Un grupo terrorista amenaza con que si no obtiene pronto lo que exige, dejará caer ántrax sobre San Francisco. Días después, un avión esparce una nube tóxica, que se vislumbra en el horizonte y desaparece.
Primer guión: miles de personas mueren presas del pánico, dos millones huyen de la ciudad y otro millón y medio inhala esporas de ántrax. Los hospitales se desbordan, faltan antibióticos, y muchos se quedan sin tratamiento. Más de un millón de personas muere. Segundo guión: dos días antes del ataque, los ciudadanos cierran puertas y ventanas con cintas aislantes antigérmenes. Escuchan las instrucciones por radio, y preparan máscaras de gas, medicamentos y desinfectantes. Cuando los sensores confirman que la nube tóxica contiene ántrax, los hospitales reciben las vacunas y los antibióticos apropiados. Con un buen equipo y una capacidad de reacción rápida, sólo morirían 100.000 personas.
Actualmente, un atentado con armas biológicas causaría la situación descrita en el primer caso. Para evitarlo, algunos gobiernos empiezan a pensar qué hacer para evitar la catástrofe. EEUU está investigando un compuesto capaz de aniquilar al ántrax, e Israel, que comienza a despuntar en biotecnología, piensa aplicar el principio activo de la marihuana para reducir los efectos del gas nervioso.
En vista de que las armas biológicas ya existen, ¿cómo pueden protegernos nuestros gobiernos? El pasado mes de mayo, científicos, políticos y expertos en seguridad se reunieron en Estocolmo para debatir la manera de limitar el desastre que provocaría un ataque biológico.
Imagínense que un usuario tropieza con una bomba llena de ántrax en el andén del metro. Hasta este año, ninguna fuerza policial del mundo disponía de los medios para desactivar este tipo de bombas con total seguridad. En Estocolmo, se propuso una solución: una tienda de campaña llena de espuma antiséptica. Los científicos del Irvin Aerospace de Fort Erie, en Ontario (Canadá), han desarrollado una tienda hecha de un material ultrarresistente. Se llena de una espuma compacta que neutraliza los gérmenes y el efecto de las armas químicas. Una vez cubierta con la tienda de espuma, la bomba se desactiva con toda seguridad.
Trajes especiales
Pero, ¿qué ocurre si los gérmenes ya están en el aire? Los trajes y las máscaras de protección que utilizan la mayoría de los equipos de emergencia no están suficientemente sellados para proteger eficazmente contra los ataques biológicos. Los trajes militares de este tipo aislan de los virus, pero son demasiado costosos para un cuerpo de bomberos normal y corriente. Geomet e Irvin Aerospace están a punto de comercializar trajes destinados a la población civil. Mientras tanto, otras compañías están diseñando prendas de protección para matar a los patógenos. Molecular Geodesic, situada en Cambridge, en Massachusetts, está desarrollando un traje hecho de un polímero resistente. Actúa como una esponja, capta las bacterias y los virus, y los destruye gracias a los desinfectantes que libera su tejido.
A pesar de todo, ningún traje de protección puede ser eficaz si los servicios de emergencia no saben que un ataque va a producirse. El primer indicio cuando ha tenido lugar un ataque biológico suele ser una oleada de enfermos. Pero una epidemia puede pasar desapercibida si no hay bastante control. Y, de hecho, no lo hay.
En Europa, la vigilancia médica capaz de responder a las emergencias biológicas, está dando sus primeros pasos. Pero, además de controlar el número de personas infectadas, Nicholas Staritsyn, del Centro de Investigación de Microbiología, cerca de Moscú, piensa que hay que concentrarse en saber dónde actúa cada virus. Disponer de una mayor información ayudaría a distinguir las epidemias naturales y los ataques deliberados.
Incluso cuando las personas infectadas empiezan a acudir a los hospitales locales, puede resultar complicado realizar el primer diagnóstico, ya que los primeros síntomas de muchos agentes que revelan un ataque biológico son parecidos a los de la gripe.
Una posible alternativa que se discutió en Estocolmo fue que los hospitales estuvieran dotados de detectores de alta tecnología que se han desarrollado para identificar patógenos en los campos de batalla. Si se instala un detector en cada cama de hospital, los médicos podrían identificar en un primer momento las moléculas volátiles que desprenden las membranas pulmonares enfermas. "Así sabrían si el enfermo ha sido víctima de un ataque con armas biológicas", afirma Mildred Donlon, jefa de investigación de detección medioambiental en la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la Defensa (DARPA).
Pero mientras que esto llega a realizarse, los investigadores, dirigidos por Wayne Bryden, de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, trabajan en la modernización del instrumental del laboratorio para utilizarlo tanto dentro como fuera de los hospitales.
Otros investigadores están experimentando con dispositivos que encajarían perfectamente en un episodio de Star Trek. Es posible que llegue el día en que diminutos chips electrónicos, que contengan células nerviosas, avisen de la presencia de toxinas bacterianas.
Otro de los prototipos ideados es un tubo de fibra óptica lleno de anticuerpos dotados con moléculas que dan luz. En presencia de bacterias de ántrax o de peste, o de toxinas de botulina o ricino, las moléculas se encienden.
Los mecanismos basados en los anticuerpos están muy lejos de ser infalibles. "Los anticuerpos sólo pueden identificar lo que hay fuera de una partícula", subraya Donlon. Pero se pueden encapsular microbios en geles o en polímeros biológicos para aniquilar a los anticuerpos, o utilizar bacterias normalmente inofensivas para transportar los genes dañinos. "Tenemos que saber lo que hay dentro", afirma la investigadora.
Y para ello, los expertos de la DARPA están desarrollando técnicas de identificación basadas en el análisis del ARN mensajero, ya que sus moléculas no sólo revelan de qué tipo de microorganismo se trata, sino qué clase de toxinas está fabricando.
Una vez identificado el agente biológico, ¿cómo se combate? Vacunar a la gente antes de que se exponga al virus es una de las soluciones. El año pasado, el Ejército norteamericano lanzó un programa para desarrollar vacunas contra potenciales ataques con armas biológicas y mejorar las actuales, lo que incluye una vacuna contra el ántrax creada hace 30 años y que se ha administrado a los soldados norteamericanos
Pero las vacunas no lo curan todo. Un invasor sólo necesita generar un germen que consiga mutar y convertirse en antígenos diferentes a los que se utilizan en la vacuna para que ésta deje de ser eficaz. Además los terroristas son cada vez más sofisticados y podrían desarrollar nuevos patógenos, muchos de ellos artificiales, contra los que las vacunas convencionales no tendrían ninguna efectividad. Para superar estos problemas, la DARPA está estudiando vacunas que puedan fabricarse con la suficiente rapidez a escala masiva y que se puedan distribuir inmediatamente después de un ataque. El primer paso sería acelerar la secuencia del ADN con el fin de que un gen de patógeno desconocido pueda ser identificado en un solo día y servir de base para desarrollar una vacuna instantánea.
Inmunizar a la población
Sin embargo, fabricar la vacuna es sólo la mitad del problema. Inmunizar a toda la población es más difícil. Se necesitan decenas de dosis para protegerse de todas las amenazas biológicas posibles y la gente es reacia a tantos pinchazos. Incluso, aunque cambiara de idea, es muy posible que no hubiera bastante para todos.
En cualquier caso, expertos como Ken Alibek, anterior segundo jefe de los programas de guerra bacteriológica de la antigua Unión Soviética, insiste en que es no es muy acertado invertir demasiados esfuerzos en desarrollar vacunas. En vez de eso, propone concentrarse en la forma de curar a las víctimas de armas biológicas teniendo en cuenta que los antibióticos actuales serían inútiles, ya que los gérmenes podrían estar dotados con genes resistentes.
Para que un tratamiento sea efectivo, la velocidad es absolutamente esencial. En la reunión de Estocolmo, los investigadores informaron de que estaban intentando desarrollar drogas que resultaran efectivas contra una amplia variedad de infecciones y que podrían utilizarse antes de obtener un diagnóstico definitivo.
Como la leche descremada
Agua, aceite de soja, detergente Triton X 100 y disolvente 3-n-butil fostato. Esta es la composición de un nuevo agente que podría acabar con el temido ántrax. El compuesto, llamado BCTP, fue presentado en la Conferencia Científica sobre Agentes Antimicrobianos y Quimioterapia que tuvo lugar el pasado sábado en San Diego. El BCTP tiene la apariencia de la leche descremada y la facultad de destruir las esporas de ántrax tanto en cultivos de laboratorio como en ratones expuestos a este agente. El ántrax es un agente muy tóxico, casi siempre fatal, que se puede dispersar fácilmente a través del agua o del aire.
Además, sus esporas pueden permanecer en estado latente, envueltas en un manto casi indestructible, hasta que se den las condiciones óptimas para activarse de nuevo. Los productos capaces de acabar con él son también dañinos para el hombre. Este nuevo agente, que organismos como la DARPA norteamericana están estudiando en previsión de guerra o terrorismo biológicos, se encuentra en pequeñas gotitas grasas suspendidas en un disolvente. Dichas partículas grasas se adhieren a las esporas del ántrax y lo activan. Durante este proceso, la cubierta del ántrax se vuelve vulnerable y el BCTP puede penetrar y destruir la membrana externa. "A través del microscopio, las esporas parecen explotar", afirman los expertos.
La responsable de este producto, una empresa biotecnológica llamada Novavax, está pensando en realizar nuevos estudios para evaluar la eficacia del BCTP en los casos de inhalación de esporas de ántrax, pero de momento han patentado el compuesto como agente descontaminante contra varios agentes microbianos. Por otro lado, en Israel, la compañía Pharmos ha desarrollado una nueva droga, basada en el dexanabinol, el ingrediente activo de la marihuana, para amortiguar los efectos de otro componente utilizado en los ataques biológicos: el gas nervioso. Algunos ensayos clínicos han demostrado que esta sustancia, llamada HU211, es beneficiosa para tratar episodios cerebrovasculares, pero en un experimento llevado a cabo con ratas se comprobó que los daños cerebrales de los animales expuestos al gas nervioso y tratados con este compuesto, se redujeron en un 75%.
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