Nota de lectura para referencia del lector interesado:
todas las señas en color
[n] , indican la página original del texto que transcribo.

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5

"Pero - me declaró Farizio Lupo en su visita siguiente - no todo era tan fácil como yo lo afirmaba tratando de darme ánimos . . .   En verdad, los adversarios se hacían cada vez más apremiantes;  y por cada cosa que veía destruída, era preciso edificar al punto otra.   Cuando se conoce el amor, se sabe que tales símbolos ocultan realidades cotidianas.   Entonces comprendí a Apollinaire: que mon amour à la semblance - du beau Phénix s'il meurt le soir - le Martin voit sa renaissance. [1] Las cartas que seguía enviándole llevaban el sello de mis pruebas."

 

24 de junio.

Mañana por la mañana saldré para el mar; necesito estar solo, más de lo que puedo estarlo aquí en la ciudad; necesito tenderme a orillas del mar, y dejarme inundar por el sol, dejarme vivir. Necesito reflexionar; acaso porque mi pasado está demasiado cargado de angustia, este presente  (este juego) me da miedo. Debo tratar de ver claro. ¡Ah! Si pudiera mirarte, si pudiera cogerte de la mano. Todo se volvería tan sencillo... Pero estás lejos.

 

Liorna, domingo. [2]

No se necesitan dos días para llegar a la claridad. Esta ciudad viva me ha ayudado. En esta ciudad que vive, se que sin L. yo sería un extranjero en todas partes. Mi patria es L. Busco aquí tus signos. L. estaba en los ojos de todos. He ido al mercado a comprar un saco de dormir para pasar la noche en el campo. Te espero, más fuerte y más seguro. Regresó a Florencia.

 

27 de junio. [3]

He reflexionado sobre el modo de pasar nuestras vacaciones, y

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te propongo la aventura siguiente. Dado que la isla principal del archipiélago está demasiado concurrida y que yo tendría que saludar en ella por lo menos a cincuenta de las tres mil personas que hacen de ella una sucursal de la ciudad; y que la isla vecina está infestada de víboras; y que en otra acaban de instalar (me han dicho) una penitenciaría, por cuyo motivo tendríamos que solicitar una autorización (te ahorro el nombre de todas esas islas pues se que no tienes mapa); dado, además, que, ya lo sabes, deseo olvidar todo lo que se llama gente, arte, ciudad; y que finalmente, hemos decidido pasar unos días en una isla, ¿qué te parecería la que lleva el nombre de una flor? Ya te hablaré de ella: está situada en el extremo meridional, y es una montaña surgida del mar, en la que no se encuentran más que olivos, según dicen, y cañaverales y piedras blancas y viñas bajas y arrecifes; y, seguramente, la voz del mar; ¡pero huyamos de la literatura! El hecho es que me siento convertido en un héroe de Julio Verne, que releo La isla misteriosa   (para colmo, mi poeta preferido es Apollinaire); que te espero con ansiedad. Aquí hace mucho calor; he comprado un abanico, y estoy desnudo y bañado en sudor. Es muy penoso trabajar así. Me pongo una toalla mojada a modo de turbante. No te olvides de traer tu máquina fotográfica y algunos paquetes de esos cigarrillos "gauloises" que tanto me gustan. Hasta pronto.

 

28 de junio, por la noche.

Ya te lo he dicho, Lorenzo: yo soy como una cuerda de guitarra, y el menor movimiento me hace vibrar. Te diré también que soy como una llaga abierta: basta la menor cosa para que sangre. Recibo tu primera carta de Turena: la primera que me has escrito después de tantos días de silencio: tienes razón: comprendo tu llamada al orden. A "tu" orden; pero puesto que tu orden es el orden, no puedo sino avergonzarme de mí y de mis abandonos. De lo que he podido escribirte, de mi ansiedad con respecto a ti, de lo que he soñado. Habría podido, contigo, recurrir a una técnica del amor (Mario me lo aconsejó); he preferido mostrarme a mi verdadera luz, diciéndome que es preferible ser odiado por lo que se es, que ser amado por el disfraz con que se ha tenido la habilidad de adornarse. Sabes, sin embargo, Lorenzo, que no puedo imitarte y hacer lo que haces en Turena: "Jugará al tenis con unos, ir a remar con otros"; porque hasta ahora no he hecho más que una cosa: esperarte; y no hubiera podido hacer otra cosa.

 

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Te diré también, porque tal es la verdad, que no es cierto que haya hablado de ti "a todo el mundo", como me reprochas; sino únicamente a Mario, hacia quien, por los motivos que conoces, experimento cierto cariño. Le he dicho que te amaba y que estaba orgulloso de ti; a los demás me he limitado a decirles: "Soy dichoso." No hubiese podido negarlo, porque la felicidad salta a los ojos.

Hoy por el contrario estoy lleno de tristeza, Lorenzo.

Quizá te extrañe esta carta y la consideres inapropiada para la tuya, la cual, pese a lo que me escribes, de parece amable y llena de atenciones. Pero comprendo, porque es propio de mi carácter comprender muchas cosas, que esa vuelta a los lugares de tu infancia te haya sustraído al hechizo bajo el cual habías caído. De mí, has guardado sobre todo un recuerdo: tierno, lo sé; pero, ¿qué es un recuerdo? Tú puedes pasearte por el bosque con unos, y en barca con otros; yo, no. Porque te amo.

Tal vez tome decisiones graves, definitivas. Tal vez me vede dramatizar, y no haga nada. No me permitiré, de momento, sino dos gestos de gran señor. El primeros es devolverte la única carta que podría justificarme a mis propios ojos: la que terminaste por "te amo". El segundo, será tratar de no escribirte hasta que no me hayas contestado estas palabras. Fíjate bien que digo: tratar.

En cuanto al futuro, hoy, Lorenzo, por mi parte, me siento privado de él. Sigo amándote.

 

29 junio, al amanecer.

Es preciso ayudarme a luchar contra mi pasado, contra mis lágrimas nocturnas y mi soledad. Es preciso perdonar al niño que se mira al espejo y llora de compasión de sí mismo, pues sabe haber roto, la noche anterior, lo que amaba más en el mundo. Es preciso comprenderme, es preciso no dejarme nunca, es preciso alimentar mi confianza en la Isla, es preciso decirme apresuradamente: "Corro a ayudarte, muchacho, ya que estás solo y no eres capaz de otra cosa que de hacerte daño." Es preciso recoger este mensaje, Lorenzo, es preciso escribirme una carta inmediatamente.

Te necesito.

 

2 de julio.

Estoy viviendo días de una calma y de una confianza ejemplares. Me pregunto si merezco tal gracia. Trabajo mucho. Moisés ante

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el Jordán, con su pueblo taciturno presintiendo otras prohibiciones. Un curso de agua sin agua -unos cuantos metros de guijarros-, pero el pueblo no pasa. Espera cuarenta años.

Lorenzo, si dices que la vida es bella y simple, debes tener razón. Pero, ¿quién de nosotros podría jactarse de ser dueño absoluto de sí mismo? Tengo miedo del Becerro de Oro. Ayúdame a soportar la espera, no te detengas demasiado sobre el Sinaí.

7 de julio.

Podría yo contarte una historia; pero prefiero esperarte.

"En mi cuarto - me dijo Fabrizio Lupo- tengo una pequeña foto de Pablo Robertson. Estar esmoquin, sentado o, más bien, colocado en un sillón con gran respaldo de cuero. Sonríe, con las manos juntas. Su piel es pálida y sus ojos vagos, indecisos; se le podrían suponer dieciséis años todo lo más, y, sin embargo, tiene veintiuno. Entre la fotografía y el vidrio que la protege, está el mechón de cabellos que yo mismo le corté la noche que precedió a su partida: unos cabellos largos y lisos, de un rojo de oro tan intenso que suscita el asombro... otras cosas asombraban en él; por ejemplo, aquel gesto con que manifestaba la sorpresa, juntando las yemas del pulgar y del índice y dejando oír un silbido. Era americano de origen noruego, y había venido a Europa a estudiar pintura; lo conocí en el restaurante donde yo comía. Estaba solo, y me senté a su mesa. Esto sucedió cuando, escribiéndole a Lorenzo, le hablaba de haber recobrado la calma, y de Moisés que se encierra en las nubes del Sinaí en tanto que su pueblo le espera. No puedo releer hoy estas cartas sin sentirme herido como por una bofetada: Pablo adquiere el sentido de una apostasía, o (si se quiere) de una traición en detrimento del pacto que yo había hecho con el tiempo.

"Cuando me senté a su mesa, el Becerro de Oro se estaba esforzando en coger los spaghetti de su plato y llevarlos a su boca. Me miró, y al mirarme se quedó inmóvil, con el tenedor en el aire. Yo también le miré, y después nos concentramos cada cual en nuestro plato. Transcurrieron así unos minutos. Después, me pidió en inglés que le alcanzara la sal. Yo se la di, y él me dio las gracias. Le contesté: "No hay de qué", y volvieron a transcurrir unos minutos. Mientras cortaba la carne, me miró de nuevo, con el tenedor en el aire; y yo hice lo mismo, pero sentí que me ruborizaba.

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Entonces me preguntó si yo hablaba inglés. " Un poco, le contesté; y él me preguntó al punto si había leído a Juan Cocteau. Esta pregunta me desarmó, y le declaré que no sólo había leído sus libros, sino que le conocía personalmente. Debió pensar, sin duda, que me burlaba de él. Sin embargo, me confió amablemente que le gustaba mucho el ballet. Mientras tanto, habíamos llegado al final de la comida y yo le ofrecí un cigarrillo. Nos fuimos juntos a un café, y quedamos después citados para la noche: él llegó a mi casa a eso de las diez, y permaneció ocho días. Pero en la pasión que durante esos ocho días nos abrasó, yo sentía algo fatal, y tal vez Pablo los sintió también."

Al llegar aquí, Fabrizio Lupo se interrumpió, y se quedó mirándome. "Dime lo que crees que debes decirme, por favor."

Que él hubiera comprendido, no me sorprendió. De "Pero si has comprendido -le hice observar-, es inútil que yo te expliqué nada."

Hizo un gesto con las manos. "Hay algo terrible, siempre lo he sentido, pero quizá precisamente a causa de eso fué por lo que pude amar a Pablo como le amé. Estuvimos tres días sin salir de mi taller, como no fuera para bajar a comprar algo de comer. Durante tres días no hicimos otra cosa que llorar y amarnos; si nos separábamos, era porque Pablo sentía la necesidad de rezar. Se arrodillaba y juntaba las manos, con la cara vuelta hacia arriba y los ojos cerrados, y rezaba largo rato, en inglés. Sus ojos estaban encerrados, pero las lágrimas corrían a lo largo de sus mejillas blancas con pecas. Decía sobre todo estas palabras: "Señor, perdóname, comprende que no es mi culpa, ya que Tú me marcaste que así." Me hablaba de su padre y lloraba; me hablaba de su adolescencia solitaria, cuando sus compañeros de clase y le llamaban con un nombre de niña. Era egoísta, tierno, preocupado de sí mismo y de su porvenir, lleno de fé en el advenimiento de un mundo mejor; y sin embargo, aterrorizado por la crueldad siega de éste. Tenía unos gestos extáticos, largos silencios de estupefacción, carcajadas y abandonos. Había visitado Europa de arriba abajo, con una mochila a la espalda y su candor impenetrable. En la mochila, envuelta en papel fino, llevaba la Biblia que su padre le había dado el día en que partió. Educado en América, típicamente americano, increíblemente americano y protestante por su fe en la sociedad de los hombres, Pablo conservaba hacia el hombre, hace el individuo, ese amor sensible y ese respeto que sus antepasados europeos debían de haberle transmitido. Desparramó sus efectos en

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mi habitación y me llamó "hermanito". Permaneció ocho días, y yo no cesaba de admirarme de cómo, en su amor, podía yo encontrar una   presencia de Lorenzo. Una presencia, sin embargo, tal que provocaba mi llanto. He aquí las cartas que escribí a Lorenzo. Renunció ( he renunciado a ello desde hace mucho tiempo) a juzgarme."

Lunes, al amanecer.

Querido Lorenzo,
comienza otra semana: buenos días: sé dichoso para mí. Podría suceder que a fines de esta semana recibas una visita. Se llama Pablo Robertson. Cuando le verás, comprenderás que me ha sido enviado para ayudarme en la espera. Quisiera que lo recibieras como a un hermano. Tienes razón: es preciso tratar de no dejarse vencer por la psicosis de los propios sentimientos. No es lo que se ha hecho lo que tiene importancia, sino cómo se ha hecho. En otros términos: el ordenó el desorden moral dependen sobre todo de la actitud que asumimos. Del tono. Te escribiré más despacio. Ayer dí un paseo con Pablo, y hablamos de ti. Trabajo poco, pero pienso casi sin cesar en mi Moisés.

Por la tarde.

Querido Lorenzo, acabo de recibir tu carta hace un momento. ¿Podría pedirte que adelantadas un poco la fecha de tu venida? Pablo se irá dentro de algunos días, y volveré a estar solo. Es horrible, por la noche, subir la escalera y entrar en mi casa sabiendo que nadie me espera en ella. Mientras escribo, siento que Pablo me mira fijamente, desde el diván en el que se ha tendido. Tiene ojos de gato, ya verás: sin embargo, no es más que un chiquillo, y tiene miedo... ¿Qué me sucede? Al mirarle, comprendo el mundo de Whitman de que me hablabas.

When he whom I love travels whith me or sits a long while holding me by the hand,

When the subtle air, the impalpable, the sense that words and reasons hold not, surround us and pervade us,

Then I am charged with untold and untellable wisdom, I am silent, I requiere nothing further...

Así, Lorenzo, permanece junto a mi. Si te abandono ( pero ¿acaso te abandono?), no es por mucho tiempo. Refiriéndote al Moisés, me dices " que sea violento, musculoso, a lo Whitman".

 

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Será así porque así es como lo he concebido; pero creo que el pueblo que le rodea no será absolutamente fiel Será un pueblo que, no habiendo sabido llegar hasta el fin de la espera, se ha elevado un becerro de oro y lo ha adorado.

El problema es éste: ¿ puede ser justificado ese pueblo?

¡Mi taller se ha convertido en un verdadero campamento! Tazas sucias por el suelo, ropa interior acá y allá, frutas, dibujos, la cafetera... Es mucho peor que en tu habitación, Lorenzo. A las mañanas, al despertar, me digo con energía que hay que poner un poco de orden; después dejo que las cosas sigan como están. ¡Ven pronto, te lo suplico! Hará un tiempo muy hermoso, el más suave del mundo; estaremos locos de alegría por tener un tiempo tan bueno, y no habrá isla más bella que la nuestra. Te recomiendo mi hermano americano. Lorenzo, ocúparte de él, en París; no estará ahí más que un día. Y hablad de mí; no quiero quedar excluido; ¡ me moriría, si fuera excluido! Te amo.

 

14 de julio.

Pablo se ha marchado: ¡tú adivinas que Pablo se ha marchado! Los últimos días, tosía, y yo tenía que levantarme por la noche para calentar su leche, u obligarle que tomara el limón sobre el cual había extendido previamente la miel que me trajo Mario... Pablo me daba las gracias con sus grandes ojos claros y graves, con el gesto de un perrillo que pareciese decir: "Haz lo que quieras; tengo confianza en ti." Luego se debía a la leche tibia y se pasaba la lengua por los labios secos. Desde que se ha marchado, no hago sino oír su tos y su respiración fatigosa ( tuvo también un poco de fiebre). Pero espera, Lorenzo: todavía no ha terminado mi historia. Pablo y yo no hacíamos más que hablar de ti; al principio le inspiraste curiosidad y después afecto: quería conocerte, quería ( me decía con frecuencia) conocerte para quererte como a un hermano. Because you love him, me decía ( un chiquillo de cabellos dorados inquietantes, con pecas, de ojos tristes). Así, pues, la víspera de su marcha, le di tu dirección y tu número de teléfono; y el se regocijaba al pensar en llamarte y pasar unas horas contigo. Llega el momento de la marcha. Pablo toma su mochila, y echa a andar hacia la estación, con su balanceo. Yo le acompaño. Son las diez de la noche, y la estación está llena de gente. Pablo encuentra un asiento en un compartimento de tercera clase, en medio un grupo de boy-scouts que nos miran. Me coge

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las manos, parece tranquilo, no dice nada, el tiempo pasa. Después se oye el altavoz: " el tren sale dentro de tres minutos, dentro de dos..." Entonces, Lorenzo, siento que algo se rompe en mi interior; soy incapaz de contenerme, me separó de Pablo y le ordeno con una voz que ni yo mismo reconozco ya: "¡Dame tu carnet, pronto!" Quizá ha comprendido, pues le veo palidecer ( se pone azul, como rodeado de una aureola...); sin decir una palabra me tiende su gruesa cartera de cuero, en la que registro con mano temblorosa; sacó de ella el pequeño carnet en el que anota sus direcciones, lo ojeo, obsesionado por el altavoz; " dentro de un minuto, dentro..." Encuentro al fin que dirección, y la tacho con mi estilográfica tan violentamente que la hoja se rasga; él se limita a mirarme, toma el carnet que le devuelvo, y sigue mirándome fijamente, inmóvil, sin rencor. Bajo del vagón: él se lanza tras de mí, como obedeciendo a un impulso repentino, e indiferente a la multitud me coge la cara con fuerza entre sus dos manos abiertas, y me besa. Apenas ha tenido tiempo de separarse de mi y de subir de nuevo, cuando el tren arranca. Yo veo (sencilla, clara) su sonrisa.

He aquí, Lorenzo, mi historia. No tengo ni el derecho ni el deseo de hacer preguntas. Estoy triste, mortalmente cansado y triste; hay algo en mí que no puede ya gritar. Algo, en mí, suele gritar demasiado fuerte ( según me dicen), y yo siento ahora la necesidad de tal grito. ¡Ah, Lorenzo! No podía imaginaros sin mí, ¿ comprendes? No podía veros juntos en París.

Pero es todavía demasiado pronto para que yo pueda comprender. Hay algo que se me escapa: esa posibilidad de amaros (¿ de la misma manera? No, no creo; pero ¿ entonces...?) A los dos. El haber sentido en él una imagen de ti...; tal vez sea éste idolatría, no lo sé.

En esta espera de verte, a ti qué me protege las contra mí mismo - contra los ídolos-, trató ahora de dejarme vivir, lo mejor que puedo .

 

Marina di Carrara, 16 de julio.

¡No he podido resistir! Aquí me siento más tranquilo. El ruido de su tos me perseguía demasiado. Ya te dije, en París, que había escrito un libro. Lo escribí después de haber entrevisto, en la calle, a un mancebo. Pero ¿ era en efecto un mancebo, o era un ángel? Me hago esta pregunta sin la menor retórica. Creo que sueño de-

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masiado. Creo que hay siempre en mi, en torno mío, un grito de más. Estos días he releído las páginas de ese libro... ¿No es curioso que me haya sentido impulsado a escribirlo? Releyendo sus páginas, me asombro del cambio que se ha operado en mi desde la época en que las escribía. En aquel tiempo, una imagen - una máscara - bastaba para contener mi sed. Hoy, te necesito a ti, que estás vivo, que respiras, que existes. Que eres capaz, tú también, de toser.

Aquí me baño dos veces al día y me dejo vivir al sol.

 

18 de julio.

Te escribo sin tener nada de particular que decirte ( a no ser que te amo y que te espero). He vuelto Florencia hace casi una hora, pero no he encontrado tus cartas. Me digo que esto no tiene importancia y que dentro de unos días estarás aquí. Necesito, como nunca, tenerte a mi lado ahora que a los temores antiguos se añaden los de mis traiciones. Trata de comprenderme, y ven pronto. Hoy tenemos mucho sol, aunque el viento aúlla de una manera horrible. La ciudad yace bajo el sol y las calles están vacías. Pienso que todo esto me parecería de una gran belleza, si tuviera a mi lado alguien con quien comentarlo... Hoy, más que ayer, siento la necesidad de compartirlo todo. Los acontecimientos políticos son graves; aquí se habla de guerra; también por esto espero con ansiedad el momento de tu llegada. No aprendas demasiado el italiano: quisiera ser el único que te comprendiera aquí.

(Y quisiera poder entrar en una iglesia y hablar a un sacerdote con la certeza de ser comprendido. Pero desde que un sacerdote me rechazó a causa del testimonio que di de ti - a causa de no haber querido negarte -, no puedo dirigirme sino a Dios. Esto es difícil, está lleno de peligros, es duro.)

 

20 de julio.

Sólo puedo decirte que te espero, no tardes. "El Mesías no vendrá sino cuando ya no sea necesario, no vendrá sino un día después de su llegada, no vendrá el último día, sino al final de todo."

Haz de modo que estas palabras de Kafka, el último profeta del Viejo Testamento, no se vuelvan contra nosotros. Estoy hecho de carne, creó en la vida, en el amor, creo en ti y y en mí, creo en una pureza posible, nuestra pureza, y espero.


Notas:

[1] Que mi amor, a semejanza del bello Fénix, si muere de noche, el alba le ve renacer.

[2] Estas líneas fueron añadidas después en francés a la carta precedente, que es evidente que Fabrizio Lupo no expidió el mismo día.

[3] Dirigida (contra la costumbre) al domicilio de Lorenzo, lo cual explica su tono más reservado.


 

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