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Las víctimas sobrevivientes :ensayo victimológico sobre la victimización secundaria resultado del terrorismo de Estado en Argentina en la última dictadura militar. Por Federico Muraro Italia durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiessa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: ”Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No en cambio, implantar la tortura”. Del
prólogo del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
(CONADEP). Alemania: se autodisolvió la Fracción del Ejército Rojo. La Fracción del Ejército Rojo (RAF), una organización de guerrilla urbana que sembró el terror en Alemania y en otros países europeos con una ola de atentados y asesinatos, anunció ayer que había resuelto abandonar su lucha y autodisolverse. En los últimos años, como consecuencia de las deserciones y los arrestos, la Fracción del Ejército Rojo se había convertido en un grupo insignificante. Diario
Clarín, 21/04/1998 Introducción. Me propongo en
las siguientes páginas dar una mirada en un tipo determinado de víctimas. No
se trata de personas que se han visto afectadas directamente por el, o los
victimarios. Son víctimas que devienen en tal condición por el lamentable y
doloroso hecho de ser familiares, esposos, esposas, novios, novias o amigos de
otras víctimas que han sido asesinadas. La elección
de tal tema no es arbitraria. En nuestro país casi todos los habitantes de la
Capital Federal y el G.B.A. de entre 30 y más años de edad tienen el triste
pesar de haber escuchado, conocido, o tenido referencias, o la certeza, de que
alguna persona cercana a sus afectos fue victimizada por el terrorismo de Estado
y de haber engrosado las filas de los denominados desaparecidos. Esas víctimas
directas del auto denominado Proceso de Reorganización Nacional, han dejado
detrás de ellos a miles de afectos que les deben sobrevivir. Estas son las que
aquí denomino sobrevivientes del homicidio. Son
supervivientes que en la mayoría de los casos no han tenido siquiera la
posibilidad de velar el cuerpo de sus seres queridos arrebatados por los grupos
de tareas en el medio de la noche (62% de los casos, Informe de la CONADEP). Son personas
que deben llevar un luto internamente de diversas formas ya que diversas son las
percepciones de la pérdida que tienen de sus seres queridos, pero que, en
muchos casos son revictimizadas por los mismos verdugos como recientemente
ocurriera con en el caso de Astiz, a.k.a. “El
Angel Rubio”, en una entrevista concedida a una publicación donde defendía
el accionar de la represión ilegal. También
existen formas más sutiles de revictimización, como la de aquellos que ante
los reclamos de los sobrevivientes de los desaparecidos de información acerca
del paradero de los mismos o de sus hijos, son despectivamente observados,
cuando no directamente censurados por quienes consideran a dichas exigencias
como “fuera de lugar” o “desestabilizadoras” cuando no lisa y planamente
“subversivas”, reviviendo la dialéctica utilizada por el victimario entre
1976 y 1982. También la
indiferencia son otras manifestaciones de esta revictimización que deben sufrir
los sobrevivientes. Estas
actitudes tienen su origen en variados motivos pero, personalmente le adjudico
fundamental importancia al rol que la sociedad argentina tuvo durante el Proceso
y especialmente en los años previos al mismo. Una gran parte de los argentinos
en dicho período eligió ser víctima coadyuvante del horror que después se
desató. Dentro de la sociedad argentina se les atribuyo un grado mayor de
responsabilidad a aquellas personas relacionadas con la justicia, sean abogados
o jueces, por no haber velado o permitido que el poder político sancionara
leyes que desvirtuaban la letra de la Constitución o violaran derechos humanos
incorporados a nuestra legislación por pactos internacionales (como ejemplo
basta mencionar la legitimación que la CSJN otorgó a los decretos-leyes de los
gobiernos golpistas o el decreto del PEN que ordenaba a las FF.AA. la represión
de la subversión en Tucumán donde se implementó el “Operativo
Independencia” que fue un campo de ensayo de la metodología luego adoptada). Antes de
asumir una actitud victimal por el accionar del Proceso considero que es
necesario preguntarnos qué papel desempeñamos nosotros para permitir que el
horror desatado tuviera lugar. A los sobrevivientes antes mencionados quisiera añadir un nuevo grupo, más reciente, de sobrevivientes que deben compartir algunas de las consecuencias que la sociedad les reserva por el sólo hecho de haber sufrido la pérdida de uno o más de sus seres queridos. Son los sobrevivientes de las víctimas de los atentados contra la Embajada de Israel y el edificio de la AMIA y las reacciones que algunos segmentos de la sociedad les reservan, incluyendo algunas de las mencionadas anteriormente, son de reproche, discriminación, culpabilidad y, en algunos casos, solidaridad. Se trata de víctimas que se encuentran relacionadas con los “desaparecidos” ya que entre las características más frecuentes de los victimarios se encuentra el antisemitismo y un apego a las doctrinas fascista y/o nacionalsocialista (nazi). Como muestra de lo antes dicho basta releer las declaraciones hechas ante la CONADEP por Peregrino R. Fernández, oficial de la Policía Federal y miembro del grupo de colaboradores del Ministro del Interior durante el Proceso, Albano Arguindeguy, quien manifestó: “Villar (Alberto, luego Jefe de la Policía Federal) y Veyra (Jorge
Mario, Principal de la Policía Federal) cumplían las funciones de ideólogos:
indicaban literatura y comentaban obras de Adolfo Hitler y de otros autores
nazis y fascistas”. No me propongo, sin embargo, concentrarme específicamente en estos grupos de sobrevivientes y mi intención es ampliar el campo de análisis a los sobrevivientes de las víctimas de homicidio en general con la intención que pueda servir no sólo como guía para los sobrevivientes de los desaparecidos o de los atentados, sino para los sobrevivientes del homicidio del futuro en general. A los
sobrevivientes de los desaparecidos y de las víctimas de los atentados contra
la Embajada de Israel y la AMIA quisiera, muy humildemente, dedicar esta
monografía en lo que la misma pudiera llegar a valer. Una crítica. Durante el
presente cuatrimestre tengo la oportunidad de cursar dos materias de la
orientación de derecho penal que se encuentran íntimamente relacionadas entre
sí. Una de ellas es “Victimología y Control Social” y la otra “Prevención
del Delito y la Violencia”. Con sorpresa y, luego de 2 meses de haber
comenzado a cursar las mismas, me encuentro sin que siquiera se hubiera
planteado la pregunta con la cuál yo supuse que ambas asignaturas irían a
comenzar. ¿Cuál es el origen del delito, qué factores inciden o contribuyen
con el mismo?. ¿No sería lógico
comenzar por analizar el presupuesto fundamental para el desarrollo de la temática
de las materias en cuestión? No pretendo yo contestar a dicha pregunta porque:
no es el motivo de la presente monografía y fundamentalmente porque desconozco
la respuesta; aunque ciertamente me planteo la pregunta. Extrañamente pareciera
que pocas personas en nuestra Facultad hacen lo mismo. ¿Es algo tan conocido qué
no vale la pena plantearse o tan misterioso que es mejor no indagar?. Si la
respuesta a ésta pregunta es la primer afirmación confieso que no me encuentro
ni cercanamente preparado para recibirme de abogado; y si es la segunda declaro
que no me encuentro ni cercanamente interesado en recibirme tampoco. Personalmente
considero que no es suficiente saber que acción típica antijurídica y
culpable constituye un delito o que el artículo 89 de nuestro código penal
castiga con reclusión o prisión de 8 a 25 años al que matare a otra persona.
No plantearse cuáles son las principales causales que provocan o predisponen la
actitud delictiva es logarítmicamente más grave que establecer figuras penales
en blanco o ignorar el principio de nullum
crime, nulla poena sine legue (temáticas ambas objeto de profundo análisis
en nuestra casa de estudio). Algunas estadísticas sobre el
homicidio. Lamentablemente en nuestro país recopilar datos estadísticos
relacionados con el delito y analizarlos suele ser una tarea ardua que suele
contar con poco apoyo por parte de las autoridades. Pareciera ser que ignorar la
realidad es el mejor método de enfrentar los problemas y “solucionarlos”.
Ya lo dice una de las leyes de Murphy, “... cuando los datos no se ajustan a
la hipótesis, deben ser descartados...”. La hipótesis en este caso que
parecieran sostener las autoridades, especialmente aquellas cuya tarea consiste
en prevenir y/o combatir la delincuencia, es que Argentina es uno de los países
con la menor tasa de criminalidad de América del Sur, y sobre la base de esa
comparación; como si de una escena conocida de la obra de Bertolt Brecht, la
“Opera de los Dos Centavos” se tratara; prefieren ignorar lo que no nos
afecta, olvidando que algún día puede ser demasiado tarde para nosotros también. Como dato adicional y casi anecdótico quisiera agregar que
Argentina es de los países de América del Sur el que mayor cantidad de
turistas recibe anualmente desde hace ya 4 años (desplazando a un destino
tradicional como lo es Brasil). Cuando se consulta a los turistas cuál es el
motivo fundamental de elección de Argentina como destino (que equivale a
preguntar porqué se abandonaron otros destinos turísticos), la mayor cantidad
de respuestas se concentran en la seguridad. Tal vez se
trate de otra forma de manifestación de la victimización supranacional, que
aquellos que deseemos recabar información estadística confiable para analizar
algún aspecto de la realidad respecto a un tema en particular, en este caso el
homicidio y los sobrevivientes al mismo, nos vemos obligados a nutrirnos de
datos del “gran país del norte”. Así que sin mayor preámbulo, veamos los
números (con suerte meditando, luego de aquí escrito, que lo que se esconde
detrás de las proporciones o medías aritméticas, son vidas humanas como la
suya y la mía). ·
En casos donde
el atacante era conocido, trece por ciento (13%) de los asesinatos en los
Estados Unidos en 1996 fue cometido por miembros familiares. (FBI,
1997). ·
En 1996, las armas
de mano estaban envueltas en cincuenta y cuatro por ciento (54%) de los
asesinatos en los que un arma fue utilizada en los Estados Unidos. (FBI,
1997). ·
Entre todas las víctimas
del homicidio del sexo femenino en 1996 en los Estados Unidos, treinta por
ciento (30%) fueron asesinadas por su esposo o un novio y sólo o tres por
ciento (3%) de las víctimas masculinas fue matado por esposas o una novia. (FBI,
1997). ·
Entre 1992 y 1994 el
53% de los homicidios fue cometido contra personas que contaban entonces entre
25 y 49 años de edad (FBI, 1997). ·
Un 76% de las víctimas
de homicidio fueron hombres entre 1976 y 1994. Sin embargo, cuando el homicidio
fue precedido de asalto sexual, un 86% de las víctimas fueron mujeres
(Greenfeld, 1996). ·
Entre 1980 y
1994 en los Estados Unidos, 45 por ciento (45%) de todas las víctimas de
homicidio de menores tenían un año de edad o menos. (FBI, 1995). Los
sobrevivientes del homicidio. Perder un ser
amado a través del homicidio es uno de las experiencias más traumáticas que
un individuo puede enfrentar; es un evento para el que nadie puede prepararse
adecuadamente, pero que deja en su estela un tremendo dolor emocional e
impotencia. Para los propósitos de esta monografía, voy a circunscribir el
homicidio a la muerte deseada de otra persona, excluyendo otro tipo de
homicidios. En 1996 en los
EE.UU. se cometieron 19.645 asesinatos de acuerdo a las estadísticas del
Federal Bureau of Investigation (FBI, 1997). Estos crímenes afectaron a muchas
más personas que a las víctimas directas de los mismos. Un experto en las
consecuencias del homicidio, Lu Redmond, estimó en 1989 que entre siete a diez
parientes cercanos; sin contar con otras personas para los que la víctima era
conocida; tales como amigos, vecinos y compañeros de trabajo; son afectados por
el hecho violento. Ello dejó atrás para lamentar la muerte de la víctima
directa del hecho a los que de aquí en más denominaré como “sobrevivientes
del homicidio”. Desde ya que ningún tipo de justicia, sea ésta
retributiva o resarcitoria o la compasión de la sociedad, les devolverá al ser
querido. La CONADEP
recibió cerca de 8.960 denuncias de desapariciones forzadas de personas aunque
señalo en su informe señaló que “... tenemos todas las razones para suponer
una cifra más alta, porqué muchas familias vacilaron en denunciar los
secuestros por temor a represalias. Y aún vacilan, por temor a un resurgimiento
de estas fuerzas del mal...”. Eso nos permite tener una idea aproximada de la
cantidad de sobrevivientes de las víctimas en nuestro país como consecuencia
del “Proceso”. Las
pérdidas después del homicidio. Los sobrevivientes del homicidio son afectados de diferentes formas por
la pérdida. Algunas son difíciles o imposibles de mensurar. Me refiero a
aquellas que se relacionan con los afectos. No existe cálculo que pueda servir
de parámetro para la pérdida de un ser querido. Sin embargo, la pérdida puede
excepcionalmente llegar a adquirir aspectos que, más allá de los
sobrevivientes del homicidio, incidan en la sociedad en su conjunto. Basta
analizar el papel de las mujeres antes, durante y luego de las dos grandes
guerras, con la inmensa pérdida de vidas humanas (principalmente de sexo
masculino) que ellas significaron, para descubrir asombrosos cambios sociales
que afectaron irreversiblemente a la sociedad. Nuestra sociedad también sufrió importantes transformaciones sociales
luego que fueron más visibles con el advenimiento de la democracia. La
principal fue un corte de los lazos de solidaridad entre los distintos
estamentos sociales que la componían (estrategia deliberadamente ejecutada por
el “Proceso”). La
pérdida del ser querido. Cuando alguien es asesinado, la muerte es súbita, violenta y
definitiva. El ser amado no se encuentra más allí, los planes compartidos y
sueños comunes son imposibles de concretar; todo ello gracias a una lógica
incomprensible que escapa a nuestra comprensión. La pérdida de la relación se
sentirá de maneras diferentes para todos aquéllos que se sentían cerca de la
víctima porque sus relaciones con la víctima eran todas diferentes entre sí. Pueden manifestarse reacciones de pesar mucho tiempo después de la pérdida
física del ser amado. Por ejemplo, los padres pueden encontrar que ellos
re-experimentan sentimientos de pérdida muchos años después de la misma, como
cuando ellos ven a los amigos o compañeros de su ser querido asesinado egresar
de la escuela secundaria o universidad, conseguir un trabajo o empezar a una
familia. Los padres y las personas mayores en general tienden a aceptar como un
hecho casi irreversible que, en el orden natural de la vida, la generación más
vieja debe morir primero. Es por eso que estas personas pueden tener gran
dificultad con el hecho de que sus niños jóvenes o crecidos fueron asesinados
mientras ellos todavía viven y, de esa forma, violan esta expectativa del orden
natural, que una variable desconocida o ignorada en la ecuación de la vida vino
a alterar. Los hermanos pueden sentir culpa al seguir con sus vidas como, por
ejemplo, al casarse o tener una familia. Esto puede ser especialmente verdad si
estos planes ya estaban en ejecución cuando la víctima murió o si el
asesinato ocurriera en un momento cuando la víctima tenía planes similares. En
el caso de los hermanos mayores, no es extraño que éstos declaren sentir
cierto grado de culpabilidad ante el hecho violento por el status de protector
que ocuparon en vida del asesinado. Cuando la víctima también era el confidente de la “víctima
sobreviviente” o su mejor amigo, entonces también pueden extrañar el amor y
el apoyo que normalmente podrían haber estado disponibles por parte del
asesinado. En consecuencia, el sobreviviente puede sentirse aun más sólo e,
inconscientemente, hasta llegar a culpar a la víctima por su muerte. Los
sentimientos pueden así oscilar entre la culpa, la compasión y la ira hacia el
asesinado. Los miembros familiares o amigos cercanos pueden haber tenido una relación
conflictiva con la víctima al momento de su asesinato. El hecho que el ser
amado haya muerto sin haber resuelto estos problemas o los sentimientos que
estos generarán permanecerán irresueltos y dejarán a la víctima
sobreviviente con la pérdida adicional del que desea que las cosas pudieran
haberse solucionado mientras la víctima vivió. Las palabras no dichas que
pudieran haber hecho que el conflicto fuera superado ya no tienen un
destinatario. Las pérdidas financieras. No se trata aquí de tratar de mensurar económicamente el
valor de una vida humana, sino de destacar algunas consecuencias que la pérdida
pudiera llegar a acarrear a los sobrevivientes y que, en algunos casos pueden
ser relevantes para la criminología pues pueden llegar a alentar en estos últimos
actitudes delictivas debido a la situación de desamparo económico
sobreviniente. Puede haber una pérdida significativa del ingreso en la
familia, sobre todo si la víctima era el principal sostén económico del hogar
(PSE). Otros miembros familiares pueden encontrarse súbitamente con la dura
realidad de que ellos son incapaces de ir a trabajar: porque no pueden
concentrarse, porque necesitan estar presentes para ser oídos en el juicio
contra el criminal y pueden perder sus trabajos fácilmente en una sociedad como
la nuestra donde la desocupación es alta, porque deben afrontar cargas
adicionales que antes eran compartidas y los servicios de atención y ayuda a
las víctimas en nuestro país son casi nulos o porque nunca tuvieron necesidad
de trabajar fuera del hogar ya que el asesinado proveía el sustento económico.
Puede haber pérdida de la casa familiar si no pudieran hacerse pagos de una
hipoteca o si la víctima hubiera contraído deudas. Los planes para la escuela
secundaria o universidad pueden tener que ser pospuestos debido a dificultades
financieras o porque los sobrevivientes no pueden concentrarse en su trabajo o
en sus estudios. Si la víctima hubiera sobrevivido brevemente antes de
fallecer, pueden existir facturas médicas abultadas o gastos no previstos por
la obra social para los que la familia no hubiera tenido previstos fondos. Y,
adicionalmente, el sepelio, el entierro y los gastos post mortem son fuentes de endeudamiento. Otras pérdidas que afectan a los sobrevivientes. Los
sobrevivientes del homicidio pueden experimentar otros tipos variados de pérdidas
después del asesinato. Debido a la rapidez de la muerte y el estigma que el
propio asesinato conlleva, los miembros familiares pueden encontrar cambios drásticos
después en su estilo de vida. Algunos de estos otros tipos de pérdidas pueden
incluir: ·
Pérdida de ego, un sentido de haber sufrido un
"cambio" de la persona que ellos eran; ·
La pérdida de un sentido de control sobre sus vidas; ·
La pérdida de independencia o la necesidad de una mayor
dependencia en otros individuos y/o instituciones para superar o enfrentar el
mal que se les hizo a ellos y a su ser amado; ·
La pérdida de apoyo social o posición social, con
crecientes sentimientos de aislamiento y soledad; ·
Pérdida de un sentido de seguridad; ·
Pérdida o cuestionamiento de la fe o religión. Muy a
menudo, los sobrevivientes del homicidio pueden cuestionar el cómo Dios pudiera
permitir qué algo así le pase a alguien que ellos aman. Si los sobrevivientes
creen que las cosas buenas son un premio para una vida buena y el ser amado era
una persona buena, entonces la pregunta del cómo esto pudiera pasar puede ser
muy difícil para los sobrevivientes; ·
Pérdida de comunidad o del ambiente físico. Después del
bombardeo del edificio de la embajada de Israel y más marcadamente del atentado
contra la AMIA, los residentes supervivientes tuvieron que adaptarse, no sólo a
la pérdida de parientes y amigos optando sino también a la alteración física
de su ciudad por los atentados. Muchos de los vecinos de la zona y de edificios
de la colectividad judía en nuestro país optaron entonces por mudarse a otros
barrios por temor a su seguridad, acrecentando de esa forma el aislamiento de
muchos de los sobrevivientes del atentado. Las
fases del luto de los sobrevivientes. Hay normalmente un periodo de pesar que sigue a cualquier pérdida.
Se han identificado las reacciones de pesar y de aflicción que esta pérdida
provoca. Los sobrevivientes del homicidio también pueden experimentar síntomas
de desorden nervioso postraumático (Rynearson, 1984; Redmond, 1989). De hecho,
se ha comprobado (Rando, 1993) que factores como la violencia, rapidez,
incertidumbre y aleatoriedad de la muerte, el enojo, el auto-reproche y la culpa
que resulta del asesinato de una persona cercana, puede exponer a los miembros
familiares al riesgo de lo que ha sido denominado como “proceso aflictivo
complejo”. Las reacciones de dolor.
Redmond (1989) describió muchos factores que pueden afectar
el curso del proceso aflictivo para los sobrevivientes del homicidio. Estos
factores incluyen: las edades del sobreviviente y la víctima en el momento del
homicidio; el estado físico y/o emocional de los sobrevivientes antes del
asesinato; su historia anterior de trauma; la manera en la que el ser amado murió;
y si el sobreviviente tiene, y puede hacer uso de, sistemas de apoyo sociales.
Además, los factores sociales y culturales pueden tener gran impacto en el
proceso aflictivo. Cuando los sobrevivientes del homicidio entran en
conocimiento del hecho, ellos pueden experimentar susto y escepticismo,
entumecimiento, cambios en el apetito o insomnio, dificultades en concentrarse,
confusión, cólera, miedo y ansiedad (Redmond, 1989). Un sobreviviente describió
sus reacciones iniciales después de oír hablar del asesinato de un miembro
familiar de esta manera: "...yo sentía que un grito se me escapaba por la
garganta y pensé, ¡No!. Cerré mi boca. Mis piernas se pusieron temblorosas, y
empecé a caerme, y yo todavía quería gritar, pero yo no podría gritar".
(Asaro, 1992, pág. 34.) En los casos donde los sobrevivientes del homicidio no han
podido ver el cuerpo de su ser querido; tanto sea porque no les fue permitido
(casos de los cuáles nosotros los argentinos poseemos un número
lamentablemente alto gracias al accionar del terrorismo de Estado) o ellos se
sentían incapaces para hacerlo, es a menudo difícil aceptar la realidad de esa
muerte. Es por esta razón que Redmond alienta a los miembros familiares a pasar
por este proceso viendo, por más doloroso que pueda resultar en el momento, el
cuerpo del asesinado. Los sobrevivientes del homicidio describen a veces un
sentimiento similar a que “el mundo se hubiera detenido”; ellos no pueden
entender cómo los demás pueden llevar adelante su rutina diaria. Para ellos,
el mundo como era se ha acabado causando sentimientos de confusión y ira. Después las reacciones incluyen a menudo sentimientos de
aislamiento, impotencia, miedo y vulnerabilidad, culpa, pesadillas, un deseo de
venganza y a veces de autodestrucción o suicidas (Redmond, 1989). Un
sobreviviente describió su reacción de esta manera: “yo estaba vacío ¾hueco¾
y, no podía pensar, no puede concentrarse, y no puede ver lo que está delante
de sus ojos”. (Asaro, 1992, p.35.). Los sobrevivientes del homicidio pueden experimentar elevada
ansiedad o reacciones fóbicas; la angustia puede parecer intensa y, a veces,
agobiante. A veces los sobrevivientes hablan de un dolor físico ¾como
un “el dolor en el corazón” o un “algo trabado en mi garganta”¾
qué ellos pueden sentir durante varios años después del asesinato. No es raro para los sobrevivientes del homicidio tener
tremendos sentimientos de rabia o deseos de venganza hacia la persona o personas
responsables por el asesinato (tema éste que será tratado en mi segunda
monografía sobre la pena de muerte), pero ellos también pueden experimentar
enojo hacia la víctima por “haber estado en el lugar incorrecto en el momento
incorrecto” o por vivir un estilo de vida que los expuso a un riesgo mayor a
la victimización. Los sentimientos de depresión y desesperación pueden
presentarse; los sobrevivientes a menudo manifiestan que ellos no pueden
imaginar que alguna vez serán felices nuevamente. Es muy importante conseguir
ayuda profesional si los pensamientos de autodestrucción o suicidas se
presentan. Un sobreviviente describió sus sentimientos de esta manera:
“...quizá he pensado que sería justo ponerle fin a todo esto, ¿Ud. sabe?
Algunos días estaba tan deprimido...”. (Asaro, 1992, pág. 36.). Incluso muchos años después del asesinato, los
sobrevivientes pueden encontrarse llorando de repente acerca de su pérdida.
Estos sentimientos se han llamado “espasmos de pesar” (Lord, 1988) o
“abrazos de la memoria” (Wolfelt, 1992), y reflejan la profundidad del dolor
de la pérdida. Etapas de la aflicción o del dolor. Worden (1991) describió cuatro “etapas” o “fases”
por las que normalmente suelen pasar los sobrevivientes del homicidio. Estas
comprenden: 1)
aceptar la realidad de la pérdida; 2)
sentir el dolor que la causa; 3)
ajustarse a una vida en la que el difunto ya no está
presente; y 4)
reubicar al difunto emocionalmente para que la vida pueda
seguir. La
primera fase consiste en reconocer y aceptar la realidad de la pérdida ¾que
el ser amado está muerto. Los sobrevivientes informan a menudo que piensan que
el ser querido aparecerá como de costumbre al final del día, luego del horario
de trabajo por la puerta de sus casas. Otros han informado que se sentían
impulsados a seguir a alguien que se parecía a su difunto. Es especialmente difícil
para los sobrevivientes del homicidio que no han tenido una oportunidad para ver
el cuerpo de su ser amado aceptar, definitivamente, que no se trató todo de algún
terrible error y que su ser amado está realmente muerto. Tal vez esto último,
independientemente de las implicancias políticas que pudieran existir detrás
del movimiento, nos permita comprender un poco más a quienes fueran
despectivamente denominadas como “las locas de Plaza de Mayo”. Un grupo de
madres que no tuvo la oportunidad de ver el cuerpo de sus hijos arrancados en el
medio de la noche con total impunidad por el terrorismo de Estado y que, además,
fueran (¿o son?) durante muchos años acusadas o sospechadas por amplios
sectores como subversivas. La
segunda “fase” identificada por Worden es que los dolientes deben reconocer
y experimentar el dolor asociado con la pérdida del ser amado, así sea dolor físico
y/o emocional. Esta es una de las tareas más difíciles que el sobreviviente
debe enfrentar, incluso cuando cuente con el apoyo de personas cercanas y/o
especialistas. Los sobrevivientes del homicidio a menudo encuentran que deben
poner sus sentimientos en “animación suspendida” mientras deambulan el
largo e incierto camino de los juicios (incluyendo sus audiencias, cobertura de
los medios y apelaciones) contra los victimarios (en aquellos casos
excepcionales donde fuera apresado él o los responsables de la muerte del ser
querido). Sin embargo, no importa cómo el dolor de la pérdida se trate de
ignorar o “suspender”, los sobrevivientes deberán poder experimentar estos
sentimientos o pueden llevar el dolor de la pérdida por el resto de sus vidas. La tercera fase es ajustarse a una vida en la que el ser
amado ya no está presente. En este punto, los miembros familiares empiezan a
hacer cambios personales o en su estilo de vida que podría llevarlos en una
dirección muy diferente a la que hubieran planificado mientras el ser amado
todavía estaba vivo. A menudo los miembros familiares pueden sentir alguna
culpa alrededor de estas nuevas decisiones que toman y se preguntan si ellos están
siendo desleales a su relación con el difunto. Es importante para los
sobrevivientes reconocer estas reacciones y sentimientos. La última fase, según Worden, es aquella en la que el
doliente debe encontrar un lugar, de algún modo para su amado, dentro de su
vida emocional que pueda, al mismo tiempo, permitirle seguir en el mundo. Los
sobrevivientes no se olvidarán de su amado, pero en el futuro comprenderá que
sus vidas pueden y siguen adelante. Manifestaciones somáticas, el desorden nervioso postraumático
(DNP). Los estudios realizados en familias de víctimas del
homicidio muestras que éstas se encuentran particularmente proclives a
desarrollar desordenes nerviosos postraumáticos (Redmond, 1989; Amick-McMullan,
Kilpatrick & Resnick, 1991). Como dijera anteriormente, cuando un miembro
familiar es asesinado, los sobrevivientes reaccionan a menudo con intensos
sentimientos de impotencia, miedo y horror. Estos intensos sentimientos pueden
llevar a desarrollar desórdenes nerviosos postraumáticos (DNP). El diagnóstico
de DNP existe según la Asociación de Psiquiatría (norte)Americana, cuando
alguno de sus síntomas (abajo mencionados) se presentan por períodos
superiores o iguales a un mes. Dicha perturbación afecta adversamente
importantes áreas del accionar cotidiano tales como el trabajo y las relaciones
familiares y/o sociales. Los síntomas tienen tres diferentes tipos de
manifestaciones: 1.
Revivir de forma recurrente e invasora el evento traumático, normalmente
en sueños o “flashbacks” (escenas retrospectivas), 2.
Evitar lugares o eventos que sirvan como recordatorios del asesinato; y 3.
Sentimientos constantes de excitación creciente tales como vigilancia
constante (vulgarmente llamada paranoia) o reacciones de sobresalto exageradas. Un
sobreviviente describió un sueño que tenía luego de que varios miembros
familiares fueran sido asesinados: “...Yo me acostaba por la noche, y soñaba
que salvaba sus vidas...” (Asaro, 1992, pág. 35.). Algunos eventos ¾como notas sobre el hecho violento hechas por los medios de
comunicación, la cercanía de la fecha de cumpleaños del difunto, fiestas
navideñas o el aniversario del asesinato¾
pueden disparar la sensación en los sobrevivientes del homicidio de
reexperimentar reacciones tempranas de stress postraumático (Asociación Psiquiátrica
Americana, 1994). Un sobreviviente del homicidio describió su experiencia de
esta manera: “...nadie me preparó para el aniversario del asesinato...
solamente llegó y perdí el control...” (Asaro, 1992, pág. 38.). El
impacto en la unidad familiar. Es importante volver a destacar que, aunque el apoyo emocional puede
haber sido compartido entre los miembros de la familia con posterioridad al
asesinato, cada individuo puede sufrir la pérdida de una manera particular que
llegar a ponerlo en desventaja o en conflicto con otros miembros familiares.
Algunos pueden sentir que otros miembros familiares no deben velar por el
asesinato, o que deben “superarlo” o “sobreponerse” al hecho. Otros
pueden sentir que deben aprender todo lo que puedan sobre el asesinato y luchar
por los derechos de las víctimas a través del sistema de justicia delictivo
(ello dependerá en gran medida del grado de confianza que el mismo inspire en
la sociedad). Los sobrevivientes también pueden alejarse emocionalmente entre sí
después del asesinato ¾sobre
todo cuando exista culpa, cólera, o reproche entre los mismos
por el hecho violento. Después del asesinato, los miembros familiares
supervivientes pueden tener que asumir otros roles dentro de la familia. Por
ejemplo, el padre puede tener que asumir los deberes de criar a los niños, además
de ser la persona que deba sustentar económicamente al grupo familiar; los
hermanos más viejos y hermanas pueden tener que asumir el cuidado de los
hermanos más jóvenes; o los abuelos pueden encontrarse obligados a criar a sus
nietos pequeños luego de que los padres de los mismos hubieran sido asesinados. Mientras los sobrevivientes pueden encontrar que necesitan aprender a
enfrentarse con nuevas situaciones o aprender nuevas habilidades, también
pueden necesitar redefinir quiénes son ellos ¾por
ejemplo, si una mujer hubiera sido una esposa, ahora deberá ajustarse a ser una
viuda. ¿Si ella se concebía a sí misma principalmente como la encargada de la
crianza de su hijo y el mismo es luego asesinado, entonces ¿qué papel desempeñará
ahora, cuál será su rol? Adicionalmente, estos nuevos papeles pueden recaer
sobre algún familiar justo cuando éste se siente menos preparado psicológicamente,
emocionalmente o financieramente para ajustarse al mismo, debido al cataclismo
de sentimientos y reacciones que está experimentando después del asesinato. Si la víctima fue asesinada por otro miembro familiar ¾por
ejemplo el esposo o el hermano¾
los
miembros familiares supervivientes pueden sentir confusión adicional, culpa, cólera,
reproche y traición, y pueden tomar partido a favor o contra la víctima. Esto
lleva a futuras rupturas de los lazos familiares y puede resultar finalmente en
la desintegración del núcleo de los sobrevivientes. Si las pérdidas de miembros familiares por hechos violentos abarcan a
dos o más personas, sea simultáneamente o, peor aun, secuencialmente, ello
puede magnificar la enormidad de la pérdida por aquéllos que sobreviven. En
ese caso, esto tendrá un gran impacto en las necesidades de la familia de
recursos de todo tipo para cubrir los “huecos” provocados por tales pérdidas. En casos donde una relación entre una persona y su pareja no era
conocida o aceptada por los demás miembros de la familia de la víctima, ésta
puede ser la fuente de sentimientos adicionales de confusión, enojo o reproche.
Por ejemplo, una víctima del asesinato puede haber estado en una homosexual y
si sus inclinaciones no hubieran sido conocidas con anterioridad al hecho
violento, los sobrevivientes deberán afrontar la pérdida de un ser amado sino
que, además, confrontar los problemas que rodeaban su estilo de vida que puede
estar conflicto con sus valores personales o creencias. Factores
contextuales que influyen en el impacto del proceso de la pérdida. Además
de tratar con la pérdida de un ser amado, los
miembros familiares sobrevivientes son bombardeados constantemente por
otros factores adicionales que son el resultado de la naturaleza violenta de la
muerte. Éstos pueden incluir reacciones al asesinato ¾las propias y las de terceros¾ o un
sentimiento de haber sido revictimizados por los medios de comunicación y el
sistema de justicia delictivo. Esto último es más evidente en los casos de
violación o abuso deshonesto donde la víctima se ve obligada a: ·
Relatar ante el
agente u oficial de policía que recibe su denuncia los hechos; ·
Someterse a exámenes
en el cuerpo médico forense; ·
Narrar ante durante
el juicio los hechos y hacer frente al abogado del acusado que, habitualmente
suelen acudir a la estrategia de la existencia del consentimiento y; ·
Tratar con el
“estigma” que significa haber sufrido una violación ante familiares, amigos
y la sociedad en general. ¿Existen
manifestaciones de lo antes descrito en el caso de los sobrevivientes del
homicidio? Es fácil comprabarlo mediante un sencillo experimento. Ante un grupo
de conocidos manifieste que Ud. es familiar de un desaparecido o víctima de los
atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA. Notará un súbito cambio en
el comportamiento de las personas que lo rodean hacia Ud. Reacciones
al asesinato. Uno de los aspectos más problemáticos de un asesinato para los
sobrevivientes del homicidio es que el mismo no tiene para ellos ningún
sentido. Janoff-Bulman (1992) declaró que las personas, conscientemente o
inconscientemente, operan a menudo sobre la base de presunciones subyacentes
sobre la manera en que el mundo es y por qué las cosas pasan. Estas
presunciones los ayudan a explicar o atribuir culpas a situaciones o eventos que
les resultan de difícil aprehensión y puede servir como un mecanismo de
protección contra la noción, sumamente incómoda, que “nosotros no tenemos
el control”. Habiendo perdido el armazón que les ayuda a sentirse seguros y a
tener un determinado sentido del mundo, los sobrevivientes sienten a menudo como
si ellos se hubieran lanzado a un nuevo plano de la realidad desconocido y que
están intentando entender lo in entendible. Es por esta razón que los temas relacionados con la seguridad ocupan a
menudo un lugar prioritario para los sobrevivientes del homicidio. Ellos saben
ahora que las cosas malas no sólo ocurren en el mundo, sino que les pueden
ocurrir a ellos así como le ocurrió a la persona asesinada. Esto significa
aceptar la realidad de que nadie esta completamente a salvo, nadie es inmortal. Los sobrevivientes pueden volverse temerosos y ansiosos cuando otra
persona cercana a sus afectos no llega al horario habitual a su casa o cuando no
llama por teléfono cuando se lo había acordado de antemano. Cuando el atacante no es conocido, es frecuente que integrantes del
grupo familiar traten de obtener por cualquier medio información o sobre lo
ocurrido (especialmente sobre la identidad de los asesinos), no sólo para
tratar de que el culpable del hecho sea castigado, sino también como una forma
de sentirse más seguros y protegidos al haber “eliminado” una amenaza que
pudiera afectar a otros seres queridos o a ellos mismos. Como consecuencia de lo
antes dicho pueden llevarse a cabo acciones que normalmente hubieran sido
rechazados por absurdas como en los casos de familiares supervivientes que
contrataron a psíquicos para intentar obtener algún tipo de información sobre
él o los autores del hecho violento u otros que permanecieron sin dormir
durante días, escuchando un receptor de radio (scanner) que les permitiera
escuchar bandas policíacas buscando indicios de algo que pudiera llegar a
ayudar a la investigación. Los sobrevivientes del homicidio deben enfrentar además a sus propias
reacciones frente a la naturaleza violenta de la muerte. Es casi imposible para
ellos evitar pensar en el sufrimiento que debió soportar el victimizado antes
de fallecer y ello los lleva a reexperimentar la pérdida en forma repetida. Deben tratar, adicionalmente, con otros esfuerzos mal encaminados,
aunque bien intencionados, de personas cercanas e inclusive de otros familiares
tales como: “...ya pasó un año desde la muerte de NN, tenés que
superarlo...”, “... es la voluntad de Dios, por algo se lo debe haber
llevado...”o ¾normalmente
a los padres supervivientes¾,
“... por lo menos ustedes tienen otros hijos que están bien...” o “...
todavía son jóvenes y pueden tener otros hijos...”. A menudo los amigos pueden pasar por alto el dolor inadvertidamente y el
trauma experimentado por los hermanos y hermanas de la víctima y esa falta de
reconocimiento de la naturaleza o magnitud del dolor, o el rechazo a su derecho
para sentir el dolor y el enojo asociado con la pérdida, puede causar que los
sobrevivientes sientan resentimiento (el que normalmente no exteriorizan) y se aíslen
aun más. La falta de preparación de los sacerdotes, rabinos, pastores u otros líderes
religiosos en asistir a los sobrevivientes del homicidio los lleva a refugiarse
en frases vacías de significado ante la realidad de la pérdida, tales como
“... el asesinato era de algún modo parte del plan de Dios...” o que “...
debían perdonar al asesino...”. Estas declaraciones pueden dificultar más
aun la situación de los sobrevivientes del asesinato, obligándolos a sumar, a
su ya muy pesada carga, la culpa
adicional que estos comentarios conllevan. Otros factores que pueden complicar el proceso de los sobrevivientes del
homicidio tiene que ver con la exposición continua a que ellos pueden ser
sometidos por materiales relacionados con la pérdida tales como informes de
autopsia (normalmente escritos técnicamente, sin la explicación de los términos
forenses o médicos usados y, por lo tanto incomprensibles), fotografías de
escena del crimen, reparar o limpiar la escena del crimen, intentar recuperar
efectos personales de la víctima que pueden haber sido retenidos como evidencia
del delito, y otros eventos similares que pueden inducir a un estado depresivo o
al ya mencionado desorden nervioso postraumático. Los medios de
comunicación. Después de que un ser amado es asesinado, los
sobrevivientes del homicidio pueden llegar a tener poco o ningún refugio,
Cuanto más cruento haya sido el hecho violento, o cuantas más víctimas el
mismo haya causado, mayor avidez habrá en los medios de divulgar los detalles
del hecho. Sus identidades y las circunstancias del asesinato a menudo se
vuelven de dominio público. Trágicamente, algunos sobrevivientes pueden llegar
a tomar conocimiento del hecho violento mientras están mirando televisión o
escuchando la radio o pueden ser abordados directamente por los periodistas que
les indagarán sutilmente acerca de cómo se sienten por la pérdida que ellos
hasta ese momento desconocían. Ellos pueden llegar a enterarse del desarrollo
del caso contra los asesinos en las noticias de la tarde o, de repente y
inesperadamente, ver el cuerpo de su amado en la pantalla de su televisor en
cualquier momento, aun anualmente (dependiendo de la fama de la víctima, la
crueldad del hecho o la escasez de noticias) en los programas que se encargan de
rever los eventos más importantes de dicho período. Los medios de comunicación también pueden brindar
información inexacta o impropia sobre el caso o pueden retratar al victimario
como a una víctima, invirtiendo los roles, sin importarles el impacto que el
del ser amado pueda causar a los sobrevivientes. No necesariamente las experiencias a las que los
sobrevivientes se vean expuestos por los medios son negativas (aunque
lamentablemente la realidad nos muestra que la mayoría de ellas lo son). Los
medios de comunicación y principalmente la televisión, se encuentran en una
posición privilegiada para colaborar con la investigación del homicidio por la
capacidad que poseen de difundir la descripción de los sospechosos, convocar
testigos de los hechos, etc. El
sistema judicial y su relación con los sobrevivientes del asesinato. La mayoría de las personas que trabajan dentro del sistema de justicia
criminal se encuentra medianamente capacitada para tratar con los sobrevivientes
del asesinato. Esta preparación sin embargo no es el resultado de un proceso de
aprendizaje inducido por el sistema judicial sino de la experiencia empírica
que los obliga a aprender mediante el método del ensayo y error la forma más
correcta para tratar situaciones que involucren a los familiares de víctimas de
asesinatos. Ello significa que si usted eventualmente se convierte en un
sobreviviente del homicidio tiene posibilidades de ser recibido y atendido de
una forma que dependerá del grado previo de experiencia que la persona tuviera
en dicha área. La falta de un proceso de enseñanza impulsado en forma orgánica
por las autoridades hace que las personas traten de suplir por sus propios
medios dicho vacío haciendo que se imponga, en la mayoría de los casos, la
sensibilidad y soporte afectivo que requieren los miembros familiares después
de un asesinato. Sin embargo, no es difícil imaginar como los miembros
familiares pueden ser expuestos a la re-represalia de la pérdida, como cuando,
se los notifica del asesinato del ser amado por miembros del poder
judicial como si se tratara de un trámite burocrático más (o peor aun
notificaciones por integrantes de las fuerzas de seguridad) o cuando el juez de
la causa no se les autoriza a inhumar el cuerpo de una manera oportuna, cómo
son notificados del informe de la autopsia, y o como se los margina de todo
progreso o información relativa al desarrollo de la investigación para
aprehender al sospechoso de haber cometido el delito. El
accionar de la policía. Cuando alguien es asesinado, habitualmente la policía es la primer
institución del sistema de justicia criminal en tomar parte en la investigación
del hecho. La familia emprenderá entonces una carrera frenética para obtener
mayor información, cualquier dato que les ayude a comprender lo que ha pasado,
que frecuentemente chocará con la falta de preparación de
la policía para manejar este tipo de situaciones y con el principio de
la inocencia invertido que éstos sueles manejar, es decir, todos son
potencialmente culpables hasta que no demuestren lo contrario. Esto resultará
para muchos de los familiares ofensivo, humillante y doloroso; ellos son en
principio los sospechosos de haber causado la pérdida que los aflige y, en
consecuencia, sufrirán una victimización secundaria por el mismo sistema
estatal que ellos pensaban que acudía para ayudarlos a obtener justicia ente el
hecho. En los casos de homicidio, se
considera que el cuerpo de la víctima es la primer “evidencia” (Gaspar,
1994) en la investigación, y puede haber un retraso considerable antes que el
cuerpo pueda ser velado en una casa fúnebre. Por estos motivos, el entierro o
los arreglos finales pueden demorarse y
prolongar el dolor a la familia superviviente. El
accionar del sistema judicial. Si hay evidencia suficiente para iniciar una acción contra un
sospechoso y este es aprehendido, el hecho violento se convertirá en un juicio
penal. Los sobrevivientes del homicidio, entonces, aprenderán rápidamente que
hay una diferencia abismal entre sus expectativas y la realidad y los tiempos
con que se desenvuelve el sistema de justicia criminal. Acostumbrados a
numerosas series televisivas norteamericanas donde en 55 vertiginosos minutos se
comete el hecho delictivo, se aprehende al victimario y se lo condena, trayendo
justicia a los justos; los sobrevivientes deberán, penosamente, distinguir la
realidad de la ficción. Además, dependiendo de la edad del atacante, si el
mismo es un menor, menor adulto o adulto, existirá mucha diferencia entre el
tratamiento o la pena que el mismo recibirá, obligando a los sobrevivientes a
preguntarse ¿donde están nuestros derechos?, potenciando así la creencia
popular de que los jóvenes delincuentes y los poderosos...“ entran por una
puerta y salen por la otra...”. Ello se agrava aún más cuando los abogados
querellantes, si los hubiera, no son capaces de acercar la realidad del proceso
a sus clientes y se mueven como si estuvieran disertando en el Senado Romano
ante Justiniano; con mayor preocupación en lucir sus dotes discursivas y
conocimientos de latín; que en ayudar a interpretar el mundo de los tecnicismos
legales a los sobrevivientes. La sorpresa también se hará presente entre los sobrevivientes cuando
descubran que el crimen ha sido cometido contra el Estado por haber lesionados
bienes jurídicamente protegidos declarados como tales éste y no, como los
sobrevivientes sienten, contra ellos. Las percepciones de injusticia y falta de respeto para con su ser amado
pueden llegar a causar a menudo un intenso dolor a los sobrevivientes del
homicidio. Su amado se vuelve “el cuerpo”, “la víctima” o “el
difunto” y raramente se lo menciona por su nombre, deshumanizando a los ojos
de la familia de la víctima, la pérdida. Los sobrevivientes deberán enfrentar el hecho de que no siempre es
posible conocer al victimario; que a veces éste es conocido pero no es
aprehendido y que aunque sea aprehendido no siempre puede ser condenado. El trauma puede no necesariamente terminar una vez que el asesino sea
declarado culpable y sentenciado. Los sobrevivientes pueden encontrarse con que
la sentencia no sea de cumplimiento efectiva y surgirá entonces nuevamente la
pregunta acerca de ¿donde están nuestros derechos?. Apelaciones posteriores o
audiencias para conceder libertar condicional pueden posteriormente desatar
reacciones de stress y revictimizar a los sobrevivientes. Si luego del proceso, el tribunal declara al sospechoso inocente o si la
pena impuesta fuera mínima, el veredicto puede hacer que la familia de la víctima
se sienta traicionada y enojada contra el sistema judicial. El aporte posible
desde los medios de comunicación. Como mencione anteriormente, los sobrevivientes del
homicidio pueden tener experiencias positivas o negativas con los medios de
comunicación y pueden sentirse inseguros sobre la extensión de sus derechos.
Un periodista puede actuar como una persona muy sensible y brindar apoyo a la
familia de la víctima en su intento de conseguir su historia, pero; sin
embargo, es importante para la familia del superviviente recordar que no tiene
obligación de hablar con los medios y que hay ninguna garantía acerca de que
la información que se brinde sea luego presentada objetivamente y sin
distorsiones. La meta de periodismo es a incrementar sus ventas o rating y no
necesariamente velar por que se haga justicia. Sin embargo los medios pueden ser de ayuda al brindar
información sobre como tratar con las víctimas del homicidio mediante la
difusión de la misma, que pueden hacer llegar por medio de especialistas tales
como psicólogos, asistentes sociales, criminólogos, etc. Aunque normalmente
superficiales y mal preparados, los programas tipo talk show han sido, según algunos sobrevivientes de ayuda al
permitirles a algunos sobrevivientes ver que lo que a ellos les sucedía era
compartido aunque con diferencia de matices por otras personas que habían
parado por situaciones similares. Entiéndase que no se propone aquí un
programa conducido por una modelo cuya finalidad sea hacer relatar a los
sobrevivientes de un panel los detalles cruentos de sus pérdidas o lograr
conmoverlos para incrementar el rating, sino de programas conducidos por
personas preparadas en el área en cuestión. El aporte posible
desde el sistema judicial. Es necesario tratar de comprender que el luto por un ser
querido es un proceso y no un evento. Poseer tanta información como sea posible
ayuda a entender este proceso. Sin embargo no es posible entenderlo en toda su
dimensión hasta no ser victimizado y convertirse uno mismo en un sobreviviente
del asesinato. Aun cuando ello ocurriera, nada garantiza que estaremos
preparados para “tratar” con los sobrevivientes de otros asesinatos porque,
como antes mencionara, cada pérdida es única y afecta a las personas de una
forma particular. A nosotros, estudiantes de derecho o abogados recibidos, nos
es factible ayudar a sobrellevar el proceso de luto a los sobrevivientes al
comprender algunas de las implicancias que el mismo significa y,
fundamentalmente, al evitar la revictimización de los sobrevivientes por parte
del sistema judicial. La “humanización” del sistema judicial si bien no es
factible ser implementada por ley o decreto, es otro proceso al cual todos los
involucrados directa o indirectamente en el sistema podemos aportar nuestra
parte. Desde los casos aparentemente “más sencillos” de índole
civil (especialmente en los de familia tales como divorcio, alimentos, tenencia,
etc.) hasta los casos penales, es indispensable que el profesional este
capacitado para brindar asistencia emocional a sus clientes. Lamentablemente
esto la posibilidad de desarrollar la capacidad de brindar asistencia no depende
únicamente de un plan de estudios o de una preparación específica. Esta
capacidad se encuentra en mayor o menor medida en cada uno de nosotros y algunos
tienen más facilidad que otros para brindarla. Sin embargo, el conocimiento de
las consecuencias de la pérdida, las diferentes fases del luto y el
comportamiento de los sobrevivientes son elementos que pueden colaborar para
hacer aflorar esa capacidad para brindar asistencia emocional. Comprender que el corte de los lazos de solidaridad entre
los individuos de nuestra sociedad fue un proceso deliberado, llevado a cabo
meticulosamente por el Proceso de Reorganización Nacional, impuesto por los países
centrales con base ideológica en la doctrina de la seguridad nacional; es un
buen principio. ¿Y qué tiene que ver el Proceso con el tema de la monografía
y la afirmación anteriormente sostenida? Se relacionan íntimamente ya que una de los legados más
funestos del Proceso fue un número de desaparecidos que oscila entre los diez
mil y los treinta mil. Si aceptáramos como válida la ecuación que Lu
Redmond propone acerca de que detrás de cada persona asesinada se ven afectados
entre siete a diez parientes cercanos; sin contar con otras personas para los
que la víctima era conocida; tales como amigos, vecinos y compañeros de
trabajo; la cifra de sobrevivientes en Argentina rondaría entre 70 mil (10 mil
desaparecidos* 7) y 300 mil (30 mil desaparecidos* 10) sobrevivientes del
asesinato. Aportes
desde lo individual. Como en casi todos los campos, no existen fórmulas fijas en
esta área. Por ejemplo, para algunas familias puede resultar reconfortante
mantener las mismas tradiciones o rituales que se sostenían habitualmente
durante las fiestas navideñas o aniversarios, mientras que para otras esto
puede resultar profundamente doloroso porque sirven como un recordatorio de la pérdida
del ser amado. Los miembros familiares también pueden sentir que ellos tienen
mucho menos energía que usualmente para colaborar y apoyar a los miembros más
afectados. Algunos ejemplos de tradiciones que pueden modificarse por parte de
los sobrevivientes son: ·
En lugar de reunirse con toda la familia en el hogar de la víctima,
ir a comer a un restaurante; ·
Cambiar el tipo de decoración del hogar de la víctima; ·
Sea selectivo con el tipo de reuniones sociales a las que
Ud. asista. Elija a aquellas que sean beneficiosas para usted y su familia; ·
Compre algo en honor del ser amado, como un árbol o una
planta e incluya a los niños en el cuidado del mismo; ·
Escoja actividades alternativas a las tradicionales fiestas
familiares tales como salidas fuera de la ciudad; ·
Comparta el día con otras familias que se encuentren en la
misma situación que los sobrevivientes; ·
Otórguese permiso para leer, escuchar música o simplemente
quedarse en su casa sin hacer nada; ·
Busque grupos de apoyo locales de personas que estén
especializados en problemas de familias de víctimas de asesinatos; Otros Recursos
Algunos grupos de asistencia y apoyo a los familiares víctimas
de homicidios han realizado trabajos interdisciplinarios con abogados que pueden
acompañarlo a audiencias, etc., proporcionando apoyo emocional y información
sobre el proceso sin descuidar la faz técnica del mismo. El sistema de justicia
penal puede ser realmente confuso cuando las personas tienen poco o ninguna
información sobre lo que está pasando y por qué. El sólo echo de concurrir a
Talcahuano 550, el Palacio de Justicia puede ser atemorizante si no se cuenta
con una guía adecuada y puede sumergir a cualquiera un una experiencia digna
del Proceso de Kafka. A través de la participación en grupos de apoyo, muchos
sobrevivientes del homicidio descubrieron que otras personas habían pasado por
la misma experiencia y experimentado reacciones similares. Les es entonces más
fácil abrirse y manifestar su dolor y hablar de lo que normalmente se reservarían
para sí mismos tales como sus “fantasías de venganza” contra los
victimarios. El objetivo de los grupos de apoyo es ayudar a
“normalizar” las familias y amigos de víctimas, permitiéndoles saber y
sentir que ellos no se están volviéndose locos y que otras personas están o
han experimentando, y sobrevivido, la misma profundidad, complejidad y confusión
de emociones que ellos sienten. En nuestro país existen numerosas organizaciones
especializadas en el tratamiento de los problemas derivados con la desaparición
de personas. El Centro de Estudios Legales y Sociales (C.E.L.S.), las Madres de
Plaza de Mayo, Abuelas e Hijos de desaparecidos, Escrache, etc. En todos estos
centros los sobrevivientes tienen la posibilidad ponerse en contacto con otras víctimas
que pasan o pasaron por experiencias similares a las que ellos experimentan y
pueden ayudarlos en las mismas. Brindan además la posibilidad de contribuir a
canalizar muchos de los sentimientos que ser un sobreviviente de una víctima de
la que no se tuvo siquiera la posibilidad de enterrar el cuerpo experimentan. El
aporte de los sobrevivientes a la legislación. Después de seguir la pérdida del ser amado a través del sistema de
justicia penal, muchos sobrevivientes del homicidio han contribuido a educar a
los legisladores acerca de las “represalias secundarias” que ellos han
debido experimentado. A veces se sienten que ayudando a mejorar el sistema
judicial, para otras personas que pudieran llegar a pasar por situaciones
similares, de su propia pérdida puede salir algo positivo. Algunos de los
cambios que buscan impulsar incluyen: acercamientos más eficaces en el
tratamiento de las víctimas de ofensores juveniles; reconocimiento de mayores
derechos para los sobrevivientes del homicidio; derecho a la información
durante el transcurso del proceso judicial, etc. El derecho internacional a los derechos humanos, el derecho
al duelo. La sanción de las leyes de obediencia debida y de punto final en
nuestro país hizo que el poder judicial dejara de lado las investigaciones e
imposibilitó la aplicación de sanciones penales a los victimarios de los
desaparecidos durante el “Proceso de Reorganización Nacional”. La
imposibilidad de aplicar penas mediante gracias a las leyes sancionadas por el
Congreso no libera al estado y a una de las divisiones de las funciones que el
mismo debe ejercer, el Poder Judicial, de la responsabilidad de investigar y
tratar por todos los medios que el ordenamiento positivo prevea llegar a la
verdad de los hechos acontecidos. Esto se fundamenta en el derecho internacional
a los derechos humanos y el derecho al duelo que es reconocido
internacionalmente por los estados miembros de la comunidad internacional. Muchas de las asociaciones antes mencionadas (Madres, CELS, Abuelas,
etc.) impulsan proyectos en este sentido y cuentan con el aporte de letrados que
brindan su conocimiento para llevar adelante las demandas correspondientes. Que
podemos hacer si conocemos a alguien que ha perdido a un ser querido: A
riesgo de dar consejos como en los programas televisivos conducidos por ex
modelos devenidas en pseudo periodistas que antes he criticado, transcribo
algunas de las sugerencias más frecuentemente mencionadas en la bibliografía
sobre como ayudar a los sobrevivientes del homicidio. Es
importante saber que decir y que no decir. Frecuentemente, amigos bien
intencionados y vecinos que quieren ayudar al sobreviviente, pero tienen miedo
de decir o hacer algo que aumentará el dolor de la pérdida. Recuerde sobre
todo que nada que puede decirse o hacerse eso reparará el dañó causado. El
proceso de recuperación es largo y lento. Es muy difícil experimentar los
sentimientos de impotencia y frustración asociados con intentar ayudar a un
amigo o familiar que ha perdido a un ser amado de forma violenta. Es necesario
ser consciente que todos sentiremos la pérdida encima de maneras diversas y por
lo tanto las consecuencias de la misma serán diferentes en cada uno. Estas son
algunas formas de ayudar a los sobrevivientes del homicidio: ·
Sea un buen escucha. Permita a las personas expresarse con
libertad sin reprimirlas. No intentar hacer de psicólogo haciendo valoraciones
sobre el proceso de la pérdida de los sobrevivientes. ·
No sea prejuicioso. Muchos sobrevivientes del homicidio
expresan sentimientos fuertes de enojo y venganza hacia los victimarios (este tema será más ampliamente
desarrollado en mi segunda monografía acerca de la pena de muerte). No
reaccione con miedo o susto si ellos le expresan estos sentimientos. Es positivo
poder expresar estos sentimientos y no reprimirlos. ·
Los sobrevivientes raramente tienen la energía como para
enfrentar sus tareas diarias y si habilidad para concentrarse es escasa. Usted
puede ayudarlos con tareas cotidianas tales como llevar o traer a los hijos del
colegio, pagar impuestos, realizar compras en el supermercado, etc. ·
Hágales saber a los sobrevivientes los recursos que existan
en la comunidad y que usted conozca que puedan ayudarlos a enfrentar el dolor de
la pérdida y las consecuencias asociadas con la misma. Una vez que les informe
de los mismo no los presione para que hagan uso de los mismos. En su debido
momento, si ellos juzgan que es necesario y están preparados para hacer uso de
los mismos actuarán en consecuencia. ·
Si usted sospecha que un amigo o familiar está teniendo
pensamientos o impulsos suicidas por la pérdida, pregúnteles. Ayúdeles a
hacer y asistir a una cita con un consejero profesional. Si es posible, asegúrese
que el terapeuta está especializado en el tratamiento de este tipo de traumas. Bibliografía: ·
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