ZALAMEA LA REAL
INTRODUCCIÓN
Situada en el suroeste de la Cuenca Minera. Zalamea la real posee el término municipal más extenso 237 Km2.
Su trayectoria histórica y el aprovechamiento agrícola de sus tierras la han desvinculado un poco de la minería; no obstante, una de las bases de su economía ha sido y es, dicha actividad.
La agricultura se caracteriza por el aprovechamiento forestal, de cultivos herbáceos de secano, barbechos, etc. Este pueblo perteneció hasta 1.579 al
Arzobispado de Sevilla; en este año, Felipe II ordenó el traspaso de esta villa a la Corona y es a partir de entonces cuando ostenta el título de Zalamea la Real.
De su rico
patrimonio se puede destacar la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. De la Asunción
(ss. XVI al XVIII). También son interesantes sus ermitas, el mercado de
abastos, la plaza de toros, las fuentes y abrevaderos.
Aquí se encuentran, además,
algunos de los yacimientos arqueológicos más importantes de la provincia, tales
como los Dólmenes de El Pozuelo (Edad del Cobre) y la mina y poblado de Chinflón
(Bronce Final).
La siguiente información ha sido recogida del fascículo nº 81 de los Pueblos de Huelva.- Zalamea la Real.- Editado por AGEDIME, S.L..- Editorial Mediterráneo, para HUELVA INFORMACIÓN S.A., con la colaboración de de la Excma. Diputación de Huelva, Caja Rural de Huelva y la Empresa Nacional de Celulosas (ENCE) de Huelva.
Una Antigua Historia | Su Espacio Natural | Unas Ordenanzas Municipales Ecológicas | Demografía y Poblamiento |
Potencialidades Económicas | El Año de los Humos | Bibliografía |
UNA ANTIGUA HISTORIA
Cursos de agua, pequeñas vegas agrícolas y afloramientos minerales explican un prolífero poblamiento en Zalamea desde la Antigüedad y que tiene en los Dólmenes del Pozuelo y en los grabados rupestres de Los Aulagares, dos de los exponentes arqueológicos más interesantes de toda la provincia de Huelva (Cano y Vera, 1988). Algunos autores apuntan al IV-III milenio a. C. como fecha orientativa del asentamiento permanente del hombre en esta comarca, quedando aún velada su procedencia y cultura (Blanco, A. y Rothemberg, B., 1981).
A finales del Neolítico, la costumbre de enterrar a los difuntos en grandes tumbas de piedra ha dejado en este término m s de 45 sepulcros megalíticos, en su mayoría saqueados y expoliados. En la Edad de Bronce, hacia el 1400 a. C., nuevos pobladores dejan su impronta. Las cistas sustituir n a las construcciones megalíticas como lugar de enterramiento. De este periodo destacan en Zalamea los grabados rupestres de Los Aulagares y el poblado metalúrgico de Chinflón, aunque datados en fechas algo posteriores (Domínguez, M. y Domínguez, A., 1994). Con la llegada del primer milenio comienza la irradiación de la cultura orientalizante de fenicios y griegos, cuya proyección alcanza las costas atlánticas del Suroeste peninsular (Garrido Roiz, 1988). Atraídos por las riquezas mineras de la zona y por las excelencias de la civilización tartésica-turdetana, llegaron a establecer fuertes vínculos comerciales y culturales, como as¡ se muestra en la metalurgia y en la cerámica.
Como en tantos otros lugares, existe una leyenda que relaciona a Zalamea con el rey Salomón y que arranca de la vinculación comercial con algunos pueblos de Oriente. La leyenda dice que este rey tuvo una hija llamada Salomea, de cuyo nombre derivó la denominación actual del pueblo. En realidad, el topónimo Zalamea m s bien parece derivarse del árabe (Gordon, M. D. y Ruhstaller, S.; 1992), viniendo a significar "lugar de paz", o de "salud" (Lasso, J. M., 1990). La riqueza minero-metalúrgica también atrajo a la administración romana desde el siglo II a. C. Su llegada convulsionó todos los órdenes de la vida. Se explotaron intensivamente las minas a gran escala con el empleo de esclavos, el uso de galerías y norias para el achique de agua, etc. Se talaron bosques y un paisaje de escoriales y escombreras caracterizar n en adelante determinados parajes.
Los asentamientos romanos se multiplicaron e, incluso, se estableció una cierta especialización de los mismos, de forma que algunos poblados eran agropecuarios y otros mineros, como as¡ lo atestiguan los yacimientos de La Mimbrera, Buitrón, Corchito, Cabezo de la Cebada, Las Esparraguerras, etc. Hacia el siglo v de nuestra era la decadencia del poder político y militar de Roma es ya una realidad, y la minería entra en un proceso de recesión y abandono, que culmina cuando el pueblo visigodo, de menor tradición mineralúrgica, domine la Península.
Bajo el dominio musulmán, la agricultura se erige en la principal actividad económica, en contraposición a la minería, que pasa a ocupar un papel muy secundario. Aprovechando la abundancia de agua y las numerosas vegas, los musulmanes introducen cultivos y novedosos sistemas de riego. Además, complementan la agricultura con la actividad ganadera y pastoril.
Aunque ha sido poco estudiado, se sabe que nunca abandonaron las prácticas extractivas, si bien se centraron m s en el núcleo de Ríotinto, orientadas hacia el beneficio del acije y los tintes. Perteneciendo Zalamea al reino de Taifa de Sevilla, hacia el 1251, Fernando III el Santo la conquista. Pasa definitiva- mente a manos castellanas en 1253 con Alfonso X el Sabio, como tierra de realengo dependiente de Sevilla. Las continuas luchas entre castellanos, portugueses y musulmanes, a lo largo del siglo XIII, provocar n un proceso de recesión socioeconómica y abandono de las tierras. La calma en Zalamea se alcanzaría cuando, desde el 2 de junio de 1280, fue entregada al Arzobispado de Sevilla a través de un Privilegio. Desde entonces, la repoblación se intensificar , fundándose otros pequeños núcleos que pasarían a ser aldeas. Además, el núcleo principal y el término se denominaría Zalamea del Arzobispo (Lasso, J. M., 1992). Casi 300 años m s tarde, el primer día de enero de 1579, tiene lugar uno de los hitos históricos del pueblo: una Bula papal permitió que Zalamea se desligara del dominio eclesiástico, incorporándose a la Corona.
Posteriormente, el 15 de enero de 1592, el rey Felipe II otorgaba Carta de Venta de "esta villa de Zalamea al Concejo, justicia, regido- res, escuderos, oficiales y hombres buenos de ella, para siempre, y la jurisdicción y criminal, alta y vaja" (Sánchez Díaz, F. J., 1988). "La cantidad que se estableció, y que Zalamea debía de pagar, fue de 16.000 maravedíes por cada vecino y 42.500 por cada millar de rentas jurisdiccionales (...) la cantidad total a pagar se ajustó en 15 millones de maravedíes" (Domínguez, A. y Domínguez, M. ; 1994). De esta forma nace Zalamea la Real, dueña y señora de su propia jurisdicción. Esta condición habría de ser defendida en los siglos siguientes, como consecuencia de los cambios de casas reales y dinásticos.
Entre tanto, la vida cotidiana zalameña, organizada por sus Ordenanzas Municipales de 1534, discurría de forma precaria, volcada hacia los usos agroganaderos y forestales. La minería prácticamente se olvida, aunque se tiene constancia de las explotaciones habidas en tiempos remotos. As¡, Rodrigo Caro (1634), asombrándose del extraordinario y singular paisaje, dice: "...en esta parte de Sierra Morena, se encuentran las antiguas minas, que los fenicios, cartagineses, y romanos sacaron de España, enriqueciendo sus Provincias con muchos tesoros. Entre esta villa de Zalamea, la de Calañas, y aldea de Río Tinto, son tan frecuentes, que apenas se puede caminar una legua de tierra, que no sea pisando escorias y carbones."
Pero el siglo XIX se presenta especialmente dinámico, con tres acontecimientos que van a ser trascendentales para su devenir. En primer lugar, la ocupación francesa provocó el expolio de muchos y valiosos bienes y la huida de parte de su población, temerosa de las represalias napoleónicas. Restablecida la paz, unas décadas después aparecen los primeros procesos desamortizadores que enajenar n las tierras comunales o de Propios. De estas desamortizaciones se beneficiar n especialmente los campesinos ricos. La sociedad agraria evolucionaría hacia el caciquismo, donde unos cuantos dominaban la riqueza y el gobierno de la comunidad (Sánchez Díaz, F. J., 3 988, 589).
Por último, desde la segunda mitad de esta centuria asistimos a la eclosión minera, que marcar en adelante la historia zalameña (Hidalgo Caballero, M., 1980). De esta manera, en 1829, el Marqués de Remisa, nuevo concesionario de las minas de Ríotinto, introduce el proceso de calcinación al aire libre, obteniendo importantes beneficios. Este moderno sistema resultaba m s barato y r pido, aunque con unas tremendas consecuencias ecológicas, que desencadenarían la tragedia de 1888, conocida y sufrida por los zalameños como " el año de los humos ". Anteriormente, en 1873, un consorcio británico, ésta vez, compra al Estado las minas de Ríotinto y las convierten en uno de los mayo- res complejos mineros del mundo, introduciendo el ferrocarril y nuevos sistemas de producción. A consecuencia de esta fiebre minera e industrial, se produce un crecimiento poblacional sin precedentes, que afecta positivamente a las entonces aldeas de Nerva y El Campillo, que alcanzan, e incluso superan, el peso económico y demográfico de Zalamea. Por ello se inicia muy pronto, auspiciado por los nuevos intereses mineros, un proceso de petición de segregaciones respecto al municipio de Zalamea. De esta manera, Minas de Ríotinto se independiza en 1841; Nerva lo hace en 1885; en 1927, la aldea de Naya se segrega en favor de Ríotinto; y en 1931, El Campillo se convierte en municipio, acompañado de la aldea de Traslasierra. Por tanto, el núcleo de Zalamea la Real vería reducirse su extenso término municipal, aunque seguía albergando otras numerosas aldeas.
El siglo XX discurre para Zalamea a caballo entre la actividad agraria y la minería. La enorme influencia de la compañía minera de Río Tinto fortalece a un pueblo que cambia de fisonomía: llegan el alumbrado el‚ cítrico y el agua corriente; se construyen el Ayuntamiento, nuevas viviendas y el mercado de abastos, etc.
Con la Guerra Civil se produce un receso general, que tendrá su más triste momento en el arrasamiento de la aldea de El Membrillo y en los difíciles años de posguerra. Los años 50 vendrán marcados por la "españolización " de las minas de Ríotinto y por la transformación del agro zalameño, en el cual la dehesa retrocede ante el avance del eucaliptar. Y desde los 80 se asiste a una pro- funda crisis del sector minero, que se subsana, en parte, mediante reconversiones laborales y técnicas, la potenciación pública del desarrollo industrial y el cambio de las estructuras agrarias tradicionales volcadas hacia el cultivo de naranjos.
Sobre estas bases minera, industrial y agrícola descansa ahora la economía familiar de la mayor parte de los zalameños.
SU ESPACIO NATURAL: ANDÉVALO, SIERRA Y MINA
Zalamea la Real forma parte del Andévalo y participa de sus caracteres morfoestructurales. Se sitúa en el centro de la Faja Pirítica del Suroeste peninsular, como as¡ lo atestiguan las numerosas explotaciones y yacimientos mineros de su término: Palanco, Oriente, San José, El Tinto y Santa Rosa, Buitrón, Los Bueyes, La Aurora, La Gloria, etc.
En la actualidad, sus 238,6 km. albergan, además del núcleo principal, a siete pedanías: El Buitrón, Las Delgadas, Marigenta, El Pozuelo, El Membrillo Alto, El Villar y Montesorromero. No obstante, en el primer tercio del siglo XIX, su enorme término superaba los 410 km. y alojaba más de 24 asentamientos poblacionales que, en el censo de 1910, eran todavía 20. Limita al Norte con los municipios de Almonaster la Real y El Campillo; al Oeste, con el de Calañas; al Sur, con el de Valverde del Camino; y al Este, con Berrocal y, de nuevo, El Campillo. Su topografía gana altitud de Sur a Norte. A pesar de no superar los 500 metros de altura, se presenta sinuosa y con fuertes pendientes en sus extremos oriental y occidental, donde se encajan los ríos Tinto y Odiel al atravesar las sierras del Aguila, El Cerrejón y el sector sur de la Sierra de Matalaburra.
Los orígenes geológicos de este territorio se remontan a la orogenia herciniana, durante los periodos Devónico superior y Carbonífero, hace aproximadamente 250-350 millones de años. A la misma vez, y desde entonces, fue afectado por arrasamientos, metamorfismos, fracturaciones, sedimentaciones e, incluso, un vulcanismo que originó rocas intrusivas como el sílice, riolitas, dioritas, etc. Estos procesos configuraron un complejo mapa geoestructural. El resultado final fue un espacio dominado por suelos pobres y raquíticos, que sólo en algunos puntos logra alcanzar un cierto desarrollo, formándose pequeñas vegas aptas para la agricultura. Para el resto del territorio, de materiales pizarrosos, la vocación forestal es predominante.
El clima es de tipo mediterráneo-oceánico, aunque con algunos rasgos continentales. Sus inviernos son cortos y suaves, con temperaturas medias que apenas bajan de los 10 ºC y escasas heladas, relegadas a zonas de umbrías con fuertes desniveles. Los veranos se presentan largos y calurosos, con registros máximos que pueden superar los 40 ºC y medias por encima de los 22 ºC. Las precipitaciones, sobre 750 mm. anuales, se concentran en invierno-otoño y se caracterizan por una marcada irregularidad interanual. El territorio zalameño se reparte en dos vertientes que desaguan hacia los ríos Tinto y Odiel. El trazado de la carretera N- 435 marca, en buena parte, la divisoria de aguas entre ambas cuencas. Sus principales afluentes son la Rivera de Cachán para el Tinto y la Rivera del Villar para el Odiel. Esta red fluvial se caracteriza por tener un régimen irregular, de fuertes crecidas y acusados estiajes. Ambos ríos cuentan con un escaso aprovechamiento, dada su alta contaminación procedente de los efluentes de las numerosas minas que encuentran a su paso.
Zalamea la Real engloba un conjunto de unidades paisajística ciertamente contrastadas, que la hacen ser, a la vez, un espacio de Andévalo, Sierra y Mina. Las tierras de Andévalo tienen eucaliptos y monte bajo; forman una masa casi continua y uniforme que rodea el perímetro del término. Esta vegetación ocupa, generalmente, los suelos m s pobres, de mayor pendiente y los espacios más alejados del núcleo principal.
El monte adehesado de Sierra se localiza en la zona central del término y algunas otras manchas diseminadas. Forma parte de la imagen más tradicional de la Zalamea reflejada en sus famosas Ordenanzas Municipales: dehesas de encinas y alcornoques con algunos manchones relictos de quejigos. Sin duda, por el paisaje y por los aprovechamientos se trata de una prolongación paisajística de los parajes serranos del Norte.
De forma puntual y anárquica se distribuyen por todo el término algunos paisajes mineros alterados. Se caracterizan, en su mayoría, por la presencia de cortados, oquedades y escombreras que son parte de su pasado socioeconómico. Desde el punto de vista biogeográfico, Zalamea se integra en el bosque mediterráneo de quercíneas, con abundancia y dominancia de encinas, alcornoques, quejigos y una rica orla florística y arbustiva. Este paisaje natural se encuentra en franco retroceso, evolucionando hacia situaciones subseriales más empobrecidas por incendios, talas, sobrepastoreo y repoblaciones de frondosas y coníferas.
A pesar de ello, Zalamea mantiene algunos parajes de gran belleza e interés, como los bosquetes de quejigos en la Rivera del Manzano o las minas abandonadas de Palanco, que albergan en su cortado una interesante avifauna. También resulta frecuente encontrar en estos sitios el rastro del campeo de zorros, tejones, meloncillos y jinetas. Por fortuna, se puede presenciar en el campo zalameño los primeros pasos de una restitución progresiva de especies arbóreas y arbustivas autóctonas, con la puesta en marcha del plan de reforestación andaluz, al que muchos propietarios se han acogido, al calor de las ayudas ofrecidas. Una muestra del valor que históricamente ha tenido para los vecinos del pueblo el medio natural que les rodea son las antiguas Ordenanzas Municipales, que, lejos de quedar- se en un simple conjunto de normas y reglas para el municipio, fueron el vivo ejemplo de un sistema socioeconómico- equilibrado, donde se conjugaban, a la vez, hombre, naturaleza y desarrollo. Este peculiar ejemplo de ecología dista mucho de los modelos contemporáneos, donde el llamado " progreso " se ha sustentado en la esquilmación de los recursos naturales.
UNAS ORDENANZAS MUNICIPALES ECOLÓGICAS
Las Ordenanzas Municipales de Zalamea son un códice de pergamino con 133 capítulos que regulan las costumbres, reglas, normas y usos para el buen funcionamiento de la colectividad que las elaboró y que rigió la vida cotidiana de los zalameños durante años. Fueron realizadas y aprobadas por el Concejo de Zalamea con fecha del 14 de octubre de 1534 y confirmadas el 3 de junio de 1535 por Alonso Manrique de Lara, Arzobispo de Sevilla y Señor de la Villa, con el objeto de perfilar y actualizar las disposiciones concejiles ya existentes.
Por entonces, el sustento básico de Zalamea radicaba en el cultivo de la viña, el trigo y el lino, complementado con el aprovechamiento silvoganadero de sus montes, dehesas y cotos de caza, cuyos territorios comprendían casi el doble de la extensión actual. Las Ordenanzas reglamentaron el uso del monte y del bosque con la habilidad, naturalidad y sencillez de quienes son conscientes de la necesidad de mantener en perfecto equilibrio hombre, naturaleza y sustento (Carrasco Perea, S., 1989). Es precisamente en su temprana perspectiva eco- lógica, de marcado carácter proteccionista, donde radica la verdadera originalidad del documento (Rubio y otros, 1992).
Las Ordenanzas ponen especial énfasis en el bosque y en el mantenimiento del arbolado, prohibiendo su tala y obligando a los vecinos en determinadas ‚pocas del año a plantar o "hacer encinas". Así, en el capítulo LXXXV se nos dice: " fue acordado e mandado que ninguna persona de cualquier calidad e condición (...) que no sean ozados de cortar enzina ni alcornoque por el pie en las dehesas del bodenal y en la del alcaria ni en la dehesa del villar. E cuaquiera que ansi la cortare si la guarda la tomare pague de pena quatrocientos maravedíes ".
Otro de los elementos sobresalientes, quizás por la conciencia de que era un bien escaso, fue el interés por el uso del agua y de las fuentes, velando por su conservación hasta el punto de determinar, una a una, la utilización y aprovechamientos de las fuentes. Fueron también reguladas las rozas, orientando la utilización del fuego a determinados momentos del año, con el fin de evitar incendios. Otro grupo de normas se dedican a los distintos medios productivos, ordenando los asentamientos, huertas y caseríos. En este sentido, la enorme extensión del municipio hacía necesario los asentamientos diseminados, para optimizar su aprovechamiento. No olvidan tampoco la regulación de la caza, la apicultura, la montanera, los pastos, el paso, el uso y organización del ganado, etc. ; aspectos que van articulándose sobre un conjunto de instrumentos de gobierno, de justicia y de hacienda.
El Gobierno estaba representado por la Junta del Cabildo, que se reunía una vez por semana. A su vez, ésta se componía de un alcalde mayor y un alcaide, dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores, un alguacil, un mayordomo y un escribano de Concejo. La Justicia dependía de los alcaldes ordinarios que, obligados a residir en la villa, debían administrar justicia al menos tres veces en semana. Por último, la Hacienda dependía del mayordomo, que, entre otras obligaciones, debía velar por las dehesas, encinares y alcornocales del término de la villa.
Para el buen cumplimiento de las Ordenanzas existían, al servicio de la comunidad y organizados por el gobierno, una policía de boyada, una policía de colmenas, una de cultivos y caminos, de viñas y huertas y otra hasta para el fuego. Sólo al repique de campanas era obligación de todo vecino mayor de 14 años acudir en socorro del fuego declarado. Por otra parte, había un amplio conjunto de sanciones para cualquier tipo de incumplimiento o transgresión de las normas.
Estas Ordenanzas fueron efectivas y operativas mientras Zalamea estuvo bajo jurisdicción eclesiástica. Pero con el paso del pueblo a la jurisdicción real en 1579, mucho menos estricta y fiscalizadora, parte de su ordenamiento comienza a no aplicarse y caer en el olvido. Con ello se favorecieron intereses personales y se resquebrajaría el sistema ecológico establecido.
Los primeros datos poblacionales de Zalamea se remontan al segundo tercio del siglo XVI, cuando, según el censo realizado con motivo de la compra de la villa por parte de sus moradores, existían 819 "vecinos", lo que nos da una población real en torno a las 2.800 personas, repartidas en un vasto territorio de numerosos núcleos de población diseminados /Domínguez, A. Y Domínguez, M. ; 1.994).
Hacia finales del siglo XVIII, la población se mantenía entre los 3.500-4.000 habitantes. Estas cifras son aproximadas, si tenemos en cuenta las frecuentes oscilaciones en la población, en consonancia con su ciclo demográfico antiguo, los errores matemáticos detectados en los censos (Núñez Roldán, F.; 1987) y las dudas en cuanto al número de habitantes de las aldeas y caseríos. Después de la crisis acaecida en las dos primeras décadas del siglo XIX como consecuencia de la ocupación francesa, en la primera mitad de este mismo siglo se asiste a un crecimiento moderado de la población. Así, en 1845 Madoz cuenta 3.944 " almas " y el censo de 1857, 5.177 habitantes. Pero el verdadero revulsivo demográfico llegaría con el resurgimiento de una actividad minera adormecida durante siglos.
En sólo cuatro años después de la instalación de la Compañía Río Tinto Company Limited, el crecimiento de la comarca minera se hacía exponencial. Gracias a la proximidad a la mina, las pedanías de Nerva, Las Delgadas, Montesorromero y El Campillo absorbían gran parte de los inmigrantes procedentes de la provincia y del Noroeste peninsular.
En 1877 el término alcanzó los 7.753 habitantes, diez años después se registran 6.200 habitantes, porque el 10 de julio de 1885 se independizó Nerva de Zalamea. Esta segregación supuso una " pérdida " de los más de 6.000 habitantes de la populosa Nerva.
Pero Zalamea continuó su crecimiento apoyándose en otras aldeas mineras, principalmente, El Campillo y Las Delgadas, que aumentan su población de forma espectacular. Entre tanto, la cabecera municipal, por su estructura socioeconómica agraria, apenas absorbe inmigrantes. En total, en 1900 son 7.335 habitantes los censados en el municipio.
Con la llegada del siglo XX, se abrió una fase de expansión económica y poblacional. Así, en 1907 comienza el desmonte de Corta Atalaya. El aumento demográfico para el municipio de Zalamea resulta fantástico gracias al desarrollo de El Campillo, que, situado a los pies de la Corta, se convierte " de la noche a la mañana " en un gigantesco campamento minero de casi 2.500 personas censadas. De esta manera, el incremento de este último núcleo ser de un 471 por 100 entre 1900 y 1910 (Gil Varón, L., 1984). La intensa actividad minera se refleja en los poblados mineros del Tinto y Santa Rosa que, explotado por la Compañía Alkali, llega a los 1.186 habitantes en 1910, y en Las Delgadas, con 478 almas. Incluso la cabecera zalameña aumenta un 25 por 100 en estos diez años, hasta situarse en 3.911 habitantes. En conjunto, el municipio tendría 13.348 habitantes en 1910, que se convertir n en su techo histórico.
A partir de entonces comienza el declive, en razón de factores tecnológicos, económicos y sociales, porque en la mina se produce una apresurada reducción de efectivos. La situación económica y las nuevas máquinas a vapor provocan el despido de muchos obreros y con ello comienzan las movilizaciones sociales en forma de huelgas. En 1920 Zalamea había perdido más de 3.000 habitantes a causa de flujos emigratorios de retorno.
Los años 20 son un periodo de cierta recuperación. El Campillo continúa con su particular ascensión poblacional y económica, que fructifica en 1931, cuando se segrega de Zalamea, englobando en su nuevo término municipal la aldea de Traslasierra, a pesar de la negativa de esta última. Por tanto, el municipio de Zalamea la Real redujo su población desde los 11.418 habitantes del censo de 1930 a poco m s de 6.000 en 1931.
En los años sucesivos continúa la tendencia negativa, y el pueblo sigue perdiendo efectivos humanos. Este descenso demográfico se incrementó en los trágicos años de la Guerra Civil, que, al margen de otras cuestiones sociales y económicas, terminó con la destrucción de uno de los asentamientos rurales más tradicionales, El Membrillo Bajo. Luego vendría la posguerra y los años de penuria económica.
Los 50 y 60 son, en general, para la Cuenca Minera años de recuperación económica motivada por la nacionalización de las Minas de Ríotinto de 1954, que trae nuevos proyectos: la construcción del dique de Campofrío, la edificación de la fábrica de ácido, la apertura del pozo Benjumea, etc. Con ellos, el crecimiento no se hace esperar. Pero Zalamea siguió apegada a estructuras agropecuarias. Por ello, este municipio tuvo el aumento más bajo de la Cuenca. Es más, algunas de las minas de manganeso ubicadas en su término cierran, provocando una redistribución poblacional de las aldeas más afectadas hacia el núcleo de Zalamea. Pero dicha emigración interior pasaría a ser exterior al poco tiempo. La década de los 50 termina con 5.780 habitantes en 1960.
Esta emigración se intensificar en los 60 y 70. Muchos zalameños encuentran oportunidades laborales en Europa, en Madrid y Barcelona. También la capital onubense, que estrenaba un Polo Industrial y hacia donde se había trasladado la fábrica de ácido, se convierte en un importante foco de atracción. En 1986 se produce el cierre de la línea del cobre, marcando el inicio de la caída de la empresa minera de Ríotinto.
Este proceso de recesión de la minería terminaría en 1995 con la compra de la empresa por parte de los trabajadores. A la imposibilidad de que la mina absorbiese mano de obra se unía la difícil situación de un campo zalameño que, durante años, había sido abandonado en favor de las repoblaciones. También la pequeña industria alcoholera y la artesanía perdía cuotas de mercado. Este panorama provocó que la población de Zalamea descienda, aunque moderadamente, en los años 80 y 90. La última rectificación del padrón de 1996 arroja una población de 3.516 habitantes, el punto m s bajo del presente siglo.
El decrecimiento afecta, sobre todo, a las aldeas, que prácticamente se despueblan. En 1991, las siete pedanías apenas superaban 400 habitantes y 475 viviendas. Entre ellas destacan Las Delgadas y El Villar, con m s de un centenar de habitantes cada una. Sin embargo, conforme pierden su población estable y sus ocupaciones tradicionales, cobran interés como lugares de residencia secundaria. Las proyecciones demográficas apuntan un descenso, como consecuencia de saldos migratorios negativos, caída de la natalidad y envejecimiento de la población. As¡, la población anciana, mayor de 64 años, con un 19,1 por 100, supera ya a la joven.
LA AGRICULTURA, LA MINA Y LAS POTENCIALIDADES ECONÓMICAS
Tradicionalmente, la economía de Zalamea la Real ha tenido como pilares básicos la agricultura y la ganadería, apoyadas por un medio natural favorable y un régimen de la propiedad ciertamente particular, derivado de la compra del municipio a la Corona por el grueso de los vecinos del término. Con el paso del tiempo, muchas de las tierras de Propios fueron privatizándose y cayendo en manos de unos pocos hacendados. Aún a mediados del siglo XIX se mantenían tres grandes dehesas y otras tierras de arbolado que seguían siendo aprovechadas por el común; si bien cada vez era mayor el número de jornaleros y pequeños agricultores dependientes económicamente de los trabajos proporcionados por los grandes propietarios.
La producción agrícola se centraba en el cultivo del trigo, la cebada y el centeno, además de algunas leguminosas de complemento. Existía un conjunto de huertas que, aprovechando las pequeñas vegas y la presencia de agua, abastecían de frutas, verduras y hortalizas a la población. El ganado vacuno, el cabrío y el porcino eran los más abundantes, bien adaptados al medio y con posibilidades de desarrollo. En desuso iba quedando el cultivo del lino y su transformación, aunque continuaban trabajando viejos telares que aprovechaban la lana, el lino y la estopa.
Pero esta situación se modifica radicalmente en este siglo. Actualmente las actividades agropecuarias en Zalamea ocupan al 11,3 por 100 de su población activa. La agricultura se extiende por algo m s de 1.800 has., el 8 por 100 de la superficie total. Sobresalen el cultivo del trigo, de forrajeras, leguminosas y algunas decenas de hectáreas de cítricos pertenecientes a la Ríotinto Fruit. Siguen siendo numerosas las pequeñas huertas y cercados, de las que los zalameños se sienten muy orgullosos; y es que la tierra para ellos siempre ha sido un valor muy importante.
Las características del medio y avatares históricos provocan que la propiedad de la tierra aparezca muy desigualmente repartida (Márquez Domínguez, J. A., 1995). Apenas un 3,2 por 100 de los propietarios poseen el 67 por 100 de la tierra en propiedades mayores de 200 has. Por el contrario, el 66,5 por 100 de los propietarios poseen sólo el 2,9 por 100; se trata de explotaciones dedicadas básicamente a cultivos agrícolas.
Una parte importante de las faenas del campo están relacionadas con las actividades forestales, que, a partir de la década de los 40, se centró en el cultivo del eucalipto, en detrimento de especies autóctonas cuyo aprovecha- miento tradicional cayó en desuso: el carboneo, el cisco, las esencias, etc. Hoy son m s de 17.000 has. la superficie forestal, que se reparte entre 8.456 has. de quercíneas y monte bajo, 6.543 de eucaliptos y 2.124 de pinos (Ibersilva, 1996).
Zalamea alberga la cabaña ganadera más importante de la cuenca minera, con m s de 1 40 explotaciones censa- das. Si bien tiene una significativa representación de todas las cabañas, destaca la del ganado porcino, con m s de 4.000 cabezas. En general, son explotaciones extensivas dedicadas a razas ibéricas. En los últimos dos años este subsector vuelve a resurgir al controlarse la peste porcina africana y por la liberalización de las trabas impuestas a su exportación. Ello abriga esperanzas para un mejor desarrollo de esta ganadería.
La minería en Zalamea, tan vieja como el hombre, resucita a partir de la segunda mitad del siglo XIX si bien afectó m s directamente a algunas de sus entonces aldeas. Esta actividad cobra una dimensión espectacular con la llegada, en 1873, del capital británico a las minas de Ríotinto.
Con ello se produce un choque brutal en Zalamea entre dos modelos socioeconómicos opuestos: el sistema agroganadero y el modelo minero-industrial. Rápidamente el modelo industrial se impone y la mina ocupa a gran parte de la población activa de las aldeas zalameñas, que pasan a convertirse en populosos asentamientos mineros: Nerva, El Campillo, Las Delgadas, Montesorromero, etc.
Pero este trasvase humano también se vio favorecido por la pérdida de importancia del régimen comunal de la propiedad, pues, con los procesos de desamortización a mediados del siglo XIX, la mayor parte de la propiedad recae en pocas manos. Del dominio social y económico de los caciques sólo pueden escapar los trabajadores de las minas, que prefieren someterse a los rigores de la " Compañía ". Este último grupo se hace cada vez más numeroso a lo largo del siglo XX, aunque Zalamea nunca abandonar sus actividades agrícolas y ganaderas, con independencia del grado de desarrollo que adquiere la minería en la comarca. A mediados de los años 80 tiene lugar la primera gran crisis de la minería desde su nacionalización 30 años antes.
Se cierra la línea del cobre y se inicia un doloroso proceso de regulaciones, despidos, bajas incentivadas, etc., que alcanza su momento crítico en 1 995 cuando, con el agota- miento de las reservas de oro y plata, la empresa termina en manos de sus trabajadores, que asumen la responsabilidad de la misma y el mantenimiento de sus puestos de trabajo. Ciertamente, el número de zalameños en la nómina de la empresa es pequeño, pero la base económica de la comarca continúa siendo la minería, y son muchos m s los que, de forma indirecta, sostienen su supervivencia económica con la continuidad de la minería. Actualmente son la industria, la construcción, los servicios y la agricultura los motores básicos de la economía de Zalamea la Real.
En cuanto a la industria, son muchos los esfuerzos llevados para el mantenimiento del sector agroalimentario, ligado a la fabricación de aguardientes y chacinas, sectores de gran tradición. En este pueblo existen todavía cuatro fábricas de anisados y aguardientes: Arenas, El Pilar, Tres Casas y González, que, con diferente suerte, buscan hacer- se un hueco en el difícil mercado de las bebidas y licores, al reducirse su mercado con la caída del consumo de licores. La chacina se encuentra bien representada con dos industrias cárnicas: Embutidos Martínez Ramos y Zainca, que, no sin dificultades, comienzan a despegar gracias a las buenas expectativas de este tipo de productos en el mercado nacional. Por último, también existen algunos talleres artesanos dedicados a labores tradicionales de guarnicionería y cerámica, que mantienen una cierta estabilidad. A su vez, éstos se complementan con varias forjas de cerrajería y talleres de ebanistería, mecánica y electricidad; todas ellas empresas de carácter familiar.
EL AÑO DE LOS HUMOS EN ZALAMEA: UN PROBLEMA ECOLÓGICO, SOCIAL Y ECONÓMICO
La explotación a gran escala de las minas de Ríotinto por parte de la Río Tinto Company Limited, a partir de 1873, requirió la inversión de grandes capitales en infraestructura y en tecnología. Se implantó el sistema de explotación a cielo abierto y se construyó, en sólo tres años, una compleja red ferroviaria que unía estas minas con el puerto de Huelva. No se escatimaron medios económicos ni técnicos en el diseño de esta explotación, empleándose a ingentes masas de obreros venidos de muchos rincones de la Península. Se precisaba una explotación masiva e intensiva para hacer rentable el elevado capital invertido procedente de Inglaterra. Con este deseo de obtener el máximo beneficio del mineral, se aumentaron en número y en tamaño las conocidas " teleras".
" Las pilas llamadas teleras medían aproximadamente 11 por 6,5 m. de base y casi un metro de altura, conteniendo cada una de ellas 4.000 quintales de mineral. Una telera necesitaba 1.000 arrobas de ramajes y 125 arrobas de raíces para encenderse. Una vez comenzada la tostazón, se mantenía hasta consumirse todo el combustible, lo que sucedía cinco o seis meses después. Las altas temperaturas alcanzadas durante ese proceso, y el contacto con el oxígeno del aire, producían el efecto de quemar la mayor parte del azufre contenido en el mineral... se elevaban nubes de apestosos humos blanquecinos de dióxido de azufre, extinguiendo los árboles y la vegetación o, cuando no había viento, manteniéndolas suspendidas a nivel del suelo, ahogan- do sin distinción tanto a las personas como a los animales." (David Avery, 1981).
Con anterioridad, este sistema de calcinación al aire libre, también llamado de vía seca, era el empleado para la obtención del beneficio del mineral desde unas décadas antes, cuando el Estado arrendó las minas al Marqués de Remisa (1829-49). Debido a las negativas consecuencias para la salud de las personas por las emisiones de gases y lluvias ácidas, la deforestación y el empobrecimiento del medio natural, se constituyó en uno de los factores desen cadenantes de la tragedia de 1888.
La Compañía inglesa, que había comprado las minas al Estado, calcinaba 907 toneladas de piritas diarias, lo que suponía lanzar a la atmósfera 272 Tm. de azufre en forma de anhídrido sulfuroso (Pérez, J. M., 1994). Estos humos, en determinadas condiciones de humedad ambiental, originaban una densa nube, conocida como la " manta ", que dificultaba la respiración e, incluso, impedía la visión, haciendo a veces imposible desarrollar trabajo alguno, por lo que obligaba a otros trabajadores del campo a perder jornales. Durante los meses de invierno, con frecuencia, esta nube se desplazaba desde el Cerro Colorado hacia Zalamea la Real, provocando importantes daños en la agricultura y en el bosque.
Pero el problema, según coinciden algunos autores, va más allá de una cuestión de salud pública o medioambiental. Confluyen intereses enfrentados de índole política y económica e insatisfacciones sociales y laborales, especialmente de los mineros. En el fondo, subyace el enfrentamiento de la sociedad rural tradicional, encabezada por un par de familias terratenientes de Zalamea, y una sociedad obrera, m s moderna y de carácter industrial, liderada por la Compañía (Sánchez Díaz, F. J., 1988).
Por otra parte, la situación sociolaboral en el medio minero se tornaba complicada y a menudo desembocaba en tensiones y enfrentamientos en forma de huelgas y plantones contra una Compañía que solía contestar con despidos y sanciones.
El clima de protestas aumentaba con las duras condiciones de trabajo, el hacinamiento de la mayoría de las familias mineras, la inadaptación a los nuevos trabajos y a los ritmos impuestos por la actividad minera y la continuada prepotencia de la Compañía, única empleadora de la zona. éstas condiciones generan un caldo de cultivo prerrevolucionario, que aprovecha Maximiliano Tornet, reconocido líder anarco-sindical procedente de Cuba, quien tomar las riendas del movimiento obrero en la zona y encabezar frecuentes movilizaciones y reivindicaciones a la empresa. Mientras, en el núcleo de Zalamea, donde la actividad agropecuaria seguía teniendo un mayor peso, la situación social estaba dominada por un puñado de terratenientes hostiles a los cambios socioeconómicos procedentes de la mina. Veían peligrar su poder y sus intereses, y espoleados por los continuos daños ocasionados en sus propiedades, a pesar de ser indemnizados por la Compañía, comienzan a movilizar al pueblo y a sus trabajadores, formando una Liga Antihumos. Sin quererlo, pronto encontraron un aliado circunstancial en los mineros organizados por Tornet, coincidiendo ambas corrientes reivindicatorias en un punto: los humos. De esta manera, el 2 de febrero de 1888 comienzan las movilizaciones de los obreros en la mina, declarándose la huelga. A la misma vez, Lorenzo Serrano, junto a su yerno, ambos caciques locales, convocan una manifestación el día 3 en Zalamea, que echa a la calle a unas 1.000 personas entre jornaleros y labradores, vitoreando el eslogan " Abajo los humos !Viva la agricultura! " (Sánchez Díaz, F. J., 1988, 601).
Los líderes mineros y agrarios habían convenido previamente unir al día siguiente ambas manifestaciones en el pueblo de Ríotinto, congregando en la misma a m s de 14.000 manifestantes venidos de todos sitios.
" (...) Las dos columnas de manifestantes, una precedida por Tornet a caballo, la otra por Lorenzo y Ordoñez sobre los suyos, cada uno de ellos encabezados por una banda de instru0mentos de viento (...) mientras las bandas iniciaban la música las columnas se unían (...) debió ser un espectáculo impresionante, y mientras avanzaba la columna de unos 4.000 hombres, miles de huelguistas junto con sus familias, corrían saludándose y vitoreándose. " (David Avery, 1981).
La gran manifestación terminó ante las puertas del Ayuntamiento donde se reunieron sus líderes con el alcalde y otras autoridades de Ríotinto, y les hicieron llegar sus reivindicaciones, entre las que destacaba que este Ayuntamiento prohibiese las teleras. El Gobernador en persona, acompañado de una compañía de soldados del regimiento Pavía, impidió al Cabildo tomar un acuerdo y, tras varias advertencias amenazantes, mandó abrir fuego contra una desconcertada multitud que se batía en alocada huida, provocando una masacre sin precedentes.
Las cifras oficiales establecieron en 48 los muertos y en más de 70 los heridos,aunque presumiblemente debieron de ser muchos m s los heridos que huyeron por temor a represalias. La tradición popular habla de entre 100 y 200 muertos en aquel sábado negro del 4 de febrero. De esta tragedia se hizo eco la prensa nacional, siendo también objeto de debate en el propio Gobierno de la nación. Pero, una vez m s, ganaron los intereses de la empresa minera: las teleras y la calcinación del mineral al aire libre continuaron funcionando hasta dos décadas después, gracias a que un nuevo procedimiento técnico de beneficio del mineral las suplantó.
Hoy la tradición oral zalameña y minera recuerda aquellos años y queda erigido un busto y una plaza en honor a don Juan Talero, abogado y defensor de los pueblos de la comarca en los enfrentamientos contra la todopoderosa compañía minera.
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