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Lausanne, 12 de junio.
Mi querido Lorenzo, acaban de dar las doce de la noche, estoy cansado y me duelen los ojos. Estoy solo en la habitación que mi huésped (el coleccionista de que te he hablado, director de una galería de arte) ha puesto a mi disposición en su villa; si me asomo a la ventana, descubro más allá de los cedros y de los abetos que me rodean un trozo del lago apacible, bañado de luna. Estoy fatigado, pero antes de dormirme quiero repetir para ti las palabras que pronunciaste esta mañana, inmóvil en el andén de la estación: ti voglio bene. Buenas noches. Esta noche volveré a verte en sueños.
A la mañana siguiente.
¡Sí, te he visto! Pero, ¿por qué no estás aquí? Quisiera que estuvieses aquí. ¿Qué amor es éste? No puedo separarme de tu imagen. Dispongo de una habitación y de una terraza. Esta mañana, antes de amanecer, los pájaros comenzaron a cantar: son ruiseñores, me parece. Quieres que te escriba en italiano; pero ¿comprenderás mis cartas? ¡Qué guapo estabas ayer por la mañana en la estación! He soñado contigo: hablábamos de tu trabajo. Oye, Lorenzino: ¿ me prometes dedicarte por entero a tu trabajo? Es imposible dar consejos a un artista. No se puede hacer otra cosa que repetirle: trabaja, y trabaja como si fueses el primero (nadie ha creado antes que tú) y el último (debes dejar un rastro). Quiero estar orgulloso de ti. Ahora acaban de traerme mi desayuno. La criada es una alemanita, y no comprende nada de mi francés; le dijo ( aunque en vano) que quisiera hacer su retrato. Tiene unos ojos muy bellos. Dentro de un momento iré a pasearme por Lausanne; el sol, ¿ sabes?, ha salido ya, y yo pensaré que vas conmigo.
Lausanne, 14 de junio.
No me cansaré jamás de recordarte tu trabajo. Y de pedirte que me ayudes a amarte. Vivo en un sueño; pero no, ¡ era antes
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cuando vivía en un sueño! Te veo como un abanderado. ¿Como te ven los demás? Una cosa que me haces sufrir, es no poder hablar de ti a todo mundo. Y que tú no sepas rezar, aunque fuese sin palabras, como yo hago. Hablar a los demás: ¿no es un absurdo no tener derecho a expresar un sentimiento que lleva en sí mismo toda esa pureza? Veo tu sonrisa ( descubres los dientes); vuelvo a encontrar la sencillez de tus gestos. Dime: ¿no soy un poco bobo? Ayer trabajé a orillas del lago, pero se me escapaba el tono del agua. Entonces, en cierto momento pensé en tí, te invoqué, y todo se aclaró de repente. No son ruiseñores los que cantan por la mañana, son simplemente unos mirlos; y todo el mundo se rió cuando dije que los había tomado por ruiseñores. Otra cosa más: entré en la catedral y pensé en tí (era como una oración). Después, me dijeron que era una iglesia protestante, y volvieron a reírse de mí ... Pero no importa, ¿verdad? Ya sabes que mi obstinación en amarte me veda ser absuelto. Tú vives lejos de estas cosas, y quizá no puedas comprender lo que yo he podido experimentar; la angustia de sentirme víctima de este nuevo absurdo se aplacó, sin embargo, cuando me dije que si me hubiera contentado con llevar a mi casa, por una noche, al primero que encontrase, el sacerdote me habría absuelto... De seguro que Dios no es así.
Florencia, 16 de junio.
Ayer, en el tren, iba teniendo el primer encuentro con mi país: ¿cómo iba a acoger tu presencia? Pero cuando salí del largo túnel de los Apeninos, me encontré con la Toscana, mi patria sencilla y antigua, con sus piedras blancas, sus retamas de un amarillo tan intenso, sus olivos tan numerosos ... Los primeros en me hicieron sonreír, pero tenía lágrimas en los ojos. ¡Había en el aire tanto orden y claridad! Los cipreses son tan juiciosos, tan viejos y pueriles... Naturalmente, Lorenzo estaba por doquier, entre los cipreses y entre las retamas, sobre la tierra y en el cielo, él era las nubes y los arroyos que la sequía ha agotado, el era la comarca entera, y yo le decía: ¡Buenos días, Lorenzino! , y no cesaba de saludarte así. E incluso en este momento, mientras te escribo (son las doce de la tarde, desde mi ventana diviso la colina de Fiésole, y las golondrinas se arrojan estridulando contra el cielo), incluso en este momento está aquí Lorenzino, mirándome y siento cierta vergüenza ante sus ojos
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ingenuos y graves; y, sin embargo, todo es tan simple y bueno y limpio (¿qué haces para ser tan puro?), que toda vergüenza desaparece y me siento feliz. Al llegar a mi casa, he abierto el buzón, y las cartas, que rebosaban, cayeron al suelo; la primera que recogí era la tuya. Ahora está sobre mi mesa. Casta y tierna, esta noche encendí mi lámpara, y la releí (lectura inútil: ¡me la sabía de memoria!), y pensaba en tu frase: "será preciso que concertemos nuestros instrumentos". A ti me remito, en tí confío, Lorenzo, para que nuestros instrumentos estén concertados.
¿Sabes porqué soy dichoso?. Porque ya no tengo conciencia del tiempo, ni su angustia. La espera ha terminado. Una gran inmovilidad, y tú en el centro. Pero tienes que ayudarme, ¿sabes?; porque, ¿que ha quedado de Roberto, a quien tanto amé? No ha quedado nada; ¿no podría suceder un día lo mismo contigo? Cuando pienso en ello, me siento lleno de confusión, tengo compasión de mi y adivino que el riesgo es terrible. No deberíamos jamás tolerar que nos dominarse la compasión para con nosotros mismos. Un amigo me ha escrito: "Abandonarse por entero es el peor de los males; abandonarse por entero significa renunciar al secreto que liga al hombre con Dios, ese secreto que es el único que puede salvarnos a los tiempos de la traición y de la soledad". Pero, créeme, Lorenzo, yo no acepto ese consejo, pongo mi vida en tus manos, aceptó la compasión lo mismo que el amor, me abandono por entero, ya que quiero tenerlo todo. El que reserva una parte de sí mismo, caerá víctima de su avaricia... Sé muy bien que de esta suerte juego mi vida (si llegarás un día a faltarme, ¿quien podría sostenerme?); sin embargo, aceptó el riesgo.
Siento el deseo de mirar, de pasearme llevandote a mi lado, de oírte cantar, de verte cuando caminas, de revelarte mi país; nada más. Y todo esto es tan simple...
Pero, ¿por qué mostrarte tan adulto en tu carta? No lo seas demasiado, Lorenzo. Jugemos nuestro juego de niños: sólo los niños son capaces de creer. Ayer, ¿sabes?, al salir de la estación, vi pasar a dos mozuelos enlazados por la cintura. El Reino pertenece a los simples (otra cosa me asombra: la manera en que el amor me revela el significado de ciertas palabras que yo creía conocer y no conocía...) ¿Y tú trabajo? ¿Cómo va? Yo quisiera aprovechar esta luz de verano para realizar un proyecto que acaricio desde hace mucho tiempo; esta mañana hice una tentativa, y al punto me di cuenta de que en adelante debo evitar
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pintar figuras, pues las marcaría a todas con tu signo. Mi modelo, la cual vino a verme esta mañana, sonrió largamente. "Ha cambiado usted", me dijo.
Hasta pronto, Lorenzino.
17 de junio.
Esta mañana volví a casa esperando encontrar carta tuya. Pero hablemos un poco de nuestros proyectos: yo también he hecho un pacto con el tiempo. Hay varias soluciones. La mejor sería alquilar una barca de remos; de lo contrario, nos veríamos obligados a llevar a alguien para que hiciera la maniobra de las velas. Me han asegurado que en diez días se le puede dar fácilmente la vuelta a la isla. Podríamos acampar después a lo largo de la falda de los Apeninos, que están cubiertos de castaños. Más arriba, hay pastizales.
Domingo por la mañana.
Una gran lluvia me ha despertado. Llueve todavía. No te escribo desde Florencia, sino desde Monte Morello. Un amigo mío se ha hecho construir una casa casi al pie del macizo, sobre una altura plantada de olivos. Llegué ayer tarde, de improviso, impulsado por el temor de tener que pasar completamente solo un domingo en la ciudad. He terminado al fin La piel de Malaparte; me han asegurado que la sociedad homosexual le tiene una feroz antipatía a este libro, en el que, sin embargo, se encuentra fielmente descrita. Yo me pregunto, por otra parte, por qué su autor se ha fijado, respecto a la homosexualidad, en su aspecto más chillón y más lamentable, olvidando a Niso y a Euríale, así como a los jóvenes tebanos del batallón sagrado, para no fijarse más que en Juan Luis, en sus blandas inflexiones y en sus gestos afeminados. Por reacción tal vez contra ese libro inútilmente escandaloso (la verdad es muy otra, y el propio Malaparte debes saberlo), anoche, antes de tomar el tranvía para Fiésole, entré en una librería e hice que te mandaran una serie de reproducciones de Miguel Ángel. La dedicatoria que encontrarás en ella está sacada de sus poemas: "...dove vaí, sempre son teco, - ti troverei, quand'io fossi ben cieco".[1] Miguel Ángel
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se dirigía a Tommaso Cavalieri; quisiera que eso pueda ayudarte en tu trabajo. Yo creo que debemos abandonarnos a nuestro trabajo como el Cristo de la Pietá de Santa María dei Fiore se abandona en los brazos de quién le sostiene. Darlo todo para tenerlo todo: la única actitud posible ante el amor. Pero tú eres un niño pequeñito, muy pequeñito, eres mi chiquillo. La tempestad continúa, el cielo tiene un color plomizo y los olivos gimen bajo el viento. El perro lobo de mi amigo acaba de precipitarse en mi habitación, y helo aquí que pone la cabeza sobre mis rodillas, para que yo le acaricie. ¿Te gustan los perros? ¿Por qué no me envías una foto tuya? ¡Lorenzino, es absurdo que no tenga yo ninguna! El tiempo tarda en pasar; ya te he dicho que yo también he hecho un pacto con el tiempo; pero tal vez descuida el cumplimiento de nuestro acuerdo... Iré a recogerte a la estación. Vendremos a casa y podrás descansar; después iremos a comer a un restaurante que conozco, al otro lado del Arno. Por la noche, desde mis ventanas (vivo casi en la cima de una colina), veremos juntos las luces de la ciudad. Y, durante el día, veremos el paisaje fúnebre y civil de esta patria mía; oiremos juntos el hálito de las generaciones innumerables que aquí se han sucedido. Te daré todo eso y otra cosa más, porque te amo.
Más tarde.
Ya te he dicho que he perdido el sentido del tiempo. Pero esta mañana, en lo más fuerte de la tormenta, hice girar el botón de mi radio, y se elevó un canto de órgano; entonces comprendí que tú estás en el centro mismo del tiempo, como te he dicho, pero que es un tiempo dinámico. Con esto quiero decir que te desplazas en el tiempo, te encuentras en la sucesión de todos mis siglos. Que te he esperado siempre.
Más tarde todavía.
Pero la espera es pesada de soportar (la espera "particular" de tu
llegada), y me preguntó cómo podré resistir hasta el final. Ya sé que
vendrás; sin embargo, la certeza no excluye la ansiedad. Debo, pues, tratar de
trabajar. Desde las dos, me siento obsesionado por una nueva armonía de tonos;
volveré al taller, e intentaré captarlo.
La tormenta ha pasado, ya se oye el canto de las cigarras (o tal vez sea de
los grillos, no lo sé).
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Son las dos de la tarde, pero mi taller está envuelto en la penumbra. Acabo de llegar del restaurante en el que como. Mientras almorzaba, pensé en esta carta que estoy escribiéndote. Esta mañana trabajé. Recibí la visita de un crítico de Roma, quien miró mis últimos lienzos y me preguntó al punto qué era lo que me había ocurrido. No supe qué contestarle, y él (hombre de edad y de carácter dulce) me tranquilizó diciendo: "Sin duda está usted habitado por una presencia" Así. Yo enrojecí, y no contesté. Estoy leyendo Air de la solicitude, de Gustavo Round, a quien conocí en Lausanne. Vive en el campo, y es un hombre de elevada estatura, delicado y un poco triste. En sus ojos se refleja la fidelidad. Abro su libro al azar: en la página 31 encuentro esta interrogación: "Hasta cuando ? " Aire de soledad. Tienes razón cuando me escribes: "La llama no debe morir, debemos alimentarla sustancialmente." También comprendo la espera que has querido imponerme: mis cuarenta días son los cuarenta años de Israel en el desierto: es preciso que el paso del Jordán sea un acto difícil y penosos: hay que rechazar a toda costa la solución más fácil. La solución más fácil no es nunca la más sencilla (quiero decir: la más pura ). Hay que renunciar, si se quiere obtener. Un periódico acaba de publicar un artículo malintencionado contra mis últimas pinturas: la exposición de París no ha sido, pues, inútil.
P.S. Desde hace dos días no me como las uñas; pero, ¿sabes que es extremadamente difícil.
21 de junio.
Ayer no cesaba de cantar, me sentía dichoso como un perrillo que acaba de encontrar un hueso, y la gente, en la calle, se volvía para mirarme. Hoy estoy triste, me siento solo y creo verdaderamente que el tiempo no respeta nuestro pacto... Y además, ¿cómo se puede ser dichoso cuando hay que pensar en hacer la cama (con mis propias manos) y recoger los papeles que en un momento de mal humor he arrojado al suelo hechos una pelota? ¡Si me dejara llevar por mi impulso, viviría en un campamento! Para darme ánimos, voy a reservar por adelantado una barca para los primeros días del mes de agosto.
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Más tarde.
[2]Mi querido ragazzo, no quiero atormentarte con mis inquietudes, y por otra parte, ¿cómo podría ocultarte que estoy muy triste? Ti voglio bene, ti voglio bene, ti voglio bene hasta la consumación de los siglos. Tú me vuelves digno y limpio como un príncipe, Lorenzo, pero ¡ay!, me haces pagar este don con la soledad, con la espera.
Todavía el 21 de junio.
[3]Quisiera escribirte bellas cartas como las que tú me escribes, ¿pero cómo hacerlo, cuando dudo que puedas comprender mi italiano? Si no me lo hubieras prohibido te escribiría en tu lengua, por ser tu lengua. Ahora estoy tranquilo. Leo el poema de Whitman que me has enviado para aplacar mi inquietud. Ya que estás en todas partes, abro mis ventanas a fin de que entres. Ya no me como las uñas, ni mordisqueó las cajas de cerillas. Te obedeceré, ángel mío. Ciao, caro, resta presso di me, non mi lasciare, ti voglio bene.
22 de junio.
Esta noche pasada, un verdadero huracán se ha abatido sobre la ciudad. Unos relámpagos gigantescos surcaron el cielo, y al fin, la lluvia comenzó a caer; la ciudad resonaba como un enorme instrumento. Mario se encontraba en mi casa: había llegado unas horas antes, y estuvimos hablando mucho de ti (entre los que han sido mi pasado, Mario es el único a quien siento todavía cerca de mí como un hermano). Pero pronto la lluvia comenzó a penetrar en el taller, y durante más de una hora tuvimos que trabajar, medio desnudos, para evitar la inundación. Mario me ha traído un enorme tarro de miel, miel de sus colina etruscas. Se marchó al amanecer, y entonces fui a casa de Cecilia (que es mi única modelo) y con ella paseé a orillas del Arno. La ciudad estaba henchida de sol, alquilamos una barca, remamos, y luego nos bañamos. Cecilia me gusta porque jamás dice una palabra, y sólo ríe mostrando todos los dientes. Una vez de vuelta, abrí el buzón y encontré tu carta; la alegría debió de resplandecer en mi cara hasta tal punto que
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Cecilia me miró a los ojos y me tendió la mano con gravedad; después de esto, se marchó sin decir nada. Tu carta, la que termina por "te amo" escrito con la mano izquierda, al revés... Cuando se es dichoso como yo lo soy, ¿qué se puede decir? ¡Realmente se vuelve uno un poco bobo!
Anoche, antes de la tormenta, sentados en mi habitación, charlábamos tranquilamente Mario y yo. Estábamos envueltos en la oscuridad, y por la ventana abierta entraba, de cuando en cuando, el resplandor de los relámpagos. "Bueno, ¿y Lorenzo?", me preguntó Mario con dulce tristeza. Entonces le hablé de tu cicatriz. Mario me animaba: "¿Y que más?" Volví a hablarle de tu cicatriz y después de Saint-Just y de Robespierre; pero creo que me embarullé un poco. Después de todo, ¿qué importa?
Luego, a mi vez, le pregunté: "Mario, ¿crees tú que todo esto pueda terminar un día?" Porque tengo miedo, ya lo sabes. Mario reflexionó un instante, y me dijo: "No lo creo. El amor tiene un tiempo que le pertenece, he aquí por qué sin parecer idiotas pueden jurarse los enamorados que se amarán eternamente. Sub specie aeternitatis , aunque se trate de un género particular de eternidad... Amarás, pues, a Lorenzo por toda la eternidad." Al hablar así, Mario me reanimaba.
He recibido una carta muy amable de Juan Keller. Yo le había escrito (aunque sin designarte explícitamente) en estos términos, sobre poco más o menos: "Soy dichoso y le pido perdón por ello; pero si se han pasado varios años esperando a alguien, cuando éste llega no se puede hacer otra cosa sino decirle: ¡Entra!" Keller me contesta: "Estoy contento por ustedes, tanto más cuanto que me han dicho que L. se ha puesto ahora a trabajar, y sé que si trabaja se lo debe ciertamente a usted: era indoliente y simple." Y agrega esta frase, que me parece particularmente reveladora: "Me agrada pensar que he sido yo quien les ha hecho encontrarse. Realmente presentía, por diferentes signos, que simpatizarían ustedes. Todo está muy bien."
Todo, Lorenzo, está muy bien.
23 de junio.
Te amo, ya no necesito literatura alguna; pero oye: Esta noche llamaron a mi puerta, y cuando abrí encontré delante de mí a Gianni. "¿Puedo entrar?" "Entra", contesté. Se sentó en mi cama. "Me he escapado de casa de mis padres. Quieren mandarme a una
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casa de no sé qué..., de corrección. Aquí me tienes, estoy destrozado..." "Puedes dormir aquí, si quieres. Hay una cama." Daban las dos en el campanile. "Dame las cerillas", me dijo Gianni. Estaba sentado en la cama con la cara entre las manos, y yo de pie junto a él. "Debes de estar muy cansado -le dije con dulzura-. Haz por dormir, Gianni. Mañana por la mañana ya veremos." "Mañana por la mañana, al amanecer, me marcharé: tengo dinero." "El amanecer está cerca; pero, ¿a dónde irás al amanecer?" "A Venecia. Voy a jugar en el casino, y después trataré de pasar la frontera." Hubo una pausa. Entonces, Gianni me dijo: "Apaga la luz" La apagué, abrí las contraventanas, y la luz de la luna inundó la habitación. El mancebo se desnudó por completo, con ágiles movimientos, y se tendió en la cama. "Ven a mi lado, Fabrizio", murmuró. Así lo hice: estábamos muy cerca el uno del otro. La cama está bajo la ventana, y se ve el cielo. Yo le dije a Gianni, en un murmullo: "Tienes diecisiete años, Gianni, ¡pero cómo has envejecido! ¡Cómo has cambiado!" Otra pausa. "¿Ya no te gusto?" "Escucha, Gianni: ¿no te he dicho nunca que hubo un día en que lo eras todo para mí? Me refiero al día que te conocí en aquel baile en el que estabas bailando con una mujer gorda, y después, sin saber cómo, me volví a encontrar contigo, vomitaste sobre la cama y pasamos tres días en aquel cuarto de hotel. Y yo, durante esos tres días, sin que me vieras, lloré." [4] "¿Y por qué lloraste, Fabrizio?" "Porque nunca había visto nadie en el mundo tan bello como tú, Gianni, y me parecía, cuando te miraba, haber vivido dos, tres mil años antes, y haberte adorado. Sin embargo, ya lo ves, no te dije nada..." Gianni callaba. "Eras muy guapo, Gianni, y además había en ti algo salvaje, violento; y además, yo encontraba, en ti, cada vez más el valor de aceptarme." "Y nunca me dijiste nada..." "No, no quería hablarte de ello, no podía hablarte de ello, me bastaba con mirarte. Pero es preciso que sepas ahora que han comenzado para mí unos días nuevos, que has sido mucho para mí, y que..." Al llegar aquí, me interrumpí. "Continúa", me dijo Gianni con un soplo de voz. "No, es inútil; estoy agradecido, Gianni, por todos esos días de dolor que me has dado: eso es todo. Habría sido capaz de matarme por ti, y sin embargo siempre me guardé de tocarte, ni con el dedo." "¿Por qué?", preguntó Gianni, en voz baja. "¿Quién sabe? Como muchos otros, tú no eras quizá más que un anuncio."
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Gianni se durmió, y, al apuntar el día, se levantó y se vistió. Yo, haciéndome el dormido, seguía cada uno de sus movimientos. Sobre todo esto, reinaba una calma profunda, pero yo pensaba en tí, Lorenzo, y no había allí sino tú; y aún él, en aquel momento, eras tú: tal vez no puedas comprenderme. Me hacía el dormido, y sentí que se inclinaba sobre mi, muy suavemente, y sentí su respiración, y luego sentí el roce de sus labios sobre los míos. Cerró la puerta con precaución, y entonces yo me levanté también.
Ya ves, Lorenzo, que fáciles se han vuelto las cosas. Jamás te había hablado de Gianni; jamás había hablado de él a nadie, y tal vez no hablaré de el en mi vida a nadie más que a tí; sin embargo, hasta esta mañana había soportado, en el fondo del corazón, el peso de su recuerdo. Pues bien, ahora también he perdido esto, disuelto en una ternura que no hace pregunta alguna, y que, sobre todo, no inquieta ningún universo. Las cosas se han vuelto fáciles, Lorenzo, porque estás aquí.
Todavía el 23 de junio.
¡No tenemos ninguna necesidad de literatura! Te estoy viendo en París, cuando nos sentábamos en la terraza de cualquier café. Tú le decías a la camarera: "¿Qué le debemos a usted, además del respeto? Te echabas a reír, y hacías con las manos un gesto impetuoso, hasta que al fin la camarera se echaba a reír tan fuerte como tú. ¡Ah!. No eres complicado. Keller tiene razón: eres simple, pero así es como te quiero. Eres guapo, eres impulsivo, eres inteligente, eres deportivo, sabes reír, ríes a menudo, serás un artista digno de nuestras esperanzas; tienes unos ojos que me persiguen en sueños y una cicatriz cuyo recuerdo me exalta; tienes unos cabellos oscuros fuertes, una piel salvaje, judaica, y unas manos anchas, pesadas. Eres guapo. Y eres limpio, y sabes cantar y reír y modelar el barro con los pulgares y hablar con una voz llena de dulzura; con amistad o con desdén, o con alegría, con tristeza o con cólera, de todos modos. ¡Eres tan guapo! Veo innumerables criaturas en torno mío, y ni una sola, sin embargo, que lleve en sí, como tú, el sello de Dios. Por eso es por lo que quisiera ponerte en un altar, pero también tenderte sobre el suelo, sobre la hierba, y contemplarte como a un dios de la antigüedad, hecho de sol, o bien verte sobre alguna vieja barca oliendo a aceite de oliva y a vino y a brea, todo tú envuelto en cielo y mar. He aquí cómo es capaz mi corazón de amarte. Podría pasarme la vida sin tocarte
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jamás, y moriría, sin embargo, por no tener el derecho a tocarte siquiera fuese un instante. Eres un signo de vida: de esa vida que por, y a través de ti, comienzo yo a amar. Sangre, carne, alma: principio y fin. ¿Qué sería yo sin ti? Creo en Dios, cuando pienso en ti; creo como jamás he sido capaz de creer; creo en un Dios bueno, poderoso, generoso, padre; un Dios que no amenaza, sino más bien nos exhorta; un Dios que se ha liberado de las frases de los hombres y se ha hecho sencillo y radiante: no Dios de amor, sino Amor; un Dios que para revelarme su terrible y maravillosa presencia no pretende, como ese sacerdote que se niega a absolverme, que te abandone... Porque tú eres la nobleza, la limpieza, el orden; eres aquel a quien he buscado noche y día a través de las calles de la ciudad; con una esperanza infatigable, no obstante los sufrimientos, las decepciones, las angustias, las locuras; con una certidumbre insensata, absurda, casi ridícula, que me hacía buscar y seguir buscando, y en la cual veo hoy una marca de ese Dios. Esta es, Lorenzo, la razón por la cual, suceda lo que suceda, cualesquiera que sean los lugares a los que mis días me destinen, podré decir para siempre que te amo.
[1] "... a donde quiera que vayas, siempre voy contigo, - incluso ciego, sabría encontrarte."
[2] Agregado en francés.
[3] Carta escrita en francés al dorso de un dibujo representando una multitud de la parte de acá de un río.
[4] En su relato, Fabrizio Lupo no hace jamás alusión a este encuentro.
Enlace que te recomiendo totalmente en ESPAÑOL:
Un breve resumen de Elementos de Cultura Homosexual.
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