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Manuel Alcántara (Publicado en el Diario Vasco el 27-7-99) La primera mujer comandante de una nave espacial, Eileen Collins, sin apearse del transbordador Columbia, dijo: "Mi misión es un paso histórico para la mujer". Lleva razón: después de las laboriosas conquistas sociales, se les está permitiendo la conquista del espacio. Nicole Fontaine, que no es la primera mujer que ocupa la presidencia del Parlamento Europeo, pero sí la que viene a ostentar ese cargo después de veinte años de presidencias masculinas, ha dicho: "Estoy aquí para poner orden". Teófila Martínez, la presidenta del PP andaluz y candidata a la Junta, ha declarado que supondría un gran avance que los problemas de Andalucía y sus soluciones sean vistos "con ojos de mujer". Somos muchos los que pensamos lo mismo, más que nada por lo mal que hemos estado viendo toda clase de problemas los hombres. El fuerte del llamado "sexo fuerte" ha venido siendo siempre la violencia, la intransigencia, la voluntad de aplastar al más débil. Por eso la historia es una cadena de errores y de horrores. El varón es el causante del catálogo de desastres, ya que siempre ha mandado él. Hasta ahora, todas las responsabilidades han sido suyas. ¿Por qué no cederles los trastos a ellas, en vez de tirárnoslos a la cabeza?. Pero quizá no se trate de una cesión, sino de otra conquista. Los padres del Concilio de Trento discutieron si la mujer tenía alma y hasta anteayer, como quien dice, hemos discutido si tiene voto. Todo eso está cambiando, pero sólo en una pequeña parte del planeta, en las naciones más desarrolladas. En otras se les tapa la cara, para que no puedan mirar con ojos de mujer, y en otras se las mata porque abundan mucho. Los sociólogos hablan de que la toma de posiciones de la mujer será el hecho más decisivo del siglo XXI. "La mitad del cielo" será también la mitad de la tierra y el avance no es sólo imparable, sino que no conviene pararlo. Pronto habrá que establecer una cuota masculina. Estamos en vísperas de Santa Agueda. Manuel Alcántara (Publicado en el Diario Vasco el 16-3-98) Siempre me ha extrañado que en la Biblia no se lapide a ningún marido adúltero. Se conoce que las piedras han estado siempre reservadas para las mujeres y el "segundo sexo", que dice doña Simona de Beauvoir, se ha llevado la primera en la frente. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero seguimos tropezando en la misma piedra. El Vaticano acaba de dar a conocer su férreo criterio de mantener la exclusión de las mujeres del diaconado permanente. Eso es sólo para hombres, como la entrada en aquella caseta de feria donde había un tronco de árbol y un hacha. Los diáconos no son, según la Santa Sede, "laicos engrandecidos", pero reciben la ordenación de su obispo y pueden pronunciar homilías, administrar el bautismo, la comunión y la extrema unción. Digamos que son como curas Amateurs. ¿Por qué no se le permite a las mujeres esas consoladoras gestiones? La figura de las diaconisas, de cuya existencia se habla en los primeros tiempos del Cristianismo, es un oficio a extinguir, como el de paragüero. Varios cardenales se habían mostrado partidarios de no excluir a las mujeres, entre ellos el de Milán, monseñor Martini, que entra siempre en la quiniela de los posibles papables. A mí me caía muy bien por el nombre, pero ahora me cae todavía mejor por su actitud. Está decididamente a favor de la mujer, mejor dicho, de su equiparación con el hombre. ¿Por qué la madre Teresa de Jesús no pudo ser padre de la Iglesia?, ¿por qué la madre Teresa de Calcuta no pudo decir misa y puede decirla cualquier párroco, aunque sea un tarugo? El profesor de Teología moral Javier Gafo acaba de confesar, en un debate organizado en Madrid por la Universidad de Comillas, que "el sexo es una asignatura pendiente para la reflexión teológica católica". La verdad es que no hay ni cuota, como para los cargos políticos. Nos asombra que a las mujeres se les tape la cara en algunos países y no que se les tape la vocación en todos. |
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