Marco
metodológico
I.- Introducción
II.- Sobre el modelo
de ciudadanía y de formación
III. Sobre la
integración de un programa de educación en valores
éticos en el currículo
IV. Final (recomendaciones)
Primera:
Las acciones pedagógicas orientadas a la promoción
de los valores éticos y del desarrollo moral no pueden
circunscribirse al ámbito de la educación formal
ni limitarse al de las instituciones educativas
Segunda: Sobre el
reconocimiento del rol y de la función del profesorado
Tercera:
Sobre la necesidad de la formación y conservación
de equipos estables de profesorado
Cuarta: Sobre las
posibilidades y límites de la función de la supervisión
educativa
Quinta: Sobre la formación
inicial y permanente del profesorado
Sexta: Sobre la promoción
y adecuación de las propuestas pedagógicas al
contexto socio-cultural-económic
Séptima:
Sobre la promoción de la identidad y el sentido de comunidad
en el diálogo intercultural de carácter universal
que nos caracteriza
Marco
metodológico
Educación y valores éticos para la democracia
Documento de consulta presentado a la VII Conferencia Iberoamericana
de Educación y que fue utilizado como base para la elaboración
de la «Declaración de Mérida»*
(*) El presente documento de trabajo fue elaborado por Luis
Castro Leiva (Ph. D. Cantab), director de la Unidad de Historia
de las Ideas del Instituto Nacional de Estudios Avanzados (IDEA)
de Venezuela y por Miquel Martínez, catedrático
de Teoría de la Educación de la Universidad de
Barcelona, incorporando al mismo las reflexiones de los Viceministros
de Educación reunidos en Montevideo, Uruguay, durante
los días 21 y 22 de julio de 1997.
Propuesta
pedagógica sobre la educación en valores éticos
y para la democracia
I.
Introducción
1.
La transformación sociocultural que vivimos los ciudadanos
de los países iberoamericanos, unidos por condiciones
culturales y con diferentes condiciones sociales y geopolíticas,
no sólo es debida a nuestras acciones individuales sino
también es debida a las circunstancias que envuelven
nuestros momentos de desarrollo, de progreso y en ocasiones
de creatividad, las cuales, influidas por nosotros, alteran
lo que podría entenderse como el desarrollo natural o
el determinismo histórico de nuestras sociedades y culturas.
Por todo lo anterior, las acciones pedagógicas que a
través de los agentes educativos puedan diseñarse
en los diferentes escenarios formales, no formales e informales
de educación, poseen un potencial de desarrollo y progreso
en el capital humano de nuestras sociedades capaz de orientar
y de modificar, si es necesario, el rumbo que nuestra historia
nos presenta como más probable.
2.
En este contexto en el que la educación cobra un papel
destacado, es urgente centrar la atención y priorizar
adecuadamente aquellos objetivos que desde una perspectiva estratégica
y no sólo táctica, nos conviene potenciar para
lograr un cambio social que comporte la implicación ciudadana
personal y que contribuya al progreso tanto individual como
colectivo.
Estamos
apelando a un conjunto de acciones que no pueden descansar exclusivamente
en la acción de las administraciones públicas
y de los Estados, sino que deben estimular y promover de forma
decidida la acción conjunta de los grupos sociales y
de las instituciones de carácter pedagógico, social
y de la comunicación, con la intención de generar
sinergias que no sólo contribuyan a un mejor aprovechamiento
de recursos de todo tipo sino también a la cooperación
desde diferentes perspectivas en la búsqueda de niveles
progresivos de consenso sobre aquellos mínimos que han
de permitir construir, de forma cooperativa y pacífica,
comunidades plurales que procuren profundizar no sólo
en su identidad sino también, y especialmente, en las
posibilidades de diálogo y búsqueda de niveles
progresivos de justicia, confianza activa y solidaridad a nivel
global.
3.
Las acciones pedagógicas que creemos deben propiciarse
en el marco de nuestras preocupaciones éticas y de educación
en valores en sociedades plurales y democráticas, o en
sociedades que están conformándose como tales
a partir de sus propias tensiones, podrían sintetizarse
en la promoción de acciones de carácter local
y regional orientadas y guiadas por estilos de pensamiento de
carácter global y universal. Algunos ejemplos de este
tipo de acciones pueden identificarse en ámbitos como
el de conservación del medio, el equilibrio en la distribución
de la riqueza, el respeto a los derechos de la infancia y humanos
en general, la no discriminación y la participación
no sólo formal sino activa en la toma de decisiones de
carácter colectivo, procurando para ello la promoción
de formas de pensar y regular nuestras acciones basadas en el
compromiso interpersonal y en la responsabilidad.
4.
Y es precisamente en este sentido en el que reclamamos una atención
especial tanto en el ámbito de la investigación
pedagógica como en el del ejercicio del profesorado sobre
aquellas dimensiones relacionadas con los sentimientos y no
sólo con la razón; con la voluntad y el cultivo
del esfuerzo y no sólo con la autoestima a través
del suministro de reforzadores positivos. En definitiva, nos
interesa que la educación posibilite vivencias personales,
emocionales, afectivas, volitivas y no sólo cognitivas,
de la necesidad y excelencia de estar en condiciones de aceptar
la contrariedad como vía o camino para respetar y aceptar
como valiosa la diferencia y, por ende, entender que lo plural
no es sólo una característica de nuestra sociedad
sino algo bueno y valioso, que en sí mismo tiene potencia
pedagógica en modelos educativos que procuren el progreso
en los niveles de solidaridad, justicia y convivencia, respetuosa
con la autonomía y a través del diálogo,
en sociedades como las nuestras.
II.
Sobre el modelo de ciudadanía y de formación
5.
Los cambios que el desarrollo científico y tecnológico
producen en los contextos humanos exigen de todos nosotros más
capacidad de decisión y de opción que en tiempos
pasados. Lo que podemos hacer gracias a tales desarrollos supera
en mucho las posibilidades reales de hacer que la vida de una
persona puede protagonizar, teniendo en cuenta que somos limitados
y que, como mínimo, hasta hoy no podemos disponer de
tiempo virtual. Las posibilidades de consumo informativo, de
acceso a realidades lejanas en el espacio y de jugar, en definitiva,
con la información, son prácticamente ilimitadas
y exigen elección por parte de cada uno de nosotros y
el establecimiento de un orden de prioridades en función
de nuestros intereses. Tal orden de prioridades va conformando
nuestra forma de estar en el mundo, nuestro proyecto personal
y nuestra forma y grado de participación y de implicación
en proyectos colectivos. El nivel de alfabetización funcional
que exigen las sociedades desarrolladas es superior al de los
modelos de sociedad anteriores, y el poder conformador de las
mismas puede anular con mayor facilidad la singularidad que
caracteriza de forma radical a la persona y que debemos ser
capaces de mantener. Estos cambios, y en especial los relacionados
con las comunicaciones, la ingeniería genética,
la reproducción humana asistida, el desarrollo en el
ámbito de la química, la industria farmacéutica
y la alimentaria, entre otros, junto al cada vez más
ágil y fácil acceso a un conjunto cada vez mayor
de información, han sido caracterizados como cambios
revolucionarios por numerosos autores, e incluso como mutaciones
históricas por algunos.
Tales mutaciones plantean de forma clara el dilema entre lo
que podemos hacer teóricamente y lo que realmente podemos
hacer. Las limitaciones e insuficiencias humanas se presentan,
pues, como una constante ante la que quizás deberíamos
ser más sensibles y que debería guiar, en parte,
los procesos formativos de las generaciones más jóvenes
y de la infancia en especial. Hemos de plantearnos como objetivo
educar en la insuficiencia y en la limitación, porque
ésta caracteriza a la persona por mucho que nuestra sociedad
de consumo e hiperdesarrollada exhiba modelos sociales y estilos
de vida ajenos o contrarios a la evidencia de tales insuficiencias.
6.
Los Estados iberoamericanos y las naciones y comunidades que
los conforman avanzan con ritmos diferentes hacia modelos socioculturales
que están caracterizados por algunos de los indicadores
antes mencionados. Pero lo que es seguro es que cuando las generaciones
más jóvenes y las futuras se incorporen a la ciudadanía
de pleno derecho, estos indicadores estarán presentes
en la práctica totalidad de nuestras sociedades.
Sólo
un eficaz entrenamiento en aquellas habilidades personales y
actitudes que hagan comprender que no todo es posible y que
estamos limitados, que no todo puede ser abarcado a pesar de
su posible interés, y que la transformación de
información en conocimiento exige un tiempo real y una
actitud de sosiego y reflexión, permitirá que
un medio tan rico, por su variedad y pluralidad, como el actual
medio social, informativo y cultural, sea realmente un catalizador
positivo en la construcción de nuestras personalidades
y en las de aquellos que están en procesos más
iniciales de formación, como la infancia y la adolescencia.
Pero además, no sólo esto es necesario para un
desarrollo integral y equilibrado de nuestra personalidad, sino
que, si además pretendemos colaborar en la construcción
de personalidades morales, debemos facilitar las condiciones
para aprender a discernir, de entre todo lo que puede hacerse
realmente, aquello que no debe hacerse moralmente de lo que
sí es posible. Y, por último, debemos ser capaces
de facilitar las condiciones para que sea posible aprender a
conciliar lo que podemos con lo que debemos hacer.
7.
El informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre
la educación para el siglo XXI, que, con el título
«La educación encierra un tesoro» ha sido
objeto de publicación en numerosas lenguas y lugares
del mundo, afirma que la educación, a lo largo de la
vida, se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender
a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Evidentemente,
nuestra propuesta encaja especialmente con el cuarto pilar,
pero precisa de los otros tres para entenderse completamente.
No es posible abordar un programa de educación en valores
éticos sólo a través de la preocupación
por el desarrollo singular de la personalidad y de las capacidades
de autonomía, juicio y responsabilidad. Es necesario
integrar tales objetivos y preocupaciones en un marco más
amplio, el de la formación de personas capaces de comprender
al otro, de respetar el pluralismo, la comprensión mutua
y la paz, y, además, formadas en niveles de excelencia
en el conocer y el hacer. Hemos de ser capaces de deshacer el
modelo social basado en la categorización dicotómica
de personas «buenas» y personas «hábiles».
Hemos de conseguir que los más hábiles en el conocer
y en el hacer lo sean también en vivir juntos y en ser
personas, y que los más capaces en el desarrollo de la
comprensión del otro, en el respeto al pluralismo y la
comprensión internacional y en el ejercicio de la responsabilidad,
sean hábiles en el conocer y en el hacer.
8.
Estamos en un mundo de confusión y de incertidumbre que
hace más necesario que nunca proponer que las personas
debemos procurar no sólo ser autores sino dueños
de nuestro propio destino. En esta línea de análisis
se ha acuñado el término «incertidumbre
fabricada» para agrupar de forma genérica aquellas
incertidumbres derivadas de los riesgos que hemos generado como
resultado de la intervención humana en las condiciones
de la vida social y de la naturaleza.
Se
han destacado tres formas del malestar de la modernidad: exceso
de individualismo, primacía de la racionalidad instrumental,
excesiva atribución al papel tutelar y al poder y función
del Estado. Estas tres formas de malestar presentes en especial
en las sociedades más desarrolladas, vienen acompañadas
de otros factores o efectos que la maduración de las
instituciones modernas y algunos de los acontecimientos que
han transformado a la sociedad y la naturaleza en esta segunda
mitad del siglo han provocado en nuestros contextos más
próximos, y que hacen que nuestras vidas estén
acompañadas por riesgos e incluso peligros de índole
diferente.
Sin
embargo y a pesar de lo anterior, no sería adecuado formular
conclusiones que perfilen un mundo futuro peor que el pasado;
en cambio, si podemos afirmar que estamos en un mundo diferente
en el que no todo lo que hasta ahora era válido permanecerá
como tal, y en el que tendremos que preocuparnos de crear formas
de resolver los problemas y, en especial, de prevenirlos, más
adecuadas a las nuevas incertidumbres que a los viejos males.
Probablemente, el incremento del conocimiento humano no será
suficiente para regular y controlar nuestras intervenciones.
Probablemente, tal y como ya hemos mencionado, la formación
de la persona y los objetivos de la educación no deberán
sólo orientarse al aprendizaje de conocimientos y al
desarrollo de procedimientos que nos permiten saber más
y aprender mejor a aprender. Sin duda, ante los nuevos problemas
deberemos ser capaces de responder con nuevas actitudes, propiciando
y construyendo nuevas matrices de valores y orientando nuestros
comportamientos individuales y colectivos de acuerdo con normas
que garanticen más éxito que el que hemos mostrado
en resolver los viejos males y que, además, no sean causa
de otros nuevos.
9.
Tres series de hechos que afectan especialmente a los países
desarrollados y que producen impacto a nivel mundial pueden
considerarse como los tres vectores del nuevo espacio en el
que moverse. Estos tres vectores son: universalización,
tradición e incertidumbre.
Nos
encontramos, cada vez más, en un mundo presidido por
un tipo de universalización que no podemos reducir a
sus términos estrictamente económicos, sino que
debemos considerar en su acepción más amplia.
Una acepción que permite entender la universalización
en relación con la transformación del espacio
y del tiempo surgida del desarrollo de las tecnologías
y de las comunicaciones. La universalización así
entendida está transformando los contextos personales
y grupales, de experiencia y de vida, social y culturalmente.
No es un proceso único ni siempre coherente. Genera conflictos
y posiciones encontradas como, por ejemplo, podemos constatar
en el debate abierto entre posiciones que enfatizan la comunidad
y que revalorizan los nacionalismos, en oposición o incluso
como reacción a la fuerza de las influencias universalizadoras.
La homogeneización en las costumbres, en los estilos
de vida y en el consumo, claros indicadores de las influencias
universalizadoras, son a la vez promotores del valor de lo singular,
de la diferencia y de la importancia de su conservación.
Pero en todo caso, los hechos relacionados con la universalización
así entendida caracterizan nuestro mundo e incluso son
cofactores de la promoción de las identidades más
locales, y generan un nuevo escenario social y cultural en el
que enmarcar lo comunitario y lo universal.
Es así que la tradición adquiere un nuevo sentido,
cambia de categoría y permite que concibamos la aparición
de un nuevo orden social postradicional. En este nuevo orden
las tradiciones deben someterse a preguntas, cuestionarse y
ser explicadas.
Ante
esta situación es fácil que surjan actitudes en
defensa de la tradición en sus términos clásicos,
que no sólo no aceptan someter la tradición a
justificación y argumentación, sino que entienden
que la pureza de doctrina y la posesión de la verdad
son condiciones de supervivencia de la tradición. Esta
defensa de la tradición al modo tradicional es la base
de los fundamentalismos y la negación del diálogo.
Esta defensa de la tradición al modo tradicional está
presente en un mundo caracterizado por la universalización
y supone, al rechazar el diálogo y la posibilidad de
un modelo de verdad vinculado al mismo, el surgimiento de actitudes
y de comportamientos potencialmente violentos.
Este
cambio en las formas de la tradición, que no hacen que
desaparezcan sino que deban someterse a debate y justificación,
va acompañado en este nuevo orden social de un cambio
en la naturaleza que hace que ésta pierda su sentido
original al no poder concebirla si no es en función de
la actividad humana, y, por lo tanto, no de forma natural.
10.
Como consecuencia, nuestras vidas están cada vez más
en función de nuestras decisiones que de nuestro conocimiento.
El grado de incertidumbre que nos rodea no es fruto de nuestro
escaso conocimiento, sino de un proceso de fabricación
al que nos ha conducido el desarrollo en la sociedad moderna.
Es esta incertidumbre fabricada la que nos obliga pedagógicamente
a preocuparnos no sólo por formar personas autoras de
sus vidas, sino dueñas de las mismas.
Lógicamente,
un mundo en el que las personas debemos involucrarnos gobernando
nuestras decisiones para poder crecer y vivir de forma protagonista,
reclama una mayor capacidad de reflexión. El grado de
incertidumbre que nos rodea exige una capacidad de reflexión
no sólo individual sino compartida y extendida socialmente.
Pero la expansión de la capacidad de reflexión
social, que es una característica notable de las sociedades
desarrolladas y modernas, puede producir nuevas estratificaciones
sociales si no prestamos la atención pedagógica
precisa en todos y cada uno de los casos. Sobre todo en aquellas
sociedades en las que la distribución de la riqueza y
de los recursos no es equitativa.
Una
sociedad con un nivel de reflexividad elevada puede conducir
a una mayor autonomía de acción, y, por ello,
la capacidad de reflexión social no sólo debe
entenderse como una característica de las sociedades
contemporáneas, sino como un estímulo para la
construcción de personas autónomas y para el lógico
y conveniente aprovechamiento social de tal autonomía.
Es necesario más que nunca insistir en el aprendizaje
individual de conocimientos, habilidades y destrezas que permitan
a cada persona alcanzar el máximo nivel de excelencia
que sus disposiciones personales le permitan, y aprovechar el
clima social de reflexión generado por el desarrollo
contemporáneo para optimizar las potencialidades individuales.
El aprendizaje cooperativo entre iguales adquiere en sociedades
cada vez más desarrolladas tecnológica e informativamente,
mayor vigencia para el óptimo enfoque de propuestas pedagógicas.
11.
Universalización, tradición e incertidumbre son,
pues, vectores que favorecen un análisis pedagógico
de clara dimensión sociocultural y política, en
el que es necesario enmarcar la educación en valores
éticos. Aceptar la necesidad de una pedagogía
que procure la excelencia en el desarrollo de las capacidades
reflexivas de la persona no debe suponer, en modo alguno, reducir
a tal objetivo nuestra propuesta de construcción de personas
capaces de regular y tomar decisiones de carácter moral.
La educación debe afectar también a otras dimensiones
de la persona. Entendemos que las circunstancias acaecidas y
los hechos que conforman nuestro mundo contemporáneo
recomiendan que reflexionemos sobre la urgencia de plantearnos
que no es posible educar sin educar en valores éticos.
12.
Se puede afirmar que estamos en un momento crítico de
acontecimientos y también de toma de decisiones que afectan,
sin duda y de forma especial, a los países iberoamericanos,
y que lo hacen no sólo desde un punto de vista económico,
sino también desde un punto de vista político
y de inversión en educación y en promoción
de la cultura en general. Ambas dimensiones siempre han estado
interrelacionadas, pero quizás hoy mejor que ayer podemos
afirmar que la inversión en «capital humano»
es fundamental. Tal capital es muy especial y su acumulación
precisa tiempo y constancia en la voluntad política de
los responsables de los gobiernos. La inversión en capital
humano permite crecer a las personas y la educación es
una de sus fuentes más notables. Pero, además,
el «capital humano» puede entenderse como una externalidad
positiva. El incremento de formación y de educación
no sólo beneficia a las personas a las que se incorpora
como tal capital. También tiene una dimensión
externa, de externalidad positiva, que consiste en que sus efectos
positivos alcanzan y afectan a más personas de las que
directamente se benefician de tal formación.
La
inversión en capital humano y, en especial, en la educación
como fuente para su incremento, no sólo es positiva para
el uso y disfrute de «los mejores», sino que presenta
externalidades que benefician al conjunto de las instituciones,
empresas y núcleos de convivencia y trabajo en los que
participan, y, por ello, al conjunto de la sociedad. Sobre todo
si esta presenta un alto grado de integración social
o evidencia acciones que la procuran de forma equitativa.
Si
a tal formación e incorporación de capital humano
añadimos componentes relativos a la formación
en valores éticos, los futuros ciudadanos y ciudadanas
no sólo se beneficiarán a título individual
de los conocimientos y habilidades que tal formación
comporte, sino que difundirán tales efectos en sus medios
habituales de vida y generarán, a través de su
incorporación al mundo laboral y sociopolítico,
modelos susceptibles de aprendizaje social que, en la medida
que se ajusten a los valores éticos que estimamos como
deseables, pueden ser fuentes de imitación e interiorización
óptimas para aquellas personas que conviven con ellos
y ellas.
13.
Entendemos que es posible educar en valores éticos en
sociedades abiertas y plurales, y que es posible establecer
pautas y orientaciones para el trabajo que en la escuela pueda
desarrollarse al respecto. Sería fácil coincidir
en que gran parte de las decisiones que tomamos a lo largo de
nuestra vida no se basan en argumentos estrictamente racionales.
Decidimos y actuamos a lo largo de nuestra vida basándonos
en criterios de carácter afectivo, volitivo, y, en no
pocas ocasiones, guiados por el conocimiento que elaboramos
a partir de la experiencia vivida e incluso a través
de la intuición.
Si
esto es así, no podemos defender un modelo de educación
en valores excesivamente racional. Los profesionales de la educación
han de ser capaces de integrar, junto con los necesarios conocimientos
filosóficos y derivados del pensamiento y de la historia
de la ética, aquellos otros conocimientos, actitudes
y procedimientos que nos permitan abordar este ámbito
de la educación en toda su complejidad, y bajo una perspectiva
integral que no infravalore el trabajo y la atención
sobre alguna de las dimensiones basales de la persona.
En
este sentido, el modelo que presenta el profesorado en sus relaciones
interpersonales con sus iguales y en relación con los
educandos es clave. Es clave y no tan sólo su modelo
singular, individual y personal, sino también el que
preside el conjunto de interrelaciones, y, en definitiva, el
clima o la atmósfera moral de la institución.
Nos referimos no sólo al clima moral de la institución
en su globalidad, sino también al clima que se percibe
en cada espacio vital de la misma, desde el grupo de iguales
en situaciones espontáneas o regladas dentro de las aulas,
hasta el espacio de convivencia por ciclos, etapas o tramos
del sistema educativo.
Plantearse
como objetivo la educación en valores supone un cambio
sustancial en la función del profesorado y un cambio
en la forma de abordar los problemas en el aula, los procesos
de aprendizaje, los objetivos de enseñanza y la regulación
de las relaciones interpersonales e intergrupales en los escenarios
educativos formales, no formales e informales de la escuela.
Ahora
bien, este cambio no debe de ser para todos; desde hace años
muchos profesores y profesoras en sus aulas, con frecuencia
de manera anónima y a menudo con el excelente pero nada
público reconocimiento de sus alumnos, han practicado
y practican, quizás en sin saberlo ocasiones, un estilo
docente y pedagógico conforme con los objetivos que proponemos.
Es importante que los gobiernos reconozcan este esfuerzo y que
con sus gestos y conductas contribuyan, junto a las organizaciones
de padres y madres de familia y a las del profesorado, a generar
un clima moral estimulante y coherente con lo hasta aquí
formulado.
14.
Es así que un currículo de educación en
valores éticos adquiere su auténtico sentido en
la doble transversalidad de sus contenidos. Por una parte, es
transversal porque afecta al conjunto de las áreas curriculares,
y, por otra, es transversal porque afecta a los tres tipos de
contenidos de aprendizaje: los que permiten conocer; aprender
a aprender y hacer; y aprender a vivir juntos y a ser. Ésta
es, entre otras, una razón que debe promover en nosotros
una perspectiva holística y sistémica en el modo
a través del cual abordar la integración de la
educación en valores éticos en el currículo
escolar. Y ésta es también una de las causas por
las que tal integración sólo es eficaz y real
cuando promueve, viene acompañada y/o es inducida por
un cambio en la mirada del profesorado al abordar su tarea diaria,
tanto en los ámbitos formales como en los no formales
e informales de la educación escolar. Podríamos
afirmar que la clave, lo más difícil y lo más
necesario es, precisamente, este cambio de mirada.
La
educación en valores éticos no es o no debe ser
sólo una parte de la educación que predisponga
de forma adecuada para resolver conflictos morales reconocidos
y clasificados como tales. Tal tipo de educación debe
ser una forma de abordar el conjunto de la educación
orientada a la construcción de personas competentes,
no sólo en su ejercicio profesional sino en su forma
de ser y de vivir, guiados por criterios de respeto, solidaridad,
justicia y comprensión. Es por ello que debe ser un modo
de educación más que una educación especializada;
una forma contextual de crecer y vivir en la comunidad de aprendizaje
y de convivencia que es la escuela, más que un espacio
de aprendizaje aislado y de simulación del mundo de la
vida adulta; y una forma de construcción personal autónoma
y en el diálogo más que un simple ejercicio de
habilidades para el desarrollo del juicio moral y de la capacidad
de diálogo.
Probablemente
serán necesarios espacios y tiempos escolares para la
simulación de conflictos, la clarificación de
valores, la socialización orientada a la convivencia,
el desarrollo del juicio moral y el aprendizaje de habilidades
dialógicas, pero seguro que no serán suficientes.
Pero,
además, para dar respuesta a la exigencia de elección
y de opción personal y moral que la sociedad actual nos
plantea, serán necesarias otras acciones no tan sencillas
de diseñar y de programar, pensadas para integrarse en
el discurrir de la cotidianidad de la vida escolar y destinadas
a la totalidad de educandos, incluyendo, por supuesto, aquellos
más dotados para el aprendizaje y el futuro éxito
académico y/o profesional.
15.
Se ha afirmado que hemos accedido globalmente a un mayor disfrute
de un sistema de libertades, aunque no siempre compatible con
el ejercicio de las mismas por parte de los demás. También
se han incrementado las desigualdades y no precisamente como
justificación para favorecer a los más desprotegidos
de condiciones para acceder a los bienes sociales. Nuestras
sociedades están desordenadas y no hemos resuelto la
conjunción entre la reducción de las desigualdades
sociales y la defensa de las libertades políticas. Esta
conjunción entre lo político y lo social y económico
no es factible sin un elevado grado de homogeneidad entre los
que participan en la elección del marco de convivencia.
Y ésta es precisamente la característica que no
presentan las sociedades desarrolladas. La heterogeneidad, las
diferencias en las formas de vida, en las concepciones que tenemos
de nosotros mismos y en la manera de entender y estimar como
valioso un determinado orden común, caracterizan nuestro
mundo contemporáneo.
Estas
distintas cosmovisiones o doctrinas comprehensivas dificultan,
obviamente, el contrato social, y requieren ser incorporadas
a la búsqueda del acuerdo, aceptando que, además
de plantearnos como ciudadanos la elección de unos principios
comunes de convivencia, reconocemos y tenemos en consideración
no sólo nuestros intereses particulares sino también
nuestras diferentes motivaciones y creencias, incluso en el
caso de que sea imposible la congruencia entre ellas.Este «pluralismo
razonable» de las diferentes doctrinas precisa ser identificado
y propuesto como punto de partida para construir una teoría
sobre la convivencia justa en sociedades fuertemente plurales
orientada al logro de sociedades realmente pluralistas.
Tal
propuesta pretende que las personas seamos capaces de aparcar
nuestras diferencias especialmente derivadas de las distintas
concepciones del mundo que podamos tener, y de construir una
propuesta que permita la convivencia justa. Tal convivencia
sólo será posible si la persona, como ciudadana,
está en condiciones de desempeñar su capacidad
moral de procurar sus propios intereses y formas de vida buena,
y, a la vez, su capacidad moral de colaborar y cooperar con
los demás. Para ello es necesario que, como mínimo,
las diferentes doctrinas comprehensivas cooperen y coincidan
en construir y mantener tales principios. Y eso, obviamente,
no es en la práctica tan fácil de conseguir como
de formular teóricamente.
16.
Sin un esfuerzo notable en torno a potenciar la tolerancia será
difícil evitar que alguien quiera imponer su verdad o
imponga fines contrarios a la convivencia y a la justicia. Pero
no es suficiente confiar sólo en la transformación
personal de cada uno de los ciudadanos de nuestra sociedad para
alcanzar los niveles de convivencia justa que pretendemos.
Es
necesario insistir en la urgencia pedagógica de incrementar
los niveles de tolerancia y de aceptación de lo diferente,
y en que tales objetivos deben estar presentes en nuestras propuestas
sobre educación en valores éticos. Es necesario
educar en la contrariedad y recuperar el valor pedagógico
del esfuerzo y del cultivo de la voluntad como estrategias para
una educación en la tolerancia y en la solidaridad. Pero
no son suficientes sólo acciones de este tipo. Es necesario,
también, potenciar otras dimensiones de la persona que
favorezcan su implicación en proyectos colectivos y en
la toma de conciencia de su dimensión pública
y política como ciudadanos. Estas dimensiones, más
orientadas a la acción, deben procurar el logro de objetivos
que, además de posibilitar una tolerancia, permitan integrar,
a través de los valores propios de cada comunidad, procesos
que faciliten la implicación ciudadana, la transformación
en las formas de entender la participación política
y la profundización en la democracia.
Si
los poderes democráticos de un país no son capaces
de organizar equitativamente la estructura básica de
la sociedad, y los ciudadanos no participan y se implican éticamente
en las decisiones colectivas procurando que éstas sean
éticas además de formalmente democráticas,
por mucho que nos esforcemos en incrementar los niveles de «razonabilidad»
y tolerancia en el marco de las instituciones educativas no
alcanzaremos el objetivo que perseguimos.
III.
Sobre la integración de un programa de educación
en valores éticos en el currículo
17.
Una propuesta sobre la integración de un programa de
educación en valores éticos que pretenda ser dinámica
y significativa, precisa tomar como referente la propia vida
escolar y apostar para que su introducción en la institución
educativa, en la escuela, sea una introducción global
y envolvente. Un programa de educación en valores éticos
debe integrarse en el currículo como algo vivo que impregna
el conjunto de la vida escolar y que afecta, por tanto, a la
vida en general. No puede entenderse como una parcela del saber
ni tampoco sólo como el conjunto de contenidos de aprendizaje
que identificamos como actitudes, valores y normas. La educación
que genera debe ser entendida desde la perspectiva co-constructivista
en la que nos situamos, como la propiciada por un conjunto de
situaciones naturales y escenarios escolares que, asistidos
por la experiencia y «el saber hacer» de unos profesionales,
el profesorado, permiten que los que se están educando
construyan su personalidad moral en interacción con sus
iguales, con el profesorado y con el contexto sociocultural
propio de la institución y de la sociedad a la que pertenece.
Nuestra
propuesta no sólo pretende afectar al currículo
en su acepción más estricta e identificable con
el proyecto curricular y con los diferentes niveles de concreción
del diseño curricular, sino al proyecto educativo de
centro.
Creemos
que es precisamente en la medida en que se integra y articula
una serie de acciones de debate y reflexión entre el
profesorado de un centro y entre ellos y el resto de la comunidad
educativa, en la medida en que es posible crear el clima propicio
para elaborar un proyecto educativo que sea propio, no mimético
ni normativista y susceptible de ser considerado como referente,
en especial, en el ámbito de los valores y en el de las
formas de abordar las cuestiones controvertidas y, en concreto,
en la construcción de la personalidad moral de los educandos.
18.
La elaboración del proyecto educativo es, pues, un buen
pretexto para que los equipos de profesorado se pregunten en
torno a ese estado ideal. Permite formular acuerdos sobre los
límites, derechos y deberes del profesorado para el logro
de un clima moral adecuado y orientado al logro del mismo.
En
este sentido podemos distinguir tres fases, que a nuestro entender,
podrían conformar el proceso de formación y el
programa de trabajo que debería protagonizar el equipo
de profesorado de un centro en orden a la integración
de la educación en valores éticos en el currículo.
La primera, sobre el modelo de ciudadanía y de educación
que creemos que es necesario promover en la sociedad actual;
la segunda fase, sobre el estado ideal hacia el que se quiere
orientar el proyecto pedagógico del centro en cuestión,
con especial referencia a las cuestiones ético-morales,
el diagnóstico del estado actual y el establecimiento
de pautas para lograr su optimización; la tercera, sobre
las actitudes del profesorado y la elaboración del código
que regule sus derechos y deberes entre ellos y para con los
alumnos.
La
modalidad de asesoramiento a los equipos de profesorado en los
centros se presenta como la idónea para abordar este
programa en el marco de los planes de capacitación. Por
este motivo, es necesario que los organismos responsables de
tal tipo de formación promuevan cursos de formación
de formadores en educación en valores, que puedan actuar
como asesores de los equipos de profesorado que participen en
la tarea de integrar en el currículo la educación
en valores éticos. Resulta obvio afirmar que la formación
inicial del profesorado de educación infantil, primaria
y secundaria, debería incluir necesariamente los contenidos
precisos para poder incidir de forma eficaz y competente en
tal formación, haciendo cada vez menos necesaria la presencia
de asesores en los futuros equipos de profesorado al integrar
éstos de forma autónoma y cooperativa el programa
que proponemos.
19.
En los programas de formación y de capacitación
del profesorado conviene introducir un debate sobre los modelos
de educación en valores que coexisten en nuestra sociedad,
y, en especial, en la práctica escolar y en los entornos
educativos. Conviene destacar que, al margen de su carácter
sistemático o no, la vida cotidiana de la escuela está
impregnada de valores que van conformando el aprendizaje y la
construcción de la personalidad de los que conviven en
ella, y, en especial, de los educandos. Como mínimo,
en ella podemos identificar dos formas de educar y aprender
valores. Una, que podríamos considerar basada en criterios
externos y en la defensa de unos valores absolutos, y otra basada
en valores derivados de opciones personales, y, por lo tanto,
relativos. Bajo la primera forma encontramos prácticas
que regulan la interacción entre iguales y entre profesorado
y alumnado, gobernadas por influencias asimétricas derivadas
de una determinada concepción de la autoridad y del convencimiento
de que el que la ejerce está en posesión de la
verdad y de que ésta es indiscutible.
Lógicamente,
en este primer grupo de prácticas podremos identificar
la imposición de un determinado sistema de valores no
coincidente con modelos de convivencia plurales que hacen del
pluralismo un valor, y, sí, en cambio, próximo
o coincidente con modelos de educación que enfatizan
las funciones de adoctrinamiento y de dependencia afectiva y
emocional como medios para el logro de comportamientos adaptativos
y la promoción de comportamientos proyectivos que contribuyan
a dotar de mayor cohesión el sistema de valores que inspira
tales prácticas.
Bajo
la segunda forma encontramos prácticas que con el objetivo
de no imponer un determinado sistema de valores y estructura
de vida, favorecen la libre construcción de maneras de
entender el mundo, ignorando con excesiva frecuencia que la
interacción entre iguales y el diferente rol social y
emocional que en los entornos educativos desempeñan los
actores del mismo, generan situaciones de indefensión
e inseguridad que en determinados momentos evolutivos son graves
y pueden abortar, precisamente, el clima de libertad que, a
juicio de los defensores de este modelo de educación
en valores, debería proporcionarse.
Si
en la primera forma el pluralismo es negado de raíz,
en la segunda no es posible alcanzarlo, salvo raras excepciones,
por falta de sistematización en el diseño pedagógico,
y, en definitiva, por confundir educar para la libertad y en
libertad con el simple respeto a la espontaneidad, la ausencia
de normas y criterios y la renuncia al establecimiento de pautas
de referencia que ayuden a la persona en situación de
educando o construirse de forma equilibrada e integral autónoma,
en situaciones de interacción no siempre simétrica
y orientada al diálogo, la comprensión y aceptación
del otro y la aceptación de las contrariedades que, sin
duda, están presentes en entornos plurales y pluralistas.
Proponemos
un modelo basado en la construcción racional y autónoma
de valores en situaciones de interacción social. Esta
forma de educación en valores éticos que proponemos
no aborda en primera instancia la transmisión de tal
o cual tipo de valores, sino el aprendizaje y la promoción
de determinadas dimensiones de la personalidad moral en los
educandos.
A
través de esta propuesta se pretende catalizar el desarrollo
de las siguientes dimensiones de la personalidad moral de los
educandos: autoconocimiento, autonomía y autorregulación,
capacidad de diálogo, capacidad para transformar el entorno,
comprensión crítica, empatía y perspectiva
social, habilidades sociales y para la convivencia, razonamiento
moral.
20.
No dudamos en afirmar el estado ideal que nos proponemos alcanzar,
que es el propio de una democracia dialogante, en el que la
confianza activa y la reducción de las formas de violencia,
del tipo que sea, favorezcan tendencias a actuar acordes con
la tolerancia y la no discriminación, y tendencias a
creer en la bondad o maldad de una acción o situación,
según criterios de justicia y dignidad personal. Entendemos
la democracia dialogante como una forma de estimular la democratización
de la democracia. La democracia dialogante arranca de una concepción
de democracia deliberativa que basa su potencia en su capacidad
para obtener acuerdos sobre problemas concretos, cuestiones
controvertidas o situaciones de conflicto. Es importante destacar,
en este sentido, que lo importante no es el procedimiento que
nos permitirá encontrar la solución adecuada al
conflicto, sino la legitimidad del resultado, al integrar éste
la deliberación previa y la discusión abierta,
en donde tengan cabida todos los puntos de vista encontrados.
Lo
importante de la democracia no es la participación sin
más, sino la participación en la deliberación
y el carácter público y abierto de ésta.
Por ello, la democracia dialogante descansa sobre el diálogo,
pero no como una situación de habla ideal, sino como
una forma de espacio público y de vida cotidiana en el
que es posible vivir junto al otro en una situación de
tolerancia mutua.Apostar por un estado ideal de democracia dialogante
no quiere decir que el diálogo sea la panacea, ni que
todo conflicto se pueda resolver a través del diálogo,
ni que el diálogo deba inundar nuestras vidas. Apostar
por la democracia dialogante quiere decir apostar por una forma
de vida basada en la tolerancia mutua y en la confianza activa
que genera el diálogo, al ser éste un medio para
aceptar la integridad del otro y apreciarla en igualdad de condiciones
que la nuestra.
En
definitiva, la democracia así entendida es una forma
de incrementar la solidaridad social a través de la promoción
de la confianza activa, lo que supone una nueva forma de responsabilidad
personal y social. La confianza activa no descansa en la que
pueda generar el status o el rol social, sino que es una confianza
que hay que ganarse cada día y que se basa en el reconocimiento
de la autonomía y en el de las obligaciones hacia los
demás a lo largo del tiempo.
21.
El diálogo, que es más fácil en situaciones
de escasa violencia, es en sí mismo generador de reducción
de violencia. El modelo que se propone y el estado ideal que
se procura como deseable y valioso puede ser un buen antídoto
contra los fundamentalismos y una buena forma para sustituir
el uso de la violencia y el de la fuerza por el de la palabra.
Probablemente no será siempre un medio para resolver
los conflictos, pero sí el mejor medio para abordarlos.
Somos
conscientes de que el problema de la violencia, obstáculo
serio para la promoción del diálogo, no sólo
debe abordarse desde un prisma pedagógico. También
debe abordarse, necesariamente, desde posiciones que hagan posible
la transformación de las condiciones socioeconómicas,
culturales y de privación o escaso disfrute de derechos
humanos, en aquellos sectores de la población que, por
circunstancias políticas, de distribución de la
riqueza y/o de explotación de otros sectores, padezcan
situaciones que dificulten una cierta simetría en las
condiciones del diálogo. Sin tal transformación
la voluntad pedagógica no sólo será insuficiente
sino que, incluso, puede generar actitudes contrarias al objetivo
que persiguen devaluando la educación, la educación
moral y la educación en valores en su conjunto.
Para
alcanzar este estado ideal es necesario establecer unos vectores
pedagógicos que, teniendo en cuenta los fenómenos,
escenarios y factores del mundo actual, permitan orientar la
acción pedagógica de carácter ético
y moral que, de forma envolvente pero también sistemática,
impregne el currículo tanto manifiesto como oculto en
las instituciones educativas.
Destacamos
tres vectores que pueden entenderse como criterios para educar
en una sociedad pluralista a partir del modelo de educación
en valores éticos basado en la construcción racional
y autónoma de valores en situaciones de interacción
social: cultivo y promoción de la autonomía de
la persona; cultivo y promoción de la razón dialógica
y del diálogo; y entrenamiento de la persona para aceptar
la diferencia y las contrariedades.
Los
diferentes componentes de la moralidad humana permiten combinar
e integrar diferentes dimensiones de la personalidad moral y
orientar las acciones pedagógicas que procuren la optimización
de tales dimensiones, haciendo referencia a categorías
de profunda tradición pedagógica como son la conducta,
el carácter moral, los valores, el razonamiento moral
y la emoción.
IV.
Final (recomendaciones)
Proponemos
a continuación algunas consideraciones para que, si se
estima oportuno, puedan formularse como recomendaciones de esta
Cumbre para su implementación en los diferentes países.
Primera:
Las acciones pedagógicas orientadas a la promoción
de los valores éticos y del desarrollo moral no pueden
circunscribirse al ámbito de la educación formal
ni limitarse al de las instituciones educativas.
Es
necesario abordar estos objetivos desde todos y cada uno de
los agentes educativos formales, no formales e informales que
inciden en la vida cotidiana, y no sólo escolar de la
infancia y de la adolescencia. Entre otros: las posibilidades
en el aprovechamiento pedagógico-moral de los medios
de comunicación de masas; la formación de los
padres y madres en sus funciones de educación familiar;
la potenciación de modelos sociales atractivos y motivadores
para la infancia y la juventud que, además, gocen de
rasgos y valores coherentes con la perspectiva que hemos desarrollado
en este documento; y la oferta de medios para contrastar la
información y analizar desde diferentes perspectivas
un mismo fenómeno, así como para poder actuar
de forma diferente aunque también legítima ante
un amplio espectro de cuestiones socialmente controvertidas.
Segunda:
Sobre el reconocimiento del rol y de la función del profesorado.
Confiar
en el profesorado la misión que supone una propuesta
de educación en valores éticos y para la democracia
como la formulada, requiere el concurso de un conjunto de acciones
que haga posible una mayor dignificación del profesorado
y un mejor reconocimiento social, académico y profesional
del mismo y de los responsables de la dirección y la
supervisión educativa. Este objetivo y los esfuerzos
que de todo tipo deban realizarse para su logro, deben adquirir
carácter prioritario y orientar a medio y largo plazo
el plan estratégico que sobre la promoción y desarrollo
de un modelo de educación como el planteado se diseñe.
La
colaboración entre las organizaciones del profesorado,
la administración y las universidades, debe permitir
un aprovechamiento de recursos humanos y materiales que haga
posible planes de formación y de capacitación
docente, así como programas de asesoramiento dirigidos
a aquellos equipos de profesorado que pretendan integrar en
los currícula y en la dinámica de sus centros
educativos propuestas integrales de educación en valores.
Tercera:
Sobre la necesidad de la formación y conservación
de equipos estables de profesorado.
Deben
adoptarse las oportunas decisiones y medidas de carácter
administrativo y político que hagan posible la constitución
y promoción de equipos estables de profesorado en los
centros educativos. Sólo a través de la promoción
de equipos estables de profesorado será posible elaborar
proyectos educativos de centro que integren adecuadamente la
propuesta pedagógica de educación en valores éticos
que cada centro esté dispuesto a ofrecer en el marco
de la propuesta que hemos desarrollado en este documento58.
La
convocatoria de concursos nacionales de elaboración de
materiales curriculares en educación en valores y de
proyectos educativos de centro que contemplen la integración
de la educación en valores en el currículo escolar
y en la vida cotidiana de la escuela, puede ser un excelente
estímulo y un catalizador positivo de los objetivos que
procuramos.
Cuarta:
Sobre las posibilidades y límites de la función
de la supervisión educativa.
Las
funciones de los responsables de la supervisión educativa
por áreas o regiones deberían integrar aquellas
que hagan posible la promoción de proyectos educativos
de centro, la asesoría e incentivación en la elaboración
y selección de materiales curriculares y la coordinación
de las acciones orientadas a la educación de padres y
madres, tanto en su dimensión educativa familiar en sentido
estricto como en sus funciones como mediadores de la influencia
de los medios de comunicación de masas, en especial la
televisión y la oferta del mercado de productos audiovisuales.
Tales funciones concederían a la supervisión la
misión que en la actualidad ésta debe asumir,
y exigirían la capacitación y renovación,
si fuera el caso, de aquellos que la ejercen en orden a la asunción
de funciones pedagógicas como las descritas. El coste
que en el cumplimiento de esta propuesta pueda generarse, sólo
puede compensarse con la firme convicción de que la propuesta
que presentamos es, ciertamente, prioritaria y fundamental para
el desarrollo democrático de nuestras comunidades.
Quinta:
Sobre la formación inicial y permanente del profesorado.
En
los planes de formación y capacitación docente
es necesario integrar contenidos de carácter ético-filosófico
y aquellos relativos a la psicología del desarrollo moral
que permitan al profesorado disfrutar de recursos informativos
y conceptuales suficientes para su formación como personas
y como profesionales de la educación. Pero, además,
y de forma especial, deben integrarse, como mínimo, con
la misma intensidad, aquellos contenidos de aprendizaje de carácter
procedimental y actitudinal que les capaciten para ser hábiles
en la creación de materiales curriculares nuevos, en
la selección y explotación de aquellos ya existentes,
y en la aplicación de estrategias en el aula que contribuyan
al desarrollo de las diferentes dimensiones que conforman la
personalidad moral de sus educandos. Tal formación debe
familiarizar al profesorado en la elaboración y en el
uso de criterios de evaluación en el aula, que permitan
optimizar su acción pedagógico-moral y obtener
información sobre el progreso de sus educandos tanto
a nivel individual como grupal.
Sexta:
Sobre la promoción y adecuación de las propuestas
pedagógicas al contexto socio-cultural-económico.
No
es posible establecer acciones pedagógicas sobre educación
en valores descontextualizadas y ajenas a la realidad sociocultural
y económica de las comunidades a las que vayan dirigidas.
Las condiciones socioeconómicas relativas al empleo posible
y al paro existente, la necesaria convivencia, multicultural
o no, y los efectos de los niveles culturales y educativos medios
de las familias a las que pertenecen los educandos, sujetos
de la educación en valores que proponemos, deben ser
tenidos en cuenta en el diseño y desarrollo de las acciones
pedagógicas que podamos establecer para la promoción
de la educación en valores éticos y para la convivencia
plural y democrática. De igual forma, deberán
contemplarse las expectativas y posibilidades reales de incorporación
a la vida laboral activa y a los estudios superiores de la población
sujeto de tales propuestas.
Séptima:
Sobre la promoción de la identidad y el sentido de comunidad
en el diálogo intercultural de carácter universal
que nos caracteriza.
Lo
que pretende el liberalismo ético, como superación
del liberalismo clásico y del neoliberalismo, es volver
a entusiasmar, superar la frialdad y la frivolidad, intentar
integrar en su modelo político y en el ejercicio de la
democracia ideales humanitarios, y una concepción de
vida buena que estimule el compromiso y la lucha por alcanzarla59.
La crítica comunitarista al liberalismo clásico
le acusa de ceguera ante las diferencias, de falta de capacidad
motivadora y de carencia de una concepción de vida buena.
Para los liberales los derechos fundamentales de libertad y
autonomía son suficientes para fundar la democracia.
Para los comunitaristas tales derechos no son suficientes. Hace
falta fundar la democracia en valores colectivos, enraizados
en la tradición de cada pueblo, sin los que es difícil
apelar a la solidaridad y a la justicia, fundamentos de las
comunidades concretas. Son así los valores propios de
una cultura los que dan cuerpo y vitalidad a la democracia.
Ciertamente, de acuerdo con Rawls, el discurso democrático
sólo es posible si en él se integran derechos
fundamentales e identidad personal. Pero también es cierto
que, de acuerdo con Habermas, la identidad personal y los derechos
fundamentales no se realizan con independencia del contexto,
de la historia y del ethos de un pueblo que se articula comunicativamente60.
Los derechos fundamentales liberales se realizan en la trama
de la comunidad, sociedad civil compleja, en el ámbito
de las relaciones interpersonales, familiares y grupales, en
el mundo del trabajo, de los gremios y de los sindicatos. Y
es en esta compleja trama en la que es necesario y posible comprender
al otro, mediar en los conflictos, llegar a acuerdos y abordar
proyectos colectivos orientados al bien común. Propiamente
el espíritu ciudadano, cívico y democrático
que promueven las políticas educativas que procuran incrementar
los niveles de democracia, puede adquirirse, de hecho, en el
seno de la comunidad, en la vida cotidiana y compleja que impregna
tales tramas y que le dan sentido como comunidad.
Pero,
de igual manera que un universalismo moral sin tradiciones puede
concebirse como algo vacío, las tradiciones sin algún
criterio de regulación universalista poseen un punto
ciego de dogmatismo o de inmunización a la crítica61.
La necesidad de una instancia crítica que regule el diálogo
entre tradiciones, aun siendo reconocida por destacados universalistas,
Apel, y por destacados comunitaristas, MacIntyre, plantea algunos
problemas de difícil solución. Para los primeros
la instancia que posibilite una comunidad ideal de comunicación
debe transcender a toda tradición. Para los segundos
eso no es posible, porque toda crítica es siempre, para
ellos, una crítica interna que no admite ningún
tipo de instancia externa a la propia tradición. Sin
embargo, al ser posible desde la posición comunitarista
la crítica externa de otra tradición y la autocrítica
de la propia, es posible abordar pedagógicamente qué
valores presentes en una tradición pueden colaborar a
la construcción de una comunidad ideal de diálogo
y qué valores pueden dificultarla o impedirla. Es así
que la universalidad o grado de validez de una tradición
podría evaluarse en función de su capacidad para
la autocrítica y el aprendizaje62.
Pero
además de la capacidad de una tradición para aprender
y para ejercer su autocrítica, es posible también
que aprenda a expresar lo que son valores para otras tradiciones.
Quizás nos quede como universal el valor del diálogo
para regular nuestros encuentros. Quizás debamos esforzarnos
más en entender el valor del diálogo no sólo
desde un punto de vista instrumental para alcanzar un consenso,
sino para poder ponernos en el lugar del otro, comprender las
razones de ese otro en sus propios términos, y dialogar
como si fuera posible alcanzar el consenso. La convivencialidad
intercultural63, que debe ser la consecuencia lógica
de proyección universal del logro de convivencias democráticas
en el seno de nuestras culturas, sólo será posible
si en nuestros proyectos pedagógicos de educación
en valores éticos para la democracia integramos sistemáticamente,
con firmeza y constancia, el cultivo de nuestra identidad personal
y colectiva-cultural, la comprensión del otro y de las
otras culturas, y el de la capacidad de autocrítica y
de diálogo.
Las
sociedades que no asuman real y profundamente la urgencia de
plantearse una educación para la democracia y que no
se ocupen de disponer lo necesario para que su realización
sea posible, serán cada vez más terminales y más
difíciles de gobernar. Y lo serán, de acuerdo
con Guillermo Hoyos, tanto por la falta de idoneidad y de autoridad
moral de sus gobernantes como por la deficiente participación
y organización de la sociedad civil para reconocer y
elegir a los mejores.
Octava:
Entendemos que deben ser objetivos prioritarios de todo gobierno:
la promoción de la participación activa y reflexiva
de los ciudadanos en la vida pública, y el compromiso
de los responsables de la política social y educativa
con la defensa y el cultivo de un modelo de educación
que esté orientado, principalmente, a dotar a las personas
que aprenden de los recursos que les permitan una construcción
autónoma y dialógica de valores que garanticen
la libertad y la solidaridad, la convivencia en democracia y
en el respeto a la diferencia, y la implicación activa
en proyectos de interés común. Entre otras consecuencias,
lo anterior supone que la educación no puede reducirse
al aprendizaje de conocimientos y saberes instrumentales únicamente
orientados por criterios de competitividad.
También
supone que la forma y el escenario en el que se vive la educación,
la escuela por ejemplo, puede en sí mismo ser caldo de
cultivo óptimo para aprender a vivir en la diferencia,
la escuela plural, o para aprender a vivir aislados de los otros,
desconociendo que el mundo es plural y no aprovechando tal escenario
natural, el de la escuela, para entrenarnos y apreciar lo plural
como natural y valioso, la diferencia como fuente de riqueza
colectiva y como factor del pluralismo como valor. Un modelo
educativo que agrupa la población en los niveles de la
educación básica por categorías de carácter
económico, ideológico y de rendimiento en los
aprendizajes, y que se justifica por criterios de competitividad
a corto plazo, supone un serio obstáculo al logro de
los objetivos antes propuestos y es, en la práctica,
un eficaz sistema para reducir lo hasta aquí expuesto
a una simple declaración de buenas intenciones por la
que no se está dispuesto a trabajar.
El
modelo de educación plural que se defiende requiere,
sin duda, mayor preparación y dedicación del profesorado
y mayor inversión pública en educación.
Obviamente, es un modelo pedagógicamente más complejo
y su éxito no puede evaluarse aplicando sólo criterios
de evaluación de producto y/o económicos. Su correcta
evaluación está relacionada con los indicadores
de progreso y bienestar social que sociedades como las nuestras
procuran, y que hacen referencia, además de los de carácter
económico, a los de convivencia democrática, tolerancia,
felicidad, libertad, solidaridad, justicia, y, en definitiva,
al acceso equitativo al bienestar individual y colectivo.
Notas
(1) Diálogos Borges-Sábato, compaginados por Orlando
Barone, Buenos Aires, Emecé Editores, 1996, pp. 18-23.
Ese diálogo se puede duplicar en el tiempo de nuestras
repúblicas. Desde los positivistas combatidos por los
ateneístas de México, pasando por la aspereza
del diálogo entre Unamuno y Ortega o el que tuvieran
a gritos y silencios Unamuno y Millán Astray, hasta dar
en Iberoamérica con los personajes de Rómulo Gallegos
o leerlo en la epístola de despedida del «Che»
a sus padres antes de emprender el camino de su muerte, el ciclo
mítico sólo se renueva, nunca se extingue.
(2)
Sobre la relación entre memoria, experiencia y política,
tengo en mente a Thomas Hobbes, Leviathan, I.iv, específicamente
al considerar la prudencia como una presunción de futuro
for he that seen by what courses and degrees sight of
the ruins of any other state will guess the like war and the
like courses have been there also. But this conjecture has the
same uncertainty almost with the conjecture of the future, both
being grounded only upon experience.
(3)
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o Civilización y
Barbarie, Caracas, Biblioteca Ayacucho, vol. 12, 1977. p. 7:
«Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que,
sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te
levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas
que desgarran las entrañas de un noble pueblo. ¡Tú
posees el secreto: revélanoslo!»
(4)
El punto ha sido extensamente tratado. Véanse, por ejemplo,
las posiciones de Heidegger, Jacques Ellul, etc. El mismo asunto
es tratado desde Iberoamérica, entre otros, por E. Mayz
Vallenilla, Fundamentos de la Metatécnica, Caracas, Monte
Ávila Editores, 1990 y también Editorial Gedisa,
Barcelona, 1993.
(5)
Sobre el grado de complejidad y reflexividad que ha generado
el mundo contemporáneo y su relación con las diferencias
entre el mundo clásico y el nuestro véase Bernard
Williams, Ethics and the Limits of Philosophy, London, Fontana
& Collins, 1983. Traducción castellana de Luis Castro
Leiva, La ética y los límites de la filosofía,
en prensa en Caracas, Monte Ávila Editores.
(6)
Tengo presente el llamado papel de los «intelectuales»
y la manera en que éstos, en variadas culturas, han podido
hablar en forma general para instruir moralmente a sus audiencias.
Sugiero que estos fueron los casos de Bello, Sarmiento, Alberdi,
entre otros. Para un tratamiento del asunto en Inglaterra (donde
se ha argumentado que no ha habido ni hay intelectuales) véase,
por ejemplo, Stephan Collini, Public Moralists, Political Thought
and Intellectual Life in Britain1850-1930. Oxford, Clarendon
Press, 1991.
(7)
Un mínimo registro de lo ocurrido en dos siglos atestigua
la afirmación: modernizaciones se han dado en Iberoamérica
desde la reforma borbónica, pasando por el librecambismo
del inicio del XIX, hasta dar con el impacto del progresismo
evolucionista de finales de ese mismo siglo y comienzos del
XX y las modernizaciones más contemporáneas del
presente. Este siglo, por su parte, registra algunos esfuerzos
dirigidos al mismo objetivo.
(8)
Introduzco este concepto en el sentido técnico que le
da M. Viroli, por ejemplo, en la concepción de lo que
se entiende por la scientia civilis y el alcance que esta idea
tiene sobre la forma de vida en común que supone. Véase
el artículo del autor citado «Machiavelli and the
republican idea of politics», en Machiavelli and Republicanism,
editado por Gisela Bock, Quentin Skinner y Maurizio Viroli,
Cambridge, Cambridge University Press, 1993, pp. 143-171.
(9)
Entiendo por este concepto el ideal político y moral
que el republicanismo cívicohumanista, neoclásico,
moderno, ha impuesto como impronta para hacer vivir práctica
y teóricamente entre nosotros la idea de república.
(10)
Sobre la confrontación entre diversos tipos de liberalismo
y su relación con el republicanismo como problema general,
véase El liberalismo como problema, Luis Castro Leiva
compilador, Caracas, Monte Ávila Editores, 1993.
(11)
Véase sobre esto el postulado de Thomas Paine, Common
Sense and Other Political Writings, Indianapolis, Bobbs-Merrill,
1953.
(12)
La literatura sobre el asunto es abundante. Para un excelente
contraste entre ambos lenguajes, véase Adam Seligman,
«Animadversions upon Civil Society and Civic Virtue in
the Last Decade of the Twentieth Century», en Civil Society
Theory, Politics, ed. por John Hall, Cambridge, Polity Press,
1995.
(13)
Henry Sumner Maine, Popular Government, London, 1885.
(14)
James Bryce, Modern Democracies, London, 1927, 2 vols. Esta
línea de argumentación dio pie para que se desarrollara
la idea, muy extendida entre nosotros sobre todo a comienzos
de este siglo, que afirmaba que el personalismo era una necesidad
de nuestra evolución política. Véase la
obra clásica a este respecto de Laureano Vallenilla Lanz,
Cesarismo Democrático, Caracas, Empresa El Cojo, 1919.
En un sentido contrario, véase Jesús Muñoz
Tébar, Personalismo y Legalismo, Nueva York, 1890; Caracas
1977.
(15)
Sobre las vicisitudes del término y su carrera técnico-filosófica,
véase, por ejemplo, la expresión en André
Lalande: Vocabulaire Technique et Critique de la Philosophie,
Paris, Presses. Universitaires de France, 13ª. Edición,
1986, pp. 1182-1186. Ese lenguaje de los valores se relaciona
con la obra de, entre otros, Max Scheler. Véase sobre
estos, Georges Gurvitch, Les tendances actuelles de la philosophie
allemande, Bibliothèque dHistoire de la Philosophie,
Paris, J. Vrin, 1949, pp. 67-152.
(16)
Empleo la expresión lenguajes en un sentido
metodológico específico. Véase, por ejemplo
J.G.A. Pocock, «The Concept of a Language and the métier
dhistorien: some Considerations on Practice», en
The Languages of Political Theory in Early Modern Europe, Anthony
Pagden, Cambridge, Cambridge University Press ed. 1987.
(17)
Empleo el concepto de tradición en un sentido denso.
Debo la construcción de este término a la obra
de Natalio Botana La tradición republicana, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1984.
(18)
Me refiero a la Cumbre de las Américas organizada por
los Estados Unidos de América en Miami, Florida, en el
año 1995. Véase A New Moment in the Americas,
Robert S. Leiken editor , Transaction Publishers, New Brunswick
and London, Miami North-South Center, 1994.
(19)
El canon más o menos convencional traza la línea
que va de Jeremy Bentham y James Mill, pasando por John Stuart
Mill y Sidgwick, hasta encontrar expresiones en filosofía
moral contemporánea como las de Hare y otros.
(20)
Es lo que se puede llamar un círculo-virtuoso. Véase,
por ejemplo, Aristóteles, Etica Nicomaquea, 1105 a18-b12.
(21)
Sobre este ideal complejo véase el concepto clásico
en Gabriel Almond y Sidney Verba The Civic Culture, Political
Attitudes and Democracy in Five Nations, Boston, Little, Brown
and Company, 1963.
(22)
Los elementos de esa constitución son: sistema de partidos
políticos, elecciones libres, gobierno representativo,
grupos de presión y libertad de expresión a través
de medios de comunicación, etc.
(23)
Me refiero a la idea de una constitución sociológica.
Sobre este concepto véase, por ejemplo, Manuel García
Pelayo: Derecho Constitucional Comparado, en Obras Completas,
vol I, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp.
269 et seq.
(24)
Empleo el concepto de práctica en el sentido en que lo
hace, por ejemplo, Bernard Williams, op.cit., pp. 68-69 al hablar
de la deliberación práctica.
(25)
Esta idea recoge el concepto formal y funcional de congruencia
que desarrollan, por ejemplo, Almond y Verba, op.cit.
(26)
Las hipótesis que enuncio provienen de la discusión
sobre la naturaleza de la democracia. Véase sobre esto,
por ejemplo, Robert A. Dahl, «Justificación de
la Democracia», en Democracia contemporánea, transición
y consolidación, Santiago, Ediciones Universidad Católica
de Chile, 1990, pp. 20-40.
(27)
Véase sobre esto el mismo artículo de Viroli,
op.cit.
(28)
Entiendo aquí por coercibilidad la posibilidad lógica
del empleo legítimo de sanciones físicas, más
que el hecho mismo de la coacción física. El sentido,
como se puede inferir, es kelseniano. Sobre el contexto normativista
de este giro véase Hans Kelsen, Esencia y valor de la
democracia, Barcelona, Ediciones Guadarrama, 1977.
(29)
Empleo la distinción para enfatizar el elemento contactualista
y el sentido si se quiere hobbesiano que supone hoy la creación
del bien común o res publica.
(30)
Para una reciente evaluación crítica de este tema,
véase por ejemplo, Nicole Ferman, Domesticating the Passions.
Rousseau, Woman, and Nation, Hannover-London, Wesleyan Press,
University Press of New England, 1997.
(31)
Dahl, op.cit., pp. 26-27.
(32)
Dahl, op. cit., p. 27.
(33)
John Rawls, Political Liberalism, New York, The John Dewey Essays
in Philosophy, Columbia Univesity Press, 1993, pp. 43-46.
(34)
Empleo esta expresión -la de tradición republicana-
en el sentido que la usa para provecho nuestro Natalio Botana,
La Tradición Republicana, Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
1984.
(35)
Expresión de John Rawls, op.cit., pp. 90 et seq.
(36)
Esto no excluye la posibilidad de pensar una república
universal desde una idea de subjetividad kantiana o la idea
de una república anclada en el sentimentalismo ético.
(37)
Empleo la expresión para referirme al sentido que le
da Aristóteles en Etica Nicomaquea, II, 4-5, 1105a20-1105b24.
(38)
Aristóteles. Retórica, I ii. 22-iii.4 1358 b.
(39)
Entiendo que la relación entre nación y patriotismo
admite más de una interpretación; aquí
evito la idea etnocéntrica como su eje. No obstante,
es indudable que en aquellas de nuestras repúblicas que
poseen diferencias y estados beligerantes entre culturas etnocéntricas,
esa asociación inicial se complica y esa complicación
es muchas veces explosiva. Para un tratamiento general de esta
cuestión, véase M. Viroli, For Love of Country,
an Essay on Patriotism and Nationalism, Oxford, Clarendon Press,
1995.
(40)
Me refiero, como se puede reconocer, a la contribución
de Richard Rorty que posee ese título y nos propone esa
idea. Véase al respecto la versión castellana,
Richard Rorty, «La prioridad de la democracia sobre la
filosofía», en Gianni Vattimo (comp.), La secularización
de la filosofía, Barcelona, Gedisa, 1992.
(41)
ABELLÁN, J.L. (1996). El País, 30 de diciembre.
(42)
DELORS, J. (1996). «La educación encierra un tesoro».
Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre
la educación para el siglo XXI. Barcelona: Santillana-UNESCO,
1996.
(43)
CORTINA, A. (1994). «Educación en valores desde
una ética cívica», en MEDRANO, C. (Dtora.).
Desarrollo de los valores y educación moral. San Sebastián:
Universidad del País Vasco Editorial (1994, págs.
13-27).
(44)
GIDDENS, A. (1994). Más allá de la izquierda y
la derecha. El futuro de las políticas radicales. Madrid:
Cátedra.
(45)
TAYLOR, C. (1991). La ética de la autenticidad. Barcelona:
Paidós, 1994.
(46)
GIDDENS, A. o.c.
(47)
TUGORES, J. (1995) 2ª ed. Economía internacional
e integración económica. Madrid: McGraw-Hill/Interamericana
de España S. A.
(48)
THIEBAUT, C. (1996). «El espacio político de las
diferencias». Revista de libros. Madrid: Fundación
Caja de Madrid, diciembre, nº 0.
(49)
RAWLS. J. (1993). El liberalismo político. Barcelona:
Crítica. 1996.
(50)
MARTÍNEZ, M. (1996). «Una propuesta pedagógica
para educar en valores». Revista Pensamiento Educativo.
Santiago de Chile, julio, vol. 18, págs. 185-209.
(51)
PUIG, J.M. (1996). La construcción de la personalidad
moral. Barcelona: Paidós, págs. 245 y ss.; MARTÍNEZ,
M. (1995). «La educación moral: una necesidad en
las sociedades plurales y democráticas». Revista
Iberoamericana de Educación. nº 7, págs.
13-39; MARTÍNEZ, M. (1996). «Una propuesta pedagógica
para educar en valores». Revista Pensamiento Educativo.
Santiago de Chile, julio, vol. 18, págs. 185-209; 1997-Murcia.
(52)
El Programa de Educación en Valores del ICE de la Universidad
de Barcelona, coordinado por Mª Rosa Buxarrais, ha permitido
someter a debate y discusión muchas de las propuestas
que desarrollamos en este apartado, a través de nuestra
participación, a lo largo de los últimos años,
en actividades de formación permanente del profesorado
en centros de profesores de diferentes comunidades autónomas,
en centros de recursos y en equipos de profesorado de centros
públicos y privados de Cataluña. De igual forma,
ha facilitado la colaboración del Grupo de Investigación
en Educación Moral (GREM) con la OEI en los Talleres
subregionales que sobre Educación en Valores y Democracia
se han celebrado en Santo Domingo por los Ministerios de Educación
de Centroamérica, Caribe y México, en septiembre
de 1993; en Santafé de Bogotá para los de los
países Andinos, en abril de 1994; y en Santiago de Chile
para los del Cono Sur en septiembre de 1994. En la actualidad
estamos colaborando con los equipos técnicos de los Ministerios
de Educación de Chile, Guatemala y El Salvador, para
la integración de la educación en valores en el
currículo de la educación obligatoria, en la formación
del profesorado y en la elaboración de materiales curriculares
sobre el tema. En el marco de la colaboración entre la
OEI y la Universidad de Barcelona hemos elaborado la colección
de ocho vídeos sobre la educación en valores,
orientada a la formación y capacitación del profesorado:
BUXARRAIS, M.R.; MARTÍNEZ, M.; COROMINAS, A. (Dtors.).
(1997). Colección de vídeos sobre Educación
en valores. 8 unidades. Madrid: OEI-MEC-TEI.
(53)
BUXARRAIS, M.R.; MARTÍNEZ, M.; PUIG, J.M.; TRILLA, J.
(1995). La educación moral en primaria y secundaria.
Madrid: Edelvives.
(54)
GIDDENS, A. o.c.
(55)
PUIG, J.M. (1993). Toma de conciencia y habilidades para el
diálogo. Madrid: Aprendizaje; PUIG, J.M. (1995). Aprender
a dialogar. Madrid: Infancia y Aprendizaje.
(56)
BERKOWITZ, M.W. (1995). «Educar la persona moral en su
totalidad». Número monográfico sobre Educación
y Democracia, vol.II, coordinado por Miquel Martínez.
En: Revista Iberoamericana de Educación. Madrid, nº
8, págs. 73-102.
(57)
BUXARRAIS, M.R. (1996). «Los medios de comunicación
y la educación en valores». Revista Pensamiento
Educativo. Santiago de Chile: julio, vol. 18, págs. 153-183.
(58)
Es de especial y obligada lectura la obra de Jaume Trilla, El
profesor y los valores controvertidos. Barcelona: Paidós,
1992.
(59)
HOYOS, G. (1997). Presentación en MEJÍA, O. (1997).
Justicia y democracia consensual. La teoría neocontractualista
de John Rawls. Santafé de Bogotá: Siglo del Hombre
Editores. Ediciones Uniandes. págs. XV-XXX.
(60)
HOYOS, G. (1997).o.c. pág. XXVII. También HOYOS,
G. (1995). «Ética comunicativa y educación
para la democracia». Revista Iberoamericana de Educación,
nº 7, págs. 65-91.
(61)
ELVIRA, J.C. «Diálogo intercultural, tradición
y ética discursiva» en AA.VV. (1994).Discurso y
realidad. En debate con K-O. Apel. Madrid: Editorial Trotta.
Pág. 168.
(62)
ELVIRA, J.C. o.c. pág. 175.
(63)
CORTINA, A. (1992). «Universalismo y diversidad cultural».
La Vanguardia. Barcelona, 31 de marzo de 1992. También
CORTINA, A. (1993). Ética aplicada y democracia radical.
Madrid: Tecnos, 1993 y KYMLICKA, W. (1995). Ciudadanía
multicultural. Barcelona: Paidós-Ibérica, 1996.
(64)
HOYOS, G. (1997). o.c. pág. XXIX.