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Nota publicada en el diario La Razón el martes 10 de enero de 1995. Esta era una anécdota que contaba el padre del autor de estas páginas.
Los casinos que divulgaron las películas de Hollywood muestran las andanzas de señores vestidos con smoking que, con ruletas predispuestas, consiguen quedarse con los dineros de los incautos que frecuentan sus elegantes garitos. Hasta Humphrey Bogart, duro sentimental y desprendido hasta el énfasis, capaz de hacer ganar - con trampa - a los recién casados que buscaban el dinero para los salvoconductos en su garito del Rick's, no puede esconder que su establecimeinto estaba preparado para desplumar con malas artes a su menesterosa clientela, en tránsito por Casablanca.
Pero la realidad y los especialistas en el tema aseguran que, por el contrario, los que pretenden ganar, forzando la suerte, son algunos delincuentes entreverados entre el público. Esos mismos especialistas dicen que suman 5000 individuos, en todo el mundo, los que merecen ese calificativo y coinciden con Nicolás Dafnos, gerente de Casinos Nacionales, en que "son en su mayoría, bandas internacionales que piensan todo el tiempo en cómo hacer saltar la banca". También afirman que "tienen que trabajar en grupo y, por lo menos, con un empleado del casino que los ayude".
En el mundo entero hay poco más de 600 salas de entretenimientos - eufemismo con que se denominan las salas de juegos - y el que registra mayor afluencia de público es nuestro Casino Central de Mar del Plata.
Transcurría la década de los 50 cuando seis señores de aspecto correcto y nada rumboso comenzaron a frecuentar las salas de juego y a tomar nota de los resultados de todas las bolas que se jugaban en seis mesas. Tenían pinta de extranjeros, más bien de alemanes, y con seriedad germánica persistieron en la tarea durante, por lo menos, dos temporadas, incluidos los fines de semana invernales. No jugaban un solo peso.
Un día comenzaron a apostar en dos mesas y siguieron haciéndolo, turnándose, durante todas las horas en que el casino funcionaba. Parecían hacerlo a suerte y verdad y el personal de las mesas no detectó sistema de juego o martingala alguna.
Poco después, el número de apostadores en las mesas de los que ya todo el mundo llamaba "los alemanes", se incrementó. Los nuevos apostadores no eran gente del todo desconocida para los marplatenses. Es que formaban parte del lumpenaje que siempre merodeaba por las salas de juego, esperando una oportunidad de "pasar al frente".
Las autoridades del Casino prestaron, ahora, detenida atención al ya numeroso grupo. Y nada. Las jugadas eran correctas y seguía sin detectarse sistema alguno. Es que para desazón del personal no lo había. los apostadores jugaban una serie de números, siempre los mismos, en apuestas de igual valor. Las ganancias de las mesas de los alemanes desaparecieron y una fuerte pérdida las reemplazó. Como primera medida, las autoridades del Casino aplicaron el "Derecho de admisión", norma que les permitió impedir la entrada de los apostadores del grupo. También hicieron comparecer, no demasiado voluntariamente, a los seis alemanes.
Como dice la canción, "de aquello que hablaron ninguno ha sabido" pero el caso es que el misterio se develó.
Los alemanes contaron que habían ganado una verdadera fortuna y que no estaban dispuestos a devolverla porque era bien ganada. Lo que sí explicaron era la operatoria. Dijeron que en la etapa preparatoria habían estudiado el desgaste producido en los cilindros portadores de la rueda de la ruleta, desgaste que hacía que los números de un sector de la rueda, recibieran la bolilla más asiduamente que los otros.
Luego todo se redujo a jugar esos números. Como el límite máximo hacía lentos los ingresos, contrataron a los secretarios que jugaban bajo su control y que cobraban una suma fija por día y que desconocían las razones por las que apostaban determinados números. La consulata al departamento jurídico resultó en la falta de delito por parte de los apostadores, puesto que se limitaron a aprovechar una ventaja que no provocaron.
Los alemanes se volvieron - eso si, bien forrados - para sus lares y las autoridades del Casino se limitaron a tomar buena nota de lo ocurrido y a comunicar a los casinos del exterior, con los que mantenían un convenio de información, los detalles de la aventura y la identidad de los ingeniosos apostadores. También se cambió el método de mantenimiento de las mesas de juego, para hacer imposible que se detectaran los posibles desgastes mecánicos.
José Barril
Hasta que aparecieron los "alemanes" y su curiosidad por el rentable desgaste producido por el uso, las mesas de ruleta eran desmontadas cada noche, es decir, se sacaba el cilindro portador de los números y se hacía el mantenimiento de la mesa, donde estaban los rodamientos sobre los que giraba el cilindro.
Cada cilindro pertenecía establemente a una determinada mesa.
Después de la explicación del método empleado por los "alemanes" se desmontaban cada noche los cilindros pero, después del respectivo mantenimiento de rodamientos y rueda, se monstan nuevamente previo sorteo, es decir, que cada cilindro se coloca en la mesa que le ha tocado en suerte, quedando modificada la relación entre rodamientos y cilindro portador de los números y resulta así indetectable el posible desgaste.
Nota vinculada: Cosas de rusos y de negros
Mi agradecimiento a "Der Große Himmel's-Ring" por acercarme esta nota.