La
voz de Martha sonaba particularmente extraña. Casi infantil a pesar de sus 29
años.
-Hoy
tengo ganas de pasear en monopatín. –decía-
Y
su voz sonaba aguda, chillona. Un espanto.
Martha
sabía de las noches de jerga y alcohol. De los días de 48 horas con ayuda de
substancias ilegales. Y de incontables hombres que habían recorrido su menudo
cuerpo de mujer.
-Siempre
quise tener un pony, para pasear, para ir de compras al Alto.
Desde
su adolescencia supo de caricias malsanas, que creyó serían las que
corresponden al amor. Las que le propinaba un tal Ernesto, obrero de la
construcción, de cuerpo robusto y cerebro blando, que sólo encontraba paz en
su desdicha en un cartón de vino amarillo y sabor dulzón.
-Un
día fui con Zulema a una calle pintada con muchos colores y casas de chapa,
como la mía, pero lindas. Con muchos colores...
No
tenía grandes aspiraciones. Su alma ocupaba un cuerpo prendado al demonio,
que desparramaba sexo al caminar. La
tuvo en oferta durante mucho tiempo, pero el diablo decidió quedarse con lo
mejor de ella. Había elegido vivir de la manera que le demandara el mínimo
esfuerzo. La decisión no era buena, pero al menos había decidido algo, lo
cual no era poco. Aunque quizás, en el fondo, ella no había decidido nada...
Nadie
la tomaba muy enserio, pero eso a Martha no le molestaba, al contrario.
Para la mayoría de la gente la chica no tenía futuro, porque la
condenaba su pasado a vivir en este presente que ella misma se había forjado.
Solamente
Luis se preocupaba, en silencio, por ella.
La observaba muy discretamente y analizaba todos y cada uno de sus
actos. Se podía decir que hasta sufría por ella.
-Una
noche que llovía, un señor me dejó dormir en una estación de subte.
Luis
era cabo de la federal. Hombre de pocas palabras y mirada profunda y
desconfiada, que conoció a Martha en la 7ma., cuando la llevaron por escándalo
en la vía pública, el día que le marcó la cara a un gil por querer pasarla
con el pago de sus servicios.
-Los
bizcochitos de grasa son los que me pierden, se me van derecho a las caderas,
pero me encantan!
Él
fue quien le consiguió ese cuartito en el hotel “La Coruña”.
Don
García no quería saber nada con Martha, pero Luis le recordó un favor que
le debía. Fue nombrarle a los bolivianos que le había sacado a culatazos del
hotel. Él solo, sin más que la reglamentaria que llevaba permanentemente, aún
de franco, bastó para acabar con la bandita de narcos que hospedaba –sin
saber- el gallego.
-Luís
me quería. Yo nunca le creí cuando me lo decía, pero me quería.
La
vida del cabo era una vida rutinaria, oscura y mediocre. En el fondo él tampoco había podido elegir que hacer,
porque desde muy pequeño tuvo que tomar grandes decisiones. En la mayoría de
ellas se había equivocado, y lo malo era que persistía en el error en lugar
de intentar buscar una salida. Prueba de ello era que aún continuara casado con
Rosita.
-
Me gustan los aros grandes, esos que cuando te los ponés, todos te miran...
Zulema,
cada tanto, la llevaba a pasear, pero Martha necesitaba mucho mas que eso,
aunque no sabía como pedirlo, e
incluso, cuando se lo ofrecían, no lo aceptaba, quizá por no entender.
-
La carne me gusta jugosa, si todavía sangra, mejor
Luis
era el único que podía llegar al meollo del asunto.
Por otra parte era el único al que se lo notaba interesado por llegar.
Pero se le hacía muy difícil porque no encontraba respuesta alguna.
-
No se que le ven al valet. Para
mi no hay como la cumbia
Los
años fueron pasando rápido para Martha, había vivido mucho. Demasiado.
En
noches de drogas y alcohol se entregaba en las bailantas a la danza con
movimientos sensuales y mirada perdida, mientras jugaba con los –a veces
sorprendidos- parroquianos.
-Luís.
Buen tipo. Es muy serio y callado, pero es bueno el Luisito.
La
noche se hizo eterna el día que le "regalaron" mala merca.
La
encontraron en el umbral de mármol blanco del conventillo donde vivía
Zulema. Había espuma amarillenta en su boca y pecho y sus ojos miraban los
restos de su cerebro.
Luis,
cada tanto, cuando tiene franco, toma el colectivo y en su bolsito lleva
bizcochitos de grasa, el termo y el mate.
En
silencio ceba unos amargos sentado en el pastito corto mientras mira los ojos
de Martha que –a veces- brillan y le regala una mirada tierna.
-
Los claveles me pierden. Son de lindos…
Cuando
el mate se lava, Luis se levanta, da un suave beso en la frente ausente y se
encamina hacia el portón de la Colonia Montes de Oca.
Luis
camina solo por las noches.