I
Nietzsche había estudiado filología, primero en Bonn, y más tarde en Leipzig, donde siguió a su maestro Friedrich Ritschl. Posteriormente, por recomendación de este último, es nombrado catedrático de filología clásica de la Universidad de Basilea, adonde llega el 19 de abril de 1869, con veinticuatro años de edad. Allí recibió el título de Doctor Honoris Causa, solamente sobre la base de los trabajos publicados en la revista Rheinisches Museum, que dirigía su maestro.
El período durante el cual estuvo bajo la dirección de Ritschl se puede decir que fue el más científico de su evolución espiritual: "[...]trabaja ahora en manuscritos, hace enmiendas, propone el restablecimiento de textos, colabora asiduamente en el Seminario, lee sus trabajos en la Sociedad Filológica, en cuya fundación tuvo activa participación, publica sus trabajos y recensiones bibliográficas [...] y sólo algunas frases recuerdan, en aquellas piezas, la emoción artística de la imagen de Grecia que Winckelmann condensó en la fórmula 'Noble sencillez y serena grandeza', y que Nietzsche conserva silenciosamente".(2)
Es en este peculiar momento de su vida que el joven Nietzsche, por mediación de la esposa de Ritschl, Sophie, pudo conocer personalmente al gran músico alemán, Richard Wagner, y llegó a sentirse profundamente conmovido por la filosofía pesimista de Schopenhauer. Si bien Nietzsche conocía la obra de Schopenhauer desde fines de 1865, es a partir del momento en que conoce a Wagner, que la obra del filósofo cobra vital importancia para su pensamiento. Hacia fines del año 1868 el maestro se encontraba de incógnito en Leipzig, en la casa de su hermana, la Sra. Brockhaus, amiga de Sophie. Esta última concertó una cita en casa de los Brockhaus para presentarle al maestro a Nietzsche, quien hasta ese momento, si bien conocía algo de su música, no era en absoluto wagneriano. En aquel encuentro hablaron de los Maestros Cantores, y después de Schopenhauer. "Wagner ensayó todos los registros, tocó el piano, imitó, narró anécdotas, bromeó en dialecto sajón, se pronunció en favor de Schopenhauer 'con calor indescriptible', leyó en voz alta una escena de sus años de estudiante en Leipzig inscripta en su biografía".(3) Así pudo escribir Nietzsche a su amigo Erwin Rohde el 9 de noviembre de 1868, narrándole su primer encuentro personal con Richard Wagner: "Al final, cuando nos disponíamos a salir, él me apretó calurosamente la mano y me invitó amistosamente a visitarlo, para tratar de música y filosofía."
A partir de ese momento Nietzsche pronunciará el nombre de Wagner junto al de Schopenhauer, nombres estos dos que venían a representar la tentación del arte y la filosofía frente a la disciplina de la ciencia. El dilema entre ciencia y arte era algo que había preocupado seriamente a Nietzsche desde que estudiara en Pforta, estaba a la base de su trabajo Homero y la filología clásica e iba a culminar con la publicación de El nacimiento de la tragedia. El medio que utilizó para pensar las relaciones entre ambas fue la filosofía. En estas circunstancias Nietzsche puede escribir a Rohde hacia el año 1870 "ciencia, arte y filosofía crecen juntos en mí de tal manera que alguna vez he de parir centauros". Es con este singular "centauro" que Wilamowitz se encontró cuando apareció El nacimiento de la tragedia.
¿Pero quién era en ese entonces Richard Wagner? Resulta ilustrativo al efecto lo que nos dice Curt Paul Janz en su monumental biografía de Nietzsche: "Richard Wagner tenía ya cincuenta y seis años. Tras él quedaba una existencia dramática, llena de grandes momentos, pero sobre todo de humillaciones. Sólo hacía cuatro años que, estando en la más extrema y desesperanzada miseria, había despertado el favor y la gracia del entusiasta rey de Baviera, el joven Ludwig II. Wagner era uno de los hombres más respetados y a la vez más odiados de su tiempo, creador de una obra tan imponente como revolucionaria, y por eso discutida; una personalidad demoníaca, mágica, no sin un recubrimiento protector de charlatanería. La fuerza de los acontecimientos había hecho necesaria su retirada de las candilejas de Munich, metrópoli de la cultura; encontró un refugio idílico en Tribschen, cerca de Lucerna, en el lago de los Cuatro Cantones. Justamente en la época en que conoció a Nietzsche en Leipzig, se encontraba en medio de una lucha ardiente por la que había de ser la compañera de su vida –Cosima–, que todavía era la esposa (¡por matrimonio católico!) de su amigo y precursor, el director de orquesta Hans von Bülow. La evolución de sus circunstancias personales todavía podía tomar cualquier dirección, incluso la más desfavorable para él. Se encontraba frente a decisiones importantes y que condicionarían su destino. Cosima permanecería en Munich, hasta el desenlace de las complicaciones creadas por ella y por Wagner [...] Todavía en aquel momento era una pregunta abierta si 'Tribschen' llegaría a ser un futuro consumado, o sólo un bello sueño".(4)
Wagner tenía enemigos y detractores en todas partes, y si bien sus óperas, para esta época, gozaban del éxito del público, también eran muy atacadas por la crítica musical. Tras una audición de Tannhäuser en Londres, en mayo de 1854, J. W. Davidson escribe en el Times: "Es una débil parodia, no ya del mismo Berlioz, sino de sus imitadores. Pocas veces se ha escuchado tanto ruido para nada, tan pomposo amontonamiento de lugares comunes"; y vuelve a la carga en diciembre: "Si el oído del futuro está obligado a soportar semejantes bataholas, debemos esperar que la posteridad caritativa establezca hospitales para sordos cerca de los lugares en que Herr Wagner y sus composiciones sean admitidos". Luego de la representación de Tannhäuser en la Ópera de París, en marzo de 1861 escribe Paul de Saint-Victor en La Presse: "Tannhäuser ha pasado y la música del futuro ya no está más. Imaginad un dios indio con seis brazos y tres cabezas entronizado en un templo griego: tal es el emblema de la ópera heteróclita del señor Wagner. Su partitura no es más que un caos musical. Los sonidos tropiezan, se aglomeran, se amontonan, se confunden como inmensas nubes en un cielo tormentoso. Ya es una oscuridad opaca y pesada, ya un estrépito discordante que no alcanza a simular los más groseros estruendos de las tempestades físicas. «Si comprendo lo que como, te echo», decía un gourmet a su cocinero. He aquí, en dos palabras, la música del señor Wagner. Impone, para revelar sus secretos, torturas espirituales que sólo el álgebra tiene el derecho de infligir. Lo ininteligible es su ideal. Es el arte místico que muere de inanición en medio del vacío...". Por último, resulta ilustrativo citar un ataque firmado por un hombre de gusto, y artista refinado, Prosper Mérimée: "Un último aburrimiento, pero colosal, ha sido Tannhäuser. Me parece que podría escribir mañana algo parecido inspirándome en mi gato caminando sobre el teclado del piano." (Carta a una desconocida). Por otro lado, siempre se habían remarcado las deficiencias teóricas de los escritos del músico, que no contaba con una rigurosa formación académica. Por ello hay que admitir, como hace Werner Ross en su magnífica biografía El águila angustiada, que: "El arte de Wagner necesitaba pues, luchadores y, aun más, defensores dados a escribir [...] Nietzsche debía conocer a Wagner. Ciertamente esto era ya una gracia. Pero también Wagner debía conocer a un seguidor tan prometedor como Nietzsche, y esto era ya cálculo".(5) Todos los esfuerzos de Wagner estaban dirigidos a restituir al drama lírico su carácter sagrado y a hacer de lo que en esa época no era más que un simple divertimento, un acto de comunión humana y de fe. Wagner quería sentar las bases de una cultura artística en la que, por medio de una liturgia de encantamiento, se nos restituyese a nuestra eterna situación de seres perdidos en el cosmos, rescatándonos de la condición de seres racionales y analíticos en la que se ha sumido el hombre moderno a través de los siglos. El arte debía restituir, en una forma ideal, libre de las trabas de las convenciones sólo asequibles a la razón, lo verdadera y eternamente humano. Desde que se produjo la separación y aislamiento de las diferentes ramas del arte, antes reunidas integralmente en el drama, el arte se convirtió en un pasatiempo de aficionados. Por el contrario, cuando todas ellas tienden a cooperar hacia un mismo resultado, las artes suministran con su concurso los medios de hacer inteligible a un pueblo los fines más elevados y más profundos de la humanidad. Las diferentes artes aisladas, cultivadas separadamente, no pueden, cualquiera sea la altura a la que las eleven los genios, "tener la expresión poderosa y de alcance sin límites que resultaba de la reunión general de todas" (Mis ideas. Carta a Federico Villot, 1860). Por ello había que construir una obra de arte total, en la que debían intervenir no sólo la poesía y la música, sino también la danza, la pantomima, la pintura y todas las artes de imitación que busquen seducir los sentidos, tal como se había dado en el teatro griego. La puesta en escena no sería sino una variedad de la ilusión escénica, donde estarían reunidas todas las formas del arte humano, y el teatro era el lugar en que esta alianza podía realizarse. El poeta sustituiría al valor abstracto y convencional de las palabras por su significación sensible y original. Con el adorno (ya casi musical) de la rima éste da a la frase "una potencia que cautiva como por encanto y gobierna fácilmente al sentimiento". Aquí el poeta lleva su arte hasta el límite, donde linda con la música. Y la materia ideal del poeta es el mito, puesto que éste es "el poema primitivo y anónimo del pueblo [...] En el mito, las relaciones humanas se despojan casi completamente su forma convencional, sólo inteligible a la razón abstracta; y demuestran lo que la vida tiene de verdaderamente humano, de eternamente comprensible, enseñándolo bajo esa forma concreta, exclusiva de toda imitación, que da a los verdaderos mitos un carácter individual, inconfundible". El poeta debe construir su poema de tal modo que penetre "hasta en las fibras más delicadas del tejido musical y que la idea que expresa se resuelva enteramente en el sentimiento. La única forma poética aplicable en este caso es aquella en que el poeta, en vez de describir sencillamente, ofrece de su objeto una representación real dirigida a los sentidos. Esa forma es el drama". Había que lograr una "igual y recíproca penetración de la música y de la poesía, como condición de una obra de arte capaz de operar por la representación escénica, una impresión irresistible y de hacer que, en su presencia, toda reflexión voluntaria se desvaneciera en el sentimiento puramente humano". Dado el precario estado en que se hallaba -a los ojos de Wagner- el teatro de la época, su sumisión al racionalismo, la prensa, la industria y el comercio, en suma, su subordinación a la vida pública de la época, no creyó que el ideal de una nueva forma de arte pudiese llegar a una realización completa en esos días. Por ello designó a su proyecto el arte del futuro. Para lograrlo había que llevar adelante una revolución cultural, que hiciese "surgir nuevamente de lo más profundo de su seno, más bello, más noble, más universal, aquello que ésta arrancó al espíritu conservador de un período anterior de cultura [la griega], admirable pero limitada, y que ésta engulló"(Arte y revolución, 1849).
Para la época en que Wagner se instala definitivamente en Tribschen, Nietzsche es nombrado profesor en la Universidad de Basilea, donde se encontraba muy próximo a la residencia del maestro. Así, tras la invitación que le fuera hecha en Leipzig, el 15 de mayo de 1869 Nietzsche emprendió el viaje a Lucerna, arribando a la casa de los Wagner sin haberse anunciado previamente. A partir de ese momento comenzó una relación de amor, de amistad, de idolatría y de odio, que en el seno de los estudios clásicos del joven profesor y bajo la despótica influencia de su maestro habría de dar a luz a ese libro "imposible".(6)
Durante el invierno de 1871, con un estado de salud lamentable, Nietzsche solicita autorización para dejar de lado sus actividades académicas y se retira a la montaña. El 16 de febrero llega a Lugano junto con su hermana, sin pasar por Tribschen. Allí trabaja incansablemente en lo que sería la primera versión de El nacimiento de la tragedia. De regreso a Basilea, lleva el manuscrito a Tribschen, donde permaneció del 3 al 8 de abril, oportunidad que aprovechó para leerlo y comentarlo junto con el maestro y su esposa. Visita ésta que Sánchez Pascual considera funesta para la obra de Nietzsche, pues Wagner "imprimiría su huella definitiva en la obra [...] Bajo el influjo de Wagner, Nietzsche se decide a reelaborar totalmente sus pensamientos sobre los griegos y a enfocarlos sobre la obra wagneriana".(7) Punto en el que coinciden Werner Ross y el biógrafo de Wagner, Charles Osborne, que se expresa de esta manera: "Cuando Nietzsche leyó a Wagner el borrador de su primer libro, El nacimiento de la tragedia, el compositor quedó muy desilusionado al ver que no trataba sobre él sino sobre el conflicto entre lo apolíneo y lo dionisíaco en el drama griego. Nietzsche inmediatamente hizo modificaciones, interpolando algunos aspectos de la polémica wagneriana en su argumento antes de la publicación".(8) Opiniones éstas que encuentran su apoyo en la carta que Nietzsche escribirá a Rohde el 4 de febrero de 1872: "Nadie tiene idea de cómo nace un libro así, del esfuerzo y la tortura por mantenerse limpio a este grado frente a otros conceptos que penetran desde todos los lados, del coraje de la concepción y de la honradez de la ejecución: tal vez menos que de cualquier otra cosa de la enorme obligación que yo tenía respecto de Wagner y que a decir verdad ha provocado en mi interior muchas y pesadas cargas, la tarea de ser incluso aquí independiente, ocupar una posición, en cierto modo, alejada". El día 20 de abril Nietzsche ofrece el libro al editor W. Engelmann, de Leipzig, que finalmente decide no publicarlo. A mediados de octubre entrega entonces la obra sin terminar al editor E. W. Fritzsch, el editor de Wagner, completando el resto del material, una parte en noviembre y otra en diciembre. A fines de 1871 el libro está publicado.
La aparición del libro tuvo una espléndida acogida de parte de los Wagner. Como explica Ross: "hasta ese entonces nunca un seguidor serio había colocado la obra del maestro en un contexto tan grandioso, con un conocimiento tan profundo, y en un estilo tan deslumbrante". Wagner le expresó en una carta a Nietzsche: "¡Aún no he leído nada más bello que su libro! ¡Todo es soberbio!".(9) El diario de Cosima dice que Wagner lloró de felicidad: "Animado, se puso a componer el tercer acto de El crepúsculo de los dioses. Por la noche leyeron juntos el escrito de Nietzsche, no sin preocupación: «Richard piensa en la gente que ahora lleva la voz cantante en Alemania y se pregunta qué destino tendrá este libro, espera fundar en Bayreuth una revista cuyo redactor sería el profesor Nietzsche»".(10)
Los wagnerianos se conmovieron y aplaudieron el libro como reverencia a su ídolo. Desde luego, el silencio de los filósofos fue absoluto. La obra no cobró importancia para ellos hasta comenzado el siglo siguiente, cuando Nietzsche ya estaba muerto. Era de entender: lo que se anunciaba era un libro de un profesor de filología clásica de la Universidad de Basilea, ¡y en una editorial de música! En este sentido, el temor de Nietzsche no era infundado cuando escribía a Carl von Gersdorff el 23 de noviembre, en vísperas de la aparición del libro: "siempre tengo miedo de que los filólogos no lo quieran leer por culpa de la música, los músicos por culpa de la filología, los filósofos por culpa de la música y la filología...". Efectivamente, el silencio en el claustro filológico fue total. Sobre todo preocupó a Nietzsche el silencio de su maestro Ritschl, a quien el 30 de enero le escribe ansioso: "No tomará a mal mi extrañeza por no haber oído de su parte la más mínima palabra sobre mi reciente libro, y espero que tampoco la sinceridad con la que le expreso esta extrañeza. Puesto que este libro es algo así como un manifiesto y obliga a todo menos al silencio. Lo sorprenderé, quizás, diciéndole la suerte de impresión que yo presuponía de vuestra parte, mi venerado maestro: pensé que si algo prometedor se había encontrado en su vida, sería este libro, rico de esperanzas para nuestra ciencia de la Antigüedad, rico de esperanzas para la germanidad, aunque al mismo tiempo él reduzca a la nada a un cierto número de individuos. En efecto, por mi parte al menos, yo no dejaría de extraer de mis puntos de vista todas las consecuencias prácticas que ellas comprenden, y usted se hará una idea de ello si yo doy aquí conferencias públicas «sobre el porvenir de nuestros establecimientos educativos». Me siento –puede usted creerlo– desprovisto de ambiciones y prudencias personales; y no buscando nada para mí, es para los demás que espero hacer algo. –Lo que más me importa es adueñarme de la joven generación de filólogos, y pensé que sería un pobre signo el que no pudiera conseguirlo. Su silencio, pues, me intranquiliza un poco. No es que haya dudado ni un solo instante de su simpatía por mí, de la cual fui de una vez por todas persuadido, pero precisamente por esa simpatía podría interpretar esto ahora como una especie de recelo personal para conmigo. Es para disiparlo que le escribo". La carta había causado asombro a su venerado maestro. El dos de febrero, tras la recepción de la misma de su antiguo alumno escribió en su diario: "Asombrosa carta de Nietzsche = megalomanía". Sin embargo Ritschl contestó el 14 de febrero: "Puesto que Usted fue tan amable, querido Señor Profesor, de hacerme llegar el libro sólo a través del editor, sin unas líneas personales de acompañamiento, realmente no creí que esperara por mi parte una respuesta personal inmediata. Es por ello que la "extrañeza" que usted manifiesta en su última carta me ha sorprendido. Pero si todavía ahora, a pesar de vuestro deseo, me encuentro incapacitado para redactar un comentario minucioso de vuestro libro, o al menos tal que pueda tener para Usted interés, y si no me siento tampoco capacitado para hacerlo en el futuro, debe Usted considerar que soy demasiado viejo para asomarme a orientaciones vitales e intelectuales totalmente nuevas. Y, lo que es más importante, por naturaleza estoy totalmente dentro de la corriente histórica y de la consideración histórica de los asuntos humanos, y tan decididamente que nunca me pareció encontrar la salvación del mundo en uno u otro sistema filosófico; no puedo tampoco calificar de 'suicidio' la desaparición de una época o de un fenómeno, ni considerar la individuación de la vida como una regresión, ni creer que las formas y las potencias espirituales de la vida de un pueblo, particularmente gratificado por los dones de la historia, es decir de un pueblo de alguna manera privilegiado, pueda servir de regla absoluta para los otros pueblos y los otros períodos –igual que tampoco me parece que una religión baste, haya bastado, o haya de bastar jamás para las diferentes individualidades de los pueblos. Usted no puede exigir al 'alejandrino' y al erudito que condene el conocimiento y vea sólo en el arte la fuerza liberadora, salvadora y transformadora del mundo. El mundo es diferente para cada uno: y ya que nosotros podemos sobrepasar nuestra 'individuación' tan poco como las plantas retornar a sus raíces cuando sus hojas y sus flores las particularizan, será necesario que en la gran economía de la vida de cada pueblo, él también, se conforme a sus misiones y a sus disposiciones y a su misión propia. He aquí algunas reflexiones generales que me ha inspirado la lectura rápida de vuestra obra. Digo ‘rápida’, ya que a los sesenta y cinco años ya no tengo el tiempo ni la fuerza de estudiar los preliminares necesarios para la comprensión de vuestros análisis, a saber, la filosofía de Schopenhauer, y en consecuencia no puedo permitirme juzgar si he podido captar todas vuestras invenciones. Si la filosofía me fuese más familiar, me habría regocijado más tranquilamente de todas las reflexiones y visiones del pensamiento tan bellas como profundas, pero en realidad me han resultado, muy a menudo, cerradas, y por mi propia culpa. Tuve ya una experiencia semejante cuando era muy joven al leer los razonamientos de Schelling, para no hablar de las fantasmagorías especulativas del profundo 'mago del Norte'. ¿Se pueden valorar sus intuiciones como nuevos fundamentos para la educación?, ¿no llegaría la gran mayoría de nuestros jóvenes, si siguen tales caminos, sólo a un desdén inmaduro por la ciencia, sin conseguir a cambio una sensibilidad acrecentada para el arte?, ¿no correríamos así el peligro de, en vez de difundir la poesía, abrir más bien puertas y ventanas a un diletantismo general?: éstas son consideraciones que se deben permitir al viejo pedagogo, sin que por ello tenga que considerarse, yo creo, como un 'maestro apergaminado'. Que el Helenismo sea para Usted, como para mí, la eterna fuente de la cultura universal a la cual nos es necesario volver con una atención cada vez más viva, es inútil probarlo. ¿Debemos sin embargo recuperar las mismas formas? Es una cuestión de la cual probablemente la humanidad entera aporte la solución. Y así la masa encuentra igualmente, me parece, en la vida con y por otro, en la tierna devoción, en las diversas formas de una profunda humanidad, una fuerza que la eleva desde el corazón hasta el universo, fuerza que sobrepasando la individuación demasiado estrecha conduce al sentimiento salvador del olvido de sí: es la fuerza de la acción humana inmediata de la que cualquiera es capaz. Frente a su 'profusión de consideraciones' habrá poco sitio para preguntas alejandrinas que podría hacerle sobre las fuentes Laercianas o sobre [...] otras frivolidades semejantes: por eso lo dejo. Quizá vuelva usted a ello por sí mismo algún día, aunque nada más sea por variar y distenderse."
En realidad, su antiguo maestro había leído el libro tan pronto como le había llegado. Y, es de suponer, con todo el entusiasmo y esperanza que depositaba en su distinguido discípulo. Pero al leerlo todo lo que pudo anotar al respecto fue, el día 31 de diciembre de 1871: "libro de Nietzsche. El nacimiento de la tragedia. Ingeniosa borrachera". Evidentemente su discípulo había tomado rumbos que le resultaban totalmente ajenos y por completo alejados de la ciencia. Pero lo que es peor, éste dio la ocasión para que sus adversarios de Berlín, que estaban de parte de Jahn después de la disputa que éste tuvo con Ritschl y tras la cual este último perdió la cátedra y se fue a Leipzig, pudieran sacar partido. Así y todo, como se da a entender al final de la carta, Ritschl dejaba las puertas abiertas a Nietzsche para que volviese por el sendero de la filología.
En esta situación "de espera, esperanza y decepción",(11) el único que acudió en su ayuda fue Erwin Rohde, que en ese entonces ejercía como profesor extraordinario en Kiel. Éste, que "había separado limpiamente al soñador, al entusiasta seguidor de Wagner y Schopenhauer del filólogo, del Privatdozent, del intelectual",(12) ante la solicitud de Nietzsche se decidió a escribir una recensión, y lo hizo en el mismo tono altamente poético, visionario y entusiasta que tenía El nacimiento de la tragedia.
En efecto, Nietzsche había escrito a Rohde el 23 de noviembre de 1871"¿Dime, querido amigo, no has pensado dar tú mismo públicamente tu punto de vista de mi librito sobre la tragedia? [...] Podrías sin duda dirigirte coram [públicamente] a los filólogos, por ejemplo mediante una carta al redactor en jefe del Rheinisches Museum o en una misiva dirigida a mí. En suma, lo que necesito es una 'publicidad superior'. Tú sabes hasta qué punto los filólogos no pueden sino ser provocados por todo lo que aparece en otro lado que no sea lo de Teubner(13) y sin aparatos de notas críticas. ¡Provócalos, te lo ruego!". Rohde contesta a su amigo el 27 de noviembre, anunciándole que escribiría a Zarncke para proponerle una recensión de El Nacimiento de la Tragedia, agregando que pensaba que no habría dificultades, y nuevamente el 9 de enero, informándole que había recibido el libro y que escribiría al día siguiente a Zarncke, aclarándole que no veía otro lugar donde fuera conveniente publicar su recensión: "Pensar en en las revistas especializadas en filología sería casi una burla [...] En los periódicos literarios generales [...] tendrías un aire muy extraño en el conjunto de la sinagoga [...] ¿Qué queda aparte de Zarnke que sirva a todo el mundo?". Contra la confianza de Rohde, la presentación en la Litterarisches Cenralblatt tuvo la negativa de su editor. Ésta se debió a que Zarncke juzgó que se trataba del servicio prestado a un amigo, lo que habría molestado al mundo intelectual de Leipzig.
El nacimiento de la tragedia parecía quedar limitado al círculo de los wagnerianos. Rohde, sin embargo, habiéndo tenido que ajustar su primera redacción a las exigencias del Litterarisches Centalblatt para sus publicaciones, teniendo que adapatar la redacción, prefirió no presentarla en ningún otro lugar y realizar una nueva. Una de las posibilidades que se presentaban era el Norddeutsche Allgemeine Zeitung, donde Wagner tenía excelentes relaciones. Pero a Nietzsche no lo convencía demasiado la idea: "El Norddeutsche estaría a nuestra disposición –pero, ¿esto no te parece ridículo? A mí sí, en todo caso. Piensa, por otra parte, que sobre la táctica a seguir para hacer la recensión de mi libro estamos en desacuerdo, en la medida en que, por mi parte, querría apartar todo lo que es metafísico, todo lo que es deductivo; ya que es esto justamente lo que, como imagen en un espejo cóncavo, lejos de dar ganas de leer el libro, produce un efecto contrario. ¿No crees tú mismo que un lector de Zarncke que lea tu recensión, por lo demás, ignorando todo acerca del libro, puede sentirse dispensado de leerlo –mientras que precisamente el efecto deseado debe ser, a la inversa, que todos aquellos que se ocupen de la Antigüedad se tomen el trabajo de leerlo? No queremos volver tan fácil la tarea a los valientes filólogos, que nosotros mismos les ahorremos la molestia de leer el libro. Es necesario que se las arreglen ellos solos en este asunto. Por lo demás, no es de ningún modo indispensable que un libro de este género obre de manera puramente metafísica y, en una cierta medida, 'trasmundana'; de lo que Jakob Burckhardt me da un testimonio viviente; el que tiende muy vivamente a permanecer lejos de todo lo que es filosófico, y sobre todo de la filosofía del arte, sin exceptuar, por lo tanto, la mía, toda la luz que mi libro arroja sobre el conocimiento de la helenidad le fascina de tal modo que piensa en él día y noche y que sobre miles de detalles él me da el ejemplo del más fecundo uso de la historia [...] Siendo que, antes de ser tomado en serio, el libro debe asegurarse primero, como dice Burckhardt, una cierta 'notoriedad', la táctica a seguir para una recensión es algo que merece reflexión. Por el momento, Wagner la encuentra 'excelente'. La Sra. de Wagner piensa que es buena [...]; sin embargo, le habría gustado verte insistir más bien sobre el proyecto que sobre la obra. En eso tampoco estoy del todo de acuerdo; ya que hacer entender en qué consiste el proyecto no es tan fácil, sin provocar al más alto punto al público de lectores; y es a estos efectos que se mide un proyecto; es posible que aquí estos efectos sean muy reducidos, que se trate de un sablazo en el agua; [...] te agradezco tu noble tentativa y haré circular tu texto por carta entre mis amigos –pero no creamos por el momento que obtendremos algo con tales recensiones. La 'notoriedad' deseable se obtendrá quizás igualmente por el escándalo de las condenas y de las difamaciones– te recomiendo que no escribas nada en mi favor, y es también lo que he decidido obtener tanto de Wagner como de Burckhardt; todos nosotros esperaremos, nos regocijaremos y nos irritaremos sólo en privado" (carta a Rohde de mediados de febrero de 1872).
Los reparos de Nietzsche quizá se deban a la carta que había recibido de su maestro Ritschl (que envió a su amigo Rohde junto con la carta referida para que la leyera). Éste le daba a entender que el libro trataba de temas filosóficos, que escapaban a su competencia y de los que, por lo tanto, no podía opinar. Con ello, implícitamente, quedaba claro el mensaje: de lo que él sí tenía competencia, de filología y crítica histórica, no decía ni una sola palabra. Nietzsche comprendió que necesitaba una recensión que diera cuenta del tenor científico del libro para que éste fuese tomado en 'serio' y pudiese cobrar 'notoriedad'. Si nada menos que Jacob Burckhardt se había percatado de las dotes del libro para iluminar la comprensión de la civilización helénica, ¿cómo no iba a ser posible hacerlo aparecer al mundo literario desde esta óptica?
Rohde contesta a Nietzsche que comprende muy bien el aprecio que él tiene de la concepción filológico-histórica de Burckhardt, y que aquellos que ven superficialmente las cosas, como Ritschl, pueden de hecho tener el pensamiento sorprendente que predica aquí la abjuración monacal de "la razón de la ciencia". "Contra esto, la valorización científica del libro por alguien con mirada penetrante resulta muy reconfortante. ¿Es posible, de cara al vulgar ajetreo en que consiste para nosotros la "seriedad de la vida", dar un valor más grande que nosotros –me sumo a ti– a una vida contemplativa? ¿Pero acaso no tenemos al mismo tiempo el derecho de deplorar la insipidez del ajetreo que se limita a lo que hay de más manifiesto en la manifestación, y de aspirar a una civilización en la que la praxiV [acción] sería algo más que un movimiento de molino que gira en el vacío, y donde la contemplación sería más que la descripción de lo eternamente Uno que muda de piel a cada instante como una serpiente? ¿Estaríamos, pues, suficientemente locos como para querer extirpar de este tiempo, tal como es, al alejandrinismo? ¿Qué había, pues, más noble en la época de los diadocos que los buenos viejos alejandrinos? ¿Pero acaso es posible imaginar y evocar los anhelos de una civilización en la que los más nobles valdrían más que los más sabios? Es por ello que pienso que una valorización particular del aspecto filológico-histórico del libro no es en verdad conveniente. Está bien para los resignados, como B[urckhardt], pero no para quienes quisieran aproximarse ellos mismos al punto de vista del libro. Tampoco sería justo valorizar el "proyecto", por diplomático que fuere. Para empezar, la voluntad singular no puede hacer gran cosa en el movimiento formidable de la rueda del mundo, por cuanto ésta no representa una multiplicidad de voluntades. Pero si admitimos que la invitación conduce directamente a la acción, entonces me temo que el viejo Ritschl tendrá razón en esto: ¡estaríamos favoreciendo un dilettantismo increíble, contra lo que nos previene el santo Goethe! En efecto, con su costado increíblemente paradójico para el punto de vista habitual de la buena gente, el libro debe parecer mucho más místico de lo que lo es en su concepción: y la forma en que Ritschl ha leído en él una suerte de teoría de la negación debe ciertamente convenir a algunos. Pero por cuanto este libro expresa la esperanza de una reconciliación entre nuestra sapiente civilización secularizada y la mística más profunda, la unificación del en [uno] y el pan [todo] en el mito, la superación a la vez de la mística y del racionalismo en el arte, e indica que todo esto ha tenido lugar en la Antigüedad griega; por cuanto nutre la feliz esperanza de que la naturaleza más elevada nos concederá en la edad madura lo que fuera dado a la cuna de los bienaventurados que fueron mimados por ella, sería necesario decir todo esto, de un modo o de otro. Así, habría que evitar tanto el frío conocimiento filológico como el proyecto aún no realizado, que podría igualmente dar a luz malentendidos: comenzando por el despertar de la profunda necesidad de una cultura humana completa, y el elemento imperativo en el conocimiento de la Helenidad" (carta del 26 de febrero).
Nietzsche escribe a Rohde el 15 de marzo, evidenciando un llamativo cambio de opinión: "Ahora comprendo bien lo que me dijiste al final de tu carta, y es por ello que te pido una vez más que por favor escribas un artículo más largo en la Norddeuutsche Allgemeine (suplemento dominical) o que envíes una carta al jefe de redactores del Rheinisches Museum para que sea publicado allí. Estas dos posibilidades me parecen merecer reflexión. No debemos temer provocar a los filólogos [...] Otra idea sería remitir la carta sobre mi libro a la Sociedad Wagner de Berlín, naturalmente para que sea publicada en la Nord. Allgemeine. Podría también sugerirte que anuncies una conferencia para la próxima reunión anual de filólogos. Todos estos proyectos son más o menos igualmente escandalosos unos y otros. ¿Pero por qué mostrarse tímido cuando uno tiene algo justo para decir? Lo mejor de todo sería, por otra parte, quizá, dirigir una carta abierta a Richard Wagner sobre el libro, de aproximadamente 40 páginas y bellamente impresa por E. W. Fritzsch. Para ello sería necesario que te presentes al doble título de filólogo y de profesor; esto podría hacerse bajo la forma de pequeña dedicatoria para el día de la solemne inauguración de Bayreuth. Un testimonio hecho en estas circunstancias no dejará de tener publicidad". Ahora insistía con la presentación del libro y no importaba demasiado por qué medio. Nada de silencio. Los reparos se habían desvanecido. Había que publicar un artículo más extenso, y no había que cuidarse de provocar a los filólogos. Era necesario exaltar la causa wagneriana, pero Rohde debía presentarse como filólogo y profesor.
El 10 de abril Rohde aún no se había decidido y escribe a su amigo: "He considerado todas las posibilidades que allí [en la carta] son propuestas [...] Todos los caminos, por lo demás, problemáticos –sin mencionar la recensión bien sencilla, pero absolutamente sin efecto, en la Norddeutsche Allgemeine Zeitung. Tampoco cabe pensar en una intervención en el col[oquio] de fil[ólogos]. De ningún modo iré a este coloquio que tendrá lugar en Leipzig durante las vacaciones, aun si no voy a Bayreuth. En cuanto a las otras posibilidades: la carta al Rheinisches Museum, la carta a la Asociación Wagner de Berlín, la carta abierta al mismo Wagner, todas ellas exigirían, en cuanto me concierne, que interviniese con la fuerza de la autoridad, o sería muy difícil no quedar un poco en ridículo. Pero como no puedo ni quiero soportar este silencio desolador sobre tu libro, finalmente decidí que la mejor solución es la misma que te ha parecido a tí también la mejor: la carta a Wagner" (carta a Nietzsche 10 de abril).
Ante la espera Nietzsche continuaba indeciso y aconsejó a Rohde no emprender, por el momento, nada que pudiera indicar una familiaridad demasiado grande con él y sobre todo con Wagner, pues temía que el asunto del Centralblatt hubiese tomado demasiada importancia y pudiera irritar a algunos en contra de ellos (carta del 30 de abril). Sin embargo, el 26 de mayo apareció la nueva recensión en el Nord. Allgemeine Zeitung: "«equivocada en su vocación», ya que su fin esencial era solamente el de ser un signo de amistad para el festival de Bayreuth. Pero ya es demasiado tarde para ello. Te pido que no consideres esta recensión más que como un anticipo [...] Te prometo aquí expresamente que, hablando del libro para un público esencialmente compuesto de filólogos, lo abordaré desde otro punto de vista, esta vez, más filológico. Sin duda bajo la forma de una carta dirigida a Wagner, como lo habíamos convenido" (carta de Rohde a Nietzsche del 26 de mayo). La recensión, más alla de los temores de Nietzsche, se escribió en "signo de amistad" de la causa Wagneriana y no abordaba el comentario del libro desde el ángulo científico. ¿Acaso Rohde no se sentía capaz de hacerlo, o era en razón del público no especializado al que se dirigía, como él mismo dice, o más bien por el hecho de que abrigaba dudas acerca del valor científico de la obra? En todo caso, por el momento, esquivaba el compromiso con una expresa promesa.
Nietzsche le agradece el 27 de mayo: "¡Amigo, amigo, amigo, qué has hecho! No habrá un segundo E[rwin] R[ohde] así. Me iba sumergiendo lentamente, sin ver esas letras, leyendo cada vez más asombrado, en el abismo de sentimientos de Bayreuth, y finalmente oigo que la voz que suena tan solemne y profundamente es la del amigo. ¡Ah, queridísimo amigo, esto es lo que me has hecho![...] me deshago. ¡Lucha, lucha, lucha, necesito la guerra!".
Pronto Nietzsche tendría su tan deseada guerra. El día 30 de mayo apareció el panfleto de Ulrich von Wilamowitz-Möllendorff, editado en Berlín por los hermanos Borntraeger (Ed. Eggers), rompiendo violentamente el silencio que, amigos aparte, parecía rodear a la obra. Evidentemente, éste había sido escrito antes que la recensión de Rohde.
¿Quién era Wilamowitz? El después grande y reconocido helenista había nacido el 22 de diciembre de 1848. en Markowitz, donde también fue criado. Ávido lector desde muy temprana edad, especialmente de los clásicos, entre los cuales tenía predilección por Homero en la traducción de Voss, cuatro años menor que Nietzsche, al igual que él fue alumno de Pforta, donde además de alemán y francés, mucha matemática y filosofía, aprendió griego y latín.(14) Cuando Wilamowitz llegó a Pforta, a Nietzsche le quedaban sólo dos años de permanencia en la escuela. En 1864, el autor de El nacimiento de la tragedia se dirigiría a Bonn, donde cursaría estudios de teología, la que tras un rápido abandono cambiaría por la filología. También a Bonn se dirigió Wilamowitz al concluir sus estudios en Pforta, pero cuando llegó, en el año 1868, ya no se podía contar con oír allí al gran Welcker, que ya se encontraba retirado. Tampoco a Ritschl, que se acababa de retirar a Leipzig, luego de la pelea académica que sostuvo con Jahn. Quedaron en Bonn, sin embargo, el propio Jahn, que era considerado como un hombre maravilloso que sabía enlazar muy bien la literatura con la arqueología, además del destacado discípulo de Ritschl, Usener, especialista en la crítica textual. Cuando en 1869 Wilamowitz se encuentra con la muerte de Jahn, piensa en retirarse a Berlín, donde había mayores posibilidades en lo atinente a bibliotecas, museos, estudios, y en la vida de relación intelectual en general. Allí se doctora el 14 de julio de 1870. Su disertación se llamó Observationes criticae in comoediam graecam selectae.
En octubre de 1870 había terminado la guerra franco-prusiana y Nietzsche se encontrba convaleciente en casa de su madre en Naumburg. Allí visitó Wilamowitz a su antiguo compañero de Pforta. De ahí la inmensa sorpresa que se llevó Nietzsche cuando apareció el panfleto en su contra. Pero lo cierto es que, a pesar de la visita, su ex camarada no dejaba de guardar cierto rencor hacia él. El joven había vivido como una ofensa que su antiguo condiscípulo se fuese a Leipzig con Ritschl, abandonando al pobre Jahn, a quien él apreciaba grandemente. La partida de Nietzsche le parecía oportunista e inmoral pues Wilamowitz sabía que en los tiempos de la pólemica de Bonn, Nietzsche había expresado "su eterna veneración" de manera excéntrica por Jahn. Este cambio de opinión le pareció un cálculo por conveniencia. Veía, también, con rivalidad y algo de envidia su nombramiento como catedrático en Basilea, el título de Doctor Honoris Causa avalado solamente por la recomendación de su mentor, y en los a su juicio insuficientes trabajos presentados en el Rheinisches Museum. Todo esto le parecía a Wilamowitz una "inaudita preferencia concedida a un principiante". De todos modos, su animaversión por Nietzsche no bastó por sí sola para escribir el panfleto contra su libro, al menos si hemos de creer lo que dice en sus Recuerdos: "Frecuentar a Rudolf Schöll era estimulante y enriquecedor; en aquella época, el era Privat-docent en Berlín y debía irse, por poco tiempo, a dar clases a Greifswald como profesor. Fue él quien me persuadió de ingresar precipitadamente en el dominio público; por mi cuenta, jamás se me hubiese ocurrido hacerlo. El nacimiento de la tragedia de Nietzsche apareció y me despertó una ardiente cólera. Fue entonces que Schöll –quien estaba, por su parte, más inclinado a la burla– se encontró conmigo y me incitó a escribir una recensión que podría proponer a los Göttinger Anzeigen. Yo me dejé seducir y escribí la Filología del futuro en Markowitz, casi sin poder consultar libro alguno".
Lo cierto es que Rudolf Schöll tenía motivos como para incitar a Wilamowitz a que atacase a Nietzsche. Cuando a comienzos de 1868 había quedado libre la cátedra de lengua y literatura griegas en la universidad de Basilea, a causa de la partida del profesor Kiessling a Hamburgo, éste acudió a Ritschl para conseguir un sucesor. Entre los alumnos de este último se encontraba Rudolf Schöll. Él era uno de los candidatos a conseguir la cátedra vacante. Pero Ritschl sólo envió una carta de recomendación para Nietzsche: "Con ser tantas las fuerzas jóvenes que desde hce ya más de treinta y nueve años he visto desarrollarse ante mis ojos, debo decir que nunca he conocido un hombre joven, o lo que es igual, nunca he intentado alentar con todo mi empeño por el camino de mi discipline [disciplina] a ningún joven que haya madurado tanto con tanta juventud y tanta celeridad como este Nietzsche [...] Si es constante y Dios le concede una larga vida, profetizo que llegará a situarse en el primerísimo rango de la filología alemana. Tiene ahora veinticuatro años: fuerte, robusto, sano de cuerpo y de carácter, adecuado para infundir respeto a naturalezas similares. Posee además el don envidiable de la elocuencia, es capaz de exponer con toda claridad, sin guión ni apunte alguno, de una manera tan sosegada como desenvuelta. Es el ídolo y (sin proponérselo) el jefe de fila de todo el mundo de filólogos jóvenes de aquí de Leipzig, que (siendo bastante nutrido), no puede contar con la expectativa de oírle como docente."; también Usener había opinado favorablemente: "Entre la generación más joven destaca Fiedrich Nietzsche, cuyos trabajos en el Rheinisches Museum[...]asombran por su mirada juvenil". Además, el profesor Wilhelm Vischer-Bilfinger, presidente del consejo educativo, cuyo conocimiento las publicaciones de Nietzsche inclinaban la candidatura a su favor, encomendó un informe sobre la reputación del candidato a Bovet, joven basilense que estudiaba en Leipzig, que resultó ser muy favorable y confirmaban los elogios de Ritschl. Como se ve no faltaban razones para la aceptación de Nietzsche. Sin embargo, es posible que Schöll hubiese guardado rencor por aquella derrota, y utilizara ahora a Wilamowitz para vengarse en secreto.
Tras la aparición del libelo de Wilamowitz, la reacción de Nietzsche fue de total sorpresa: "Es una lástima que se trate justamente de Wilamowitz. Sabrás que el otoño pasado él me visitó como amigo. Me imaginé entonces que si él, dado su talento y la pureza de su entusiasmo, hubiese estado, aunque fuese por breve tiempo, en un ambiente favorable, rodeado de buenas influencias, habría quizás madurado lo suficiente como para alcanzar ese nivel de cultura que, de todos modos, propone mi libro y que, por el momento, no es el suyo [...] ¿Por qué tenía que ser precisamente Wilamowitz?" (carta a C. von Gersdorff del 3 de junio).
El 5 de junio, Rohde le escribe a Nietzsche ofreciéndose a salir en su defensa: "Seguramente ya habrás leído el panfleto. En todo caso, responderlo sería rebajarte [...] En respuesta a este escándalo, voy a liquidar a este individuo con una dureza fríamente despreciativa, tan pronto como sea posible, bajo la forma de una carta a Wagner y, en lo esencial, aportaré algunos elementos positivos con el fin de dar una justificación filológico-histórica de tus ideas [...] En toda la obra de este truhán panfletario y su pandilla se sienten el ponzoñoso nerviosismo y los celos de que tengas una cátedra". A Rohde no se le escapaba que había un resentimiento personal y que además había alguien más detrás de todo esto. Cuando recibió esta carta, Nietzsche aún no había leído el libelo de Wilamowitz, pero cuando lo hizo, recién el 8 de junio, escribió a Rohde: "desde ayer tengo la obra en mis manos y estoy completamente seguro. No soy ni tan ignorante como pretende su autor, ni tan carente de amor a la verdad: antes de permitirse dar su opinión de semejantes problemas, ciertamente debería haber pulido un poco la pobre erudición de la que hace tanto alarde. No puede lograr su objetivo sino recurriendo a las más desvergonzadas interpretaciones. Cuando mucho me ha leído de reojo, puesto que no me comprende ni en lo más grueso ni en el detalle. Debe ser aún bastante inmaduro. Evidentemente alguien lo ha usado, estimulado, azuzado: todo huele a Berlín [...] Mal que pese, hay que sacrificarlo, aunque el mozuelo, seguramente, sólo haya sido arrastrado por el mal camino. Pero es necesario a causa del mal ejemplo y a causa de la enorme influencia que, es de prever, ejerza un folleto así de fraudulento y engañoso".
Tanto Rohde como Nietzsche se habían percatado de que detrás de todo esto había algo más que un recelo personal. El affaire tenía el alcance de una lucha escuelas. Eran conscientes de que lo que había que defender era el concepto mismo de filología como medio de conocimiento de la Antigüedad y principio transformador de la cultura. Pero la respuesta de Rohde, que es la más extensa de la polémica, recién aparecería el 15 de octubre. En el ínterin, el propio Wagner intervino en la disputa, en la forma de una carta abierta a Nietzsche, aparecida en el Norddeutsche Allgemeine Zeitung. Tanto la recensión en la N. A. Z. de Rohde como la carta abierta de Wagner no aciertan a dar en el blanco. Se quedan en los aspectos filosóficos y estéticos del libro. Y lo que Nietzsche necesitaba era el aval de un filólogo, alguien que defendiera y pusiera en relieve su aporte a la intelección de los griegos.
El 15 de junio Rohde escribe a Nietzsche: "Mañana seguramente leerás la carta abierta de Wagner en la Norddeutsche Allgemeine Zeitung, donde, entre otros, fusila también a nuestro doctor en filología. Es una verdadera fiesta para Apolo Febo, puesto que terpousin liparai Foibon onosfagiai [los sacrificios de asnos bien gordos agradan a Febo]. Pero, ¿qué queda para mi carta a Wagner? El se me ha adelantado con una gran fuerza sobre lo esencial de su contenido. Pero ahora me parece que ese tarado no ha recibido su merecido escarmiento por: a) su sana pobreza de espíritu, b) su ignorancia pretenciosa y sorprendente, c) su inmoral arte de la tergiversación".
Nietzsche no participó directamente en la polémica, pero indicó a Rohde las fuentes y autoridades antiguas que él había utilizado, así como las interpretaciones modernas sobre las que se podía basar. También le dictamina lo que debe escribir. Así, el 18 de junio le contesta a Rohde: "No sé lo que W[agner], en su amistad por mí, haya escrito; de todas formas, dada la presente grosería de mis colegas, el resultado merecerá su espera [...] Pero lo más inesperado, lo propiamente terrible, es que ningún filólogo reconocido tenga la osadía de ponerse a mi lado; si nuestro joven berlinés ha adoptado este tono de una increíble insolencia, es justamente porque creyó que esto no sucedería jamás. En su descargo, por otra parte, tengo por absolutamente cierto que él no es más que el eco de instigadores "mejor ubicados" que él. A título de saludable advertencia y para evitar que cada vez que uno escriba algo nuevo se encuentre con estos nauseabundos cuidadores de letrinas berlineses, sería muy provechoso, incluso luego de la carta de W[agner], que expusieses a los filólogos nuestra posición respecto de la Antigüedad, que muestres toda su seriedad y rigor y, sobre todo, recalcases la inconveniencia de que el primer Doctor en filología en salir al cruce quiera aportar su grano de sal, y mucho peor aún, escribir una recensión. Me imagino tu texto, querido amigo, hablando en primer lugar, de consideraciones generales sobre nuestro proyecto filológico; cuanto más generales y serias sean estas consideraciones, tanto más fácil será dirigir el todo hacia W[agner]. Al principio podrías explicar que, si te diriges precisamente a W[agner] y no, por ejemplo, a un congreso de filólogos, es justamente porque nos falta, por el momento, un foro supremo ante el cual exponer, al nivel superior de las ideas, el resultado de nuestros estudios sobre la Antigüedad. Podrías evocar a continuación nuestras experiencias y nuestras esperanzas bayreuthianas, justificándonos así por vincular nuestros esfuerzos en el dominio de la Antigüedad a ese '¡Despertad, el día se acerca!'.(15) Para llegar finalmente a mi libro, etc. ¡Ay, querido amigo!, cansado como estoy, sería ridículo de mi parte escribirte todo eso. Lo esencial, me parece, lo que hay que conservar, es la dedicatoria a W[agner], pues justamente la referencia directa a W[agner] es lo que más habrá de espantar a los filólogos y los obligará a reflexionar. Pero también resulta indispensable situar en un plano de pura filología la lección dada a este Wilamowitz. Quizás luego de una larga introducción general a la intención de W[agner], podrías sacar un dardo y, con una fórmula de excusa, aplicar en seguida el castigo. Pero de todos modos sería necesario que el texto, al final, retome la suficiente generalidad y seriedad como para que uno se olvide de Wilamowitz y, como lector, no retenga en su memoria más que este hecho digno de atención: ¡con nosotros no se juega! Entre los filólogos éste ya será un bello resultado. Pues hasta ahora me toman por un "filólogo de fantasía" o incluso, como me han puesto recientemente al corriente, por un "literato que escribe sobre la música". Ya que tu texto, en todo caso, será leído por personas ajenas a la filología, precisamente, querido amigo, no te hagas mucho el "moderado" en materia de citas, así los lectores que, sin ser filólogos, amen la Antigüedad, sabrán donde pueden instruirse. El tono de mi libro me impedía, desafortunadamente, toda pedagogía de este género. En lo posible, intenta destruir la leyenda de que yo me ocupo en mi libro de los habitantes de la Luna y no de los griegos [...] –Discúlpame querido amigo, por esta tonta carta y haz exactamente lo que quieras...".
Incluso el título fue puesto por Rohde –aunque no sin reticencias– a instancias de Nietzsche: "He aquí, mi buen amigo [...] el título inventado por mi vecino, el profesor Overbeck: 'La Pseudofilología(16) del Dr. Fil. U. von Wilamowitz-Möllendorff – Carta abierta de un filólogo a R. Wagner' [...] Para nosotros [Wilamowitz] representa una 'falsa' filología, y el resultado de tu texto deber ser el de hacerlo aparecer así ante los demás filólogos" (carta de Nietzsche a Rohde del 16 de julio). A lo que Rohde responde: "Respecto del título, les reconozco, a tí y a Overbeck, el hallazgo de "Pseudofilología". Es una buena expresión porque evoca el punto de vista filológico, cuyo carácter fastidioso es en seguida compensado por el agregado "a R. Wagner". Pero esta expresión bien hallada es igualmente un poco aristofanesca(17) para mi gusto, tiene demasiadas reminiscencias de katapugosunh [delicias de mis nalgas], pues es en lo primero que uno piensa con la expresión after [anal]. ¿No te parece? Si no lo crees así, conservemos el título. Piénsalo bien" (carta del 27 de julio). Nietzsche contesta el 2 de agosto: "El título y el problema que plantea han sido exhaustivamente examinados en todos los sentidos; Overbeck, Romundt y yo mismo estamos los tres convencidos de que no contiene ninguna segunda intención. Aunque naturalmente no podemos ignorar el uso que habitualmente se le da a esta palabra en el lenguaje vulgar. Si el zotiacus [celoso] Wilamowitz, consciente de la falta que ha cometido, sospechase una interpretación aristofanesca, ¡peor para él!".
La respuesta de Rohde fue precisa y atacó frontalmente las cuestiones filológicas planteadas por Wilamowitz. Pero se hizo esperar. Si bien ya estaba terminada para el 27 de julio, las complicaciones editoriales retrasaron su aparición. Nietzsche había intentado, por intermedio de Ritschl, que la respuesta de Rohde fuese publicada por Teubner, editor especialista en obras de filología, pues no quería recurrir otra vez a un editor de música como Fritzsch. Pero Teubner no quiso, según Ritschl, editar una polémica dirigida contra la filología, cuando esa casa justamente concentra sus actividades en ella. Finalmente, el editor acabó siendo "el bueno de Fritzsch". Mientras tanto, Usener había declarado en público en la Universidad de Leipzig que el libro de Nietzsche constituía un "auténtico absurdo con el que no se puede comprender nada: la persona que lo ha escrito está científicamente muerta".(18) En el semestre de verano Nietzsche todavía pudo impartir un curso de tres horas sobre las Coéforas de Esquilo ante siete estudiantes y otro, también de tres horas, sobre la filosofía preplatónica ante diez estudiantes, y dirigir además un ejercicio de seminario sobre Teognis. En el semestre de invierno sólo se llevó a cabo un curso de tres horas sobre retórica griega y romana ante dos oyentes que no eran de filología. Para el seminario y el curso sobre Homero y la llamada cuestión homérica no se inscribió nadie.(19)
El 27 de septiembre, desde Kiel, Rohde escribe a Nietzsche: "Querido amigo: el anti-Wilamowitz me sacó tanto de las casillas que no he querido escribirte antes de que la revisión de este poco feliz escrito estuviese completamente terminada. Me parece que Fritzsch no ha sido muy diligente. De todas formas, la corrección está prácticamente terminada, y el opúsculo puede publicarse. ¡San RinocerwV [Rinoceronte] apóyame y dame una piel gruesa para que no sienta todos los golpes que sin duda habrán de lloverme! Si el infame Wil[amowitz] respondiere nuevamente, estoy decidido a no reaccionar, por más insultante que se mostrare. Tengo que admitir que yo tampoco lo he tratado con guantes de terciopelo, aunque semejantes polémicas, que más bien parecen trifulcas de pordioseros, me dan asco. ¿Pero es acaso posible no reaccionar con encono ante un sujeto tan increíblemente insolente?".
El 15 de octubre de 1872, como ya se adelantó, apareció la respuesta de Rohde con el título Pseudofilología, publicada también por E. W. Fritzsch. Con un tono aun más elevado y despectivo que el panfleto de Wilamowitz, Rohde quiso poner en claro no sólo la insolente audacia del joven aún inmaduro, sino también su falta de capacidad para entender un libro que no estaba a su altura; pero, sobre todo, su falta de rigor en el manejo de las fuentes y la fragilidad de la pretendida erudición filológica de que Wilamowitz se jactaba. Lo cierto es que el "joven berlinés" había trabajado casi sin libros, como él mismo reconocería más tarde en sus Recuerdos. Pero no se dejó callar por la fuerza de la réplica de Rohde. Y, estando ya en Italia, escribió una segunda parte de Filología del futuro, que fue publicada en Berlín en 1873 por los mismos editores que la primera. Con este escrito se cierra la polémica. No había mucho más que decir. Rohde expresó que esta segunda parte no valía la pena: "No son más que sofismas e invectivas que no pueden molestarnos", y Nietzsche la encontró "muy divertida", ya que "se refuta[ba] por sí misma".
Los efectos fueron varios. Las aulas de Nietzsche quedaron desiertas. Rohde no obtuvo la cátedra de Friburgo, y sólo después de la publicación de su primer gran obra La Novela Griega y sus Antecedentes en 1876, obtuvo un puesto de profesor ordinario en la Universidad de Jena. A Wilamowitz –según cuenta F. Galiano– "no se le perdonó nunca aquella insensata heroicidad de su adolescencia. Cuatro años más tarde le confesará Usener cuánto le disgustaron en su tiempo sus 'Auswüchse kecker Jugendfrische' [exabruptos de intrépida frescura juvenil]".(20) Con Rohde, nunca más volverá a hablarse. Tendrá que marcharse a Italia para no "ver demasiado la jauría que lo perseguía", que ni siquiera más tarde lo "dejó en paz". Para Wagner, la polémica sólo fue uno de sus muchos asuntos.