Victimización policial
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Informe del CELS sobre muertes en enfrentamientos en el Gran Buenos Aires.

Nuevas facultades para la Policía Federal Argentina (Jueves 14 de junio del 2001).

En 1998 el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires ofrecía recompensa por la captura de trece homicidas prófugos: diez eran policías y, entre éstos, cinco eran altos oficiales.
Realidades similares son tristemente comunes a casi todos los países latinoamericanos. Pero en lugar de simplemente cargar las tintas contra la policía, bueno sería que buscáramos algunos de los motivos que las generan..

 

El deterioro de la fuerza policial y la responsabilidad del poder político o la policía como víctima del poder político.

El discurso político respecto de las fuerzas de seguridad se divide tradicionalmente en dos etapas claramente distinguibles:

  1. En la primera, mantienen policías con recursos y salarios miserables, pero le permiten recaudar por medios ilícitos. Con ello aseguran subordinación a cambio de ámbitos de recaudación.
    Afirman tener la mejor policía del mundo y descalifican como infundios lo obvio.

  2. Cuando los escándalos se tornan incontrolables, el desorden de la institución le resta toda eficacia preventiva, y no pueden contener la información sobre homicidios, narcotráfico, robos y otros delitos, ensayan su segundo discurso: se horrorizan y atribuyen todos los males a los policías. A esta altura la policía esta destruida.

Toda persona razonable, se percata de la contradicción insalvable que implica admitir que la policía encargada de la prevención del delitos, recaude recursos mediante el delito.
También se da cuenta que con ello el personal:

decae en su autoestima profesional;

entra en el juego del doble discurso;

emprende una escalada delictiva que se torna imparable;

se desjerarquiza y desorganiza;

degrada su imagen pública;

abre una brecha insalvable con la sociedad;

pierde eficacia funcional.

Sin embargo, en lo político, por hipocresía, necedad, miedo o impotencia, se mantiene el discurso que debería ser denunciado, no sólo por esos efectos, sino porque también produce demasiadas muertes.

Muertes policiales: policías asesinados.

Muertes institucionales: fusilados y torturados.

Muertes por imprudencia: personas muertas por violencia innecesaria

Muertes por negligencia: personas muertas por defectos de prevención.

Muertes silenciadoras: venganzas y supresión de testigos.

Muertes políticas: por encargo del poder.

Ello nos lleva a la conclusión que la corrupción policial no existe, porque no es más que corrupción política.
Haciendo el simple cálculo en base al presupuesto que se asigna a cada destacamento policial y los gastos del mismo se observa que de ninguna forma esa unidad podría ser operativa. Sin embargo lo son y ello se explica mediante la existencia de "ingresos" provenientes de otras fuentes ilícitas. Estas fuentes van desde el cobro de una "tasa" a las prostitutas, a los levantadores de juego clandestinos (quiniela), a los vendedores de repuestos automotores robados, y una larga lista que sería difícil resumir.
Esto no sólo es conocido por el poder político sino que es promovido activa o pasivamente.
No se puede pretender seriamente que un efectivo policial arriesgue su vida, como lo hacen diariamente por el sólo hecho de vestir uniforme, por miserables $600 pesos mensuales y que evite compensar ese sueldo con otros ingresos espúreos.
Hacerlo significa lisa y llanamente condenar a la policía a perseverar en su accionar delictivo.
Por ello es que sostengo que la policía es al mismo tiempo víctima y victimaria. Víctima del poder político que la utiliza para sus intereses obligándola a plegarse al delito, forzándola a renunciar a la verdadera vocación de servicio de gran parte de sus integrantes y obteniendo con ello su complicidad o por lo menos su silencio ante los delitos (de una envergadura y victimización muy superior) que los gobernantes   cometen.
Y victimaria porque deben ejercer la violencia (generalmente contra los sectores más humildes de la sociedad) para mantener el sistema tal cual como está planteado.

Una reforma policial seria debería comenzar, más que por los destacamentos, por los comités políticos. Erradicando el doble discurso y reinstalando a sus efectivos al rol de guardianes de la legalidad y no de cómplices en la corrupción. Luego, y sólo luego, podríamos hablar de una depuración policial reformulando el proceso de policización que tiende a fortalecer más el tan mentado espíritu de cuerpo que el respeto de la ley y el orden. Es un proceso arduo que llevará mucho tiempo en consolidarse pero del cual, sin duda, muchos de los efectivos policiales  participarán gustosos pues el resultado del mismo será reinstalar a sus miembros en el lugar del cual nunca deberían haber sido desplazados, recomponiendo los lazos con la sociedad que actualmente se encuentran destruidos y recordándonos porque muchos de nosotros de niños veíamos con admiración y respeto a esos uniformados que combatían el delito.

Es por ello que estos párrafos más que una crítica hacia las fuerzas de seguridad debería ser entendido como un homenaje para aquellos que arriesgan su vida en un juego del cual son meros peones aunque a veces deben ejercer el papel de verdugos.

Como resumen quisiere transcribir la letra de una canción, compuesta por Víctor Heredia, intitulada "Aquellos Soldaditos de Plomo"...

Aquellos Soldaditos de Plomo

(Letra  y música de Victor Heredia)

De pequeño yo tenía
un marcado sentimiento
armamentista,
tanques de lata,
de cromo y niquel.

Unos graciosos reservistas
de plomo a mano pintados
con morriones colorados
que eran toda una delicia
para mi mente infantil.

Yo me creía,
cómo creía
en el honor
del paso del batallón.

Dentro de mi habitación
era todo un general
dirigiendo la batalla
y el humo de la metralla
acunaba mi pasión
por los gloriosos soldados
que sable en mano avanzaban
sobre aquel cruel invasor
que atacaba mi nación
sangre de entonces,
sangre vertida
toda mi niñez vencida
por el tiempo que pasó,
de las banderas sólo jirones,
de los morriones empenachados
solo un revuelo desmadejado
de dolor.

Que nos pasó,
como ha pasado,
que traidor nos ha robado
la ilusión del corazón.

Creo que quiero
cerrar los ojos
para no ver los despojos
de lo que tanto amaba entonces;
que vuelva bruñido el bronce,
que se limpien las banderas,
yo quiero una fila entera
de soldados desfilando
y todo un pueblo cantando
con renovada pasión,
quiero de nuevo el honor
aunque no existan victorias,
quiero llorar con la gloria
de una marcha militar
y un bandera agitar
frente a un ejercito popular.

 


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