PRESAGIOS (1924)

[20]

Estos dulces vocablos con que me estás hablando
no los entiendo, paisaje,
no son los míos.
Te diriges a mi con arboledas
suavísimas, con una ría mansa y clara
y con trinos de ave.
Y yo aprendí otra cosa: la encina dura y seca
en una tierra pobre, sin agua, y a lo lejos,
como dechado, el águila,
y como negra realidad, el negro cuervo.
Pero es tan dulce el son de ese tu no aprendido
lenguaje, que presiente el alma en él la escala
por donde bajarán los secretos divinos.
Y ansioso y torpe, a tu vera me quedo
esperando que tú me enseñes el lenguaje
que no es mío, con unas incógnitas palabras
sin sentido.
Y que me lleves a la claridad de lo incognoscible,
paisaje dulce, por vocablos desconocidos.

[21]

Hoy te han quitado, naranjo,
todas las naranjas de oro.
Las meten en unas cajas
y las llevan por los mares
a tierras sin naranjal.
Se creen
que te han dejado sin nada.
¡Mentira, naranjo mío!
Te queda el fruto dilecto
para mí solo, te queda
el fruto redondo y prieto
de tu sombra por el suelo,
y aunque éste nadie lo quiere,
yo vengo como un ladrón,
furtivamente, a apagar
en sus gajos impalpables
y seguros esa sed
que nunca se me murió
con el fruto de tus ramas.

[22]

La balanza - bien lo veo -
está vencida hacia el lado
del platillo malo.
¿Quién me puso allí ese peso?
No fui yo, pero allí está
puesto en mi daño,
y cargo con pesadumbres
que trajeron otras manos.
Señor, lo que yo no puse
¿por qué me es fuerza quitarlo?
¡Y hay muchas cosas queridas
en ese platillo malo!

[23]

Deja ya de mirar la arquitectura
que va trazando el fuego de artificio
en los cielos de agosto. Lleva el vicio
en sí de toda humana criatura:
vicio de no durar. Que sólo dura
por un instante el fúlgido edificio
para dejarnos ver el beneficio
sagrado de una luz en noche oscura.
Ven...Hay que ir a buscar lo más durable.
Esta noche de estío por ti enciende
sus innúmeras luces en lo alto;
cállate bien y deja que ella hable.
Y del vano cohete sólo aprende
a ir preparando tu divino salto.

[24]

Cerrado te quedaste, libro mío.
Tú, que con la palabra bien medida
me abriste tantas veces la escondida
vereda que pedía mi albedrío,
esta noche de julio eres un frío
mazo de papel blanco. Tu fingida
lumbre de buen amor está encendida
dentro de mí con un no fingido brío.
Pero no has muerto, no, buen compañero
que para vida superior te acreces:
el oro que guardaba tu venero
hoy está libre en mí, no en ti cautivo,
y lo que me fingiste tantas veces,
aquí en mi corazón lo siento vivo.

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