La Princesa Mononoke
La Princesa Mononoke
'Mononoke Hime' (1997)


Director: Hayao Miyazaki

Personajes:

Ashitaka Ashitaka. Es uno de los pocos jóvenes del pueblo Emishi, que fue destruído por el régimen de Yamato (el gobierno del Emperador japonés) y ahora vive escondido en los límites de la tierra del Norte. Quiere convertirse en el líder de su pueblo. Posee la nobleza de la sangre real y grandes habilidades como cazador. Para defender a su pueblo, disparó y mató al Dios Tatari, pero a cambio recibió una maldición mortal. Habla poco, pero tiene un fuerte sentido de la justicia.
San San. Una chica que fue adoptada por un lobo de la montaña. Siente un gran odio hacia los humanos que invaden el bosque. LLevando una extraña máscara en el rostro, y cabalgando sobre un enorme lobo de la montaña, ataca repetidamente Tatara Ba (donde se fabrica el hierro). Después de su encuentro con Ashitaka, su corazón duda entre los Dioses y los humanos.
La Dama Eboshi La Dama Eboshi. Una mujer tranquila y serena que lidera el grupo de Tatara Mono (pueblo que fabrica hierro) al pie de una gran montaña. Excaban la montaña, funden arena de hierro, golpean el hierro y fabrican Ishibaya (un arma de fuego). Compra chicas que fueron vendidas (a burdeles), y les da un trabajo en Tatara Ba, donde a ninguna mujer se le dejaba entrar originalmente. Trata como "humanos" a los proscritos de la sociedad, y es respetada y amada por hombres y mujeres.
Moro no Kimi Moro no Kimi. Un Dios Lobo hembra de 300 años. Comprende el lenguaje de los humanos, tiene una gran inteligencia y fuerza. Educó a San, y la trata como si fuera su hija. Odia a los humanos que invaden el bosque del Dios Shishi, y lucha contra ellos. Odia especialmente a la Dama Eboshi, y quiere matarla.

La leyenda del siglo
(Publicado en Mad Movies nº121)

El mundo se muere, condenado por el odio y el furor de los sueños estériles que nacieron en él. Las luchas que oponen al hombre, la naturaleza y la sociedad, continuarán hundiéndoles en el lodo alimentado por sus ideales inaccesibles, sus batallas de titanes no conocerán un final feliz. Pero incluso en este remolino de odios ciegos y asesinos, la joven salvaje vestida de guerrera conseguirá romper los sellos del sepulcro donde se esconde la naturaleza ideal del amor. Porque tiene que existir, aunque sólo sea en el cine...

Digámoslo claramente, La Princesa Mononoke es una obra cumbre, una película de una riqueza artística y semántica excepcionales, un auténtico monumento del cine, tanto como las obras maestras de David Lean o Akira Kurosawa. La magia del séptimo arte nunca se había sometido tanto a los deseos de un sólo hombre. Hechiza cada milímetro del metraje, hipnotiza, inquieta, seduce al espectador que queda prisionero y loco de amor por este cuento trágico. Porque La princesa Mononoke nos muestra las guerras sin sentido libradas por el ser humano contra su entorno: la naturaleza y la sociedad. De hecho, Miyazaki nos relata la historia del mundo, adorna La Princesa Mononoke como un fresco heróico, da rienda suelta a su fantasía, y deja al drama histórico tomar posesión de su obra.
La Dama Eboshi, líder de la ciudad de Tatara Ba, recupera la dignidad de los parias. Ofrece a su pueblo de leprosos, prostitutas y esclavos, un trabajo decente, una vida honorable. Pero para subsistir, vende armas al emperador, saqueando el bosque cercano para alimentar el fuego de su herrería. Por supuesto, los ancianos Dioses protegen el reino de la Dama Naturaleza, desencadenando océanos de rabia para aniquilar a los humanos. En cuanto a las tropas del imperio, conspiran para aumentar su poder, acariciando la vana esperanza de sustraer los secretos de las divinidades. Y, en el corazón del conflicto, Ashitaka el maldito y San, la princesa monstruo se aman. Pero deberán elegir un bando...

Igual que un etnólogo, Miyazaki describe el periodo Muromachi (1392-1573), una época caótica que vive el hundimiento del orden jerárquico. Sin embargo, La Princesa Mononoke no es la película de un profesor de facultad, respira la utopía. Es una sabia mezcla de influencias y préstamos del cine de Kurosawa y la trilogía de Georges Lucas, sobre todo por su descripción del lado oscuro de la fuerza y los travellings filmados desde un punto de vista subjetivo (El retorno del Jedi). La capacidad de Miyazaki de colocar al espectador en el mismo corazón del relato recuerda también al Titanic de Cameron. Afortunadamente, el discurso del viejo japonés no encuentra su justificación en un final triste; es más radical, violentamente comprometido. Miyazaki resucita la poesía épica, su obra es la de un idealista melancólico, como lo fueron Ford, Grimault y Rimbaud en otra época. La Princesa Mononoke representa la culminación de la carrera y del compromiso político de Miyazaki, un cineasta cuyo credo es atestiguar, educar y distraer, consiguiendo que su obra permanezca en nuestra memoria después de haber sido consumida.
Las ciudades, los castillos, los arrozales, lugares donde han tenido lugar las tragedias familiares medievales, sólo aparecen aquí bajo la forma de sueños lejanos. Miyazaki recrea las imágenes de una naturaleza magnífica, pinta un Japón feudal donde no hay carreteras, los bosques son profundos y las montañas fortalezas impenetrables. Su archipiélago está poblado de samurais asfixiados por la ambición, campesinos serviles y astutos, animales inteligentes, instintivos y violentos. Todos se odian, luchan para sobrevivir...
Evidentemente, Miyazaki muestra las ambigüedades de los sistemas de pensamiento a los que se adhiere cada clan. La percepción que los personajes tienen de su entorno cambia en el transcurso de la película, pero sus convicciones profundas permanecen idénticas. Miyazaki subraya también nuestra incapacidad visceral de progresar hacia un mejor estado. Muestra la evolución mecánica, saturada de estereotipos, de nuestras sociedades. Alaba la inteligencia de los hombres que han sabido construir comunidades. Después, subraya su falta de sabiduría y de amor propio, obligando a la historia a repetir sus errores pasados.

El testamento de Miyazaki no es por tanto un drama ordinario, es una obra luminosa, capta la luz y el menor de sus reflejos. Se libera una quietud embriagadora, en el límite del naturalismo. Pero Miyazaki cultiva la paradoja: por contraste, el autor revela la cara sombría de la naturaleza humana en su aspecto más vulgar. Cada plano vacila entre la contemplación y la acción, jugando a la vez con el detalle y el movimiento. Maestro total de su arte, no sigue los caminos trillados de los lugares comunes. Las maravillas y horrores que muestra son tan concretos que, paradójicamente, alcanzan la abstracción. Está ahí el verdadero objeto y todo el significado del cine de animación. Es cierto que se puede uno perder en las intrigas de esta versión animada de la historia de la humanidad, pero la belleza pura puesta en imágenes, la fuerza dramática consagrada a la leyenda y la nobleza del mensaje, eliminan cualquier prejuicio. Miyazaki debía legarnos una película como ésta, rebelde, crepuscular, hechizada por pasiones devoradoras. Una obra de fuerza incomparable, que habría empujado a su autor hasta el límite, obligándole incluso a representar a Dios.
Al realizar La Princesa Mononoke, Miyazaki expresa a la vez la tragedia del destino de la humanidad y su propia versión de la modernidad. Alía imágenes insólitas con leyendas populares. Su gusto por una narración rica en personajes secundarios, en traiciones y alianzas, se manifiesta por fin plenamente. Como en El Señor de los Anillos de Tolkien, realiza una saga picaresca. Si La Princesa Mononoke es su última película, Miyazaki dejará detrás suyo una obra en las antípodas de cualquier maniqueísmo, una de las más bellas páginas del gran libro del cine.
Alucinante, viva, libre, exaltada, melancólica, cruel, fantástica, La Princesa Mononoke es una epopeya próxima a la ópera o la literatura filmada. Antes que ella, sólo Excalibur de John Boorman se había aproximado con tanta fuerza a la vertiente mitológica del séptimo arte. El realismo desencantado, el extremo rigor estilístico que se ha impuesto el maestro, hacen de su último trabajo un intento por dominar a la vez la estupidez de una época (la nuestra), de una industria (la animación) y la fascinación romántica que no deja de obsesionarle. Si sólo vas a ver una película este año, ve a ver La Princesa Mononoke. Si vas a ver dos... ¡vuelve a verla!

Bertrand Rougier

Página creada el 7-marzo-2000

Ver también entrevista con Hayao Miyazaki

Página Web recomendada:

Página Oficial de La Princesa Mononoke


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