La Edad Media


La expresión "Edad Media" ha sido empleada por la civilización occidental para definir el periodo de 1000 años de historia europea entre el 500 y 1500 d. C. EL inicio de la Edad Media está señalado por la caída del Imperio Romano Occidental, generalmente tomado como el fin de la historia clásica antigua. El inicio del Renacimiento (de Europa) marca el final de la Edad Media. Entre los acontecimientos que determinaron el final de este periodo destacan la caída de Constantinopla en 1453; la utilización por primera vez de la imprenta en 1456; el descubrimiento de América en 1492; la Reforma Protestante iniciada por Lutero en 1517, y el florecimiento de las artes en Italia. La Edad Media se sitúa, por lo tanto, entre lo que conocemos como historia antigua e historia moderna.

En Asia y Oriente Medio, este periodo histórico no entra fácilmente dentro del concepto europeo de Edad Media. China evolucionó paulatinamente desde los tiempos prehistóricos hasta el comienzo de la historia moderna occidental sin los bruscos cambios que tuvieron lugar en Europa. El poder en China estuvo en manos de diferentes dinastías y también fue víctima de invasiones, pero su cultura fundamental progresó de una manera estable. Japón también se desarrolló a un ritmo estable y sin interferencias. La historia de Oriente Medio se adapta un poco más a la Edad Media europea, al tratarse de zonas más cercanas y entre las que el contacto era continuo.



La Alta Edad Media

Tras la caída de Roma, Europa occidental entró un periodo conocido como la Alta Edad Media. Una de las razones por las que se le aplicó este nombre es que gran parte de la civilización romana fue aniquilada y reemplazada por una cultura más bárbara. Otro de los motivos es la escasez de documentos escritos que arrojen luz sobre esta etapa de la historia. 




La Baja Edad Media

Esta época fue testigo de un extenso movimiento de ruptura por toda Europa y de la sustitución de la cultura romana, predominante hasta el momento, por la de las tribus germánicas. Durante 500 años, Europa había sufrido continuas guerras e invasiones. Sin embargo, la vida del campesinado no cambió básicamente y se acabó recuperando la estabilidad social y cultural, aunque con carácter diferente. Alrededor del año 1000, los europeos estaban creando una nueva civilización medieval que sobrepasaba a la antigua en casi todos los aspectos.



Las guerras en la Edad Media

La visión tradicional y popular de las guerras europeas de la Edad Media sostenía que, entre el 800 y el 1400, los guerreros a caballo eran los amos de los campos de batalla. Los caballeros, protegidos con armaduras de placas, se lanzaban a la carga con sus lanzas desperdigando, ensartando y arrollando a la infantería que encontraban a su paso, mientras corrían al encuentro de sus afines para decidir el resultado del combate. La era de los caballeros habría tocado a su fin cuando la infantería recobró su papel predominante en la batalla gracias a las nuevas armas (armas de fuego) y al desarrollo de técnicas más avanzadas (formaciones compactas de piqueros) Esta imagen fue alimentada por el arte y las limitadas crónicas de la época, que reflejaban a los nobles a caballo ignorando a los plebeyos y a los campesinos que luchaban a pie. Pero esta visión de poderosos caballeros y de batallas que consistían principalmente en cargas de caballería es falsa.

Las tropas de infantería eran un importante componente de todos los ejércitos durante la Edad Media. Estos contingentes luchaban cuerpo a cuerpo y como tropas de artillería (con arcos de varios tipos y más tarde con pistolas). Estos soldados eran cruciales para ambos bandos en los asedios contra castillos y ciudades fortificadas.

Las guerras en la Edad Media consistían fundamentalmente en asedios de algún tipo. Los enfrentamientos entre ejércitos en terrenos al descubierto eran infrecuentes. Los ejércitos jugaban una especie de partida de ajedrez, maniobrando para tomar importantes castillos y ciudades mientras evitaban enfrentamientos que pudieran suponerles excesivas pérdidas.

En las escasas ocasiones en que tenía lugar una batalla campal, los caballeros podían llegar a ser devastadores. Una carga contundente de caballeros armados era una fuerza de gran poderío. Resultaba más probable, sin embargo, que la victoria fuera para el bando que hiciera mejor uso de los tres principales componentes del ejército: los grupos de infantería, las tropas de artillería y la caballería. También eran factores importantes el uso inteligente del terreno, la moral de las tropas, el liderazgo, la disciplina y la táctica militar.


Los Ejércitos en la Edad Media

Los primeros ejércitos medievales fueron grupos de tribus guerreras cuyo origen se remonta a la antigüedad. De éstos surgieron los ejércitos feudales, formados por vasallos de un señor feudal con sus respectivos siervos. A los vasallos se les exigía cumplir cada año un período de servicio militar. Al principio, éste consistía en semanas o meses de servicio que el vasallo realizaba junto con soldados profesionales contratados por él mismo. Más tarde, los ejércitos de reyes y de nobles ricos incluyeron una proporción mayor de profesionales y de mercenarios. A finales del periodo, el vasallo enviaba dinero en lugar de servir personalmente en el ejército, y este "impuesto marcial" ayudaba a los reyes a mantener ejércitos durante todo el año.

Para los caballeros, servir en los ejércitos feudales era una cuestión de honor y de deber. Al tratarse de una sociedad guerrera, los caballeros vivían para el combate. El éxito en la batalla era el mejor camino para obtener riqueza y reconocimiento. Para los soldados profesionales, a menudo hijos de la aristocracia a los que les quedaba poco una vez que el primogénito empezó a heredarlo todo, luchar era una ocupación. También era un deber para los campesinos cuando se les requería aunque, desde luego, no una cuestión de honor.

Hacia los siglos XIV y XV, muchos plebeyos se unieron al ejército para ganar sumas que a menudo superaban ampliamente a las obtenidas con empleos más pacíficos. La perspectiva del botín era un fuerte aliciente para que un plebeyo se alistara. Los guerreros tribales eran fieles a sus jefes y luchaban junto a ellos siempre y cuando recibieran a cambio la manutención y algo de botín. Los ideales de las tribus guerreras pasaron a la época feudal. Los caballeros de bajo rango y los soldados de infantería esperaban ansiosamente la oportunidad de participar en el asalto a una rica ciudad o castillo porque, tradicionalmente, los bastiones que se resistían eran saqueados. Saqueando una ciudad, un soldado podía acumular una riqueza varias veces superior a su paga anual. Las batallas a caballo ofrecían también sus oportunidades. Podían venderse la armadura y las armas de los muertos, y obtenerse el pago de un rescate por los caballeros capturados.


Los Ejércitos de la Alta Edad Media

Las tribus germánicas que invadieron el Imperio Romano a principios de la Edad Media, luchaban por lo general a pie y con hachas y espadas. Las únicas armaduras que solían usar eran cascos y escudos. Se organizaban en bandas armadas bajo el liderazgo de un jefe. Aunque eran feroces guerreros, luchaban como turbas sin coordinación. Las disciplinadas legiones romanas habían obtenido grandes victorias contra las tribus germánicas durante siglos, en parte por la fragilidad que se derivaba de su propio ímpetu. Pero al final del imperio, la calidad de las legiones romanas empezó a decaer, y las tribus germánicas pudieron traspasar sus fronteras.

No todas las tribus germánicas luchaban a pie. Una excepción eran los godos, que se habían acostumbrado a la caballería desde su asentamiento al norte del Mar Negro. Los visigodos y ostrogodos aprendieron las artes de la caballería gracias al contacto con el Imperio Romano Oriental al sur del Danubio, así como con los jinetes bárbaros de Asia. El ejército del Imperio Romano Oriental puso gran interés en el desarrollo de la caballería debido a sus conflictos con dos pueblos de jinetes bárbaros: los partos y los persas.

Tras la caída de Roma, la mayoría de las guerras que tuvieron lugar en Europa se realizaron con soldados de infantería. Una excepción podría haber sido la lucha de Arturo de Inglaterra contra los invasores sajones, aunque no tenemos pruebas de que su éxito se debiera al uso de la caballería. Puede que Arturo lograra detener el avance sajón en Inglaterra durante 50 años gracias al uso de la caballería o al empleo de tropas disciplinadas. Otra excepción fue el ejército bizantino, que recuperó el norte de África de las manos de los vándalos y estuvo a punto de lograr devolver el control de Italia al Imperio Romano Oriental en el siglo VI. El poderío del ejército bizantino en esta época radicaba en su caballería. También contaba con grandes líderes y con un dominio de las tácticas de guerra desconocido por los bárbaros.

En estos primeros siglos, la lucha rara vez implicaba a grupos que pudieran ser descritos como ejércitos. Se trataba de las mismas bandas armadas de épocas anteriores, pequeñas para el estándar bizantino o asiático, y con tácticas y estrategias limitadas. Las principales actividades militares eran las incursiones para obtener alimento, esclavos y armas como botín de guerra. Las agresivas tribus se desplazaban arrasando en su camino las reservas de alimento de sus enemigos, dejándolos morir de hambre y esclavizando a los supervivientes. Las batallas eran casi siempre enfrentamientos entre hordas guerreras que luchaban cuerpo a cuerpo con hachas y espadas. Luchaban como turbas, no como las disciplinadas formaciones que caracterizaban al ejército romano, protegiéndose con cascos, escudos y un tipo ligero de armadura. Las armaduras de cuero eran las más frecuentes; sólo los jefes y la élite llevaban armaduras de cota de malla. 

A principios del siglo VIII, la España visigoda cayó ante los guerreros del Islam, muchos de los cuales luchaban como caballería ligera. Al mismo tiempo, los nómadas magiares de las planicies húngaras incrementaron sus ataques a caballo en Europa Occidental. En el 732, un ejército de infantería franco derrotó una invasión de la caballería musulmana cerca de Poitiers lo que puso fin a la expansión musulmana hacia el norte. Carlos Martel, líder guerrero de los francos, quedó impresionado por la caballería mora y emprendió la reforma de parte de su ejército. Esta fue continuada en años posteriores por el gran rey de los francos Carlomagno. La caballería pesada franca fue el origen del caballero armado que llegó a representar las luchas medievales.

Durante 30 años, Carlomagno llevó a cabo campañas militares que incrementaron el tamaño de su imperio. El ejército franco estaba formado por la infantería y la caballería armada, pero la caballería fue su fuerza principal y más impresionante. Podía moverse con rapidez y dirigir duros ataques a los enemigos, que luchaban en su mayoría a pie. Las campañas de Carlomagno eran invasiones con fines económicos en las que se quemaba, saqueaba y devastaba al enemigo hasta lograr su rendición. Carlomagno se enfrentó en muy pocas ocasiones contra adversarios organizados.

Los vikingos luchaban exclusivamente a pie, pero acostumbraban a reunir caballos al desembarcar, utilizándolos para invadir las tierras del interior. Sus invasiones comenzaron a finales del siglo VIII y terminaron en el siglo XI. Los descendientes de los invasores vikingos, los normandos del noroeste de Francia, se acostumbraron rápidamente a utilizar caballos y llegaron a ser unos de los guerreros con mayor éxito de finales de la Edad Media.

A principios del siglo X, los alemanes empezaron a desarrollar su caballería bajo el reinado de Otón I. El objetivo era contar con una fuerza de contraataque rápida contra las invasiones vikingas, así como frenar las incursiones a caballo de los bárbaros del este.

Hacia finales del siglo X, la caballería pesada fue una parte fundamental del ejército europeo, con la excepción de la Inglaterra anglosajona, las tierras celtas (Irlanda, Gales y Escocia) y Escandinavia.


Las Tácticas Militares

Las batallas medievales fueron evolucionando desde desordenados enfrentamientos entre bandas armadas a batallas en las que se usaban tácticas y maniobras. Parte de esta evolución se debió al desarrollo de distintos tipos de soldados y armas, y al aprendizaje de su manejo. Los primeros ejércitos de la Alta Edad Media consistían en grupos de infantería. Al desarrollarse la caballería pesada, los mejores ejércitos pasaron a ser hordas de caballeros. Los soldados de infantería quedaron destinados a devastar las tierras de labranza y a realizar el trabajo pesado durante los asedios. Sin embargo, en el campo de batalla este tipo de soldado corría riesgos respecto a ambos bandos, al buscar los caballeros el enfrentamiento con sus enemigos en combates individuales. Esto era así principalmente a principios del periodo, cuando la infantería se constituía de siervos y de campesinos sin preparación. Los arqueros eran también útiles en los asedios, pero corrían igualmente el riesgo de ser arrollados en el campo de batalla.

A finales del siglo XV, los comandantes estaban haciendo progresos en disciplinar a sus caballeros y en lograr que sus tropas funcionasen en equipo. En el ejército inglés, los caballeros acabaron otorgando a regañadientes su respeto a los arqueros después de que éstos demostraran su valor en numerosos campos de batalla. La disciplina también mejoró al haber más caballeros que luchaban por dinero y menos que lo hicieran por el honor y la gloria. En Italia, los soldados mercenarios adquirieron fama por largas campañas en las que apenas se derramó sangre. Para entonces, los soldados de todos los rangos eran activos de valor que no debían desaprovecharse a la ligera. Los ejércitos feudales en busca de gloria se convirtieron en ejércitos profesionales más interesados en seguir viviendo para disfrutar la paga.



Las tácticas de la caballería

La caballería normalmente se organizaba en tres grupos, o divisiones, que eran lanzadas al combate una detrás de otra. La primera oleada debía abrirse paso entre el ejército enemigo o desbaratar sus filas para que la segunda o la tercera pudiesen hacerlo. Una vez que el enemigo se ponía a correr, comenzaban la matanza y la captura propiamente dichas.

En la práctica, los caballeros actuaban individualmente en detrimento de lo planeado por el comandante. El honor y la gloria eran los principales intereses de los caballeros, por lo que maniobraban para obtener posiciones de primera fila en la primera división. La victoria del ejército en el campo de batalla era un objetivo secundario al de su propia gloria. Batalla tras batalla, los caballeros cargaban tan pronto como veían al enemigo, desbaratando todo plan previsto.

En ocasiones, los comandantes desmontaban a sus caballeros para poder controlarlos mejor. Esta opción era bien acogida por las tropas menores, cuyas esperanzas en las luchas de embestida eran realmente pocas, por lo que aumentaba el vigor en el combate y la moral del soldado común. En este caso los caballeros, junto con soldados de infantería, luchaban tras estacas u otras construcciones defensivas que se diseñaban para minimizar el impacto de las cargas de la caballería.

Un ejemplo de conducta indisciplinada por parte de los caballeros fue la batalla de Crécy en 1346. El ejército francés superaba en mucho en número al inglés (40.000 contra 10.000), y tenía una cantidad mucho mayor de caballeros. Los ingleses se dividieron en tres grupos de arqueros protegidos por estacas. Entre los tres grupos había dos de caballeros desmontados. Un tercer grupo de caballeros sin montura permanecía en la reserva. El rey francés envió a los ballesteros mercenarios genoveses a contener al ejército enemigo mientras él trataba de organizar en tres grupos a sus propios caballeros. Sin embargo, las ballestas estaban mojadas y resultaron ineficaces. Por su parte, los caballeros franceses ignoraron los esfuerzos de su rey nada más divisar al enemigo, prorrumpiendo en frenéticos gritos de "¡Mueran! ¡Mueran! ¡Mueran!". Impacientándose con los ballesteros genoveses, el rey francés mandó cargar a sus caballeros, que arrollaron a su paso a los genoveses. Aunque la lucha se prolongó durante todo el día, los caballeros y arqueros ingleses, cuyas cuerdas de los arcos permanecían secas, derrotaron a la caballería francesa por la indisciplina con que combatió. 

A finales de la Edad Media, el valor de la caballería pesada en el campo de batalla había descendido al nivel de los tiradores y la infantería. Para entonces, ya se había aprendido la inutilidad de cargar contra una infantería bien disciplinada y situada. Las reglas habían cambiado. Las estacas, trampas para caballos, y trincheras se empleaban con asiduidad para protegerse de las cargas de caballería. Las cargas contra filas masivas de piqueros y arqueros/artilleros dejaban como único resultado una pila de caballos y hombres destrozados. Los caballeros se vieron obligados a luchar a pie o a esperar una oportunidad propicia para cargar. Las cargas devastadoras eran aún posibles, pero sólo cuando el enemigo estaba en desbandada, desorganizado o fuera de sus temporales construcciones defensivas. 


Las tácticas de la artillería

Durante la mayor parte de la Edad Media, las tropas de artillería estaban integradas por arqueros que manejaban alguno de los distintos tipos de arco. Al principio era el arco corto, después la ballesta y finalmente el arco largo. Los arqueros tenían la ventaja de poder matar y herir a enemigos a distancia sin participar en el combate cuerpo a cuerpo. El valor de este tipo de tropas era bien conocido en la antigüedad, pero las lecciones aprendidas se olvidaron temporalmente durante la Alta Edad Media. Los caballeros guerreros que tenían la tierra bajo su control detentaban el rango más alto, y su código exigía el combate cuerpo a cuerpo contra un enemigo importante. Matar a distancia con flechas era un deshonor para los caballeros, por lo que las clases dominantes se ocuparon poco de desarrollar este arma y de utilizarla eficazmente.

Sin embargo, con el tiempo se fue poniendo de manifiesto que los arqueros eran útiles y eficaces tanto para los asedios como para las batallas. Más y más ejércitos, aunque fuera a regañadientes, les hicieron sitio. La victoria decisiva de Guillermo I en Hastings en el año 1066 pudo deberse a sus arqueros, aunque los caballeros, como era tradición, se llevaron la mayor parte del crédito. Los anglosajones ocupaban una ladera, y estaban tan apiñados tras su barrera de escudos, que los caballeros normandos tenían grandes problemas para penetrarla. La lucha transcurrió durante todo el día. Finalmente los anglosajones se aventuraron a dejar su barrera de escudos, en parte para dar alcance a los arqueros normandos. Una vez fuera, los anglosajones abatidos con facilidad. Durante un tiempo, pareció que los normandos iban a perder, pero muchos piensan que los arqueros normandos estaban ganando la batalla. Un flechazo afortunado hirió de muerte a Harold, el rey anglosajón y, a partir de ese momento, la batalla concluyó rápidamente.

Los arqueros de infantería combatían en formaciones masivas de cientos e incluso miles de hombres. Dentro de un radio de acción de cien yardas, tanto los disparos con arco como los de las ballestas podían penetrar las armaduras. A esa distancia, los arqueros disparaban a objetivos individuales. Las consecuencias para el enemigo eran devastadoras, especialmente si no podían responder al ataque. En una situación ideal, los arqueros desbarataban la formación enemiga disparando durante algún tiempo. El enemigo podía estar a salvo de la caballería tras las estacas, pero no podía parar todas las flechas o saetas que le disparaban. Si el enemigo abandonaba sus defensas y cargaba contra los arqueros, la caballería pesada entraba en acción, a poder ser a tiempo de salvar a los arqueros. Si la formación enemiga no se movía de su sitio, podía acabar debilitándose hasta el punto de que la caballería pudiese cargar con eficacia.

A los arqueros se les animaba y subvencionaba activamente en Inglaterra ya que los ingleses, al librar batallas en el continente, estaban en desventaja en cuanto a número. Cuando los ingleses aprendieron a usar los grandes contingentes de arqueros, empezaron a ganar batallas a pesar de su inferioridad numérica. Los ingleses desarrollaron la táctica del aluvión de flechas aprovechando el arco de largo alcance. En lugar de disparar sobre objetivos individuales, lo hacían sobre el área ocupada por el enemigo. Disparando hasta seis flechas por minuto, tres mil arqueros podían arrojar 18.000 flechas contra una formación enemiga. Los efectos de tamaño aluvión en los hombres y caballos eran devastadores. Los caballeros franceses que luchaban en la guerra de los Cien Años, hablaban de que el cielo se teñía de negro y del ruido de los proyectiles en su trayectoria.

Los ballesteros adquirieron importancia en los ejércitos del continente, sobre todo en las milicias y ejércitos profesionales mantenidos por ciudades. Con un mínimo de entrenamiento, un ballestero se convertía un soldado eficaz. 

En el siglo XIV, las primeras pistolas primitivas hacían su aparición en el campo de batalla. Cuando funcionaban, eran incluso más poderosas que los arcos.

El problema de emplear arqueros era protegerlos mientras disparaban. Para ser eficaces, tenían que estar relativamente cerca del frente enemigo. Los arqueros ingleses transportaban estacas que clavaban con mazos en el campo de batalla frente al objetivo de sus proyectiles. Estas estacas les prestaban cierta protección frente a la caballería enemiga. Ellos confiaban en el poder de su arsenal para rechazar a los arqueros enemigos. Si eran atacados por la infantería enemiga, se hallaban sin embargo en desventaja. Los arqueros llevaban un gran escudo apaisado al campo de batalla. Este escudo llevaba soportes y podía instalarse en forma de barrera tras la que parapetarse y poder disparar.

A finales del periodo, ballesteros y piqueros luchaban en equipo en formaciones combinadas. Los piqueros mantenían a raya a las tropas enemigas que luchaban cuerpo a cuerpo, mientras que los artilleros disparaban contra la formación enemiga. Estas formaciones mixtas aprendieron a moverse y de hecho a atacar. La caballería enemiga tenía que retirarse ante una fuerza combinada de piqueros y de ballesteros/pistoleros. Si el enemigo no podía responder con sus propias picas y proyectiles, probablemente tenía la batalla perdida.


Las tácticas de la infantería

En la Edad Media, la táctica de los soldados de infantería consistía sencillamente en acercarse al enemigo y descargar hachazos. Los francos arrojaban sus hachas justo antes de lanzarse sobre el enemigo. Los guerreros contaban con la fuerza y la ferocidad para vencer.

El ascenso de los caballeros colocó temporalmente a la infantería en un segundo plano, principalmente porque no existía una infantería bien disciplinada e instruida. En los primeros ejércitos medievales, los soldados que luchaban de infantería eran campesinos mal armados e instruidos en su mayor parte.

Los sajones y los vikingos desarrollaron una postura defensiva llamada el muro de escudos. Los hombres se colocaban de forma contigua y juntaban sus largos escudos para así formar una barrera. Esto servía para protegerlos de los arqueros y de la caballería, de los cuales carecía su ejército.

La infantería experimentó un resurgimiento en aquellas áreas que carecían de condiciones para formar tropas de caballería pesada, por ejemplo en los países de relieve accidentado como Suiza y Escocia, y en las ciudades en pendiente. Debido a la necesidad, estas dos partes encontraron formas de organizar ejércitos eficaces que incluían muy poca o ninguna caballería. Ambos grupos descubrieron que los caballos no cargarían contra una barrera de estacas afiladas o de puntiagudas lanzas. Una formación disciplinada de lanceros podía detener a la elite de la caballería pesada de los nobles y naciones de mayor poder, y todo ello por una mínima parte del coste que suponía una fuerza de caballería pesada.

Una formación schiltron era un círculo de lanceros que los escoceses comenzaron a emplear durante las guerras de independencia que se produjeron hacia finales del siglo XIII . Ellos descubrieron que el schiltron era una formación defensiva eficaz. Robert Bruce sólo presentaba batalla a los caballeros ingleses en terreno pantanoso, lo que dificultaba notablemente la carga de la caballería pesada.

Los suizos adquirieron renombre en la lucha de picas. Básicamente revivieron la falange griega y llegaron a adquirir una gran pericia en el combate con largas armas de palo. Lo que hacían era formar un escuadrón de piqueros. Las cuatro filas exteriores sujetaban las picas a una altura similar, apuntando algo hacia abajo. Esto creaba una barrera eficaz contra la caballería. Las filas de la retaguardia usaban armas de palo acuchillado para hacer frente a los enemigos que se acercaban a la formación. Los suizos estaban entrenados hasta tal punto que eran capaces moverse en formación con relativa rapidez. Ellos convirtieron una formación defensiva en una fuerza de ataque de igual eficacia.

La respuesta frente a los compactos grupos de piqueros era la artillería, que rompía las filas de estas densas formaciones. Los españoles parecen haber sido los primeros en lograrlo de forma eficaz. Los españoles combatían también con pericia a los piqueros mediante espadachines con escudos. Se trataba de hombres ligeramente armados que podían penetrar entre las picas y luchar eficazmente con sus cortas armas. Su defensa era un pequeño y manejable escudo. Al final de la Edad Media, los españoles fueron también los primeros en experimentar combinando, en una misma formación, a piqueros, espadachines y pistoleros. El resultado fue una eficaz formación capaz de enfrentarse a las distintas armas en varios terrenos, tanto en la defensa como en el ataque. A finales del periodo medieval, los españoles eran la fuerza militar más eficaz de Europa.


La Estrategia Militar

La estrategia militar medieval se centraba en el control de las fuentes de riqueza y, en consecuencia, en su capacidad para la ocupación de tierras. Al principio del periodo, esto equivalía básicamente a destruir o defender los campos, ya que toda la riqueza tenía origen en las tierras de labranza y en los pastos. Con el paso de los años, las ciudades se convirtieron en importantes puntos de control como centros de riqueza derivados del comercio y la manufactura.

Conquistar y mantener el control de los castillos era parte esencial de las guerras, ya que éstos defendían las tierras de labranza y pasto. Los ocupantes del castillo controlaban a la población de los alrededores. A medida que iban creciendo, las ciudades también se fortificaron. La defensa y la conquista de ciudades fue adquiriendo gradualmente mayor importancia que el control de los castillos.

Los ejércitos de tierra maniobraban para conquistar las fortificaciones clave y devastar los campos, o para evitar que el enemigo llevara a cabo esas mismas acciones. Las batallas campales se producían para poner fin a la destrucción provocada por las invasiones enemigas. Por ejemplo, los anglosajones se batieron en Hastings, en el año 1066, para poner fin a una invasión de los normandos. Los anglosajones fueron derrotados y los normandos, bajo Guillermo el Conquistador, pasaron los siguientes años estableciendo su control sobre Inglaterra mediante una campaña de conquistas. La batalla de Lechfield, librada en el 955, enfrentó a los germanos y a invasores magiares provenientes del Este. La victoria decisiva de los germanos, bajo el mandato de Otón I, puso fin a posteriores invasiones de los magiares. La derrota de los moros en el 732 por parte de Carlos Martel acabó con las invasiones musulmanas y con su expansión fuera de España.

Las batallas de Crécy, Poitiers y Aquisgrán, libradas durante la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, fueron tres intentos por parte de los franceses de frenar las incursiones inglesas. Los franceses fueron derrotados en las tres batallas, por lo que las invasiones inglesas siguieron su curso. En este caso, sin embargo, los ingleses no lograron un control permanente de los territorios y, con el tiempo, los franceses acabaron por ganar la guerra. 

Las Cruzadas fueron intentos de conquistar y controlar puntos estratégicos en Tierra Santa que permitiesen obtener el control de la zona. Las batallas en las Cruzadas tenían lugar para acabar con el control de uno de los bandos. La victoria de los Sarracenos bajo Saladino, en la batalla de Hattin en 1187, permitió a éstos la reconquista de Jerusalén.



La Organización de los Ejércitos

En comparación con los grandes ejércitos nacionales de épocas más modernas, la organización de los ejércitos feudales era sencilla. Hasta finales de la Edad Media no hubo regimientos, divisiones o cuerpos permanentes. Cuando se convocaba a un ejército feudal, cada vasallo viajaba hasta el lugar de encuentro con los caballeros, arqueros e infantería que le habían solicitado. Una vez en el punto de encuentro, los contingentes eran reagrupados según su papel. Los caballeros y sus escuderos marchaban juntos, al igual que los arqueros y la infantería.

Las unidades especiales, como los ingenieros y la artillería de asedio, solían ser profesionales contratados para la campaña. Por ejemplo, la artillería empleada por los turcos contra Constantinopla fue manejada por mercenarios cristianos.

A finales de la Edad Media, ser soldado mercenario era una profesión respetable. Los guerreros emprendedores formaban compañías de mercenarios que permitían a un señor rico o a una ciudad la contratación de tropas ya listas y formadas para combatir. Algunas de estas compañías estaban especializadas en un solo tipo de lucha. Por ejemplo, en el año 1346, 2000 ballesteros genoveses lucharon al servicio del ejército francés en la batalla de Crécy. Otras compañías de mercenarios aunaban contingentes de todas las clases. A menudo se les describía en términos del número de lanzas del que disponían. Cada lanza equivalía a un caballero armado más las correspondientes tropas de caballería, infantería y artillería. Una compañía de 100 lanzas representaba varios cientos de hombres armados. Este sistema dio origen al término "freelance".

En el ejército medieval, la jerarquía de mando era mínima. Pocas maniobras se planeaban de antemano, por lo que había escasa provisión de personal para apoyar a los mandos y transmitir órdenes.

En 1439, Carlos VII de Francia creó las Compañías Reales de Ordenanza. Estas compañías estaban formadas por caballeros o por soldados de infantería, y eran pagadas con el dinero de los impuestos. Cada compañía tenía una dotación establecida de hombres. Normalmente, era el propio rey quien escogía su armadura y las correspondientes armas. Esto fue el inicio de los modernos ejércitos permanentes de Occidente.


El Suministro

Las provisiones de medicinas y alimento eran escasas. Los ejércitos medievales vivían directamente de las tierras que ocupaban o que atravesaban, en detrimento de sus pobladores. La llegada de un ejército aliado no era mejor que la de uno enemigo. Los ejércitos medievales no solían permanecer por demasiado tiempo en una misma zona, al agotarse pronto el suministro local de alimento y forraje. Esto suponía un problema especialmente en los asedios. Si el ejército sitiador no se organizaba para recibir comida y suministros durante el sitio, podía verse obligado a levantar la plaza para no morir de hambruna mucho antes de que los sitiados se vieran impelidos a la rendición.

La salubridad también era un problema cuando el ejército permanecía afincado en una misma zona. Un ejército medieval transportaba muchos animales además de las monturas de los caballeros, y los problemas de aguas residuales producían disentería. Los ejércitos feudales tendían a acabar consumidos por la enfermedad y por las deserciones. Durante su campaña en Francia, Enrique V de Inglaterra perdió en el asedio de Harfleur alrededor del 15 por ciento de su ejército debido a enfermedades, y las bajas aumentaron en su marcha hasta Aquisgrán. En la batalla en sí, sólo perdió el 5 por ciento de sus hombres. Enrique V murió de enfermedad en otro asedio a causa de las malas condiciones sanitarias.


El despliegue para la batalla

La mayoría de las batallas tenían una estructura fija en la que las dos facciones se organizaban en el campo de batalla antes de empezar la lucha. Las campañas de maniobras y los acuerdos para el encuentro eran poco frecuentes.

Antes de la batalla, los mandos dividían sus tropas en contingentes con tareas específicas. La primera separación podía ser en infantería, arqueros y caballería. Estos grupos podían subdividirse en otros a los que se encomendaban misiones individuales o que debían permanecer en la reserva. Un comandante podía, por ejemplo, organizar varios "batallones" o "divisiones" de caballería para que cargasen individualmente si lo precisaba o tenerlos de reserva. Los arqueros podían desplegarse a la cabeza del ejército con el apoyo de bloques de infantería. 

Una vez organizado el ejército, las únicas decisiones importantes a tomar eran cuándo ordenar el ataque a las distintos divisiones. Comenzada la batalla, había pocas previsiones para retirarse, reagruparse o reorganizarse. Por ejemplo, un batallón de caballeros raramente podía usarse en más de una ocasión. Una vez utilizados en determinado cometido, normalmente se los retiraba o se los reforzaba. Una carga de toda la caballería pesada causaba tal confusión, pérdida de equipamiento y de caballerías, que las tropas se quedaba prácticamente sin fuerzas. En la batalla de Hastings, los caballeros normandos fueron reagrupados para nuevas cargas, pero no cargaron simultáneamente porque no fueron capaces de romper el muro de escudos sajones.

Los mandos superiores disponían del terreno para su ventaja y realizaban misiones de reconocimiento para evaluar los puntos débiles y fuertes de ejército enemigo.


El pago de los rescates

La recompensa última al triunfo en la batalla era la concesión de honores y de feudos. La más común consistía en el botín obtenido en el saqueo de los cuerpos, las ciudades y castillos, con la venta de armas y armaduras de los muertos, y mediante el cobro del rescate de prisioneros de rango. Se esperaba que los caballeros pagaran un rescate a cambio de su vida. Uno de los rescates más importantes de los que haya quedado constancia fue el de la suma equivalente a más de 20 millones de dólares modernos pagada a un príncipe alemán a cambio de la libertad de Ricardo I de Inglaterra, capturado durante su regreso de las Cruzadas.

En Aquisgrán, los ingleses tenían presos en la retaguardia a un nutrido grupo de caballeros franceses con el fin de pedir su rescate. Durante la batalla, un contingente francés asaltó la retaguardia inglesa provocando brevemente el pánico de Enrique V. Este ordenó la ejecución de los prisioneros para así evitar su liberación, perdiendo de ese modo una fortuna en rescates.

La captura de los caballeros era registrada por los heraldos, que apuntaban qué soldados eran responsables de su captura y por lo tanto debían recibir el rescate. Luego lo notificaban a los familiares de los prisioneros, disponiendo el pago del rescate y finalmente su liberación.

La popularidad que cobraron los rescates puede parecer una costumbre muy civilizada, pero encubre el aspecto más siniestro de la historia. Los prisioneros de bajo rango podían ser directamente asesinados para evitar las molestias derivadas de su vigilancia y alimentación. 

 


La Tecnología

A finales de la Edad Media, la ciencia en Europa no sólo había alcanzado el nivel de la antigüedad, sino que lo había sobrepasado. Los hombres de esta época se interesaban por una tecnología práctica, no teórica. Buscaban formas distintas de hacer las cosas para facilitar la vida y desarrollar los negocios. Se interesaban por el mundo natural e intentaban entenderlo porque tenían cada vez más tiempo libre para dedicarse a su observación

Cuando los cristianos recuperaron las tierras de la Península Ibérica y Sicilia, adquirieron de los musulmanes las bases de las matemáticas y las ciencias. Desde principios de la Edad Media, los musulmanes habían estudiado activamente las ideas antiguas y nuevas provenientes de Asia. Los musulmanes nos dejaron como herencia el sistema numérico arábigo, utilizado hoy en día, y el concepto del cero, inventado en la India.

La investigación práctica empezó a retar a la lógica en una búsqueda para entender las leyes de la naturaleza. Se reconoció el valor de la observación, la experimentación y la evidencia empírica (contable) como bases y métodos de prueba de teorías. Esto dio lugar al método científico que sería característico del Renacimiento y del que parte la investigación científica moderna. Los griegos de la antigüedad ya habían sugerido el método científico, pero finalmente éste había sido desechado y olvidado.


La religión en la Alta Edad Media

El Cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV y había empezado a extenderse entre las tribus germánicas antes de la caída de Roma. La división del Imperio Romano en dos, el de Oriente y el de Occidente, resultó también en una partición en el seno de la Iglesia Cristiana. La parte occidental, centrada en Roma, se convirtió en católica; la parte oriental, centrada en Constantinopla, se convirtió en ortodoxa. En el siglo VII surgió en Arabia el Islam, una de las grandes religiones del mundo.


El cristianismo

La expansión del cristianismo entre los bárbaros constituyó una poderosa fuerza civilizadora y ayudó a asegurar que algunos vestigios de la ley romana y del latín continuaran en Francia, Italia, España y Portugal. Sólo en Inglaterra el cristianismo romano sucumbió ante las creencias paganas. Los francos se convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clovis y, a partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin. Por su parte, los bizantinos extendieron el cristianismo ortodoxo entre los búlgaros y los eslavos. 

El cristianismo fue llevado a Irlanda por San Patricio a principios del siglo V, y desde allí se extendió a Escocia, desde donde regresó a Inglaterra por la zona norte. A finales del siglo VI, el Papa Gregorio el Grande envió misioneros a Inglaterra desde el sur. En el transcurso de un siglo, Inglaterra volvió a ser cristiana.


Los monasterios

Durante los disturbios de la Edad Oscura, unos cuantos cristianos fuertemente comprometidos se retiraron de la sociedad para vivir como ermitaños, normalmente en el salvaje e inhóspito límite de la civilización. Los ermitaños, a su vez, inspiraron a los clérigos más convencionales a realizar votos de pobreza y de servicio como respuesta a las enseñanzas de Jesucristo.

Muchos de estos clérigos formaron nuevas comunidades de religiosos afines que recibieron el nombre de monasterios. El Papa Gregorio alentó la construcción de monasterios por toda la Europa cristiana. En algunas zonas de Europa, pronto se convirtieron en los únicos reductos del saber. Hay quien opina, por ejemplo, que los monjes irlandeses preservaron la civilización en sus monasterios. Los monjes irlandeses se desplazaron a otras zonas europeas para enseñar y revivir el interés por el saber. Los monasterios eran la principal fuente de hombres instruidos capaces de ayudar en la administración del gobierno, por lo que muchos adquirieron importancia como asistentes y consejeros reales.

Con el tiempo, los monasterios se enriquecieron por las donaciones de tierras, como le había pasado a la iglesia romana. Se fundaron distintas órdenes religiosas con diferentes objetivos. Algunas vivían replegadas en sus propios intereses; otras formaban a misioneros para enviarlos a tierras salvajes; otras aconsejaban a los papas en materia doctrinal; y otras proporcionaban importantes servicios comunitarios como el cuidado de ancianos y enfermos o el socorro a los necesitados.


El Islam

El Islam fue fundado en Arabia en el siglo VII por el profeta Mahoma. Se propagó rápidamente e inspiró un gran movimiento de conquista. El mapa político de África del Norte, del Medio Oriente y de Asia central cambió casi de la noche a la mañana. La Península Ibérica, el Medio Oriente, Asia Menor, Iraq, Irán, Afganistán, parte de la India, Paquistán y parte de Rusia se convirtieron al islamismo. Durante el breve periodo en que el Imperio Islámico permaneció unido, amenazó con cumplir su objetivo de convertir al mundo entero a sus creencias. La estabilidad y el crecimiento económico del nuevo mundo islámico trajeron una paz y prosperidad a sus territorios que eran desconocidas en la Europa occidental del momento. La cultura musulmana sobrepasó a la bizantina en las artes, las ciencias, la medicina, la geografía, el comercio y la filosofía.

Los conflictos entre los musulmanes y los cristianos dieron como resultado las Cruzadas, una serie de intentos por parte de la Cristiandad Occidental para reconquistar Tierra Santa en Palestina.



Los Peregrinos

Los cristianos daban muestras de fe peregrinando a Roma, Santiago de Compostela e incluso Jerusalén. Los que habían visitado Santiago de Compostela, prendían conchas de vieira a sus sayales como símbolo de distinción. 



Las Catedrales

A partir del siglo XII, y debido a la prosperidad de la época, se desarrollaron las artes, especialmente la arquitectura. La catedral se convirtió en el símbolo permanente de la arquitectura de la Edad Media. Se erigieron magníficos templos en agradecimiento a Dios por las bendiciones otorgadas a su pueblo. Las ciudades competían por tener la más bella catedral con las agujas más altas apuntando al cielo. La mayor inversión de capital durante el periodo, toda una fortuna, se destinó a la construcción de catedrales, cuyas obras tardaban más de un siglo en concluir. 

El material predominante en la construcción de las catedrales era la piedra, que minimizaba el peligro de incendios. Por otra parte, el acero escaseaba y el hierro era demasiado endeble para sujetar los inmensos edificios de altura sin precedentes. Los arquitectos desarrollaron nuevas soluciones a viejos problemas, ideando el arco apuntado y los arbotantes para desplazar el peso de la carga de los techos abovedados hacia los macizos soportes de piedra. Las nuevas tecnologías hicieron posible la construcción de grandes catedrales, grandes vidrieras (con frecuencia bellamente adornadas con vidrios de colores) y altas agujas. Los franceses fueron los pioneros en la construcción de las nuevas catedrales. En el 1163, se inició la construcción de Notre Dame en París, que acabó 72 años más tarde. Las obras de la catedral de Chartres comenzaron en 1120, concluyendo en 1224 tras haberse incendiado dos veces durante su construcción. 

Las catedrales constituían una gran fuente de prestigio y de orgullo cívico. Por su parte, los devotos y los peregrinos eran un creciente manantial de ingresos para las ciudades con catedral.


Alimentación

El vino y el pan serán los elementos fundamentales en la dieta medieval. En aquellas zonas donde el vino no era muy empleado sería la cerveza la bebida más consumida. De esta manera podemos establecer una clara separación geográfica: en las zonas al norte de los Alpes e Inglaterra bebían más cerveza mientras que en las zonas mediterráneas se tomaba más vino. Aquellos alimentos que acompañaban al pan se denominaban "companagium". Carne, hortalizas, pescado, legumbres, verduras y frutas también formaban parte de la dieta medieval dependiendo de las posibilidades económicas del consumidor.

Uno de los inconvenientes más importantes para que estos productos no estuvieran en una mesa eran las posibilidades de aprovisionamiento de cada comarca. Debemos considerar que los productos locales formaban la dieta base en el mundo rural mientras que en las ciudades apreciamos una mayor variación a medida que se desarrollan los mercados urbanos. La carne más empleada era el cerdo; posiblemente porqué el Islam prohíbe su consumo y no dejaba de ser una forma de manifestar las creencias católicas en países como España, al tiempo que se trata de un animal de gran aprovechamiento- aunque también encontramos vacas y ovejas.

La caza y las aves de corral suponían un importante aporte cárnico a la dieta. Las clases populares no consumían mucha carne, siendo su dieta más abundante en despojos como hígados, patas, orejas, tripas, tocino, etc. En los periodos de abstinencia la carne era sustituida por el pescado, tanto de mar como de agua dulce. Diversas especies de pescados formaban parte de la dieta, presentándose tanto fresco como salazón o ahumado. Dependiendo de la cercanía a las zonas de pesca la presentación del pescado variaba. Judías, lentejas, habas, nabos, guisantes, lechugas, coles, rábanos, ajos y calabazas constituían la mayor parte de los ingredientes vegetales de la dieta mientras que las frutas más consumidas serían manzanas, cerezas, fresas, peras y ciruelas. Los huevos también serían una importante aportación a la dieta. Las grasas vegetales servirían para freír en las zonas más septentrionales mientras que en el Mediterráneo serían los aceites vegetales más consumidos. Las especias procedentes de Oriente eran muy empleadas, evidentemente en función del poder económico del consumidor debido a su carestía. Azafrán, pimienta o canela aportaban un toque exótico a los platos y mostraban las fuertes diferencias sociales existentes en el Medievo.

Las carnes debidamente especiadas formaban parte casi íntegra de la dieta aristocrática mientras que los monjes no consumían carne, apostando por los vegetales. Buena parte del éxito que cosecharon las especias estaría en sus presuntas virtudes afrodisiacas. Como es lógico pensar los festines y banquetes de la nobleza traerían consigo todo tipo de enfermedades asociadas a los abusos culinarios: hipertensión, obesidad, gota, etc.

El pan sería la base alimenticia de las clases populares, pudiendo constituir el 70 % de la ración alimentaria del día. Bien es cierto que en numerosas ocasiones los campesinos no comían pan propiamente dicho sino un amasijo de cereales -especialmente mijo y avena- que eran cocidos en una olla con agua -o leche- y sal. El verdadero pan surgió cuando se utilizó un ingrediente alternativo de la levadura. Escudillas, cucharas y cuchillos serían el menaje utilizado en las mesas medievales en las que apenas aparecen platos, tenedores o manteles. La costumbre de lavarse las manos antes de sentarse a la mesa estaba muy extendida.

No se introducen productos nuevos, sino que alguno de ellos se hizo más popular y otros se integran masivamente como símbolo de estatus social o manifestación religiosa. Al final de la Edad Media se sigue manteniendo la división geográfica entre la cocina del norte donde predomina el uso de la grasa animal y la del sur, mediterránea, que emplea el aceite de oliva; pero también se puede distinguir una cocina aristocrática, en la que se produce una mayor variedad de productos, de técnicas de preparación y de complejidad de esta elaboración, con intervención de especias, protagonismo de asados de volatería y de guisos de pescado, todo con adornos y aderezos de salsas y sofritos, así como una notable intervención de la confitería.

La predilección por los sabores aportados por las especias se presenta de manera distinta en los países de Europa. En Francia es el jengibre la más usada, seguida de la canela, el azafrán, la pimienta y el clavo; en Alemania, se emplea sólo la pimienta y el azafrán y en menor medida el jengibre; los ingleses son los más particulares, pues prefieren la cubeba, el macís, la galanga y la flor de canela, mientras los italianos fueron los primeros en utilizar la nuez moscada.

Frente a esta cocina muy refinada, cara y con fuertes variedades regionales, encontramos una cocina popular, menos cambiante, más unida a las necesidades y a la producción del entorno, con predominio de guisados en olla, donde la carne debía cocer largo rato porque los animales eran viejos y, por tanto, más dura, se acompañaba de verduras y legumbres y se completaba con elevadas cantidades de plan.

Tanto en las regiones donde ya había una enorme tradición, como en otras, se generaliza la elaboración de morcillas con la sangre del cerdo, con piñones, pasas y azúcar, o las tortas de harina de mijo o de castañas también con la sangre del animal, pudiendo entenderlo como un intento de demostrar su raíz cristiana y alejar cualquier sospecha de judaísmo.


Fiestas y diversiones

La celebración de actos festivos supone la ruptura de lo cotidiano durante la Edad Media. Sin embargo, cada sociedad manifiesta sus expresiones festivas de forma diferente dependiendo de sus condiciones ideológicas, socioculturales, económicas, de las relaciones de clases y de otros factores que inciden en la propia fiesta.

En la Baja Edad Media podemos distinguir dos grupos de fiestas, las civicorreligiosas, que están ligadas al ciclo litúrgico o tienen una razón especial para conmemorar acontecimientos especiales, normalmente de tipo político (matrimonios reales, visitas del rey, victorias militares, etc.) y las que derivan de una contracultura de origen popular o rural.

Las fiestas civicorreligiosas comprenden un número elevado de celebraciones, una parte de las cuales pierden el carácter extraordinario para convertirse en parte de la rutina, como es el caso de los domingos, y sirven para marcar el ritmo de trabajo haciendo del ciclo semanal totalmente identificado con la ocupación divina en la creación.

El resto de las celebraciones aglutina fiestas clásicas adaptadas a la concepción cristiana, conmemoraciones locales, parroquiales, socio profesionales, de las cofradías o las explosiones de júbilo ordenadas por la monarquía para celebrar acontecimientos extraordinarios, son empleadas por la Iglesia y los gobiernos urbanos para imprimir su marca, al mismo tiempo que ven la expresión de un civismo en el que ellos pueden apoyarse.

Ocupaban una gran parte del año y en ellas la presencia popular es absolutamente necesaria, aunque en la mayoría de las ocasiones sólo como espectadores o comparsas, sometidos a un control de los sentimientos. En este tipo de fiestas todo está controlado y regulado, siguiendo un ritual en el que lo laico y lo religioso se mezcla y complementa perfectamente.

Para la preparación de las fiestas se comienza por ordenar una limpieza y decoración de la ciudad, porque las calles y las plazas son el escenario de la fiesta: con paja y juncos se evita el barro, se cuelgan tapices y paños en las ventanas, se encienden luminarias en las fachadas de los edificios principales, incluso la gente se viste mejor. Los músicos (flautas, tamboriles, trompetas, violas, etc) contratados y pagados, recorren las calles haciendo bailar a la gente, se representan pequeñas obras teatrales, hay vendedores de objetos y mercancías exóticas, gente que realiza malabares con el fuego o ejercicios de acrobacia.

El núcleo central de la manifestación pública lo constituye las procesiones (las de Semana Santa, las del santo patrón, las del Hábeas Christi, etc.). Pero también recorrían las calles de las ciudades los cortejos reales, los embajadores extranjeros, los asistentes a las Cortes, etc., y junto a ellos, luciendo sus vestidos oficiales, sus pendones, mazas y enseñas, las jerarquías religiosas, los regidores de la ciudad, los representantes de los gremios, los de las parroquias y cualquiera que pudiera y quisiera demostrar su proximidad al poder; el oren en una procesión era el orden reconocido en la sociedad. En las orillas de la calle, uniéndose finalmente al cortejo, el pueblo lloraba o cantaba según lo que debía hacer.

No sólo se hacia fiesta pública por sucesos positivos, sino también por lo contrario, entierros y, sobre todo, las ejecuciones de sentencias sumarias tenían un desarrollo similar, con el paseo del reo, que en el caso de que fuese por sentencia de la Inquisición tenía especial parafernalia de advertencia, y su cumplimiento en lugar público suponía acatar la justicia del poder.

Frente a estas fiestas, a través de las cuales el control de la Iglesia y del Estado se fortalecía, se desarrollan otras celebraciones, que durante los dos últimos siglos de la Edad Media todavía mantendrán la espontaneidad y el descontrol, como ocasión de desbordamiento del marco social, sirviendo al mismo tiempo de reunión psicopedagógica colectiva y de periódicas descargas de energía acumulada.

La mezcla de clases y el mantenimiento de un espíritu festivo abierto coinciden en general con el entorno social y político en el que desarrollan. A finales del siglo XV estas fiestas comenzarán a reducirse ya que la cultura oficial tomará la dirección y las dotará de una nueva dimensión más elaborada, menos espontánea, que sin apartarse totalmente del objetivo lúdico, será controlado, y, finalmente, ya en el siglo XVI, las reformas religiosas y la implantación de una cultura burguesa más reprimida, las devolverá definitivamente a la calle, convirtiéndolas en fiestas perseguidas y calladas.

Estas celebraciones festivas populares se caracterizan, según Roger Caillois, por cuatro rasgos principales: por ser exaltaciones colectivas, estar presididas por el exceso, existir una transgresión de las prohibiciones y apoyarse en la inversión del orden social.

Los dos ciclos festivos que mejor se adaptan a este esquema son el de invierno, con las fiestas de los Locos, del Asno y muchas variedades locales, celebradas a comienzo de año, entre Navidad y Epifanía, siempre basadas en la subversión del orden establecido y, sobre todas, el Carnaval, donde predomina el disfraz, las máscaras y la burla, donde los excesos en todo llegaban quizá al máximo en la comida y la bebida, como preludio al periodo de penitencia y abstinencia que se iniciaba el miércoles de ceniza que clausuraba la fiesta; el carácter de revancha, de lucha entre Don Carnal y doña Cuaresma, se celebraba en toda Europa.

El otro ciclo, el de la primavera, con los mayos y el solsticio de verano festejado la noche de San Juan, con el fuego, la quema del pasado y la renovación ante el renacer de la naturaleza, constituyen fiestas menos dramáticas que aquéllas y con un mayor componente erótico.


Las Armas - Edad Media Los Sarracenos
Los Castillos Los Bizantinos
El Feudalismo Los Mongoles
Los Invasores Bárbaros Los Celtas
El Auge de los Caballeros Los Teutones
Los Árabes
Los Francos
Los Godos
Los Ingleses
Los Vikingos
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