si los enojaban era gente muy feroz, atrevida y
valiente, que traían armas aventajadas y muy fuertes de
hierro blanco.
Decían esto a causa de que entre ellos no había
hierro sino cobre, y que traían tiros de fuego y animales
fieros que los traían de trailla atados con cordeles de
hierro, y calzaban y vestían hierro, y de cómo traían
ballestas fortísimas, y leones, y onzas muy bravas que
se comían las gentes, lo cual decían por los perros
lebreles y alanos muy bravos que en efecto traían los
nuestros, que fueron de mucho efecto, y que con estas
cosas no se podían escapar ni tener reparo, si los
"dioses" se enojaban y no se entregaban de paz, lo cual
les parecía a ellos muy bien por excusar mayores
daños. Y que les aconsejaban como amigos lo hiciesen
así.
Mas sin hacer caso de estas cosas no quisieron sino seguir su parecer de no darse, sino morir antes, y en lugar de este buen consejo y buena respuesta a los de Tlaxcala, desollaron vivo la cara a Patlahuatzin su embajador, persona de mucha estima y principal valor. Y lo mismo hicieron de sus manos que se las desollaron hasta los codos, y cortadas las manos por las muñecas, que las llevaba colgando. Y le enviaron de esta manera con gran crueldad, diciéndole así: andad y volved y decid a los de Tlaxcala y a esos otros andrajosos hombres, o dioses o lo que fuesen, que son esos que decís que vienen, que eso les damos por respuesta.
Y así se vino el pobre embajador con harta lástima y dolor, el cual puso terrible espanto y pena en la república, siendo uno de los gentiles y hermosos hombres de esta Señoría, dispuesto y bien agestado; y visto tan gran atrevimiento y vil tratamiento, de que murió Patlahuatzin en servicio de su patria y república, donde deja eterna fama entre los suyos como lo refieren en sus enigmas y cantares. Fueron indignados los tlaxcaltecas, pues recibieron por grande afrenta una cosa que jamás había pasado en el mundo; que los semejantes embajadores eran tenidos en mucho y honrados de los reyes y señores extraños que con ellos comunicaban las paces, guerras y otros acontecimientos que entre las provincias y reinos suelen suceder.
Y así con esta indignación dijeron a Cortés: "Señor
muy valeroso, en venganza de tan gran desvergüenza,
maldad y atrevimiento, queremos ir contigo a asolar y
destruir aquella nación y su provincia, y que no quede
a vida gente tan perniciosa, obstinada y endurecida en
su maldad y tiranía, que aunque no fuera por otra cosa
más de por ésta, merecen castigo eterno, pues que en
lugar de darnos gracias por nuestro buen
comedimiento, nos han querido menospreciar y tener en tan poco por amor de ti."
El valeroso Cortés les respondió con rostro severo
diciéndoles de esta manera: "Que no tuviesen pena,
que él les prometía la venganza de ello", como en
efecto lo hizo así, por esto como por otras traiciones, se puso en ejecución darles guerra muy cruel,
donde murieron grandes muchedumbres de ellos como
se verá por la crónica que de la Conquista de esta tierra
está hecha.
Decían los cholultecas que los habían de
anegar en
virtud de su ídolo Quetzalcohuatl, que era el ídolo más
frecuentado de todos los que se tenían en esta tierra, y
así el templo de Cholula lo tenían por relicario de los
dioses. Y decían que cuando se descostraba alguna
costra de lo encalado en tiempo de su gentilidad, por
allí manaba agua. Y porque no se anegasen mataban
niños de dos o tres años, y de la sangre de éstos
mezclada con la cal, hacían a manera de zulaque 3 y tapaban con ella los manantiales y fuentes que
así manaban.
Y ateniéndose a esto decían los cholultecas que
cuando algún trabajo les sucediese en la guerra de los
dioses blancos y tlaxcaltecas, descostrarían y
despostillarían todo lo encalado, por donde manarían
fuentes de agua en que los anegasen, lo cual hicieron, pusieron en
obra, cuando se pusieron en tan grande aprieto como
en el que se vieron.
Lo cual aunque lo hicieron, no les aprovechó cosa alguna, de que quedaron muy burlados, y como hombres desesperados los más de ellos que murieron en aquella guerra de Cholula, se despeñaban ellos propios y se echaban a despeñar de cabeza arrojándose del Cu de Quetzalcohuatl abajo, porque así lo tenían por costumbre muy antigua desde su origen y principio, por ser rebeldes y contumaces como gente indómita y dura de cerviz, y que tenían por blasón de morir muerte contraria de las otras naciones y morir de cabeza.
Finalmente, los más de ellos en esta guerra morían desesperados matándose ellos propios. Acabada la guerra de Cholula entendieron y conocieron los cholultecas que era de más virtud el Dios de los hombres blancos y sus hijos
más poderosos. Los tlaxcaltecas nuestros amigos, viéndose
en el mayor aprieto de la guerra y matanza llamaban y apellidaban al
Apóstol Santiago, diciendo a grandes voces: ¡Santiago!; y de
allí les quedó que hoy en día hallándose en algún trabajo los de Tlaxcala, llaman al Señor Santiago.
Usaron los de Tlaxcala de un aviso muy bueno que les hizo Cortés, para que fueran conocidos y no morir entre los enemigos por yerro. Porque sus armas y divisas eran casi de una manera y habían en ellas poca diferencia, que como era tan
gran multitud de gente la una y la otra, así fue menester, porque si esto no fuera, en tal aprieto se mataran unos a otros sin conocerse. Y así se pusieron en las cabezas unas guirnaldas de esparto a manera de torzales, y con esto eran
conocidos los de nuestra parcialidad que no fue pequeño aviso.
Destruida en esta primera parte y entrada que se hizo en
Cholula, y
muerta tanta muchedumbre de gente, saqueada y robada, pasaron luego nuestros ejércitos adelante, poniendo grande temor y espanto por donde quiera que pasaban, hasta que la nueva de tal destrucción llegó a toda la tierra, y las gentes,
admiradas de oír cosas tan nuevas, y de cómo los cholultecas eran vencidos y perdidos, los más de ellos muertos y destruidos en tan breve tiempo, y de cómo su ídolo Quetzalcohuatl no les había ayudado en cosa
alguna ...4
2 Informantes de Sahagún: Códice Florentino, lib. XII, cap. X. (Versión de Angel Ma. Garibay K.)
3 Zulaque: palabra derivada del árabe zulaca: betún, a propósito para tapar las junturas en los caños de agua.
4 Historia de Tlaxcala, por Diego Muñoz Camargo, lib. II cap. V.