II
Hacia 1872, en Alemania se encontraban en pleno desarrollo distintas tendencias culturales que venían a confluir, cuando no disputarse el trono, sobre ciertos ámbitos y dominios de estudio. Éste era particularmente el caso en que se encontraba la filología clásica para esa fecha. Por un lado, y al igual que en el resto de Europa, se daba un gran avance de las ciencias naturales, a las que se proponía, desde una posición filosófica positivista, como modelo de cientificidad para el resto de las disciplinas, que eran consideradas, por contraposición a ellas, como en estado rudimentario. Por otro lado, se producía la eclosión del pensamiento histórico que vendría a caracterizar al siglo XIX y que, con obras magistrales, renovaría los estudios y la visión de la Antigüedad clásica. A esto hay que sumar la autonomía que venía adquiriendo en Alemania desde la segunda mitad del siglo XVIII el pensamiento estético, en particular el nuevo modelo de consideración estética de la Antigüedad. De hecho, la polémica sobre El Nacimiento de la Tragedia se convierte en el campo de batalla donde se manifiestan las tensiones de estas distintas direcciones culturales. El libro de Nietzsche venía a postular de una manera original y osada un replanteamiento de la filología como ciencia, una especial consideración de los conocimientos históricos, y una nueva concepción estética. Y la disputa que se produce a su alrededor no es más que una manera de fijar posiciones en estos puntos, y con ello marcar una tendencia y un rumbo. Cosas, estas últimas, que vinieron a constituir el punto más delicado de la sensibilidad alemana.
En efecto, Alemania, que hasta 1871 se encontraba dividida y fragmentada políticamente e incapaz de lograr la unidad en este terreno, debía al menos lograr su unidad cultural, antesala de la unidad política: "Por encima del descuartizamiento de aquella equilibrada entidad que todavía recibía el nombre de Sacro Imperio, por encima de la hostilidad que arrojaba a Prusia y Austria una contra otra, por encima de la preponderancia francesa, por encima de la escisión confesional, por encima de cuantos factores parecían imposibilitar por aquel entonces la unidad política de Alemania, proclamaron su independencia intelectual".(21)
Así, con ese objetivo de unidad cultural e independencia intelectual se fue formando en los países germánicos un tipo de ideal que permitiese la renovación de la cultura. Ante todo debía liberarse de la hegemonía del gusto francés. Había que buscar un estilo, una forma, un ideal de perfección. Los alemanes volvieron entonces los ojos hacia Grecia. A través de los griegos tenían que encontrarse a sí mismos.
Lo que ocurrió en el siglo XVIII y continuó en el XIX en el ámbito de la estética y de los estudios helénicos fue un verdadero renacimiento. Alemania, que apenas se vio afectada por el período renacentista, pasa prácticamente de la Edad Media a la Modernidad. Durante los siglos XV y XVI, lo que se dio a cambio del Renacimiento fue una exasperación de la Edad Media, cuyo cenit fue la Reforma. A pesar de que durante este período se dio importancia al estudio del griego, la influencia del helenismo no es perceptible ni en la literatura ni en el arte. Las querellas religiosas y la Guerra de los Treinta Años debilitaron de tal modo a los países germanos que todo su desarrollo intelectual quedó retrasado hasta el siglo XVIII, que dará a luz un nuevo humanismo y un helenismo renovado. Los humanistas de los siglos XV y XVI no iban más allá de los textos. La Antigüedad era para ellos una inmensa fuente de sabiduría que aprehendían eruditamente, y que receptaban como un todo, sin hacer demasiadas distinciones. En el siglo XVIII, en cambio, los estudios de la Antigüedad se singularizan, se la busca en sus pueblos, en su herencia, se le dan caracteres más vívidos, y una consideración más plástica. Se devela su arte como canon estético. Los pioneros de esta revolución fueron Winckelmann, Herder y Lessing. Ellos infundieron nueva vida a los estudios helénicos, dando otra imagen de lo griego que permitiría la resurrección cultural de Alemania.
El Nacimiento de la Tragedia, en parte imbuido de estos ideales, viene también a ponerlos en cuestión. Intenta trastrocar la visión clásica de Grecia, poner en cuestión a la cultura alemana de la época, discutir las bases de una ciencia que construyese el pasado a la medida de su presente. Nietzsche proponía un cambio de rumbo de la cultura. Quería oponer a la visión clasicista una visión dionisíaca, imponer otra tendencia. De ahí la violenta resistencia de Wilamowitz, de ahí las encendidas respuestas de Rohde y Wagner, los gritos de guerra de Nietzsche, la incontenible apelación de todos ellos a la educación de la juventud alemana. Pero para entender con mayor exactitud en qué consisten las intenciones renovadoras de Nietzsche, así como las oposiciones deudoras del ideal clásico, esto es, las tensiones culturales que se manifiestan en la polémica, conviene detenerse un poco en el análisis de las distintas tendencias de que se habla al comienzo de esta sección.