osamunda, que siguiendo las instrucciones del hada, había cerrado los ojos no se atrevia a abrirlos temiendo no haberse movido de su bosque. Desde luego los ruidos que escuchaba no eran los suaves murmullos a los que estaba acostumbrada. Eran unos ruidos espantosos, como de cien tormentas. Por fin fue valiente y los abrió. ¡Estaba en una ciudad!
Un montón de personas como ella andaban entre edificios. Algunos de ellas la miraban con extrañeza ya que el hada, ajena a las modas, la había vestido como en su juventud, o sea, trescientos años atrás.
Nuestra ex-rana, un poco mareada por tanto ruido, buscaba ansiosamente la Ópera pero, ¡claro!, como no la había visto nunca no podía reconocerla. Asi que preguntó a una pareja que la miraba descaradamente.
- "Perdonen...¿Me podrían decir donde está la Ópera?".
-"¿ Pero no la ve? Si la tiene delante de sus ojos ".- Contestó el chico.
Rosamunda levantó la vista y vió un enorme edificio en el que ponía: "Teatro de la Opera". Con mas miedo que curiosidad, cruzó la puerta del teatro.
El hada no le había engañado. Efectivamente, alli iba a celebrarse un concurso. Rosamunda se presentó y, cómo no, llegó a la final. Tres fueron los finalistas: Un tenor español, una soprano alemana y Rosamunda. El jurado lo componían una famosa diva conocida como "La Stupenda", su marido el famoso director de orquesta y el director musical del teatro.
Actuó en primer lugar la soprano alemana
cantando Wagner con tal maestría y fuerza que temblaron los cristales de la lámpara del Teatro. El jurado, tras la lluvia de "hojotojós" de aquella soprano, vestida de la Brunhilda de "La Walkiria", intercambió miradas con gesto de aprobación, mientras que el público murmuraba asombrado ante tal demostración de poderío interpretativo.
Después le toco el turno al tenor español quien, con su cálida voz y talento expresivo en un "Adios a la vida" memorable, puso muy alto el listón lirico del concurso.
Por último, Rosamunda, quien eligió una breve y encantadora aria, la que estais escuchando de fondo. La magia del bosque se repitió en la escena. Al terminar el aria las ovaciones fueron tremendas. "La Stupenda" lloraba, su marido tambien y el director musical casi se desmaya. Rosamunda lo había conseguido. Aquel concurso fue su trampolín. Los teatros de Ópera de todo el Mundo suplicaban a Rosamunda, la nueva soprano de origen misterioso, que actuara en ellos, cosa que aceptaba muy gustosa pero siempre con una extraña condición. Durante las representaciones jamás debía ser besada, por muy amorosa que fuera la escena. Nadie hizo mucho caso a esta rareza. Rosamunda era una diva y se comportaba como una de ellas. Todo se olvidaba al oirla cantar. Pero su agilidad no era sólo vocal. En la escena final de "Tosca", cuando tenía que saltar desde lo alto del Castillo de Santangelo, lo hacía con mucha presteza y agilidad, como si en su vida no hubiera hecho otra cosa.