Si Alien era como subirse en el Tren del Terror, Aliens es un viaje en la más grande Montaña Rusa que se pueda soñar. Otra experiencia repleta de emociones fuertes, que no da respiro al espectador; un regreso al cine de aventuras bien hecho, aunque a muchos no les parecerá nada más que una recopilación de 'hazañas bélicas', un reciclaje del peor cine sobre Vietnam. Aliens es en realidad puro CINE, y está más cerca de los mejores westerns que del género bélico; con ese enemigo silencioso, invisible, y cruel, que secuestra a mujeres y niños (¿Centauros del desierto? Ya me parece estar oyendo cómo se rasgan las vestiduras, por nombrar a John Ford en vano).
Llega un personaje que conoce bien a ese enemigo, porque se ha enfrentado a él, y no le apetece nada repetir la experiencia. ¿La versión femenina de un James Stewart, o del Burt Lancaster de La venganza de Ulzana?. Aquí también los soldados prefieren suicidarse antes que caer prisioneros, por cierto.
Mucho más que en Alien, Ripley es ahora la protagonista absoluta, la heroína que toma las riendas de la situación. Un personaje mejor definido ahora, gracias al guión de Cameron y a una Sigourney portentosa, como en la escena en la que debe ir a salvar a Newt, la niña que ha sustituído a su hija fallecida en la Tierra; se abren las puertas del ascensor, ahí fuera le espera sabe Dios qué, y durante unos brevísimos momentos, le vemos dudar. Sigourney fue nominada, pero no ganó el Oscar porque esto sólo es una grandiosa, irrepetible película de ciencia-ficción. El género maldito por excelencia.
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